Batalla de Cannae

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Ante esta situación política (Segunda Guerra Púnica: Tercera Parte), el Senado Romano no renovó los poderes dictatoriales a la finalización del mandato de Fabio. En 216 a.C., las elecciones consulares finalizaron con la elección de Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, que tomaron el mando del ejército que se había reclutado para enfrentarse a Aníbal. El ejército reunido superaba en tamaño a cualquier ejército anterior en la historia romana hasta esa fecha, y sobre su composición Polibio escribió lo siguiente:

«El Senado determinó llevar ocho legiones al campo de batalla, algo que Roma no había hecho nunca; cada una estaba formada por casi diez mil hombres. (…) La mayoría de sus guerras se deciden por un cónsul y dos legiones con su cuota de aliados y raramente emplean las cuatro al mismo tiempo en un único servicio. Pero en esta ocasión, tan grande era la alarma y el terror de lo que podría suceder, que decidieron enviar no cuatro sino ocho legiones al campo de batalla.»

Estas legiones, junto con una estimación de unos 2.400 soldados de caballería romana, formaban el núcleo de un inmenso ejército. Estando cada legión acompañada de un número igual de soldados aliados y con una caballería aliada de unos 4.000 hombres, el ejército total que se enfrentó a Aníbal superaba los 85.000 hombres.

En la primavera de 216 a. C., Aníbal tomó la iniciativa y asedió un gran depósito de suministros ubicado en la ciudad de Cannae, en las llanuras de Apulia. Con ello se situó estratégicamente entre los romanos y una de sus principales fuentes de suministro. Polibio comenta que la captura de Cannae «causó una gran conmoción en el ejército romano; pues no sólo se trataba de la pérdida del lugar y de los almacenes, sino del hecho de que con ello se perdía todo el distrito«. Los cónsules, decididos a enfrentarse a Aníbal, marcharon hacia el sur.

Tras dos días de marcha se encontraron con él en la ribera izquierda del río Aufidus y acamparon a unos 10 kilómetros de distancia. Supuestamente, un oficial cartaginés llamado Gisgo hizo un comentario sobre el gran tamaño del ejército romano. Aníbal le contestó «Otra cosa que se te ha pasado, Gisgo, es todavía más sorprendente: que aunque haya tantos de ellos, no hay ninguno entre todos que se llame Gisgo«. El comentario de Aníbal despertó la risa de sus inquietos hombres.

Normalmente cada uno de los dos cónsules dirigía su parte del ejército, pero dado que los dos ejércitos estaban unidos en uno solo, la ley romana les ordenaba la alternancia diaria en el mando. Parece ser que Aníbal era conocedor de este hecho y que planeó su estrategia de acuerdo a ello.

El cónsul Varrón, que estaba al mando el primer día, es presentado por las fuentes antiguas como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado en vencer. Mientras que los romanos se acercaban a Cannae, una pequeña porción de las fuerzas de Aníbal emboscaron al ejército romano y Varrón repelió con éxito el ataque. Esta victoria, aunque se trató más de una escaramuza sin valor estratégico que de una verdadera victoria militar, disparó la confianza del ejército romano y es posible que la del propio Varrón. El cónsul Paulo, sin embargo, era contrario a proceder al enfrentamiento tal y como se estaba planteando. Al contrario que Varrón, éste cónsul era un hombre prudente y cauteloso y consideraba que era estúpido luchar en campo abierto contra Aníbal a pesar de la superioridad numérica de los romanos. Esto tenía sentido táctico puesto que Aníbal seguía manteniendo su ventaja en el ámbito de las tropas de caballería, en donde contaba con mayor número de efectivos y de mayor calidad. Sin embargo, y a pesar de sus reticencias, Paulo tampoco consideró acertado retirar al ejército tras ese éxito inicial y decidió acampar con dos tercios de su ejército al este del río Aufidus, enviando al resto de sus hombres a fortificar una posición en la ribera opuesta. El propósito del segundo campamento era cubrir a las partidas de forrajeadores del campamento principal y poder hostigar las del enemigo.

Los dos ejércitos permanecieron en sus localizaciones durante dos días. En el segundo día Aníbal, conocedor de que Varrón estaría al mando al día siguiente, salió del campamento y ofreció batalla a los romanos. Paulo, sin embargo, rechazó la invitación. En ese momento el cartaginés, conocedor de la importancia del agua del río Aufidus para el ejército romano, envió su caballería al campamento de menor tamaño para acosar a los soldados que salían a abastecerse fuera de las fortificaciones. Según Polibio, su caballería dio vueltas sin oposición hasta el campamento romano, creando el caos y cortando el suministro de agua.

Las fuerzas combinadas de los dos cónsules sumaban un total 75.000 soldados de infantería, 2.400 de caballería romana y 4.000 de caballería aliada, contando únicamente a la porción de tropas que se utilizó en la batalla campal. Además, en los dos campamentos fortificados había otros 2.600 hombres de infantería pesada y 7.400 de infantería ligera, por lo que la fuerza total que los romanos llevaron a la guerra equivalía a unos 86.400 hombres. El ejército de Aníbal estaba compuesto aproximadamente por 40.000 hombres de infantería pesada, 6.000 de infantería ligera y 8.000 de caballería.

El ejército cartaginés estaba compuesto por una amalgama de soldados procedentes de distintas y numerosas regiones. No sabemos con certeza cuántos hombres había de cada nacionalidad, aunque sí que existen algunas estimaciones sobre el tamaño de los distintos contingentes. Contaba con unos 10.000 jinetes, entre los que se contaban unos 4.000 galos y varios miles de hispanos. De los 40.000 infantes, una parte era infantería ligera (8.000 en la batalla de Trebia, puede que menos en Cannae) y, del resto, la mayoría eran celtas y tropas que se habían unido ya en Italia. Es posible que hubiera entre 8.000 y 10.000 libios y unos 4.000 hispanos.

Según otras fuentes y estimaciones, junto con el núcleo de 8.000 libios equipados con armaduras romanas, podrían haber luchado también 8.000 íberos, 16.000 galos (de los cuales 8000 permanecieron en el campamento el día de la batalla) y 5.500 getulos. La caballería de Aníbal también tenía distintas procedencias: Había 4.000 númidas, 2.000 hispanos, 4.000 galos y 450 libios y fenicios. Finalmente, Aníbal contaba con unos 8.000 hostigadores compuestos por honderos baleares y lanceros de diversas nacionalidades. Sin embargo, todas estas cifras son aproximadas y se basan en estimaciones del ejército inicial de Aníbal que se había ido modificando a medida que afrontaba batallas en la campaña italiana. En cualquier caso, todos estos grupos específicos aportaban sus distintas capacidades al ejército cartaginés, siendo su factor unificador la unión personal que cada grupo tenía con el líder del ejército, Aníbal.

Equipamiento

Las fuerzas de la república utilizaban el tradicional equipamiento militar romano de la época, incluyendo el pilum y los hastae como armas, así como los escudos, las armaduras y los cascos tradicionales. En el bando opuesto, los cartagineses utilizaban una gran variedad de equipamientos distintos. Los libios luchaban con las armaduras y el equipamiento tomados de los romanos derrotados en anteriores enfrentamientos; los hispanos luchaban con espadas diseñadas para cortar y ensartar, jabalinas, lanzas incendiarias y se defendían con grandes escudos de forma ovalada; los galos llevaban espadas largas y pequeños pero resistentes escudos ovalados. La caballería pesada cartaginesa llevaba dos jabalinas y una espada curva, así como una fuerte armadura. La caballería númida, más ligera, no utilizaba armadura y solo llevaba un pequeño escudo, jabalinas y una espada. Por último, los hostigadores que actuaban como infantería ligera estaban armados con hondas o con lanzas y, de éstos, los honderos baleares (famosos por su puntería) llevaban hondas cortas, medias y largas, aunque no llevaban ningún equipamiento de carácter defensivo. Los lanceros sí llevaban escudos, jabalinas, y posiblemente espada o, al menos, una lanza diseñada para ensartar a corta distancia.

Despliegue táctico

El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos alas o flancos laterales. Los romanos siguieron con este sistema de despliegue de forma muy fiel, aunque añadieron una mayor profundidad a su formación mediante la colocación de muchas cohortes en lugar de optar por dar mayor espacio a su infantería. Posiblemente los comandantes romanos esperaban que esta concentración de fuerzas permitiese romper rápidamente el centro de la línea enemiga. Varrón sabía que la infantería romana había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su intención era recrear esto a mayor escala.

Los princeps se colocaron inmediatamente detrás de los hastati, preparados para empujar hacia adelante en cuanto comenzara el contacto con el enemigo y asegurando con ello que los romanos presentaran un frente sin huecos. A pesar de superar ampliamente a los cartagineses en cuanto a número de tropas, este despliegue suponía en la práctica que las líneas romanas tuvieran aproximadamente la misma longitud que la de sus oponentes.

La imagen final que ofrecía el ejército romano mantenía por tanto el estilo clásico. En líneas perpendiculares al río, los romanos presentaban dos bloques en líneas cerradas, el de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caballería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por los aliados de Roma.

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Ejército Romano, con los vélites al frente

Desde el punto de vista del cónsul Varrón, Aníbal parecía tener poco espacio para maniobrar y ninguna posibilidad de retirada debido a su elección de desplegarse con el río Aufidus a su retaguardia. Varrón pensaba que cuando fuesen presionados por la superioridad numérica del ejército romano, los cartagineses caerían hacia el río y, sin sitio para maniobrar, cundiría el pánico. Por otro lado, Varrón había estudiado las últimas victorias de Aníbal, que se habían producido en gran parte gracias a una serie de subterfugios del general cartaginés. Debido a esto, Varrón buscó una batalla en campo abierto, en el que no hubiera posibilidad de que tropas ocultas preparasen una emboscada.

Aníbal también formó su tropa en dos líneas pero no las hizo compactas. Las desplegó con el centro apuntando ligeramente al centro romano, basándose en las cualidades particulares de lucha que cada unidad poseía, teniendo en cuenta tanto sus fortalezas como sus debilidades para el diseño de su estrategia. Colocó a los íberos, galos y celtíberos en el centro, alternando la composición étnica de las tropas de la línea del frente. El centro de Aníbal lo componían sus tropas íberas más disciplinadas, mientras que detrás de éstos se situaban los galos. La infantería púnica de Aníbal se posicionó en las alas, justo en el extremo de su línea de infantería.

Se suele pensar erróneamente que las tropas africanas de Aníbal estaban armadas con picas. En realidad, las tropas libias llevaban lanzas más cortas que las de los triarii romanos. Su ventaja, por tanto, no eran las picas, sino la experiencia de su infantería, muy capacitada tras tantas batallas.

Asdrúbal dirigía a la caballería íbera y celtíbera del ala izquierda del ejército cartaginés (ubicada al sur, cerca del río Aufidus). Tenía a su mando a 6.500 hombres, mientras que Hannón estaba al frente de 3.500 númidas ubicados en el ala derecha.

Aníbal colocó a su caballería, compuesta principalmente de caballería hispana y de caballería ligera númida, esperando que pudieran derrotar rápidamente a la caballería romana de los flancos y que girasen para atacar a la infantería desde la retaguardia mientras ésta intentaba atravesar el centro de la formación cartaginesa. Sus tropas africanas atacarían entonces desde los flancos en el momento crucial y rodearían al ejército romano.

Aníbal no se sentía impedido por su posición en contra del río Aufidus. Por el contrario, supuso una factor principal de su estrategia: el río protegía sus flancos de ser superados por el ejército más numeroso de los romanos y la existencia de esa barrera natural implicaba que la única vía de retirada de los romanos era su flanco izquierdo. Además, las fuerzas cartaginesas habían maniobrado de forma que los romanos estuviesen mirando al este, con lo que no solo recibían en la cara el sol de la mañana, sino que los vientos del sudeste arrojaban tierra y polvo sobre sus caras a medida que se aproximaban al campo de batalla. Se puede decir, por tanto, que el despliegue de tropas realizado por Aníbal, basado en su percepción y entendimiento de las capacidades de sus tropas, resultó decisivo en la batalla.

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Despliegue inicial de ambos ejércitos

A medida que los ejércitos avanzaban uno hacia el otro, Aníbal fue extendiendo de forma gradual el centro de su línea. Tal y como describe Polibio: Tras desplegar a su ejército al completo en una línea recta, tomó varias compañías de celtas y de hispanos y avanzó con ellas, manteniendo al resto en contacto con estas pero quedándose atrás de forma gradual para conseguir una formación en forma de luna creciente. La línea de flanqueo iba estrechándose cada vez más a medida que se prolongaba, siendo su objetivo utilizar a los africanos como fuerza de reserva y comenzar la lucha con los celtas y los hispanos.

Polibio describe un centro cartaginés muy débil, desplegado en curva con los romanos en el centro y las tropas africanas en los flancos y en formación diagonal. Se cree que el propósito de esta formación era unificar el impulso frontal de la infantería romana y retrasar su avance hasta que se produjesen otros acontecimientos que permitiesen a Aníbal desplegar su infantería africana de la forma más efectiva posible. En cualquier caso, algunos historiadores han tachado a este relato de fantasioso, y comentan que la curvatura del ejército cartaginés se pudo deber, o bien por la curvatura natural que se produce cuando una línea de infantería avanza, o bien a la propia reacción del ejército cartaginés al enfrentarse al choque con el pesado centro de infantería romana.

Cuando los ejércitos se encontraron, la caballería se lanzó en un fiero ataque sobre el ejército romano. Polibio nos describe la escena comentando que «cuando los caballos hispanos y celtas del ala izquierda colisionaron con la caballería romana, la lucha que se produjo fue verdaderamente barbárica«. La caballería cartaginesa rápidamente venció a la inferior caballería romana del flanco derecho y les sobrepasaron. En ese momento, una porción de la caballería se dividió del ala izquierda y dio un rodeo atravesando la retaguardia romana hacia el flanco derecho, en dónde atacó a la caballería romana de ese flanco desde la retaguardia. Éstos, siendo atacados desde los dos frentes, se dispersaron rápidamente.

Por otro lado, mientras los cartagineses derrotaban a la caballería romana, los dos ejércitos principales, compuestos por la infantería de ambos bandos, avanzaron el uno contra el otro en el centro del campo de batalla. Para poder entender bien lo que pasó, es necesario detenerse a examinar las duras condiciones a las que estaban sometidos los soldados de infantería romanos y que hacían que la batalla fuese especialmente difícil para ellos: a medida que los romanos avanzaban, el viento del este soplaba hacia ellos, arrojando polvo sobre sus caras y obstaculizando su visión. En este aspecto, es importante tener en cuenta que los dos ejércitos levantaban mucho polvo al desplazarse, lo que amplificaba el efecto. Además del polvo, otro factor importante de la batalla fue la falta de sueño de las tropas: debido a la distancia entre los campamentos y el campo de batalla, es muy posible que ambos ejércitos se hubiesen visto obligados a dormir muy poco. En particular, los romanos sufrían la falta de una buena hidratación previa a la batalla, causada por el ataque de Aníbal a su campamento el día anterior que les había impedido suministrarse del río. Por último, la masiva cantidad de tropas suponía un tremendo estruendo de fondo, lo cual era psicológicamente muy duro para los hombres de la formación.

Los cartagineses dispusieron una línea con unos 800 honderos baleares para intentar frenar el avance de las tropas romanas, pero no tuvo éxito. Cuando ambos ejércitos estaban uno en frente de otro se inició una auténtica lluvia de lanzas entre los hostigadores. Tras ese inicio comenzó la batalla cuerpo a cuerpo.

Aníbal se colocó junto con sus hombres en el débil centro de la formación, y les hizo desplazarse en una retirada controlada. Conociendo la superioridad de la infantería romana, Aníbal dio instrucciones para esta retirada creando un semicírculo cada vez más estrecho que iba rodeando a las fuerzas romanas. Los romanos empujaron en su ataque y el centro de Aníbal cedió terreno curvándose hacia atrás, ocupando el ejército romano el espacio desalojado por el centro cartaginés. Con ese movimiento, Aníbal convirtió la fuerza de la infantería romana en una debilidad: A medida que las tropas avanzaban, las tropas romanas comenzaban a perder cohesión debido a que los soldados comenzaban a empujar los unos contra los otros hasta que llegaron a situarse tan próximos que no tenían espacio ni para maniobrar con sus armas. Además, en su intento de romper cuanto antes la línea de tropas gálicas e hispanas, los romanos habían ignorado (puede que también debido al polvo) a las tropas africanas que se habían colocado sin oposición en los extremos de la formación cartaginesa. La caballería enemiga, por su parte, ya había conseguido eliminar a la caballería romana de los dos flancos, y cargó contra el centro de la formación romana desde la retaguardia.

El ejército romano, con sus flancos eliminados, formó una cuña que iba introduciéndose cada vez más dentro del semicírculo cartaginés, metiéndose de lleno en una ubicación en la que la infantería africana controlaba ambos flancos. En este momento, Aníbal ordenó atacar con su infantería africana, rodeando por completo a los romanos en lo que se convertiría en uno de los primeros ejemplos bélicos conocidos como movimiento de tenaza, otro ejemplo notable anterior a este sería la batalla de Maratón (Primera Guerra Médica).

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Desarrollo de la batalla y destrucción del ejército romano

Cuando la caballería cartaginesa atacó a los romanos por la retaguardia y las tropas africanas asaltaron la formación desde las alas, el avance de la infantería romana quedó detenido bruscamente. Los romanos estaban atrapados y sin vía de escape. Polibio comenta que «a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finalmente todos murieron en el lugar en el que se encontraban«

Los legionarios estaban aterrorizados. No podían alzar los escudos para defenderse ni desenvainar sus espadas. En ese momento la falange ibera avanzó hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos. Los iberos que habían retrocedido, gracias a sus cortas pero mortales espadas, hicieron una masacre entre las filas enemigas. Tras esta batalla los romanos, impresionados por la eficacia de la espada ibera, adoptarían una similar para sus tropas (conocido como gladius hispaniensis).

Aníbal, viendo que su plan estaba resultando en una victoria casi total y necesitando todavía consolidar sus logros, tomó como prisioneros solo aquellos que estuviesen dispuestos a cambiar de bando, y ordenó a sus hombres que mutilasen rápidamente a los enemigos supervivientes.

Había tantos miles de romanos yaciendo (…) Algunos, con sus heridas, agravadas por el frío de la mañana, se levantaban, y a medida que avanzaban cubiertos de sangre de entre la masa de masacrados, eran sobrepasados por el enemigo. Otros fueron encontrados con sus cabezas enterradas en la tierra, en agujeros que habían excavado; habiendo con ello, parece, creado sus propias tumbas, en las que se habían asfixiado ellos mismos.

Bajas

Fueron masacrados casi seiscientos legionarios por minuto hasta que la oscuridad trajo su fin al derramamiento de sangre. Aunque la cifra exacta de bajas probablemente nunca llegue a conocerse, Tito Livio y Polibio nos ofrecen unas cifras según las cuales entre 50.000 y 70.000 romanos murieron y entre 3.000 y 4.500 fueron hechos prisioneros. Entre los muertos se encontraba el propio cónsul Lucio Emilio Paulo, así como los procónsules (ex cónsules Cneo Servilio Gémino y Marco Atilio Régulo), dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares (algunos con rango consular, como el antiguo Magister Equitum, Marco Minucio Rufo) y unos ochenta senadores u hombres con derecho a ser elegidos como tales por los cargos que antes habían desempeñado (en una época en la que el Senado romano estaba compuesto tan solo por unos 300 hombres, por lo que la cifra constituye entre un 25 y un 30 % del total). Otros 8.000 hombres de los dos campamentos romanos y de los poblados vecinos se rindieron al día siguiente (después de que la resistencia se cobrara todavía más víctimas, aproximadamente unos 2.000). Finalmente, puede que más de 75.000 romanos de una fuerza original de 87.000 resultasen muertos o capturados, totalizando más del 85% del ejército total.

Se perdieron más vidas romanas en Cannae que en cualquier otra batalla posterior de la historia de roma, exceptuando quizás la batalla de Arausio del año 105 a.C. Además, Cannae es la segunda batalla con mayor porcentaje de bajas de toda la historia de Roma, situándose solo por detrás de la batalla del bosque de Teutoburgo (año 9 d.C.).

Por su parte, los cartagineses sufrieron 16.700 bajas, la mayoría de ellas celtíberos e íberos. La cifra total de bajas en la batalla, por tanto, excede la de 80.000 hombres. En la época en que se produjo, Cannas posiblemente fue la segunda batalla con más bajas de la historia conocida, por detrás de la batalla de Platea (Segunda Guerra Médica).

«Nunca antes, estando la ciudad todavía a salvo, se había producido tal grado de excitación y pánico dentro de sus murallas. No intentaré describirlo, ni debilitaré la realidad entrando en detalles. (…) Pues según los informes dos ejércitos consulares y dos cónsules se habían perdido; no existía ya ningún campamento romano, ningún general, ningún soldado; Apulia, Samnio, casi toda Italia estaba a los pies de Aníbal. Con seguridad no hay otra nación que no hubiera sucumbido bajo el peso de tal calamidad.»

Durante un cierto periodo de tiempo, los romanos se encontraron completamente expuestos y desorganizados. Los mejores ejércitos de la península habían sido destruidos, los pocos supervivientes estaban absolutamente desmoralizados y el único cónsul con vida (Varrón), completamente desacreditado. Fue una completa catástrofe para los romanos. La ciudad de Roma declaró un día entero de luto nacional, puesto que no había un solo habitante eque no estuviese emparentado o conociese a alguna de las personas que habían muerto en la batalla. Los romanos se encontraron en tal estado de desesperación que llegaron a recurrir al sacrificio humano, hasta el punto de que existen datos sobre enterramientos de personas vivas en el foro hasta en dos ocasiones y del abandono de un bebé en el mar Adriático por haber nacido con un tamaño desproporcionado (lo cual supone posiblemente el último caso registrado de sacrificios humanos llevados a cabo por los romanos, salvando las ejecuciones públicas de enemigos derrotados cuyas muertes se dedicaban al dios Marte).

El prestigio de Roma, además de su poder militar, se vio seriamente dañado. La aristocracia romana solía llevar un anillo de oro que atestiguaba su pertenencia a las clases altas y Aníbal hizo que sus hombres recogieran más de 200 anillos de los cuerpos del campo de batalla, enviando su colección a Cartago como muestra de su victoria, la cual fue puesta a los pies del Senado cartaginés.

Aníbal, tras apuntarse una nueva gran victoria (tras la batalla del Trebia y la batalla del Lago Trasimeno), había derrotado en total a un equivalente a ocho ejércitos consulares. En tan solo tres temporadas de campaña, Roma había perdido a un quinto de la población total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su población activa). Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Tras la batalla de Cannae, las provincias helenísticas del sur de Italia, entre las que se encontraban Arpi, Salapia, Herdonia, Uzentum y las ciudades de Capua y Tarento (dos de las mayores ciudades estado de Italia) revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal.

Consecuencias

La batalla de Cannas tuvo una gran importancia en la historia de la estructura del ejército romano y en la organización táctica del ejército republicano. Durante la batalla, los romanos asumieron una formación clásica muy parecida a la de la falange griega, lo que facilitó su derrota en la trampa diseñada por Aníbal. Dada su incapacidad de maniobrar de forma independiente al grupo principal del ejército, los romanos no pudieron responder a la maniobra envolvente de la caballería cartaginesa. Además, las estrictas normas aplicadas por el Senado romano requerían que el alto mando del ejército alternase entre los dos cónsules electos, lo cual restringía la consistencia estratégica del ejército combinado. En los años que siguieron a Cannas, se fueron introduciendo una serie de reformas para paliar estas deficiencias.

En primer lugar, los romanos articularon la falange, luego la dividieron en columnas, y finalmente la separaron en un gran número de pequeños grupos tácticos que eran capaces tanto de cerrarse todos juntos en una unión compacta e impenetrable, como de cambiar el esquema con una gran flexibilidad, separándose y girándose en una u otra dirección. En segundo lugar, la batalla de Cannas sirvió como lección de que era necesario recuperar un mando unificado del ejército, lo cuál se vería reflejado más avanzada la guerra bajo el mando de Publio Cornelio Escipión. Además, la batalla dejó expuestos los límites del ejército basado en una milicia de ciudadanos. Tras la debacle de Cannae, el ejército fue evolucionando gradualmente para terminar convirtiéndose en una fuerza profesional.

Importancia militar

La batalla de Cannae tiene gran importancia en la historia militar tanto por las tácticas implementadas por Aníbal como por su importancia en la historia militar de la antigua Roma. Sobre el particular, el historiador Theodore Ayrault Dodge escribió lo siguiente:

«Pocas batallas de la antigüedad están tan marcadas por la habilidad como la batalla de Cannae. La posición era tal que daba toda la ventaja al bando de Aníbal. La forma en la que la imperfecta infantería hispana y gala fue avanzada en una formación diagonal, mantuvo su posición y luego se fue retirando paso a paso, hasta que llegó a la posición inversa, es una simple obra maestra de las tácticas de batalla. El avance de la infantería africana en el momento adecuado, y su giro a izquierda y derecha sobre los flancos de los desordenados y hacinados legionarios está más allá de todo elogio. La batalla en sí misma, desde el punto de vista del bando cartaginés, es una obra de arte, no habiendo ningún ejemplo superior, y pocos iguales, en historia militar.«

El movimiento envolvente de Aníbal en la batalla de Cannas a menudo es visto como uno de los más grandes movimientos de batalla de la historia, y es citado como el uso con mayor éxito del movimiento de tenaza en la historia occidental que haya sido registrado con detalle.

Además de ser una de las mayores derrotas infligidas a los ejércitos de Roma, la batalla de Cannae representa el arquetipo de batalla de aniquilación, estrategia que raramente se ha implementado con éxito en la historia moderna. Dwight D. Eisenhower, Comandante Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en la Segunda Guerra Mundial, escribió en una ocasión que «todo comandante busca la batalla de aniquilación; hasta dónde las condiciones lo permiten, intenta duplicar en la guerra moderna el clásico ejemplo de Cannas«. La victoria total de Aníbal convirtió al nombre de Cannae en un sinónimo de éxito militar, y se estudia al detalle en la actualidad en varias academias militares de todo el mundo.

La noción de que un ejército entero pudiera ser rodeado y aniquilado de un solo golpe atrajo la fascinación de los generales occidentales durante siglos, que intentaban emular el paradigma táctico del movimiento envolvente. Por ejemplo, Norman Schwarzkopf, comandante de las Fuerzas de la Coalición en la guerra del Golfo, estudió la batalla de Cannae y aplicó los principios utilizados por Aníbal en su exitosa campaña de tierra contra las fuerzas iraquíes.

Cuando los miembros del Estado Mayor alemán, antes de la Primera Guerra Mundial, examinaban a los aspirantes a pertenecer a esta élite y les ponían para resolver un problema de táctica, cuando veían cómo lo resolvía el alumno, exclamaban invariablemente defraudados: «¡Otra vez Cannae!».

El estudio que Hans Delbrück hizo de la batalla tuvo una profunda influencia en los teóricos alemanes y, en particular, de Alfred Graf von Schlieffen, militar y mariscal alemán, quien desarrolló el denominado Plan Schlieffen, que estaba inspirado en la maniobra militar de Aníbal. A través de sus escritos, Schlieffen escribió que el «modelo de Cannas» seguiría siendo aplicable a la guerra de maniobras a lo largo del siglo XX:

«Una batalla de aniquilación puede llevarse a cabo hoy en día de acuerdo al mismo plan desarrollado por Aníbal en tiempos ya olvidados. El frente enemigo no es el objetivo del ataque principal. La masa principal de las tropas y de las reservas no deberían concentrarse contra el frente enemigo; lo esencial es que los flancos sean aplastados. Las alas no deben buscar los puntos más avanzados del frente, sino que en su lugar deben abarcar toda la profundidad y extensión de la formación enemiga. La aniquilación se completa a través de un ataque contra la retaguardia enemiga (…) Conseguir una victoria decisiva y aniquiladora requiere un ataque contra el frente y contra uno o los dos flancos.«

Segunda Guerra Púnica (Tercera Parte)

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Sin embargo la guerra no estaba desarrollándose solamente en suelo italiano. Ya en el 218 a.C., un año antes de la batalla de Ager Falernus, Cneo Cornelio Escipión, con 20.000 soldados de infantería (2 legiones romanas y 2 aliadas) 2.200 de caballería y 60 quinquerremes, zarpó de Massilia y aterrizó en Ampurias, Cataluña. Esta ciudad griega  y la ciudad íbera de Cisse (la Tarraco íbera) dieron la bienvenida a los romanos, y Cneo comenzó a ganarse a las tribus iberas al norte del Ebro. Asdrúbal Barca, después de ser advertido de la expedición romana, marchó con un ejército de 8000 soldados de infantería y 1000 de caballería para unirse a Hannón, quien estaba guarneciendo el recién conquistado territorio al norte del Ebro.

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Muralla Romana en Ampurias

Batalla de Cissa

Hannón había sido completamente sorprendido por la llegada de los romanos en España. Al ver el aflojamiento de las garras cartaginesas debido a las actividades de Escipión sobre las recién conquistadas tribus del norte, decidió ofrecer batalla. Hannón avanzó y atacó a los romanos al norte de Tarraco, cerca de un lugar llamado Cissa. No hubo brillantes maniobras o emboscadas, los ejércitos simplemente formaron y se enfrentaron. Al ser superado en números de dos a uno, Hannón fue derrotado con relativa facilidad, perdiendo 6.000 hombres en la batalla. Por otra parte, los romanos consiguieron capturar el campamento cartaginés, junto con 2.000 prisioneros y al mismo Hannón. En el campamento estaban todos los equipajes dejados por Aníbal.

De esta manera Cneo se convirtió en dueño del norte del Ebro. Asdrúbal, que llegó demasiado tarde para ayudar a Hannón y aunque no era lo suficientemente fuerte como para atacar al ejército romano, aún así cruzó el río y envió una columna que hostigó a la caballería y la infantería en una escaramuza. Esta fuerza capturó varios marineros romanos, e infligió tales bajas que la eficacia de la flota en España se redujo de 60 a 35 buques. Sin embargo, la flota roma allanó las posesiones cartaginesas en España y ganó prestigio mientras que los cartagineses habían sufrido un importante revés. Después de castigar a los oficiales a cargo de los contingentes navales por la laxitud de su disciplina, Escipión y el ejército romano invernaron en Tarraco y Asdrúbal se retiró a Cartagena después de la deserción de algunas ciudades aliadas al sur del Ebro.

Si Hannón hubiera ganado la batalla, hubiera sido posible enviar refuerzos de la Hispania Barcida a Aníbal a partir de ese mismo año. Esta batalla trajo los mismos resultados de Escipión en España como la batalla del Trebia traería para Aníbal en Italia: conseguir una base de operaciones, ganarse a más de una tribu nativa como fuente de provisiones y reclutas y también cortar la comunicación por tierra de Aníbal con su base en España. A diferencia del cartaginés, Escipión no puso inmediatamente en marcha una campaña en territorio enemigo al sur del río. Tampoco se arriesgó a perder su base, sino que tomó tiempo para consolidar sus explotaciones, subyugar o aliarse con las tribus hispanas y practicar incursiones en territorio cartaginés. Estas actividades sentaron las bases para las futuras operaciones en España.

Batalla del Río Ebro

En la primavera de 217 a.C., Asdrúbal preparó una expedición combinada por tierra y mar hacia el territorio romano al norte del Ebro. El mismo Asdrúbal dirigió al ejército de tierra, del cual se desconocen sus números exactos, mientras que su segundo al mando, Himilcón, dirigía la flota. La expedición seguía la línea de la costa y todas las noches la flota se resguardaba acercándose a tierra junto con el ejército.

Cneo Escipción, temiendo que el ejército cartaginés le superara en número, decidió enfrentarse en una batalla naval. Aunque sólo podía contar con 35 quinquerremes (25 de sus naves habían sido enviadas de vuelta a Italia), la ciudad griega y aliada de Masilia aportó otras 20.

La armada cartaginesa había estado atacando la costa de Italia y la armada romana había comenzado lo que se convertirían en ataques anuales a la costa africana. En Hispania, Asdrúbal Barca no había organizado ninguna expedición contra los romanos tras su derrota en la batalla de Cissa. Cneo Cornelio Escipión se había reunido con su hermano, Publio Cornelio Escipión, que traía 8.000 soldados de refuerzo, consiguiendo que el ejército romano alcanzase la cifra de 30.000 infantes y 3.000 de caballería. Ambos hermanos gozaban de rango proconsular y gracias a la traición de un jefe hispano llamado Abelox, consiguieron recuperar a los rehenes romanos que tenían los cartagineses.

Tras alcanzar el río Ebro, la flota cartaginesa quedó amarrada cerca del delta. Los marineros y la tripulación dejaron las naves para buscar alimento en tierra puesto que no contaban con naves de transporte que llevaran provisiones para la flota. Aunque Asdrúbal había colocado exploradores para detectar las actividades de los romanos, Himilcón no había reservado naves para advertir de los movimientos de los navíos enemigos. Por otro lado, un par de naves procedentes de Masilia habían localizado a la flota púnica y habían logrado regresar sin ser detectadas para avisar a Cneo Cornelio Escipión de la presencia cartaginesa. La flota romana había navegado desde Tarraco y estaba posicionada a tan sólo 10 millas al norte de la posición cartaginesa cuando las noticias llegaron a su general. Las naves romanas, tripuladas con legionarios seleccionados, se lanzaron a atacar a la flota púnica.

Los exploradores del ejército de Asdrúbal detectaron la aproximación de la flota romana incluso antes que la propia armada púnica y avisaron mediante señales de fuego a los tripulantes de la flota del peligro que se avecinaba. Muchos de estos habían bajado a buscar alimento, por lo que se vieron obligados a volver rapidamente a ocupar las naves y a zarpar de forma desordenada. Hubo muy poca coordinación y algunos barcos se vieron incluso con tripulantes escasos para afrontar la inminente batalla. Cuando Himilcón zarpó, Asdrúbal acercó a su ejército a la costa para dar apoyo moral a su flota.

Sin embargo, los romanos no solo tenian la ventaja de la sorpresa total y de la superioridad numérica (55 naves contra 40), sino que la efectividad de combate de las naves cartaginesas era menor debido a que una de cada cuatro naves púnicas estaban recién construidas y entrenadas, sin experiencia en batalla. Los romanos formaron en dos líneas con 35 naves romanas al frente y 20 naves masilianas en la retaguardia. Con esa formación y con la capacidad de navegación de las naves griegas, la flota romana conseguía contrarrestar la maniobrabilidad superior de la flota cartaginesa.

Los romanos fueron atacando las naves cartaginesas a medida que salían del río. Ante esa situación, las tripulaciones cartaginesas perdieron la esperanza, abandonaron las naves y buscaron la protección del ejército en tierra. La derrota resultó ser decisiva a largo plazo; Asdrúbal debió marchar de vuelta a Cartago Nova ante la amenaza de ataques por mar sobre los territorios cartagineses. Con el contingente naval hispano destruido estaba obligado a solicitar refuerzos a Cartago o bien a construir una nueva flota. Sin embargo no pudo hacer ninguna de las dos cosas. La mala actuación de las tropas hispanas supuso su licenciamiento en deshonor, lo cual fue la chispa que encendería una rebelión de la tribu de los turdetanos que obligaría a Cartago a enviar 4.000 hombres de infantería y 500 de caballería a Asdrúbal. Éste necesitaría todo el año 216 a.C. para sofocar la rebelión.

Aunque la principal flota cartaginesa capturaría más tarde una flota romana de suministros dirigida a Hispania en 217 a.C. desde Cosa, en Italia, Publio Cornelio Escipión desembarcaría con 8.000 soldados a finales de año, con el mandato del Senado romano de evitar que le llegase cualquier tipo de ayuda a Aníbal desde España. Serían los últimos refuerzos que Roma enviase a Hispania hasta 211 a.C. y, con ellos, los hermanos Escipión asolarían la Hispania cartaginesa y se encontrarían con Asdrúbal en la batalla de Dertosa en 215 a.C.

Batalla de Geronium

Volviendo a la guerra en suelo italiano, Aníbal, tras dejar Ager Falernus, volvió sobre sus pasos dirigiéndose hacia Apulia. El ejército, cargado con el botín de sus saqueos así como el ganado que habían acumulado, se movía muy lento buscando un lugar en el que establecer su campamento para pasar el invierno. Fabio y los romanos seguían a los cartagineses desde la distancia.

Aníbal marchó al norte, hacia Venefram, haciendo pensar a Roma que la ciudad era su objetivo, para luego girar súbitamente hacia el este, al Samnio, para cruzar los Montes Apeninos hacia Apulia. Fabio le siguió y, cuando Aníbal llegó a la ciudad de Geronium, Fabio estableció su campamento en Larinum, 20 millas al sur. Los cartagineses habían dejado un reguero de destrucción a su marcha, arrasando las granjas y propiedades a la vez que tomaban provisiones y prisioneros a su marcha.

Aníbal tomó Geronium por no haberse atendido a sus peticiones, o simplemente porque los ciudadanos habían huido tras quemar los edificios al haberse colapsado parte de la muralla que les protegía. En cualquier caso, los cartagineses convirtieron su ciudad en un gran granero en el que almacenar su alimento y dar cobijo a su ganado, creando un campamento militar en el exterior para el ejército y rodeando la ciudad y el campamento con una trinchera y una empalizada. Entonces envió a los forrajeadores a recoger el grano de los campos vecinos y a los pastores con el ganado a pastar en la ladera de la montaña.

Fabio dejó a Minucio a cargo con las instrucciones de continuar con la estrategia que habían estado siguiendo hasta ese momento para viajar a Roma a atender una serie de deberes religiosos así como, posiblemente, realizar algo de política en favor de su estrategia, que si bien era eficaz, continuaba siendo impopular. Minucio, tras varios días, se desplazó bajando desde las colinas y estableció su campamento en la llanura de Larinum, al norte de Geronium, desde donde los romanos comenzaron a acosar a los forrajeadores cartagineses. Aníbal, en respuesta, se trasladó cerca del campamento romano desde Geronium con dos tercios de su ejército y construyó un campamento temporal ocupando una colina que se situaba por encima de los romanos con 2.000 lanceros. La movilidad de los cartagineses se veía restringida puesto que sus caballos se encontraban en ese momento en periodo de descanso. Minucio atacó y expulsó a los lanceros cartagineses para luego mover su campamento a lo alto de la colina.

Los cartagineses, en respuesta al movimiento de los romanos, se vieron obligados a reducir el número de forrajeadores durante unos días pero finalmente tuvieron que enviar partidas cada vez más numerosas en busca de provisiones. Los romanos, viendo su oportunidad, enviaron infantería ligera y caballería para matar a un gran número de estos y luego se desplazaron hacia el propio campamento de Aníbal. Éste, con sus forrajeadores bajo ataque y su campamento en peligro de ser desmantelado, dirigió una salida contra los romanos con sólo un tercio de su ejército presente y la mayor parte de su caballería ausente. Tras una batalla en inferioridad numérica, sólo la llegada de Asdrúbal con 4.000 forrajeadores logró contrarrestar la ventaja romana y Minucio decidió retirarse a su campamento. Sin embargo, con esa batalla Minucio había logrado infligir muchas bajas a los cartagineses y Aníbal abandonó el campamento temporal para retirarse al original de Geronium. Era la primera vez que Aníbal se retiraba en una escaramuza de importancia y la primera vez también que se veía obligado a ceder la iniciativa a su enemigo desde que había empezado la guerra.

Las noticias de esta escaramuza fueron recibidas en Roma como las de una gran victoria, y un pretor llamado Metelo o bien, según otras fuentes, Cayo Terencio Varrón (futuro cónsul) propuso una ley para elevar a Minucio al mismo rango que Fabio. La ley fue aprobada rápidamente, otorgando por primera vez en la historia el rango de dictador romano a dos personas a la vez.

Al volver Fabio, propuso que o bien Minucio y él se alternaban en el mando en días alternativos, o se dividía el ejército en dos mandos independientes. Minucio eligió dividir el ejército y acampó a una milla y media al sur del campamento de Fabio, posiblemente en el mismo lugar en el que se había situado el campamento temporal de Aníbal. Cuando este fue informado de la división del ejército romano, planeó atrapar y destruir al comandado por Minucio. El terreno entre ambos campamentos era llano, sin árboles y sin vegetación; sin embargo, en el terreno bajo la colina había hondonadas y lugares en los que los soldados podían agazaparse y quedar escondidos sin que nadie se diese cuenta.

Aníbal seleccionó un cuerpo de 5.000 hombres de infantería y 500 de caballería y les ordenó agruparse en destacamentos de 200 a 300 hombres para guarnecerse en esos escondites naturales la noche antes de la batalla. La capacidad y disciplina de los cartagineses resultan evidentes dada su ejecución de esta operación nocturna tan complicada. Al amanecer, un contingente de infantería ligera cartaginesa se posicionó en la colina expuesta a la vista de los romanos.

Tal y como Aníbal había anticipado, Minucio vio a los cartagineses desplegados en la colina y envió rápidamente a sus vélites para expulsarlos. Aníbal envió suficientes soldados para aguantar a los romanos hasta llegar a un punto muerto, lo que hizo que Minucio enviase a la caballería romana e italiana a la colina. Aníbal contraatacó con su caballería pesada y su caballería númida. La caballería romana, tras luchar un cierto tiempo, comenzó a perder terreno frente a la gran capacidad de la caballería cartaginesa. Minucio entonces llamó a sus cuatro legiones y marchó hacia la batalla. Aníbal también había desplegado a su infantería y avanzó para enfrentarse a los romanos.

Toda esta secuencia de acciones y reacciones, planeada y orquestada por Aníbal, no permitió al general romano examinar el terreno o enviar exploradores para revisar el área donde ahora se enfrentaban sus ejércitos. Fabio, que observaba desde su campamento, llamó a su ejército para que estuviesen preparados pero no salió para ayudar a su compañero.

En el momento en que Minucio alcanzó la colina, la caballería romana rompió filas y las tropas ligeras romanas comenzaron su retirada en dirección hacia las legiones que se acercaban. En el momento de mayor confusión, antes de que los romanos volviesen a ordenar sus filas, los cartagineses ocultos emergieron y atacaron desde los flancos y la retaguardia de la formación romana. Aníbal y su infantería también atacaron rápidamente a los romanos desde el frente antes de que la sorpresa de la emboscada se perdiese. Los romanos, atacados desde todas direcciones, rompieron filas y huyeron, mientras que algunos grupos eran rodeados y obligados a luchar por sus vidas.

En ese momento Fabio salió al rescate. Marchó con sus cuatro legiones y se aproximó a la batalla. Los soldados que huían comenzaron a formar de nuevo en sus filas junto a sus legiones y los cartagineses que se encontraban entre los dos ejércitos romanos comenzaron a retirarse, permitiendo a Minucio y a sus soldados retirarse y reagruparse junto con las tropas de refresco. Los dos ejércitos se reagruparon, pero entonces Aníbal rompió filas y se retiró de la batalla a su campamento, posiblemente porque no deseaba luchar una batalla de desgaste contra un ejército superior. Los cartagineses habían logrado infligir duras bajas a los romanos, y sólo la rápida salida de Fabio les salvó de un nuevo desastre militar.

Minucio, tras la batalla, devolvió el mando supremo a Fabio, retomando sus deberes como magister equitum. Tanto los romanos como los cartagineses se alojaron en sus cuarteles para pasar el invierno, estación en la que no se produjeron acciones militares importantes.

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Estatua de Q. Fabio Máximo

Segunda Guerra Púnica (Segunda Parte)

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Batalla Naval de Lilibea

Mientras tanto, la armada cartaginesa daba el primer golpe por mar con una flota de 20 quinquerremes, cargados con 1.000 soldados, incursionando en las islas Eolias. Otro grupo de 8 naves que surcaba el estrecho de Mesina encalló en esta área. La flota siracusana, por ese entonces en Mesina, capturó tres de los barcos sin resistencia. Cuando de su tripulación los sicilianos obtuvieron la información de que una flota cartaginesa iba a atacar Lilibea, Hierón II alertó al pretor romano Marco Amelio en Lilibea.

La flota cartaginesa fue obstaculizada por el mal tiempo y tuvo que esperar para comenzar su actuación. Aunque los romanos sólo tenían 20 barcos presentes en Lilibea, el pretor, luego de recibir la advertencia de Hierón II de Siracusa, los aprovisionó para una larga travesía y puso un adecuado contingente de legionarios romanos a bordo de cada nave antes de que apareciera la flota cartaginesa. También puso centinelas a lo largo de la costa para advertir la llegada de los barcos enemigos. Los cartagineses habían interrumpido su jornada a la altura de las islas Egadas, y cuando salieron rumbo a Lilibea en una noche iluminada, intentaron hacer coincidir su llegada con la madrugada. Los centinelas romanos los descubrieron mucho antes de que llegaran a la costa. Cuando los barcos romanos zarparon a su encuentro, los cartagineses redujeron su velocidad y se quedaron en mar abierto. Estos superaban en número a los romanos, pero sus naves transportaban pocos soldados. Confiando en sus fuerzas, los romanos intentaron cercar las naves cartaginesas, mientras que éstas trataron de evadir la persecución romana para embestirlos desde otra dirección. En la confusión, los romanos embarcaron en las naves cartaginesas, capturaron siete de éstas y tomando 1.700 prisioneros. Los restantes barcos cartagineses se retiraron.

Así Roma frustró el intento de los cartagineses de establecer una base en Sicilia. El cónsul Sempronio Longo arribó poco después con su flota y ejército a Sicilia. Navegó con sus naves a Malta, donde capturó la isla y tomó 2.000 prisioneros, junto con la guarnición cartaginesa del lugar. Entre tanto, un contingente cartaginés había navegado y realizado una incursión en el territorio de Brucia. Sempronio recibió las noticias de la batalla del Tesino y fue convocado por el Senado romano para ayudar a Publio Cornelio Escipión. El cónsul dejó 50 barcos en Lilibea bajo el mando de Marco Amelio, otros 25 en Bruttium, y luego envió su ejército por tierra y por mar a la Romaña (Italia central) para reforzar a Publio Cornelio Escipión que había sido herido durante la batalla anterior.

Aníbal, gracias a sus hábiles maniobras, estaba en posición de contrarrestar a Sempronio pues controlaba la carretera que el cónsul debía seguir si quería unirse a Escipión. Aprovechando la situación, Aníbal tomó por traición Clastidium, actual Casteggio en Lombardía, donde halló grandes cantidades de suministros para sus hombres. No obstante, este éxito no fue completo; aprovechando la distracción del cartaginés, Sempronio avanzó y logró unirse a Escipión. Apenas llegó este a la zona, su caballería tuvo una refriega favorable con los forrajeadores púnicos que le hizo ganar confianza.

El invierno de diciembre del año 218 a.C. era particularmente frío y nevoso. Escipión aún estaba recuperándose de las heridas recientes pero Sempronio deseaba entablar batalla lo antes posible debido particularmente a que la época para la elección de los nuevos cónsules estaba cerca. Sempronio realizó los preparativos para una batalla a gran escala sin hacer caso de la precaución que mostraba Escipión para enfrentarse a Aníbal. La fuerza del cartaginés acampó alrededor del frío y crecido río Trebia.

«Un lugar entre los dos campamentos, completamente plano y sin árboles, atravesado por un arroyo con los bancos escarpados, con una densa vegetación que incluían zarzas y otras plantas espinosas, y aquí él propuso colocar una guarnición para sorprender al enemigo. Aníbal, que mediante el uso de espías galos había encontrado un lugar adecuado para tender una emboscada, envió a 1.000 jinetes de la caballería sagrada y a 1.000 infantes bajo el mando de su hermano menor Magón Barca para que se ocultaran durante la noche. A la mañana siguiente, Aníbal envió a su caballería númida al otro lado del Trebia con la orden de hostigar al campamento romano y después retirarse, para de esta manera atraer a los romanos hacia un lugar donde el destacamento de Magón pudiera aparecer y atacar en el momento oportuno.»

Batalla del Trebia

Los jinetes númidas lograron captar la atención del campamento romano y Sempronio envió a su caballería para perseguirlos. Poco después ordenó al su ejército entero de más de 20.000 infantes, 4.000 jinetes auxiliares y 3.000 aliados galos avanzar hacia el ejército cartaginés. Aún era muy temprano cuando las legiones cruzaron el Trebia y los romanos aún se hallaban somnolientos, sin haber desayunado y temiendo lo peor. Los cartagineses, por otra parte, se habían alimentado bien y antes del combate se habían untado con aceite para protegerse del frío. Aníbal dispuso a su ejército en óptimas posiciones en un campo de batalla que él mismo había elegido. Colocó una línea de infantería ligera de 1.000 hombres y detrás de ellos dispuso la fuerza principal de infantería compuesta por unos 20.000. A su vez, varios escuadrones de caballería, sumando aproximadamente 10.000, se situaron en los flancos de la columna principal de infantería con elefantes en cada lado. Sempronio ubicó a su ejército en formación de quincunx, compuesta por tres líneas, colocando a los vélites al frente, la caballería en los flancos y a los guerreros galos aliados de Roma a la izquierda de las legiones.

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La infantería ligera romana, que tomaba el papel de pantalla del grueso de las legiones, fue la primera en entrar en combate, pero los velites, mal preparados para la lucha cuerpo a cuerpo, fueron fácilmente dispersados. Después de que estos se retiraran entre los espacios de la línea romana, los hastati y los prínceps tomaron su lugar y se enfrascaron en el combate contra los cartagineses. Mientras los legionarios seguían luchando cuerpo a cuerpo, la caballería cartaginesa en ambas alas se enfrentó a sus equivalentes romanos, a los que superaban en un elevado número. Gradualmente los jinetes romanos fueron obligados a retroceder más y más dejando a la infantería romana cada vez más expuesta. Mientras tanto Aníbal envió a todos sus elefantes para atacar a los galos aliados de Roma, los cuales, como nunca habían visto tales criaturas, se desmoralizaron y huyeron. Con la caballería romana derrotada y en plena fuga, los escuadrones de caballería cartaginesa atacaron sucesivamente los ya desprotegidos flancos romanos. Al mismo tiempo, la fuerza oculta de Magón Barca emergió de su escondite y cayó sobre la retaguardia romana. La moral del ejército de Sempronio se encontraba muy baja debido al frío, la presencia de los elefantes cartagineses y la derrota de su caballería, y al ser atacados por todos los flancos, la moral se perdió totalmente; las legiones rompieron filas y comenzaron la huida.

Cientos de soldados romanos fueron abatidos sobre el terreno y pisoteados por los elefantes, otros tantos se ahogaron intentando cruzar el río para salvarse. Los restantes, atrapados entre las fuerzas de Aníbal, fueron masacrados. Los supervivientes huyeron en desbandada pero fueron capaces de reorganizarse y lograron retirarse hasta la cercana ciudad de Plascencia. De nuevo Aníbal había logrado una importante victoria, esta vez tras enfrentarse a dos ejércitos romanos completos.

Los romanos se retiraron dejando a Aníbal el control del norte de Italia. El apoyo de las tribus galas y ciudades italianas no fue el esperado y muchos terratenientes romanos quemaron sus hogares para evitar el saqueo cartaginés.

Los romanos, consternados por la derrota, inmediatamente hicieron planes para enfrentarse de nuevo a los invasores. Sempronio volvió a Roma y fue juzgado por supuesta negligencia, pero fue absuelto, en parte por la declaración a su favor de Escipión. El año siguiente los nuevos cónsules elegidos fueron Servilio Gemino y Cayo Flaminio Nepote, el último de los cuales conduciría al ejército romano a la batalla del lago Trasimeno.

Batalla del Lago Trasimeno

La batalla del Trebia fue una llamada de atención para los romanos. Aunque no estaban convencidos aún de que existiera una auténtica emergencia, y que por lo tanto no era necesario nombrar un dictador (único magistrado capaz de dirigir legalmente un ejército de cuatro o más legiones), reclutaron un contingente de 13 legiones, ocho de las cuales estaban posiblemente asignadas a la península itálica: una en Tarento, dos en Roma, una en Umbría con Cayo Centenio, dos en el ejército consular de Cayo Flaminio Nepote y dos en el ejército consular de Cneo Servilio Gemino. Después de las derrotas de los anteriores cónsules, Flaminio se desplazó a Etruria siguiendo al ejército de Aníbal, que había abandonado la Galia Cisalpina con rumbo al Sur, atravesando para ello los Montes Apeninos. Mientras, su colega de consulado Gémino quedaba en la Galia Cisalpina castigando a los galos que habían prestado su apoyo a los cartagineses..

A pesar de la reciente victoria, el ejército de Anibal se encontraba con algunos problemas. Sus aliados galos desconfiaban de él, por lo que ante una posible traición, Aníbal usaba disfraces y pelucas para evitar ser reconocido entre las tropas. Si bien las incorporaciones de estos nuevos aliados fueron masivas (no menos de 20.000 infantes y 4.000 jinetes), la calidad de los mismos era inferior a la de los veteranos hispanos y africanos del ejército cartaginés. Su infantería estaba peor armada y equipada que la romana, aunque con los equipos capturados en Trebia pudo mejorarse especialmente la de origen africano. Para empeorar las cosas, todos sus elefantes supervivientes de Trebia, excepto la montura de Aníbal, habían muerto debido a una fuerte ventisca.

Flaminio se encontraba cerca de Arretio (al suroeste de Pisa), esperando ver que ruta tomaba Aníbal hacia el sur. El cartaginés comenzó a provocarle, asolando la campiña vecina a Arretium y dirigiéndose entonces hacia el Sur donde alcanzó el Lago Trasimeno. El cónsul, soldado de experiencia pero demasiado impulsivo, comenzó a seguirle de manera descuidada. Mientras el ejército de Gemino permanecía en la Galia y comenzaba a moverse hacia el Sur para unirse al seguimiento de las fuerzas púnicas, el ejército de Flaminio llegó a las cercanías del lago.

Aníbal eligió el punto en que la carretera de Malpasso recorría la orilla norte del Lago Trasimeno, un lugar donde se convertía en un estrecho desfiladero entre las montañas que descendían desde el este. Dispuso sus tropas a cubierto en las colinas boscosas al norte y después envió un pequeño destacamento aún más al norte, a las colinas septentrionales de Tuoro, para encender hogueras y convencer así a los romanos de que sus tropas se encontraban más abajo del río.

A la mañana siguiente, Flaminio levantó el campamento y reanudó la persecución de Aníbal en una densa niebla matutina. Moviendo el ejército en columnas a lo largo de la orilla y sin caballería al frente, entró directamente en la trampa. Las tropas del cartaginés descendieron desde las colinas en una marea de hombres y caballos, arrasando el flanco romano, bloqueando la carretera  y cortando la retirada enemiga.

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La emboscada de Aníbal, con los cartagineses en azul

Los romanos no pudieron adoptar su formación de batalla y se vieron obligados a luchar por sus vidas. Divididos en tres bloques, el más occidental fue atacado por la caballería cartaginesa y empujado al interior del lago, lo que dejaba al resto del ejército rodeado. El centro, donde se hallaba Flaminio, logró mantener el terreno durante unas tres horas de combate pero se derrumbó finalmente contra los aliados galos de Aníbal. El cuerpo del cónsul nunca fue encontrado.

Aníbal destruyó completamente el ejército enemigo, 15.000 romanos murieron (muchos de ellos ahogados tras ser empujados hacia el lago) y 10.000 más fueron apresados. Un grupo de 5.000 que pudo abrirse paso entre las líneas cartaginesas fue finalmente rodeado en una colina vecina por la caballería púnica mandada por Maharbal y aceptó rendirse a cambio de su libertad. Aníbal no reconoció a su subordinado con autoridad suficiente para tomar tal decisión y decidió capturarlos también como prisioneros.

Batalla de los Pantanos de Plestia

Aún existían más obstáculos para Aníbal antes de poder llegar a Roma. El otro cónsul, Servilio Gémino, enterado de la presencia de los púnicos en Etruria, puso en marcha a su ejército a través de la vía Flaminia para auxiliar a su colega sin saber de la reciente masacre. Además, el propretor Cayo Centenio tenía bajo sus órdenes en la adyacente Umbría un contingente de entre 4.000 y 8.000 hombres. Este estaba situado junto a los pantanos de Plestia y su misión consistía en bloquear el paso hacia el Adriático desde Etruria.

Había adicionalmente otra barrera física importante: la vía Flaminia tenía un puente sobre el rio Nar en la localidad de Narnia que por lógica sería destruido por los romanos antes de que Anibal pudiera cruzarlo. Vadear el Nar con una fuerza romana cerca implicaba un riesgo elevado.

Antes de intentar cualquier progreso hacia el sur, Aníbal decidió eliminar el contingente de Cayo Centenio, para lo cual se dirigió hacia el lugar donde este se encontraba. Una vez observó la posición de bloqueo, ordenó a Maharbal que se adelantase con una fuerza de caballería y de infantería ligera con la cual debía esa noche encontrar un paso entre las montañas mientras él aguardaba frente a los romanos con el grueso de sus tropas. Cuando estimó que Maharbal había flanqueado la fuerza enemiga, el general cartaginés atacó frontalmente a Centenio mientras por su espalda aparecían las fuerzas de Maharbal. Los romanos, rodeados por todas partes, comenzaron una precipitada huida.

A pesar de la victoria y las peticiones de sus generales, Aníbal no procedió al asedio de Roma, dado que, aparte de que carecía de maquinaria de asedio y no poseía una base de aprovisionamiento en Italia central, contaba con debilitar la fuerza de resistencia de Roma destruyendo una y otra vez lo mejor de su ejército. Por lo tanto, se dirigió hacia el sur de Italia con la esperanza de incitar una rebelión entre las ciudades griegas, lo que le permitiría contar con mayores recursos económicos para vencer a los romanos. Marchó a través del Piceno hacia la costa del Adriático, alcanzando Herita diez días después de haber partido del Lago Trasimeno. En ese lugar dio descanso a su ejército, que por entonces sufría de escorbuto, equipó a sus tropas libias y africanas con las armas capturadas a los romanos y las sometió a un entrenamiento intensivo.

Mientras tanto, el veterano Fabio Máximo había sido nombrado dictador romano, un cargo de autoridad suprema que se utilizaba solamente en momentos críticos. Su primer acto como dictador fue llamar a los romanos a un solemne sacrificio y súplica a los dioses y después hacer que Lacio y los distritos vecinos fueran inutilizables para el enemigo.

Fabio comenzó a trabajar en la restauración de la moral del pueblo romano, así como de las defensas de Roma. Las murallas fueron reparadas y Minucio, su jefe de caballería, fue encargado de reclutar dos legiones romanas y dos aliadas, así como unidades de caballería auxiliar. Las ciudades latinas sin murallas recibieron órdenes de ser abandonadas, y sus habitantes se desplazaron a ciudades con protección. Además, algunos puentes fueron demolidos para dificultar el cruce a los cartagineses.

Fabio se tomó un cuidado muy meticuloso en la observación de todos los procedimientos religiosos vinculados a los asuntos de estado, así como de todos los procedimientos civiles, tras haber culpado por la derrota anterior precisamente a la inobservancia de estas cuestiones. Una vez quedó claro que Aníbal no marchaba hacia Roma, Fabio ordenó al ejército de Cayo Servilio que avanzase a Lacio, y él mismo abandonó Roma para tomar el control. Luego se unió al recién reclutado ejército de Minucio y marchó a lo largo de la vía Apia hacia Apulia.

Aníbal, mientras tanto, marchó en dirección sur. Su ejército descansado, con la salud recuperada, re-entrenado y re-equipado, fue dejando un rastro de desolación a lo largo de la Italia central a medida que arrasaban la zona para tomar el grano, el ganado, las provisiones y suministros que necesitaban durante su marcha. Aníbal siguió la planicie costera y luego se dirigió al oeste. Ya cerca de Arpi, el ejército romano bajo el mando de Fabio tomó contacto con el ejército cartaginés y acampó en Aecae, a seis millas del campamento enemigo. Aníbal formó a su ejército y ofreció batalla, pero Fabio permaneció en su campamento.

Durante los siguientes meses Fabio utilizó la táctica que sería conocida más adelante como estrategia fabiana, y que le supondría ganar el sobrenombre de «Cunctator» (el Retrasador). Daba igual qué tipo de provocación emplease Aníbal, el ejército romano siempre se negaba a entrar en combate abierto, vigilaba a los cartagineses desde la distancia, cortaba su línea de suministros y maniobraba para controlar el terreno elevado y eliminar con ello cualquier ventaja que la caballería cartaginesa pudiera tener.

Con esta estrategia Fabio dejó la iniciativa en la contienda a Aníbal; aunque no fue capaz de detenerle en el saqueo y destrucción de propiedades romanas, consiguió que su ejército ganase experiencia de combate y permaneciese intacto. Además, la amenaza de la intervención del ejército de Fabio permitió que sus aliados latinos no tuviesen tentaciones de pasarse al bando enemigo.

Aníbal marchó al oeste, hacia Samnio, y luego se desplazó a Benevento, asolando los territorios por los que pasaba. Fabio siguió cautelosamente a Aníbal, manteniendo a sus tropas en terreno elevado frente al enemigo. Desde Benevento, que cerró sus puertas al ejército cartaginés, Aníbal se dirigió al norte a capturar una ciudad cuyo nombre pudiera ser Venosia o Telesia. Desde ahí atacó en dirección sudoeste a través de Allifae, Callifae, cruzando el río Volturno hacia Cales y luego hacia la llanura cerca de Casilinum. Aníbal dio rienda suelta a sus soldados en esas tierras tan ricas, y a lo largo del verano recogió un interesante botín de ganado, grano, suministros y prisioneros.

Batalla del Ager Falernus

Ager Falernus se extendía al sur del Lacio y al norte de Capua. Fabio reforzó Casilinum y Cales al sur de Ager Falernus. Minucio tomó posición al norte de la planicie para poder vigilar tanto la vía Latina como la vía Apia, y Taenum también fue reforzado con una guarnición. El ejército principal romano acampó cerca del monte Masico, al norte de la llanura que se encontraba al oeste de la posición de Minucio preparado para salir en defensa de su posición. Se envió un destacamento de 4.000 hombres para vigilar los puertos de montaña del monte Calícula hacia el este de la llanura cercana a Alifae y con ello, los romanos lograron encerrar a los cartagineses en la llanura.

Aunque había ocho posibles rutas para salir del Ager Falernus, cinco de ellas quedaban bloqueadas por encontrarse todos los puentes del río Volturno en manos romanas. Por ello, sólo había tres posibilidades de escape para los cartagineses. Parecía que Aníbal sólo podía atacar directamente la posición romana para escapar y que la única cuestión que quedaba en el aire era si elegiría esa peligrosa maniobra antes o después de quedarse sin suministros.

Mientras tanto Fabio había vuelto a Roma para hacerse cargo de una serie de deberes religiosos. Además de esa excusa formal, necesitaba visitar la ciudad para poder defender su estrategia militar puesto que los daños que Aníbal estaba causando en las propiedades romanas empezaba a hacer mella en los terratenientes de la aristocracia.

Aníbal, una vez que hubo completado su misión de saqueo y no queriendo pasar el invierno allí, decidió dejar la llanura. Los romanos, guiados por Fabio, seguían negándose a atacar a pesar de las provocaciones. Por su parte, Aníbal no deseaba sufrir muchas bajas en un enfrentamiento frontal contra los campamentos fortificados romanos ubicados en las zonas más altas. Por lo tanto el ejército cartaginés se desplazó al este a través del paso cerca del monte Calícula, por el cual habían entrado a la llanura. Fabio anticipó el movimiento y bloqueó el paso con 4.000 hombres, acampando cerca con el ejército principal y el contingente de Minucio.

Aníbal se preparó cuidadosamente para romper la trampa en la que estaba metido. El día antes de la batalla hizo comer a sus hombres una buena cena y les hizo irse a dormir temprano mientras que dejaban encendidas las hogueras de los campamentos. Se seleccionaron 2.000 bueyes de entre el ganado capturado, junto con 2.000 no combatientes que guiaran los animales y 2.000 soldados de infantería que guardasen al grupo. En los cuernos de los bueyes se ataron maderos secos y ramas en forma de antorchas. Bajo el campamento de Fabio en el este, y al noroeste del paso, a los pies del monte Calícula, había una elevación. Los lanceros cartagineses debían capturar ese risco y mantenerlo.

En la hora establecida, después de que la tercera parte de la noche había transcurrido, el ejército cartaginés se movilizó y se preparó para la marcha lo más silenciosamente posible. Las fuerzas escogidas con el ganado marcharon hacia su destino y cuando se acercaron lo suficiente encendieron las maderas y antorchas atadas a los cuernos de los bueyes. Los animales, asustados, corrieron en estampida provocando un gran estruendo que, junto con las llamas, atrajo la atención de los romanos ubicados en el campamento de Fabio, al igual que la del destacamento que guardaba el paso, pero las reacciones de estas dos fuerzas sería muy distinta.

Fabio se negó a salir a pesar de los ruegos de sus oficiales y de su segundo al mando. El ejército romano permaneció en guardia pero no salió a enfrentar al enemigo. Fabio no deseaba luchar una batalla nocturna, temiendo algún truco púnico que buscase hacer luchar a los romanos en una batalla sobre terreno desigual y en donde la infantería romana perdería ventaja al estar dispersas sus filas y la comunicación. Sin embargo, la fuerza romana de defensa del paso sí que se lanzó al ataque sobre lo que pensaban que era el ejército cartaginés que intentaba sobrepasar su posición para escapar.

Tan pronto como los romanos abandonaron su posición, el ejército principal de Aníbal abandonó el campamento. La infantería africana iba a la cabeza, la caballería y el ganado les seguían y los aliados celtas e iberos cerraban la marcha. El ejército atravesó el paso sin problemas, puesto que Fabio no salió a su encuentro. Por su parte, la fuerza romana que atacaba a la avanzadilla cartaginesa se vio descolocada cuando se encontraron con los animales. Éste salió en estampida rompiendo sus líneas, con lo que los lanceros cartagineses pudieron emboscarles. Cuando ya empezaba a amanecer, apareció una unidad de iberos, expertos en guerra de montaña, que mató a más de 1.000 romanos y logró rescatar a los lanceros y no combatientes cartagineses, así como a parte del ganado.

La imagen política de Fabio comenzó a desgastarse a partir de este incidente, que supuso un incremento en Roma del descontento con respecto a sus tácticas militares; se sospechaba incluso que quería prolongar la guerra para mantener el mando y fue acusado de cobardía, de incapacidad, e incluso de traición, incluso cuando este usó la producción de sus haciendas para rescatar prisioneros romanos. Por el contrario, el propio Aníbal apreciaba el comportamiento de Fabio. Este, tras escapar de la trampa en la que se había metido, marchó al este hacia Apulia arrasando las propiedades romanas a voluntad. Fabio siguió manteniendo una cautelosa táctica de seguimiento, a la vez que ordenaba quemar ciudades y arrasar los campos que se encontrasen al paso de Aníbal, ya que al contrario de los romanos, no contaba con una cadena de suministros para su ejército, por lo que esta táctica le quitaba los recursos a los que podía acceder obligándolo a abandonar la zona. Marchó al este, a través del Samnio y hacia Apulia, y eligió la ciudad de Geronium como su base invernal.

La batalla en sí fue más pequeña que la batalla del Ticino. Aunque Fabio no cayó en las trampas preparadas por Aníbal, su fuerza de bloqueo sí lo hizo. Leonard Cottrell, en su libro «Anibal: Enemigo de Roma», escribió que el truco fue diseñado para ser reconocido por Fabio. Aníbal supuestamente habría estudiado la mente de su oponente y preparó un plan para hacerle actuar exactamente como necesitaba que lo hiciese. Fabio pensó que Aníbal intentaba hacerle luchar una batalla nocturna en territorio desigual, en donde la infantería romana perdía sus mayores ventajas, la disciplina, el trabajo en equipo, y una formación organizada. Dado que Aníbal estaba eligiendo la hora y el lugar del enfrentamiento, era muy posible que tuviese preparadas otras sorpresas para ganar más ventaja a los romanos, por lo que Fabio hizo lo que Aníbal esperaba: nada.

Por su parte, los romanos que guardaban el paso y que no tenían a Fabio para dirigirles, pensaron que hacían su trabajo cuando salieron a evitar la huida cartaginesa. Una vez más, actuaron como Aníbal había anticipado. Parece ser que ambos comandantes seguían de alguna forma una de las observaciones de Sun Tzu: «Una batalla que se evita no puede perderse«.

Segunda Guerra Púnica (Primera Parte)

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La Segunda Guerra Púnica (218 a.C. – 201 a.C.) es el más conocido de los enfrentamientos bélicos acaecidos en el marco de las guerras entre las dos potencias que entonces dominaban el Mediterráneo Occidental: Cartago y Roma. Tras la guerra de desgaste que había supuesto el primer conflicto ambos contendientes quedaron exhaustos, pero la peor parte se la habían llevado los púnicos, que no solo sufrieron amplias pérdidas económicas fruto de la interrupción de su comercio marítimo, sino que habían tenido que aceptar duras condiciones de rendición.

En esta decisión de capitulación había sido clave la presión de los grandes oligarcas cartagineses que ante todo deseaban el fin de la guerra para reanudar sus actividades comerciales. En cambio, otras importantes figuras púnicas consideraban que la rendición había sido prematura, especialmente teniendo en cuenta que Cartago no supo explotar su superioridad naval y que la conducción de la guerra había mejorado ostensiblemente desde que el estratega Amílcar Barca había asumido el mando de las operaciones en Sicilia. Además, consideraban abusivas y deshonrosas las condiciones del armisticio impuestas por Roma.

Para agravar la ya enrarecida situación, los oligarcas que dominaban el senado cartaginés se negaron a pagar a las tropas mercenarias que habían vuelto desde Sicilia y que estaban estacionadas alrededor de la ciudad. La nueva torpeza costó el asedio no solo de Cartago sino la toma de otros enclaves púnicos, como Útica, y solo una magnífica campaña de Amílcar consiguió acabar con los mercenarios rebeldes y con los libio-fenicios del interior que se habían sumado a la revuelta.

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Campaña cartaginesa en Hispania

Cartago necesitaba una gran solución para mejorar su debilitada economía. Esta la traería Amílcar Barca y sus seguidores, quienes organizaron una expedición militar para obtener las riquezas de la península ibérica con el fin de encontrar una fuente alternativa para los recursos que le habían proporcionado los territorios de Sicilia y Cerdeña, perdidos a favor de Roma. Los pueblos de la zona meridional de Hispania fueron uno a uno sometidos por Amílcar, y tras su muerte, su yerno Asdrúbal tomó el mando y estableció alianzas con las tribus del este de la península gracias a sus habilidades diplomáticas. Fundó Qart Hadasht (Cartago Nova), actual Cartagena, y situó su frontera en el río Ebro. Su campaña finalizó con su muerte en el año 221 a.C., tras ser asesinado por un súbdito del Rey Tagus, líder de la tribu hispánica de los olcades, quien sacrificó su vida en venganza por la muerte de su rey. Las fuentes históricas nos dejan el siguiente extracto:

«Así las cosas, se entregan las riendas del poder a Asdrúbal, quien por entonces esquilmaba con furor desproporcionado las riquezas de los pueblos de Occidente, la nación íbera y los que habitan junto al Betis. Corazón terrible no exento de una irremediable cólera el de un jefe que disfrutaba mostrando crueldad en su poder. Con su insaciable sed de sangre, creía descabelladamente que ser temido era síntoma de distinción; sólo podía aplacar su locura sanguinaria con castigos nunca vistos. Sin ningún respeto por lo humano o lo divino, mandó crucificar en lo alto de una cruz de madera a Tagus, hombre de arraigada nobleza, aspecto distinguido y probado valor, y, triunfante, exhibió luego ante su pueblo afligido a este rey privado de sepultura. Por grutas y riberas lloran las ninfas de Iberia a Tagus, quien tomaba su nombre del aurífero río, y no hubiera preferido él ni la corriente meonia ni las aguas lidias, ni la llanura que, regada por un caudal de oro, amarillea al mezclarse con las arenas del Hermo. Siempre el primero a la hora de entrar en combate y el último en deponer las armas, cuando guiaba altanero a su veloz corcel a rienda suelta, no había espada ni lanza arrojada de lejos que pudiera detenerlo. Revoloteaba triunfante Tagus, bien conocido en ambos ejércitos por su dorada armadura.

Cuando uno de sus esclavos lo vio colgado de su funesto madero y desfigurado por la muerte, a hurtadillas empuñó la espada preferida de su amo, irrumpió rápidamente en el palacio e hirió dos veces el pecho cruel de Asdrúbal. Los cartagineses montaron en cólera, acentuada entonces por tal pérdida y, como pueblo proclive a la crueldad, se abalanzaron contra él y lo sometieron a todo tipo de torturas: ya no hubo límite para el fuego y el hierro candente, los azotes que aquí y allá desgarraban su cuerpo mutilado con infinitos golpes, las manos del verdugo, la misma muerte que se le colaba hasta el fondo de sus entrañas, las llamas que brillaban en mitad de las heridas. Un espectáculo atroz de ver e incluso de contar: sus tendones cruelmente estirados, se tensaban todo lo que el tormento permitía; cuando perdió toda su sangre, sus huesos calcinados humeaban todavía junto a los miembros consumidos. Pero su ánimo permanecía intacto: sobrellevaba el dolor, lo despreciaba y, como si fuese un mero espectador, reprochaba a los torturadores su agotamiento y a grandes gritos reclamaba para sí el suplicio de la cruz, al igual que su amo.»

Tras la muerte de Asdrúbal, Aníbal Barca, hijo de Amílcar Barca, fue nombrado comandante supremo de los ejércitos cartagineses en Hispania con tan solo 25 años de edad. A partir de su llegada, Aníbal atrajo todas las miradas: «Es Amílcar en su juventud, que nos ha sido devuelto», decían los viejos soldados, «la misma energía en la cara, el mismo fuego en la mirada: aquí está su aspecto, aquí están sus gestos». Tras haber asumido el mando pasó dos años consolidando el poder cartaginés sobre las tierras hispánicas y terminando la conquista de los territorios situados al sur del Ebro. Continuó la estrategia de su antecesor sometiendo en 221 a.C. a los olcades en el sureste y acometiendo durante el siguiente año una campaña contra los vacceos en el noreste. Sus objetivos eran múltiples: capturar prisioneros para que trabajasen en sus minas, conseguir reservas de grano, mercenarios para su ejército y asegurar la retaguardia de su principal territorio antes de emprender su expedición contra Roma.

En Vacceia, Aníbal primero sitió Helmantiké, a la que logró someter tras varias luchas y negociaciones. Posteriormente asedió Arbucala, la cual fue tomada tras una dura resistencia de sus habitantes.  Continuó hasta llegar al valle del Tajo y cruzó el rió a través de un vado. Estando del otro lado, Aníbal fue informado por sus exploradores que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. El ejército cartaginés, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababa de atravesar. Una vez alcanzada, Aníbal no cruzó el río sino que ordenó la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

Batalla del Tajo

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico con un núcleo formado por falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas y muy potentes en el ataque frontal. Estas eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado. Este ejército era dirigido por un cuadro de mando formado por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen: súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios, pueblos aliados como los oretanos o los númidas y mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

A la muerte de Asdrúbal el ejército de Cartago en Hispania alcanzaba la cifra de 60.000 infantes, 8000 jinetes y 200 elefantes de guerra. Teniendo en cuenta el amplio territorio hispano ya controlado y su necesidad de vigilancia, Aníbal empleó solo una parte de su ejército para esta campaña. Se estima que sus tropas se compondrían de 20.000 soldados a pie y 6000 jinetes. Polibio nos informa que además contaba con 40 elefantes. Por otro lado, a Aníbal le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

Tanto carpetanos como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica y su ejército tenía la estructura conocida como warband; grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos pero que carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses y la adversidad. Este ejército carecería de un mando único ya que ninguna de las fuentes que relatan la batalla nos indica la existencia de un jefe supremo del ejército, a diferencia de enfrentamientos bélicos anteriores de tribus hispanas contra los cartagineses, de los cuales sí nos son conocidos sus nombres: Istolacio, Indortes o el rey Orisón.

La fuerza del ejército carpetano fue calculada por Polibio y Tito Livio en 100.000 hombres, cifra que los historiadores modernos consideran exagerada y que actuales estimaciones limitan a 40 000. El ejército debió componerse casi exclusivamente de infantería, ya que la caballería cartaginesa no encontró oposición durante la batalla, algo que fue vital en el desarrollo de la misma.

Con los carpetanos asentados frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río sin ser advertido por sus enemigos. La necesidad de cruzar por el vado existente y la habilidad de Aníbal al construir un campamento defensivo de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocó un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica Aníbal evitó que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos y permitió concentrar la defensa cartaginesa en un frente de caballería que, al luchar dentro del agua, aprovechó las dificultades de movimiento que tenían los guerreros carpetanos a pie al atacar desde una posición inferior. Los pocos guerreros que conseguían cruzar y alcanzar la otra orilla eran blanco fácil de los elefantes situados en la misma.

El desastre sufrido por los guerreros en el río, además de impedir el avance de los que los seguían, causó un efecto desmoralizador que la falta de un mando unificado del ejército no pudo evitar, por lo que el ataque carpetano acabó desembocando en una retirada para intentar reorganizarse. Ante esta situación, Aníbal cruzó el río con la infantería para apoyar a la caballería, logrando evitar cualquier reorganización de sus enemigos, los cuales huyeron en desbandada.

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Rio Tajo

Sitio de Sagunto

Por su parte Roma, temiendo la creciente presencia de los cartagineses en Hispania, concluyó una alianza con la ciudad de Sagunto, situada a una distancia considerable del Ebro por la parte sur, en territorio que los romanos habían reconocido como dentro de la zona de influencia cartaginesa. Este movimiento político generó tensiones entre las dos potencias: mientras los romanos argumentaban que según el tratado los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Tras vencer al ejército hispánico, Aníbal comenzó un asedio a la ciudad. En su plan la conquista de Sagunto era fundamental; la ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era viable dejarla en manos de sus enemigos. También esperaba mantener contento a su ejército con el saqueo y utilizar las riquezas de la ciudad para mostrarlas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

Los saguntinos solicitaron la ayuda de Roma, pero no obtuvieron respuesta. Los romanos hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Pensaban que aquel joven general no supondría un problema grave y no requeriría un esfuerzo especial. En el 218 a.C., después de ocho meses de cerco, las últimas defensas saguntinas fueron finalmente rebasadas, marcando así el inicio de la Segunda Guerra Púnica. Este fue uno de los primeros errores que los romanos cometieron durante este conflicto; si hubieran ido en socorro de Sagunto en vez de combatir la revuelta iliria, podrían haber reforzado la ciudad y detenido a Aníbal cuando todavía estaban a tiempo.

Después del sitio, Aníbal trató de obtener el apoyo del Senado cartaginés. Este, controlado por un sector relativamente favorable a los romanos, no solía estar de acuerdo con Aníbal y sus métodos para hacer la guerra, y nunca le dio apoyo completo e incondicional, incluso cuando este estuvo a punto de lograr la victoria absoluta. No obstante, en este episodio fue capaz de obtener un limitado apoyo que le permitió trasladarse a Cartago Nova, donde se reunió con sus hombres y les informó de sus ambiciosas intenciones.

Cruce de los Alpes

Después de que los cartagineses asediaran y destruyeran Sagunto, los romanos decidieron contraatacar en dos frentes: África del Norte e Hispania partiendo desde Sicilia, isla que sirvió de base de operaciones. No obstante, Aníbal alteró los planes de los romanos con una estrategia inesperada: quería llevar la guerra al corazón de Italia marchando rápidamente a través de Hispania y del sur de la Galia. Consciente de que su flota era muy inferior a la de los romanos, Aníbal decidió no atacar solo por mar, sino que eligió una ruta terrestre mucho más dura y larga pero más interesante tácticamente, pues le permitió reclutar a muchos soldados mercenarios procedentes de los pueblos celtas que estaban dispuestos a combatir a los romanos. Antes de su partida, Aníbal distribuyó hábilmente sus efectivos y envió a África del Norte varios contingentes de íberos, mientras que ordenó a los soldados libio-fenicios que garantizaran la seguridad de las posesiones de Cartago en Hispania.

Aníbal no partió de Cartagena hasta finales de la primavera del 218 a. C. El general puso en marcha al ejército y envió representantes para negociar su paso a través de los Pirineos y trabar alianzas con los pueblos que se asentaban a lo largo de su trayecto. Penetró en la Galia evitando cuidadosamente atacar las ciudades griegas erigidas en lo que hoy es Cataluña. Se piensa que, tras franquear los Pirineos a través del Puerto de Perthus y establecer su campamento cerca de la ciudad de Illibéri, siguió avanzando sin problemas hasta llegar al Ródano, donde apareció en septiembre antes de que los romanos pudieran impedirle el paso.

«Los soldados, consternados por el recuerdo del dolor que habían sufrido, y sin saber a qué deberían enfrentarse cuando siguieran avanzando, parecieron perder el coraje. Aníbal los reunió, y, desde las montañas de la cima de los Alpes, que parecían ser la entrada a la ciudadela de Italia, se divisaban las vastas llanuras que regaba el Po con sus aguas, Aníbal se sirvió de este bello espectáculo, único recurso que le quedaba, para quitar el miedo a los soldados. Al mismo tiempo, les señaló con el dedo el punto donde estaba situada Roma y les recordó que gozaban de la buena voluntad de los pueblos que habitaban el país que tenían ante sus ojos.«

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Según las fuentes, Aníbal perdió, en esta travesía, entre 3.000 y 20.000 hombres. Los supervivientes que llegaron a Italia estaban hambrientos y muertos de frío. En su ejército, Aníbal contaba con un poderoso contingente de elefantes de guerra, animales que representaban un importante papel en los ejércitos de la época y que los romanos conocían bien por haberse enfrentado a ellos cuando formaban parte de las tropas del rey Pirro. En realidad, los 37 elefantes de Aníbal son una cifra insignificante comparada con los ejércitos de la época helenística. De hecho, la mayoría murieron durante el viaje a través de los Alpes o víctimas de la humedad de las marismas etruscas. La única bestia que sobrevivió fue empleada como montura por el propio Aníbal. En efecto, Aníbal perdió su ojo derecho durante una batalla menor y utilizó este medio de transporte para no entrar en contacto con el agua de los pantanos.

La travesía de los Alpes ha sido la opción táctica más destacada en la Antigüedad. Aníbal logró atravesar las montañas a pesar de los obstáculos que planteaban el clima, el terreno, los ataques de las poblaciones locales, y la dificultad de dirigir a un ejército compuesto por soldados de distintas etnias y que hablaban en diversas lenguas. Otra razón que hace su travesía importante es la estrategia utilizada. Roma era una potencia continental y Cártago una potencia marítima. Parecía obvio que la flota cartaginesa podría atacar y desembarcar hombres en cualquier punto del sur de la península itálica o Sicilia, teniendo recursos suficientes para evitar buscar un cruce por los Alpes. Sin embargo Aníbal atacó por tierra en abierto desafío y sorpresa para las tropas romanas. Su repentina aparición en el Valle del Po después de la travesía de la Galia y el paso de los Alpes le permitió romper la forzada paz de algunas de las tribus locales con Roma antes de que ésta pudiera reaccionar contra la rebelión. La difícil marcha le condujo a territorio romano y a oponerse a las tentativas de sus enemigos de resolver el conflicto en territorio extranjero.

Batalla del Ródano

Para el año 218 a.C. la armada romana ya había sido movilizada. El Cónsul Tiberio Sempronio Longo había recibido 24.000 infantes y 2.400 jinetes con las instrucciones de navegar a Sicilia en 160 grandes barcos de guerra y 12 galeras para luego partir hacia África, siempre que el otro cónsul pudiera mantener a Aníbal lejos de Italia. Publio Cornelio Escipión recibió un ejército similar para marchar en barco a Hispania. El tercer cónsul, Lucio Manlio Vulsón Longo, recibió dos legiones con 10.000 soldados de infantería y 1000 de caballería aliada.

Los galos de las tribus del norte de Italia atacaron las construcciones de los colonos romanos de Plasencia y Cremona, y acorralaron una pequeña fuerza de ayuda romana en Mutina. Dos de las cuatro legiones originalmente destinadas a Escipión fueron enviadas al pretor Manlio Vulsón para el auxilió de Mutina y la reconstrucción de las colonias. Legiones nuevas se reclutaron para reemplazar a estas, lo que retrasó la salida de Escipión.

Gracias a su diplomacia, Aníbal no fue molestado por los galos hasta que llegó a la ribera del río Ródano, territorio de los volcas, a finales de septiembre. Para aquel entonces, las fuerzas cartaginesas se habían reducido a 38.000 soldados de infantería y 8.000 de caballería. Una vez que llegó a la ribera oeste, Aníbal decidió descansar por tres días, que dedicó a confiscar y construir embarcaciones para cruzar el río. Pese a que los volcas habitaban en las dos riberas, se habían retirado a la oriental donde habían acampado para intentar detener el avance cartaginés.

La tercera noche, Aníbal puso a Hannón al frente de una columna de infantes y caballeros y los envió río arriba para encontrar otro punto por donde cruzar el río resguardados por la oscuridad de la noche. Ayudado por guías locales, Hannón localizó un punto adecuado a unas 25 millas al norte del campamento y cruzó el río sin ser detectado por los volcas. Una vez en la ribera oriental, el destacamento de Hannón descansó un día y en la segunda noche se posicionó en la retaguardia de los volcas.

Hannón dio la señal de humo convenida y el ejército principal comenzó a cruzar el río. Las embarcaciones que transportaban la caballería númida lo hicieron río arriba mientras que otros caballeros desmontados lo hacían en embarcaciones que remolcaban tres o cuatro caballos atados entre sí, consiguiendo ralentizar la corriente del río. Algunos soldados incluso pudieron cruzar nadando. El mismo Aníbal fue uno de los primeros en cruzar mientras que el resto del ejército vitoreaba a los compañeros que ya llegaban a la otra orilla.

Los galos, al ver el gran número de embarcaciones que cruzaban el río, abandonaron el campamento y acudieron en masa a la ribera oriental para enfrentarse a los cartagineses. Pronto empezó la batalla, pero los púnicos consiguieron asegurar la posición y hacerse fuertes el tiempo suficiente para permitir que el destacamento de Hannón, después de prender fuego en el campamento de los volcas, atacara a estos por la retaguardia. Parte de los galos volvieron atrás para defender el campamento y otra parte se quedó para luchar, pero pronto todo su ejército fue masacrado y pocos fueron los que consiguieron huir.

La mayoría del ejército cartaginés cruzó el río el mismo día de la batalla. Una vez las fuerzas púnicas se reunieron de nuevo en la otra orilla, se enviaron partidas de reconocimiento; en ese momento Aníbal recibió la noticia de que la flota romana había llegado. Publio Cornelio Escipión había zarpado de Pisa y llegado a Marsella cinco días después de navegar por la costa de Liguria, desembarcando allí con su ejército. Al saber que Aníbal ya había cruzado el Ródano, envió 300 hombres a la ribera oriental para localizar el ejército púnico. Esta pequeña fuerza se encontró con un grupo de caballería númida en misión de reconocimiento, la cual huyó tras un breve enfrentamiento.

Una vez localizado Aníbal, Escipión cargó su equipamiento pesado en los barcos y marchó hacia el norte para enfrentarse a los cartagineses. Pero Aníbal, a pesar de tener una fuerza más numerosa, decidió retirarse hacia los Alpes. Cuando Escipión llegó al campamento cartaginés lo encontró desierto; calculó que este le llevaba 3 días de ventaja. Ordenó que la mayor parte de su ejército continuara su marcha hacia Hispania encabezado por su hermano y legado Cneo Cornelio Escipión para hacer frente a las fuerzas cartaginesas que quedaban allí, mientras que él volvió a Italia con una pequeña parte de las tropas de su ejército consular, las cuales unió al ejército de los pretores en la Galia para enfrentarse a Aníbal en las llanuras del Po.

Batalla de Tesino

Aníbal intentaba afanosamente reclutar tropas entre las tribus galas locales cuando se enteró de la vuelta de Escipión. Decidió entonces hacerle frente como demostración de su fuerza, esperando con esto mejorar su posición entre las tribus locales y obligar el repliegue de los romanos más allá del río Po. Escipión también estaba impaciente por una batalla y decidió marchar hacia el norte para enfrentarse al cartaginés.

Al día siguiente ambos ejércitos enviaron partidas de exploración: Aníbal tomó la mayoría de sus 6000 hombres de caballería mientras que Escipión tomó todos sus jinetes y un número pequeño de vélites (infantería ligera armada con jabalinas). Las dos fuerzas se encontraron casi por casualidad y dieron inicio al combate; las caballerías pesadas de ambas fuerzas se encontraban en el centro donde se produjo la lucha más dura. Aníbal había guardado a su caballería númida más ligera, la cuál atacó los flancos de la formación romana donde se encontraban los vélites. La línea se derrumbó, lo cual permitió a los númidas atacar luego los flancos de la caballería romana, la cual al verse atacada por dos frentes rompió filas y huyó hacia su campamento.

Esta batalla, una simple escaramuza, puso de manifiesto por primera vez en suelo itálico las cualidades militares de Aníbal. El cónsul fue herido y salvado por su propio hijo de 17 años de mismo nombre: Publio Cornelio Escipión. El resultado inmediato de la batalla no tuvo mayores consecuencias ya que ambas fuerzas sufrieron solamente reveses de menor importancia y la fuerza principal de cada ejército quedó intacta. Sin embargo, como resultado de la derrota de Roma, los galos se animaron a unirse al bando cartaginés. Pronto todo el norte de Italia se alió con Aníbal y los refuerzos galos y ligures aumentaron su ejército hasta 40.000 hombres. Con este importante refuerzo, el ejército de Aníbal estaba preparado para invadir Italia. Escipión se retiró a través del río Trebia con su ejército y acampó en la ciudad de Plasencia para aguardar los refuerzos del otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo.

Guerra de los Mercenarios

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La Guerra de los Mercenarios, conocida también como la Guerra Inexpiable, fue una guerra civil de extraordinaria crueldad que asoló los territorios africanos de Cartago durante tres años y cuatro meses (241-238 a.C.).

Durante la Primera Guerra Púnica, el general Amílcar Barca había resultado invicto en los combates contra los romanos, sometiendo la ciudad de Erice y el monte del mismo nombre, además de Ericté y Drépana. Sus tropas de mercenarios eran la élite del ejército de tierra y Amílcar los había entrenado en tácticas de guerrilla que causaban grandes dolores de cabeza a las legiones romanas.

En ese entonces Cartago era una ciudad riquísima, un núcleo clave del comercio mediterráneo con una población de aproximadamente doscientos mil habitantes y capaz de armar ejércitos de hasta setenta mil hombres (principalmente mercenarios extranjeros y reclutas libios). Cortados sus suministros y deshecha la flota tras la derrota naval de las islas Egadas, y ante la imposibilidad de recibir los suministros necesarios para continuar la lucha, Amílcar decidió firmar la paz.

Rebelión

Después de la firma del tratado las tropas cartaginesas de Sicilia se reunieron en la ciudad de Lilibeo, gobernada por Giscón. Amílcar llegó a la ciudad desde Erice al mando de su ejército de mercenarios y cedió al gobernador la tarea de repatriar las tropas a África. Giscón prudentemente las dividió en pequeños destacamentos que viajarían de forma escalonada. De este modo, los mercenarios llegarían en grupos reducidos y se trataría el pago del salario con cada contingente a medida que arribaran.

Pero el Consejo de los Cien (el Senado Cartaginés) no apoyó los planes del general y esperó a que todas las tropas hubieran desembarcado en África, alojándolos primero en Cartago y luego en la ciudad de Sicca Veneria, deduciéndose que deseaban mantener lejos a los mercenarios en el caso de que intentaran hacerse con sus honorarios a la fuerza. Allí acampados, acudió Hannón para informarles que las arcas de Cartago estaban agotadas tras la guerra y la indemnización que debían pagarle a Roma y les pidió que renunciaran a parte de su sueldo.

El historiador Polibio relata como debido a la multinacionalidad de los mercenarios y la torpeza de los aristócratas cartagineses los ánimos empezaron a calentarse. El ejército, lejos de consentir, rompió en protestas y después de varios días partió en masa hacia la capital y acampó al otro extremo de la península, en la ciudad de Túnez, en número de veinte mil infantes, cuatro mil jinetes y trescientos elefantes.

La magnitud de los disturbios y el peligro que se cernía sobre la ciudad hicieron que Cartago finalmente conviniera a pagar los salarios en su totalidad. Ante la imposibilidad de mandar a Amílcar Barca, ocupado en empresas lejos de Cartago, el Gran Consejo envió a Giscón, que gozaba del aprecio de los soldados, con el dinero y los bienes exigidos por estos. Pero esta concesión llegó demasiado tarde. Dos mercenarios, el libio Mathô y el campanio Spendios, alzaron su voz por encima del resto e imponiendo su voluntad, convencieron a los rebeldes de apresar a Giscón y su comitiva, apoderándose de los tesoros que traía consigo.

Tras ser nombrados generales, Mathô y Spendios enviaron misivas a las ciudades tributarias de Cartago incitándolas a deshacerse del yugo púnico y unirse a ellos en el conflicto. Sufriendo los gravosos tributos que cayeron sobre ellas tras la desastrosa guerra con Roma, estas accedieron fácilmente a las peticiones de los mercenarios, lo que convirtió el motín original en un levantamiento nacional. Sólo dos ciudades se mantuvieron leales: Bizerta y Útica.

Respaldados por un ejército de aproximadamente 50.000 soldados, los generales rebeldes declararon formalmente la guerra a Cartago. La situación era desesperada; recién salida de otra guerra, la ciudad se hallaba escasa de armas, sin flota de guerra, reservas de alimentos ni esperanzas de socorro externo. Los cartagineses concedieron a Hannón el Grande el mando militar por sus anteriores victorias en África, reunieron un nuevo ejército mercenario, armaron a todos los hombres en edad adulta, entrenaron la caballería de la ciudad y unificaron los restos de su flota.

Mientras tanto Mathô dividia su ejército en dos para sitiar Útica y Bizerta y aseguraba el campo de Túnez, con lo que quedaban cortadas de raíz todas las comunicaciones de Cartago por tierra.

Los mercenarios enviaron también una embajada a Roma buscando su apoyo en la guerra. Pero por esa época los latinos se hallaban envueltos en otra guerra civil contra los faliscos, una guerra no obstante de menor trastorno y duración que la librada en África. Ante la imposibilidad de reconciliar a ambas partes, Roma liberó sin rescate a todos los cautivos cartagineses que tenía en su poder, envió grano a Cartago y permitió a la ciudad que reclutara mercenarios en las tierras de sus aliados. No buscaban con ello el beneficio de Cartago, sino forjarse una reputación de pueblo honorable y justo. Además, Cartago todavía debía una fuerte suma de dinero como indemnización de la guerra y por eso a los romanos no les interesaba que la ciudad fuera destruida.

Así pues, la ayuda romana no fue masiva, pero constituyó sin duda un punto de apoyo primordial para la preparación de Cartago en su guerra civil.

Hannón el Grande

Hannón se ocupó de la logística con eficiencia. Dirigiendo un ejército que contaba con un centenar de elefantes de guerra, rompió el cerco de Útica, pero en lugar de acabar con los enemigos en fuga, entró en la ciudad. Mientras celebraba la victoria, los rebeldes, utilizando las tácticas aprendidas con Amílcar, se reagruparon y lanzaron ataques de guerrilla hasta poner en fuga al ejército de Hannón.

Ante este fracaso, el Consejo de Cartago nombró a Amílcar comandante en jefe del ejército, entregándole además setenta elefantes, las tropas mercenarias de nuevo contrato, los desertores de entre los rebeldes y la caballería e infantería de la metrópoli. En su primera incursión, contando con la ventaja moral del temor y respeto que inspiraba en sus enemigos, Amílcar rompió el cerco a Cartago y a Útica, que había sido recuperada por los mercenarios tras la huida de Hannón.

Amílcar Barca

Los caminos de montaña que salían de Cartago habían sido tomados y fortificados por los rebeldes al mando de Mathô. La única ruta practicable para un gran ejército era cruzando el río Bagradas. Spendios, el otro general mercenario, había construido un campamento junto al puente para custodiar el paso.

Amílcar conocía la geografía del terreno mejor que los extranjeros pues había nacido en Cartago. Sabía que en verano, cuando soplaba el viento del desierto, la arena arrastrada por el mismo formaba un depósito de lodo que creaba una ruta vadeable en la desembocadura del río. Sin mencionar sus planes, abandonó la metrópoli al abrigo de la noche y cruzó allí con su ejército.

Al amanecer sorprendió tanto a los ciudadanos de Cartago como a los rebeldes. Cuando Spendios percibió el movimiento de Amílcar, abandonó el campamento junto al puente y atacó con 20.000 hombres. Amílcar reorganizó su ejército, de modo que la caballería y los elefantes, que constituían la vanguardia, se retiraron por los extremos de la formación, mientras la falange, que formaba en retaguardia, comenzaba a desplegar una línea compacta frente al enemigo.

Los rebeldes, pensando que el ejército cartaginés se batía en retirada, atacaron en desorden. El primer ejército mercenario chocó directamente contra las filas de la falange. La infantería ligera golpeó entonces, obligando a los rebeldes a batirse en retirada. El segundo contingente, comandado por Spendios, recibió a los suyos en retirada y mientras reorganizaba sus líneas, la caballería y los elefantes de Amílcar destrozaron sus flancos. Tras la derrota, aproximadamente la mitad de los hombres de la división de Spendios habían muerto o tomados prisioneros, pero le quedaban aun unos 12.000 veteranos de las campañas de Sicilia. La Batalla del río Bagradas fue la primera victoria importante de Cartago frente a los rebeldes ya que abrió las rutas terrestres al paso de tropas y mercancías. Murieron 6000 rebeldes y otros 2000 cayeron prisioneros. El campamento fue desmantelado y el sitio de Útica abandonado.

Mientras, Mathô continuaba su asedio a Bizerta, aconsejando a Spendios que evitara el llano, debido a la superioridad de Amílcar en caballería y elefantes. Envió a las mejores tropas a su aliado: númidas y africanos que combatían por su tierra y su libertad. Spendios contaba por entonces con 8.000 mercenarios, entre ellos 2.000 galos bajo las órdenes de Autarito. Con este ejército Spendios se dispuso a atacar el campamento de Amílcar

Pero 2.000 jinetes númidas, al mando del noble Naravas, se pasaron entonces al bando cartaginés. Amílcar comenzó una guerra de suministros que obligó a los líderes mercenarios a abandonar el sitio de Cartago ante el peligro de convertirse ellos mismos en sitiados. Tras replegarse a Túnez, un ejército mixto mercenario y africano, liderado por Spendios, Autarito y Zarza, se puso de nuevo en campaña, en número de 50.000, más de tres veces mayor que el ejército de Amílcar. La superioridad de éste en tropas ligeras, sin embargo, los obligaba a mantenerse en terreno accidentado para evitar los llanos.

Por estas fechas, las noticias de la guerra habían llegado hasta la isla de Cerdeña. Los mercenarios que se hallaban como guarnición en la isla se rebelaron a ejemplo de sus camaradas. Pasaron a cuchillo a la población púnica y al jefe de las tropas auxiliares, conocido por el nombre de Bostar. Cartago envió al capitán Hannón al mando de un pequeño ejército, pero cuando éste llegó allí, sus tropas se pasaron al bando rebelde y lo crucificaron.

Guerra Inexpiable

Los actos de clemencia mostrados por Amílcar Barca hacia sus cautivos sembraban el temor en los ánimos de los jefes rebeldes, que veían peligrar la lealtad de sus tropas ante un enemigo que ofrecía perdón a aquellos que se unieran al ejército cartagines. A raíz de esto, idearon un ardid para que sus soldados se enfurecieran tanto con Cartago que haría imposible cualquier muestra ulterior de piedad.

Mathô y Spendios unieron sus voces a la del galo Autarito, convocaron al ejército a las afueras de Útica y utilizaron a dos actores que simulaban ser emisarios de los rebeldes de Cerdeña y Túnez para que entregaran el mismo mensaje: la sospecha de que, entre sus tropas, existían traidores que habían pactado con los cartagineses para liberar a Giscón. Después Spendios exhortó a los suyos para que desconfiaran de Amílcar, pues su falsa clemencia era un plan para castigarlos a todos una vez pasaran a su bando.

Autarito habló entonces, haciendo una recapitulación de todas las ofensas realizadas por los cartagineses y pidiendo la ruptura de toda posible negociación con Cartago. Después clamó por la muerte de Giscón y los prisioneros. Estos, en número de 700, fueron asesinados con extrema crueldad. Les amputaron manos y pies, les rompieron las rodillas y después fueron arrojados a un foso aún vivos.

Cuando esta información llegó a Cartago, los púnicos, horrorizados, enviaron misivas solicitando los cadáveres de su comitiva. A esto se negaron los rebeldes, amenazándoles además con tratar del mismo modo a todo aquel mensajero que les fuera enviado desde la metrópoli. Después de este acto, los prisioneros que caían en manos cartaginesas eran aplastados por elefantes o arrojados a las fieras. La guerra cobró dimensiones de crueldad extrema, motivo por el cual fue conocida a partir de entonces como la Guerra Inexpiable.

La campaña conjunta

Amílcar llamó entonces a Hannón para combinar sus ejércitos y finalizar de forma rápida la guerra. Después de la batalla del Bagradas, la liberación de Útica y la alianza de Naravas, el conflicto había cobrado un claro color cartaginés. Sin embargo, una serie de catástrofes tornaron de nuevo el signo de la guerra a favor de los rebeldes: la pérdida de Cerdeña en manos de los mercenarios, el naufragio de una flota mercante que portaba suministros para el ejército y la defección de Bizerta y Útica, que asesinaron sus guarniciones cartaginesas y se pasaron al bando rebelde.

Por si esto no fuera suficiente, ambos generales discutían constantemente sobre estrategias y tácticas a seguir, de modo que ninguna acción efectiva se ejecutó contra los rebeldes durante esta campaña. La situación llegó a ser tan crítica que el Gran Consejo pidió a los soldados que eligieran a un general para liderarlos, mientras el otro debía abandonar el campo. Con la ventaja de su parte, los generales mercenarios Spendios, Autarito y Zarza unieron los ejércitos de Bizerta y Útica para asediar Cartago. En ese entonces la guarnición de la ciudad era de alrededor de 10.000 hombres, incluidos mercenarios extranjeros, lo que obligó a las autoridades cartaginesas a iniciar una campaña de reclutamiento entre sus ciudadanos mucho más intensa que las tradicionales.

Las tropas, con el poder conferido por el Gran Consejo, eligieron entonces a Amílcar como su general y el Senado envió a un capitán llamado Aníbal como su segundo al mando.

Por entonces, los rebeldes controlaban todo el Estado exceptuando la misma ciudad de Cartago. Con todas sus rutas bloqueadas, los cartagineses buscaron ayuda exterior. En principio, Roma había tenido algunas desavenencias con Cartago, pues los cartagineses apresaban a aquellos mercaderes romanos que viajaban con víveres destinados a sus enemigos y los encerraban en prisión. Varios diplomáticos romanos fueron enviados entonces a Cartago, que devolvió prontamente a los cautivos. Agradecidos, los romanos devolvieron al resto de los cautivos de Sicilia y prohibieron el comercio con los rebeldes. Del mismo modo, el rey Hierón II de Siracusa suministró víveres a Cartago temiendo que si esta potencia caía, quedaría como único poder capaz de oponerse a los romanos en Sicilia.

Amílcar, gracias a su superioridad en tropas ligeras y el númida Naravas con su caballería, interceptaban las líneas de suministro de los ejércitos rebeldes. Ante la escasez de provisiones, éstos se vieron obligados a levantar el sitio de Cartago.

Batalla de la Sierra

De este modo, comenzó una guerra de guerrillas en la que Amílcar atraía a grupos de tropas aisladas o conducía a emboscadas a los rebeldes aparentando disponerse para una batalla campal, erosionando poco a poco al ejército mercenario. Finalmente los condujo hacia un desfiladero conocido únicamente por el nombre que le da Polibio: la Sierra.

El ejército cartaginés cavó fosos y trincheras a la entrada del desfiladero, encerrando a los rebeldes en su interior. Cuando los suministros de éstos finalizaron, se produjeron escenas de canibalismo. Al tiempo, la situación se hizo insostenible, los refuerzos que debían llegar de Túnez no aparecían. Los rebeldes protestaron contra sus líderes, que decidieron entregarse. Los jefes mercenarios firmaron un acuerdo con Amílcar por el cual éste podía elegir a diez de entre ellos para ser ejecutados. El resto serían desarmados y liberados. Hecho esto, el general escogió a los tres líderes como parte de los diez que mencionaba el tratado, junto a siete líderes africanos. Sin embargo los africanos, al conocer la retención de sus jefes y desconociendo los términos del tratado, sospecharon que habían sido vendidos al enemigo y se alzaron en armas contra los cartagineses que les cercaban. Amílcar ordenó la defensa y los rodeó con sus elefantes y demás tropas ligeras, masacrandolos a todos, en un número de cuarenta mil.

Sitio de Túnez

La derrota de las tropas africanas hizo que muchas ciudades regresaran al bando cartaginés. Dueño de las llanuras y con las ciudades africanas de su lado, Amílcar se dirigió a Túnez, poniendo la ciudad bajo asedio con una eficiente hueste de diez a doce mil guerreros.

El contingente de Aníbal puso asedio al lado de Túnez que miraba a Cartago, mientras que Amílcar se emplazó en el lado opuesto. Una vez establecido el sitio, los líderes rebeldes fueron crucificados a la vista de los muros de la ciudad. Mathô salió entonces atacando el campamento de Aníbal, a quien logró capturar vivo. Entonces, descolgando el cuerpo de Spendios, colgó al cartaginés en su lugar, degollando a sus oficiales a los pies de la cruz.

Amílcar llegó tarde a socorrer a Aníbal y la derrota provocó el retorno de Hannón desde Cartago al mando de los últimos hombres en edad adulta capaces de portar armas que quedaban en la metrópoli. Después de varias reuniones, los generales olvidaron sus diferencias y actuaron de forma conjunta para acabar con Mathô, que pasó a la defensiva.

Los rebeldes aun sumaban unos veinte mil soldados, muchos de ellos armados con el botín capturado a Aníbal. El ejército reunido por los cartagineses era de tamaño similar. Los generales púnicos tendieron emboscadas al africano cerca de las últimas ciudades que permanecían en el bando rebelde y finalmente, acosado en todos los frentes, Mathô resolvió dar batalla campal al enemigo.

Existe poca información sobre esta batalla, aunque se sabe que la victoria se decantó del lado cartaginés. Mathô fue capturado vivo, y el resto de las ciudades que permanecían en el bando rebelde se rindieron ante Cartago, Túnez incluida.

Con el ejército rebelde aniquilado y sus principales líderes ajusticiados, las únicas dos ciudades que se oponían a Cartago eran Útica y Bizerta, que no podían esperar demostración alguna de clemencia por parte de los púnicos. Amílcar acampó frente a Útica, mientras Hannón hacía lo propio ante Bizerta. Finalmente los cartagineses impusieron unas duras condiciones de paz para las dos ciudades, que finalmente se rindieron, y con ellas el último reducto de oposición a la capital.

Después de tres años y cuatro meses, la cruenta guerra civil había terminado.

Primera Guerra Púnica (Segunda Parte)

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Invasión a África

Tras un corto período que los cónsules romanos utilizaron para reorganizarse y dar un respiro a sus hombres tras la batalla naval frente al cabo Ecnomo, sus naves se dirigieron sin encontrar resistencia hacia el cabo Bon (actualmente Túnez), tomaron tierra cerca de la ciudad de Aspis y procedieron con el saqueo de la región. Estos territorios estaban repletos de haciendas y campos de cultivo de vital importancia, por lo que el saqueo romano significó un gran revés para los intereses cartagineses. Luego de otorgar un nuevo descanso a las tropas, comenzaron el asedio de Aspis. Cartago aún no estaba preparada para luchar en tierra por lo que el sitio tuvo una muy escasa duración, lo que hace suponer que la guarnición cartaginesa no supuso un verdadero problema y no provocó pérdidas importantes a las fuerzas atacantes. Con Aspis los romanos controlaban el terreno opuesto a la ciudad de Cártago asegurando así su espalda en caso de avanzar hacia el enemigo.

Los cónsules decidieron redactar un informe al Senado, tras lo que se dedicaron a lanzar ataques sorpresas sobre aquella gran y fértil región. Requisaron abundante ganado e incendiaron las granjas de los adinerados terratenientes púnicos. Se calcula que tomaron alrededor de 20.000 prisioneros además de liberar a los esclavos de origen itálico que encontraron por su camino, que seguramente habían sido capturados antes del estallido de la guerra. Como contestación al informe, el Senado exigió el regreso de Vulsón junto con el grueso de la flota y los prisioneros, dejando a Régulo en África con 40 naves, 15.000 unidades de infantería y 500 de caballería.

En ese momento, Cartago había llamado a Amílcar y a sus 5000 infantes y 500 caballeros desde Sicilia para unirse a los generales Bostar y Asdrúbal Hannón en África. La combinación de fuerzas cartaginesas se formó organizando las defensas en Adis, una ciudad a 40 millas al sureste de Cartago que ahora estaba bajo cerco romano. A pesar de contar con elefantes y una caballería superior, los cartagineses se ubicaron sobre una montaña pasando por alto la llanura de Adis. Sin que los cartagineses lo supieran, los romanos rápidamente desplegaron sus fuerzas alrededor de la montaña al amparo de la oscuridad y atacaron al amanecer desde dos laderas distintas. Los cartagineses mantuvieron su posición por un momento e incluso lograron expulsar una legión romana. Este espacio en la batalla le permitió a la caballería y a algunos elefantes cartagineses escapar, pero finalmente estos fueron aplastados y huyeron del sitio. Los romanos los persiguieron por un tiempo y luego saquearon el campamento enemigo. No encontrando resistencia, el ejército romano continuó marchando hacia la capital enemiga.

Esta derrota causó una gran agitación en Cártago. Los númidas se levantaron contra sus opresores y los refugiados del campo inundaron la ciudad. Naturalmente, este exceso de población junto con la destrucción del campo llevaron a una crisis de alimento y a la posibilidad de aparición de enfermedades. A pesar de estas amenazas, Régulo y su ejército de dos legiones no tuvieron la oportunidad de atacar la ciudad por falta de refuerzos. Y aún peor, el consulado de Régulo terminaría pronto, (el puesto de cónsul romano duraba un año) y así él no recibiría la gloria de finalizar victorioso la guerra. Las negociaciones se llevaron a cabo entre las partes, con Régulo exigiéndole a Cartago ceder Sicilia, Córcega y Cerdeña, renunciar a su armada, pagar una indemnización y firmar un tratado de vasallaje. Sin embargo, los cartagineses prefirieron seguir luchando, por lo que recurrieron a la contratación de un afamado líder militar mercenario, el espartano Jantipo, quien instó a los cartagineses a la lucha.

Jantipo arovechó los cuantiosos recursos de Cartago para reestructurar el ejército. Entrenó a los soldados en las tácticas de la falange, especialmente adecuada para el combate en las grandes llanuras africanas. Hecho esto, ofreció batalla a Régulo, quien deseoso de acabar con la guerra, mordió el cebo.

A mediados del invierno del 255 a.C., los ejércitos se encontraron en los llanos del río Bagradas. Para contrarrestar la primera línea cartaginesa, formada por casi cien elefantes de guerra, Régulo dispuso sus soldados en una formación más estrecha, lo suficientemente profunda (o al menos eso creía) para contrarrestar la carga. Sin embargo, la caballería de sus flancos era sobrepasada en un número de aproximadamente ocho a uno. Los elefantes cartagineses cargaron contra las legiones, desorganizando la formación y causando cuantiosas bajas, mientras la caballería destrozaba los flancos romanos. Por otro lado, los infantes romanos situados en el ala izquierda, tras una dura batalla, consiguieron hacer huir al cuerpo de mercenarios griegos, causando ochocientas bajas entre estos. A pesar de esto el resto del ejército romano fue rodeado por la infantería cartaginesa, los elefantes y la caballería, que volvía de perseguir a la caballería romana.

El ejército romano fue practicamente aniquilado. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo fue capturado. Además, Jantipo logró cortar las comunicaciones entre los restos del ejército de Régulo y su base, restableciendo la supremacía naval cartaginesa. Sin embargo, el desastre no acabó ahí: el Senado romano reaccionó inmediatamente enviando una flota de 350 naves en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consiguió romper el bloqueo y recoger a los soldados, una tormenta destruyó casi la totalidad de la flota en su camino a casa, sobreviviendo solamente 80 naves. Se cree que el número de bajas ocasionadas por este desastre pudo haber superado los 90.000 hombres.

Continuación de la guerra en Sicilia

Las graves pérdidas romanas animaron a los cartagineses a un ataque en toda regla en Sicilia, aprovechando la ocasión para atacar Agrigento. Sin embargo, al no verse capaces de mantener la ciudad, la quemaron y la abandonaron. Por desgracia para los intereses púnicos, el general Jantipo se vio obligado a huir de Cartago para evitar su asesinato por parte de los líderes cartagineses que no deseaban pagar sus servicios, lo cual privó a Cartago del que hasta el momento había demostrado ser su mejor general en tierra.

Finalmente los romanos fueron capaces de retomar la ofensiva militar. Además de construir una nueva flota de 140 naves, los romanos volvieron a la estrategia anterior, consistente en conquistar una a una las distintas ciudades sicilianas bajo control cartaginés. Los ataques comenzaron con asaltos navales sobre la ciudad de Lilibeo, el centro de poder cartaginés en Sicilia, y con saqueos en África. Ambos esfuerzos, sin embargo, terminaron en fracaso. Los romanos se retiraron de Lilibeo y la fuerza en territorio africano se vio envuelta en otra tormenta que la destruyó.

Sí que tuvieron éxito, sin embargo, en la campaña sobre el norte de la isla. Los romanos fueron capaces de capturar la ciudad de Termas en 252 a.C., permitiendo un nuevo avance sobre la ciudad portuaria de Palermo. Sin embargo, Asdrúbal pronto eligió atacar al ejército consular romano bajo mando del cónsul Lucio Cecilio Metelo, que recolectaba la cosecha alrededor de la ciudad. Asdrúbal marchó con sus hombres y elefantes a través del valle de Orethus. Esta operación parece razonable debido al hecho de que el segundo ejército consular estaba en camino a Roma y las condiciones eran favorables para una emboscada.

Habiendo causado la retirada de los romanos detrás de los muros de Palermo, Lucio Cecilio dió órdenes de detener la vanguardia cartaginesa para así descargar sus jabalinas sobre los elefantes. Para esto, las tropas ligeras romanas tomaron asilo en las zanjas que rodeaban la ciudad. El comandante de los elefantes, creyendo que la resistencia se debilitaba, avanzó para dispersar a las tropas ligeras. Los animales quedaron entonces expuestos a las jabalinas y proyectiles que fueron descargados sobre ellos desde los muros y trincheras. Los elefantes entraron en pánico y giraron sobre sí mismos, cargando sobre sus propias filas. En este punto, Lucio Cecilio y sus legiones se habían dispuesto fuera de la puerta de la ciudad frente al flanco izquierdo del ejército cartaginés. Mientras estos huían de sus propios elefantes, el cónsul ordenó a las legiones cargar contra el enemigo. Esta maniobra rompió la línea cartaginesa y la condujo a la derrota. Sin embargo, los romanos no persiguieron al ejército, sino que se dedicaron a capturar a los elefantes, que serían sacrificados más adelante en el circo romano. Como era costumbre luego de una derrota, Asdrúbal fue llamado a Cartago para ser ejecutado.

Junto con Palermo, los romanos accedieron al control de gran parte del interior occidental de la isla, firmando tambien acuerdos de paz con las ciudades de Ieta, Solous, Petra y Tindaris.

Al año siguiente los romanos desviaron su atención hacia el suroeste y enviaron una expedición naval hacia Lilibeo. En el camino asediaron y quemaron las ciudades cartaginesas de Selene y Heraclea Minoa. La expedición no tuvo éxito, pero al haber atacado la base de operaciones cartaginesas, los romanos demostraron que su intención era capturar la totalidad de Sicilia. El almirante y gobernador cartaginés de Drépano, Aderbal, ofreció batalla al cónsul romano, quien confiaba en asustar al enemigo con el tamaño de su flota de guerra. El cartaginés le ofreció a sus mercenarios la posibilidad de una rápida victoria o la incomodidad de un largo asedio si no presentaban batalla a los romanos. Los mercenarios eligieron la primera opción y se embarcaron, obteniendo una rotunda victoria. Pero aún quedaban las tropas terrestres, y el acceso por tierra a Drépano, controlado por el monte Erice y disputado por ambos ejércitos, terminó bajo el poder de los romanos.

En este punto de la guerra, Cartago envió a Sicilia a su general Amílcar Barca (el padre del general Aníbal Barca de la Segunda Guerra Púnica). Su desembarco en Hericté, cerca de Palermo, obligó a los romanos a desplazar sus tropas para defender esta ciudad portuaria, que tenía cierta importancia como punto de suministro, lo cual dio a Drépano un cierto respiro. Los cartagineses prosiguieron su defensa a través de una guerra de guerrillas que fue capaz de mantener a los romanos ocupados, ayudando a que los cartagineses mantuvieran su cada vez más escasa presencia en la isla. Sin embargo, los romanos fueron capaces de atravesar las defensas de Amílcar, obligándolo a reubicarse. En cualquier caso, este éxito cartaginés fue secundario en comparación con el progreso de la guerra en el mar. La situación de tablas que Amílcar fue capaz de lograr en Sicilia resultó irrelevante tras la batalla que vendría a continuación.

Batalla de las Islas Egadas

Los años que precedieron a la batalla fueron de relativa calma. Roma carecía de flota (los barcos que poseía al inicio de la guerra habían sido destruidos en la batalla de Drépano y en la tormenta que siguió). Cartago, no obstante, tomó una pequeña ventaja de esta situación. Las hostilidades entre las fuerzas romanas y cartaginesas se estancaron gradualmente, resultando en operaciones a pequeña escala en Sicilia. El general cartaginés Amílcar Barca se hizo lento al momento de completar su ventaja en la isla y, probablemente debido a esto, en 242 a.C. Roma decidió construir una nueva flota y recuperar su supremacía naval.

A pesar de haber tomado esta resolución, después de veinte años de guerra las finanzas de la República se encontraban casi al borde del colapso. Un movimiento popular se formó rápidamente para contrarrestar esta dificultad en una típica forma romana: los ciudadanos ricos, solos o en grupos, decidieron mostrar su patriotismo y financiaron la construcción de un barco cada uno, el cual sería pagado cuando el Estado tuviese nuevamente ingresos suficientes. El resultado fue una nueva flota compuesta por doscientos quinquerremes de los más modernos de la época, construidos y equipados sin gastos públicos.

Esta fue completada en 242 a. C. y confiada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo. Las derrotas navales sufridas en el pasado sirvieron en esta ocasión como invaluables muestras de experiencia. Al haber abandonado el corvus, las naves romanas eran ahora más resistentes a las adversas condiciones climáticas. Cátulo sólo tuvo que esforzarse en instruir a las tripulaciones en maniobras y ejercicios antes de dejar aguas seguras. El resultado fue una flota en la cima de sus capacidades militares.

En Cartago, mientras tanto, las noticias de las actividades enemigas no fueron recibidas en vano. Una nueva flota cartaginesa de alrededor de 250 naves fue construida y soltada al Mediterráneo bajo el mando de Hannón el Grande (el general derrotado en Agrigento y en el cabo Ecnomo).

El primer movimiento de Cátulo fue sitiar una vez más las ciudades de Lilibea y Drépano, bloqueando su puerto y conexión con Cartago y llevándolas al borde de la inanición. Se intentó con esto, aparentemente, cortar las líneas de comunicación y suministro de Amílcar Barca. Para el resto del año, Cátulo esperó por la respuesta cartaginesa.

En la primavera del 241 a. C. la flota púnica asomó finalmente por el horizonte cargada de abastecimientos para las dos ciudades sitiadas, y por lo tanto, con maniobrabilidad reducida. Pero al haber estado inactiva durante dos años en los puertos, sus tripulaciones estaban muy mal adiestradas. Hannón se detuvo cerca de las islas Egadas para esperar vientos favorables que lo llevaran a Lilibea. No obstante, la flota cartaginesa fue descubierta por exploradores romanos y Cátulo se vio obligado a abandonar el sitio para enfrentarse a sus enemigos.

En la mañana del 10 de marzo, el viento sopló a favor de los cartagineses y Hannón inmediatamente izó las velas. Cátulo midió el riesgo que habría de correr entre atacar con el viento en su proa y en dejar llegar a Hannón a Sicilia para encontrarse con Amílcar Barca. A pesar de las condiciones desfavorables, el cónsul decidió interceptar a los cartagineses y ordenó la flota en formación de batalla. Mandó a quitar los mástiles, velas y cualquier equipo innecesario para hacer más livianas las naves en aquellas duras condiciones. Cátulo no podía unirse a la batalla debido a las lesiones ocasionadas en un reciente combate, por lo que la flota pasó a manos de su segundo, el pretor Quinto Valerio Faltón.

En el siguiente combate, los romanos obtuvieron una gran movilidad y agilidad en el agua debido a los elementos de los que se habían privado; los cartagineses, por su parte, estaban cargados con provisiones y equipos muy pesados. Las tripulaciones cartaginesas estaban también reclutadas en forma apresurada y muy poco entrenadas. La armada romana ganó pronto una buena posición y utilizó su capacidad superior de movilidad para embestir los barcos cartagineses. Cerca de la mitad de la flota púnica fue destruida o capturada. El resto sólo fue salvado por un abrupto cambio en la dirección del viento que fue aprovechado para escapar de los romanos.

Esta victoria se convierte en decisiva, pues no sólo acaba con los suministros para Lilibea, sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Luego de la batalla, Cátulo renovó el sitio y conquistó Lilibea, esparciendo a Amílcar y a su ejército en Sicilia, entre las pocas fortalezas que aún controlaban los cartagineses. Sin recursos para construir una nueva flota o para reforzar las tropas terrestres, Amílcar Barca se vio incomunicado y obligado a negociar la paz. Una vez alcanzado un acuerdo, abandonó Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.

Consecuencias

Al final de la guerra, ambos estados quedaron exhaustos tanto financiera como demográficamente. Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente esto fue lo que disuadió a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana fuera de la península itálica. Aún más, recogieron el cetro de Cartago como poder naval predominante en el Mediterráneo.

Es difícil determinar el número exacto de bajas en los bandos implicados en la primera guerra púnica debido al sesgo que ofrecen las fuentes históricas, que normalmente tienden a exagerar las cifras para incrementar el valor de Roma. Según las fuentes, excluyendo las bajas en guerra terrestre, Roma perdió 700 naves (debido al mal tiempo y a disposiciones tácticas desafortunadas al comienzo de las batallas) y al menos buena parte de sus tripulaciones. Cartago perdió 500 naves durante la guerra, así como parte de sus tripulaciones. Aunque no se puedan calcular con exactitud, las bajas fueron importantes en ambos bandos. Polibio comenta que la guerra fue, por aquella época, la más destructiva en términos de bajas humanas, superando incluso las batallas de Alejandro Magno.

Los términos del Tratado de Lutacio, impuesto por los romanos como vencedores en el conflicto, fueron particularmente duros para Cartago, que había perdido su capacidad de negociación. Finalmente, las partes acordaron lo siguiente:

Cartago debía evacuar Sicilia, las islas situadas en su parte occidental y devolver los prisioneros de guerra sin cobrar rescate alguno, mientras que debía pagar un rescate muy importante para recuperar los suyos. Cartago se comprometía a respetar en el futuro a Siracusa y a sus aliados, a evacuar todas las pequeñas islas ubicadas entre Sicilia y África y  pagar una indemnización de guerra de 2200 talentos (66 toneladas de plata) en diez pagos anuales, más una indemnización adicional de 1000 talentos de forma inmediata.
Otras cláusulas determinaban que los aliados de cada una de las partes no serían atacados, y se prohibía a las partes reclutar soldados en el territorio de la otra. Esto impidió a los cartagineses acceder a la contratación de mercenarios en Italia y en gran parte de Sicilia.

Tras el fin de la guerra, Cartago no tenía fondos suficientes para liquidar los salarios de sus mercenarios. Hannón el Grande intentó convencer a los ejércitos que se desmovilizaban de que aceptaran un pago menor al comprometido, pero esa postura sería el detonante de la Guerra de los Mercenarios, conflicto civil de extraordinaria crueldad que asolaría los territorios africanos de Cartago durante tres años y cuatro meses. Sólo tras un gran esfuerzo combinado de Amílcar Barca, Hannón, y otros líderes cartagineses, se conseguiría sofocar la revuelta y aniquilar a los mercenarios y los insurgentes.

Mientras tanto, Roma aprovecharía la debilidad púnica para anexionarse también las islas de Córcega y Cerdeña, que serían entregadas a traición por mercenarios rebeldes. Los cartagineses protestaron por esta acción pues suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma amenazó con declarar de nuevo la guerra, pero se ofreció anularla si se le entregaba no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos, impotentes, tuvieron que ceder, y en el año 238 a.C ambas islas se convirtieron en nuevas posesiones romanas.

Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendría viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificada específicamente en la familia de los Barca; odio que desembocará años más tarde en la Segunda Guerra Púnica.

Por otro lado, la consecuencia política más importante de esta guerra fue la caída del poder naval cartaginés. Las condiciones establecidas en el tratado de paz por Roma tenían le intención de controlar la situación económica cartaginesa como para evitar la posible recuperación de la ciudad. Sin embargo, la gran indemnización que debía pagar forzó a Cartago a expandirse por nuevos territorios, buscando materias primas para conseguir el dinero que debía pagar a Roma y recuperar en la medida de lo posible sus finanzas.

Primera Guerra Púnica (Primera Parte)

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La Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.) fue el primero de tres grandes conflictos bélicos entre las dos principales potencias del Mediterráneo Occidental, la República Romana y la República Cartaginesa. El conjunto de estas guerras se conocen como púnicas debido a que en latín cartagines era Punici, que a su vez derivaba de Phoenici, en referencia al origen fenicio de los cartagineses.

A mediados del siglo III a.C. los romanos ya habían logrado hacerse con el control de la totalidad de la península itálica aplastando a los distintos enemigos que se había encontrado en su camino: primero la Liga Latina fue disuelta por la fuerza durante las Guerras Latinas, y luego el poder de las tribus del Samnio fue subyugado durante las largas Guerras Samnitas. Finalmente, las ciudades griegas de la Magna Grecia, unificadas bajo el poderoso rey Pirro de Epiro, terminaron sometiéndose a la autoridad romana al término de las Guerras Pírricas.

Cartago, por su parte, era considerada como el poder naval dominante en el Mediterráneo occidental. Fundada como colonia fenicia en el norte de África, gradualmente se convirtió en el centro de una civilización cuya hegemonía se extendía a lo largo de la costa norteafricana, controlando también las islas Baleares, Cerdeña, Córcega, un área algo limitada en el sur de la península ibérica y la parte occidental de Sicilia.

Roma y Cartago siempre habían mantenido tratados y relaciones amistosas y llegaron incluso a unir sus fuerzas cuando Pirro de Epiro desembarcó en el sur de Italia en el año 278 a.C. Sin embargo, los intereses de las distintas potencias terminarían desencadenando una guerra por la hegemonía del Mediterráneo. En particular, la primera guerra púnica daría inicio después de que tanto Roma como Cartago intervinieran en la ciudad siciliana de Mesina, cuya proximidad a la península italiana la convirtió en un punto de suma importancia estratégica.

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Comienzo de la guerra

Un grupo de mercenarios italianos provinientes de la Campania habian sido contratados por Agatocles de Siracusa como guardia de élite. A la muerte de éste en 289 a.C., los mercenarios fracasaron en encontrar a alguien que aceptara sus servicios. La entonces pequeña banda de renegados dieron con el asentamiento amurallado griego de Mesina. Este era un punto estratégico construido en el extremo nororiental de Sicilia y lugar de paso con el continente junto con Regio. Siendo un pueblo pacífico, sus habitantes permitieron a los mercenarios entrar a sus casas. Una noche traicionaron a sus anfitriones y mataron por sorpresa a la mayoría de la población, reclamando de esta forma la ciudad para sí. Los mesinenses supervivientes fueron desterrados, y las propiedades y mujeres repartidas. Tras su victoria, los mercenarios se llamaron a sí mismos «mamertinos» en honor a Mamers, equivalente osco de Marte, dios de la guerra.

Los mamertinos mantuvieron la ciudad durante unos 20 años. La transformaron de una bulliciosa ciudad de granjeros y comerciantes a una base de asalto, convirtiendose en piratas de mar y tierra. Aprovechando la tranquilidad de los sicilianos, saquearon los asentamientos cercanos y capturaron barcos comerciales desprevenidos en el estrecho, llevando el botín de vuelta a su base. Capturaban prisioneros y exigían rescates, incluso acuñaron monedas con nombre e imágenes de sus dioses. Sus hazañas les hicieron ricos y poderosos.

Cuando en 280 a.C. Pirro de Epiro invadió el sur de Italia, la ciudad de Regio, situada frente a Mesina, pidió ayuda a Roma, que envió una guarnición compuesta de ciudadanos campanos. Estos terminaron por apoderarse de la ciudad a imitación de los mamertinos y los apoyaron en su expansión por Sicilia a costa de Siracusa y de Cartago. En 270 a.C., respondiendo al reclamo de los habitantes de Regio, los romanos recuperaron el control de la ciudad y castigaron duramente a los soldados campanos.

Sobre el 270 a.C. los excesos de los mamertinos atrajeron la atención de Siracusa. Hierón II comenzó a reunir un ejército de ciudadanos para librarse de los agitadores y rescatar a sus conciudadanos griegos. Desfilando con sus tropas frente al enemigo, envió primero a sus indisciplinados mercenarios por delante permitiendo que fuesen masacrados por los mamertinos. Habiéndose librado de la parte desleal de su ejército, Hierón marchó de vuelta a la ciudad, donde instruyó a sus ciudadanos para que supieran luchar mejor. Guiando a su leal ejército al norte, volvió a encontrar a los mamertinos en el río Longano, en la llanura de Milas, donde les derrotó con facilidad pues no estaban acostumbrados a las grandes batallas campales y se habían vuelto imprudentes tras la victoria contra los mercenarios de Hierón. En la batalla, éste capturó a los líderes mamertinos, huyendo los restantes de vuelta a la seguridad de Mesina.

Cuando Hierón regresó para sitiar su base en 265 a.C., los mamertinos pidieron ayuda a una flota cartaginesa cercana, que ocupó la bahía de la ciudad. Al ver esto, las fuerzas de Siracusa se retiraron, no queriendo confrontarse con las fuerzas cartaginesas. Ya fuese porque no les gustaba la idea de la guarnición cartaginesa o bien convencidos de que la reciente alianza entre Roma y Cartago contra el rey Pirro reflejaba unas relaciones cordiales entre ambas potencias, el hecho es que los mamertinos solicitaron a Roma una alianza, buscando con ello mayor protección.

Tras la llegada de la embajada mamertina solicitando ayuda, tuvo lugar un considerable debate en Roma sobre la aceptación o no de la solicitud de ayuda de los mamertinos. Aunque todavía se encontraban recuperándose de la insurrección de Regio, los romanos eran reticentes a enviar ayuda a soldados que habían robado injustamente una ciudad de manos de sus propietarios originales, pero tampoco deseaban ver incrementar todavía más el poder cartaginés en Sicilia. Dejar a los cartagineses solos en Mesina implicaba permitirles enfrentarse directamente con Siracusa, único obstáculo que les quedaba antes de tener el control total de la isla. El Senado romano finalmente decidió plantear el asunto ante la Asamblea popular, en donde se tomó la decisión de responder a la llamada de los mamertinos. La aprobación por parte de la Asamblea debe entenderse impulsada por los ciudadanos más prósperos de la época, incluyendo al orden ecuestre y al propio cónsul Apio Claudio Cáudex, quien buscaría la gloria militar en una guerra que él dirigiría, siendo la primera que se libraría al otro lado del mar. El resto de los ciudadanos acaudalados se beneficiarían a través de los contratos para abastecer y equipar el ejército y a través de la revitalización del mercado de esclavos gracias a los prisioneros capturados en guerra.

En esa época, no podría hallarse dos estados con más contrastes que Roma y Cartago. Los campesinos romanos eran reclutados con mucha frecuencia, por lo que formaban una infantería relativamente bien entrenada y experimentada; además, su tradición religiosa fomentaba el patriotismo entre la nobleza y el pueblo por igual. Cartago era una ciudad donde sólo la nobleza tenía derechos políticos y los campesinos no eran reclutados en el ejército más que en casos de necesidad extrema; por ello, casi la totalidad de las fuerzas armadas cartaginesas estaban compuestas por mercenarios.

Roma no tenía colonias ni posesiones de ultramar a las cuales explotar para obtener recursos; Cartago tenía un imperio colonial que abarcaba la mayor parte del norte de África, las islas Baleares, Cerdeña, Córcega y la parte occidental de Sicilia, cuyas poblaciones no tenían los números ni la organización para rebelarse. Por ello, los ingresos que el Estado cartaginés percibía eran más grandes que aquellos que Roma lograba extraer de sus aliados. Finalmente, Roma no tenía una marina preparada para emprender una guerra naval a gran escala, mientras que Cartago era la potencia naval predominante.

Guerra en Sicilia

Al ser Sicilia una isla semi montañosa con obstáculos geográficos y terrenos difíciles, dificultaba seriamente las líneas de comunicación. Por este motivo, la guerra terrestre sólo tuvo un papel secundario en la primera guerra púnica. Las operaciones en tierra quedaban confinadas a pequeñas escaramuzas u operaciones de saqueo y pocas batallas campales. Los asedios y los bloqueos eran las operaciones a gran escala más comunes, y los principales objetivos de esos bloqueos eran los puertos importantes dado que ni Cartago ni Roma tenían ciudades en Sicilia y ambas necesitaban recibir continuos refuerzos, aprovisionamiento y mantener una comunicación continua con sus metrópolis.

La guerra terrestre en Sicilia comenzó en 264 a.C. cuando dos legiones comandadas por Apio Claudio Cáudex desembarcaron en Mesina. A pesar de la ventaja inicial cartaginesa en cuanto a capacidad militar naval, el desembarco romano no encontró prácticamente ninguna oposición. Como la estrategia inicial de Roma era eliminar a Siracusa como enemigo, marcharon al sur mientras diversas ciudades en el camino abandonaban el bando cartaginés para aliarse con ellos. Tras un breve asedio sin ayuda cartaginesa a la vista, Siracusa optó por firmar la paz con los romanos. Junto con esta, varias otras ciudades más pequeñas bajo dominio cartaginés decidieron también pasarse de bando.

Según los términos del tratado firmado con Hierón, Siracusa se convertiría en aliado romano y pagaría una pequeña indemnización de unos 100 talentos de plata. Sin embargo, lo más importante del tratado era que Siracusa aceptaba ayudar al ejército romano en Sicilia facilitando su aprovisionamiento. Esto permitía a Roma mantener un ejército en la isla de Sicilia, sin depender para ello de una ruta de aprovisionamiento marítima a merced de un enemigo con superioridad naval. Por otro lado, las buenas relaciones de Hierón con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del reino más allá de la guerra.

Los cartagineses, mientras tanto, habían comenzado a reclutar un ejército de mercenarios en África que todavía debía ser enviado por mar hasta Sicilia para enfrentarse a los romanos. En el transcurso de otras guerras históricas en Sicilia, Cartago había vencido apoyándose en una serie de puntos fuertes fortificados repartidos alrededor de la isla, por lo que sus planes eran llevar a cabo una guerra terrestre del mismo estilo. El ejército mercenario lucharía en campo abierto contra los romanos, mientras que las ciudades fuertemente fortificadas ofrecerían una base defensiva desde la que operar.

En 262 a.C., Roma puso sitio a Agrigento en una operación en la que se vieron involucrados los dos ejércitos consulares, lo que equivalía a un total de cuatro legiones (40.000 soldados). Esta ciudad debía funcionar como campamento base del nuevo ejército cartaginés, aunque por entonces estaba sólo ocupada por una guarnición local de 1500 hombres al mando de la cual estaba Aníbal Giscón. Este respondió a la amenaza refugiando a la población de Agrigento tras las murallas de la ciudad, a la vez que acaparaba todas las provisiones que pudo conseguir de los alrededores. La ciudad se preparó para un largo asedio, y todo lo que tenía que hacer era esperar a que llegaran los refuerzos cartagineses que en ese momento estaban en preparación. En aquella época, la ingeniería de asedio y la construcción de maquinaria para asaltar torres y fortalezas era un arte que los romanos todavía no conocían y la única forma en la que podían conquistar una ciudad fortificada era a través de un largo bloqueo y la rendición por hambre. Con ese fin, el ejército acampó tras los muros de la ciudad y se preparó para esperar el tiempo necesario para que la ciudad se rindiera. Gracias al apoyo logístico desde Siracusa, sus propias provisiones no serían un problema.

Algunos meses después, Giscón comenzó a sufrir los efectos del bloqueo y apeló a Cartago para el envío de ayuda urgente. Los refuerzos desembarcaron en Heraclea Minoa a comienzos del invierno de 262-261 a.C., compuestos por 50.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería y 60 elefantes de guerra bajo el mando de Hannón. Los cartagineses marcharon hacia el sur para rescatar a sus aliados y tras una serie de enfrentamientos de caballería menores establecieron su campamento muy cerca de los romanos. Hannón desplegó inmediatamente sus tropas en formación de batalla, pero los romanos se negaron a luchar en campo abierto. En su lugar, fortificaron su línea de defensa exterior y, mientras mantenían el asedio sobre Agrigento, quedaron cercados por el ejército cartaginés.

Con Hannón acampado a las afueras de su propia base, la línea de suministros que abastecía a los romanos desde Siracusa dejó de estar disponible. Ante el riesgo de comenzar a sufrir el hambre, los cónsules eligieron ofrecer batalla. En este caso fue Hannón el que se negó al enfrentamiento, posiblemente con la intención de derrotar a los romanos por inanición. Mientras tanto, la situación dentro de Agrigento era ya desesperada tras más de seis meses de bloqueo. Aníbal Giscón, comunicándose con el ejército exterior mediante señales de humo, envió una solicitud urgente de ayuda tras la cual Hannón se vio obligado a pelear en campo abierto.

Hannón desplegó la infantería cartaginesa en dos líneas, con los elefantes y los refuerzos en la segunda línea y la caballería probablemente en las alas. El plan de batalla de los romanos se desconoce, aunque probablemente estaban organizados en la típica formación triplex acies. Las fuentes coinciden en afirmar que la batalla fue larga y que los romanos fueron capaces de romper el frente cartaginés, lo que provocó el pánico en la retaguardia y la huida del campo de batalla de las tropas cartaginesas. También es posible que a los elefantes les entrara el pánico y que en su lucha desorganizaran la formación púnica.

En cualquier caso, la batalla no fue un éxito completo. Gran parte del ejército cartaginés huyó, y Aníbal Giscón, junto con la guarnición de Agrigento, fue también capaz de romper las líneas enemigas y escapar. La ciudad, privada de defensas, cayó fácilmente en manos de los romanos, que saquearon y esclavizaron a sus habitantes. De esta manera, Roma accedió también al control del sur de la isla. Después de 261 a.C., Roma controlaba la mayor parte de Sicilia, y se aseguró así la cosecha de trigo para su propio uso. Además supuso la primera campaña a gran escala fuera de la península itálica, lo cual dio a los romanos la confianza necesaria para perseguir mayores objetivos ultramarinos.

Desde ahí, los romanos continuaron avanzando hacia el oeste, logrando liberar en 260 a.C. a las ciudades de Segesta y Makela, que se habían aliado con Roma y que habían sido atacadas y asediadas por los cartagineses en reacción a su cambio de bando.

Campaña Naval

Debido a las dificultades que suponía la guerra terrestre en Sicilia, la mayor parte de la primera guerra púnica y las batallas más decisivas se lucharon en el mar. Sin embargo, una de las razones por las que la guerra llegó a un punto muerto en tierra fue precisamente porque los navíos de guerra antiguos no eran efectivos a la hora de establecer asedios sobre los puertos enemigos. En consecuencia, Cartago fue capaz de reforzar y suplir a sus fortalezas asediadas, especialmente a Lilibeo en la costa oeste. Ambos bandos se vieron inmersos en los problemas que conlleva la financiación de grandes flotas de guerra; de hecho, la capacidad financiera romana y cartaginesa decidirían finalmente el curso de la guerra.

Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar había transcurrido siempre en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia en la guerra naval. Por el contrario, los cartagineses eran descendientes de los navegantes fenicios, con una amplia experiencia en navegación forjada a través de siglos de comercio marítimo, por lo que dominaban todo el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época. Las flotas del siglo III a.C. estaban constituidas casi en su totalidad por birremes, trirremes, cuatrirremes y quinquerremes. Los romanos iniciaron su incursión en la guerra naval cuando, tras la victoria en Agrigento, se construyó la primera gran flota, botando de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquerremes.

Algunos historiadores han especulado acerca de la posibilidad de que, dado que Roma carecía de tecnología naval avanzada, el diseño de sus naves de guerra pudiera proceder probablemente de copias de trirremes y quinquerremes cartagineses capturados, o de naves que hubiesen encallado en las costas romanas tras naufragar en alguna tormenta, permitiendo a los ingenieros romanos estudiarlos y copiarlos pieza por pieza. Otros historiadores han apuntado a que Roma sí tenía experiencia a través de la cual acceder a la teconología naval, puesto que patrullaba sus propias costas con el fin de evitar la piratería. Una última posibilidad muy probable es que Roma recibiese asistencia técnica de algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegas, que sí contaban con larga tradición naval; en particular de Siracusa. Esto, junto con el hecho de que los cartagineses usaban un sistema de construcción naval con piezas prefabricadas que les permitía construir rápidamente un gran número de barcos y que los romanos copiaron, permitió que Roma se aventurase en una guerra marítima.

En cualquier caso, y fuera cual fuera el estado de su tecnología al comienzo del conflicto, el hecho es que Roma se adaptó rápidamente a las circunstancias. Posiblemente como una forma de compensar su inexperiencia, y para poder hacer uso de las tácticas militares terrestres en la guerra marítima, lo romanos equiparon sus nuevas naves con un aparato llamado corvus. En lugar de maniobrar para buscar embestir la nave enemiga para abordarla o hundirla, que era la táctica naval estándar de la época, desarrollaron el corvus , que consistía en un puente móvil que se dejaba caer en el barco enemigo y quedaba firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro situados en su parte inferior. Una vez que las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería.

Islas Lípari

En 260 a.C., tras las victoria terrestre de Agrigento, Roma decide construir una flota capaz de enfrentarse a la cartaginesa por el control del Mediterráneo. En apenas dos meses logran construir 150 trirremes y quinquerremes. El mando le es asignado a Cneo Cornelio Escipión, quien patrulla Mesina en preparación de la llegada de la flota y el desembarco en Sicilia.

En ese contexto, Escipión recibió la noticia de que la ciudad de Lipari basculaba hacia el bando romano, y ansioso por conseguir nuevas victorias, partió hacia allí con su flota. Al conocer lo ocurrido, Aníbal Giscón, almirante cartaginés, envía allí veinte navíos al mando del senador Boodes. Este, navegando al abrigo de la noche, se aproximó a Lipari sin ser percibido y bloqueó en el puerto a la armada romana. Al amanecer, los marineros romanos, asustados ante la vista de los barcos cartaginses, huyeron tierra adentro. Escipión fue así abandonado por sus hombres. El resultado fue una victoria cartaginesa y la captura púnica de toda la flota romana. Aunque el incidente arrojó gran vergüenza sobre la persona de Cneo Cornelio Escipión, que recibió el sobrenombre de Asina (en español, asno), sería elegido cónsul de nuevo seis años después (254 a.C.).

Batalla de Milas

Cayo Duilio, comandante de las tropas romanas de tierra, recibió el mando de la flota. En la primera batalla naval de la historia de la Republica Romana, ambas flotas contaban con 130 naves cada una. Los púnicos confiaban de tal modo en su victoria que, en vez de formar en líneas de batalla adecuadas, atacaron a los barcos romanos individualmente. Pero fue entonces cuando los cartagineses se vieron atrapados por los corvi (corvus en singular) y una multitud de marinos romanos los abordó en gran número.

En el primer ataque, los romanos tomaron 31 barcos, entre ellos el buque insignia cartaginés; su comandante pudo escapar en un bote de remos, lo que sin duda contribuyó a la desorganización cartaginesa. Los púnicos intentaron entonces rodear a las naves romanas. Pese a que sus barcos eran más lentos y sus tripulantes menos adiestrados, los romanos consiguieron girar sus naves hasta el punto de que sus corvi, en la proa, estaban de nuevo preparados para caer sobre los enemigos. Finalmente, los cartagineses cedieron y se retiraron, perdiendo 31 barcos a manos de los romanos y viendo otros 13 o 14 hundidos. El comandante romano, el cónsul Cayo Duilio, dio a Roma su primera victoria naval, y decoró la plataforma del orador del Foro con las proas de los navíos capturados.

En el norte, los romanos avanzaban hacia Termae tras haber asegurado su flanco marítimo gracias a la reciente victoria naval. Sin embargo, fueron derrotados ese mismo año por un ejército cartaginés, quienes aprovecharon esta victoria para contraatacar en 259 a.C. asediando la ciudad de Enna.

El año siguiente los romanos fueron capaces de recuperar la iniciativa reconquistando Enna y Camarina. En la Sicilia central capturaron también la ciudad de Mitístrato, a la que ya habían atacado en dos ocasiones anteriores. Los romanos también se trasladaron al norte marchando a través de la costa norte de la isla hacia Panormus, pero no fueron capaces de tomar la ciudad. Los cartagineses no estaban aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de sus enemigos en tierra, comenzaron una campaña de hostigamiento con rápidas incursiones desde el mar. Además su flota aseguraba el aprovisionamiento e impedía un efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.

Batalla del Cabo Ecnomo

Tras sus conquistas en la campaña de Agrigento, y tras varias batallas navales, los romanos intentaron en los años 256 y 255 a. C. la segunda operación terrestre a gran escala de la guerra. Optaron por seguir el ejemplo del tirano Agatocles de Siracusa, quien, en el año 310 a.C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico sobre Siracusa, que terminó en una gran victoria.

Por ello, buscando un final para la guerra más rápido que el que ofrecían los largos asedios en Sicilia, los romanos decidieron invadir los dominios cartagineses en África con el objetivo de forzar un acuerdo de paz favorable a sus intereses.

No obstante, una operación de tal envergadura necesitaba una enorme cantidad de naves que permitiesen transportar las legiones, todo su equipamiento y provisiones a tierras africanas. Además, y para complicar el problema logístico, la flota cartaginesa patrullaba las costas de Sicilia, obligando a que el transporte fuese realizado en naves de carácter militar como trirremes o quinquerremes, con poco espacio para la carga. Por todo ello, Roma necesitaba una flota que permitiese cruzar el Mediterráneo con seguridad, y los dos cónsules de ese año, Marco Atilio Régulo y Lucio Manlio Vulsón Longo, fueron elegidos para dirigirla.

Se construyó una gran flota en la que se incluyeron transportes para los soldados y barcos de batalla para ofrecer protección a los cargueros. Todo se preparó con sumo cuidado hasta que en el 256 a.C. un enorme convoy de 330 naves partió con un gran ejército romano a bordo desde la costa adriática con destino a África. Sin embargo, los cartagineses no estaban dispuestos a permitir que esta amenaza se tornase realidad y enviaron una flota de envergadura similar para interceptar a los romanos. Tomando por base el número de barcos y las tripulaciones empleadas, este enfrentamiento fue la mayor batalla naval de la Antigüedad y según algunas opiniones, la mayor de la historia.

Para entonces, las tácticas navales de la República romana habían mejorado mucho. Su flota avanzó a lo largo de la costa de Sicilia en formación de batalla con las naves militares desplegadas en tres escuadrones. Los escuadrones I y II estaban directamente controlados por cada uno de los dos cónsules y marcaban el ritmo de la marcha colocados en forma de cuña. El grupo de naves de transporte se situaba justo detrás de ellos y el tercer escuadrón cubría la retaguardia, añadiendo mayor protección a la formación.

La flota de Cartago, al mando de Amílcar y Hannón el Grande, fue desplegada al completo para interceptar a la flota de desembarco romana. Ambas flotas se encontraron en la costa sur de Sicilia, a la altura del cabo Ecnomo. La formación de batalla cartaginesa inicial era la tradicional formación en línea, con Amílcar en el centro y los dos flancos ligeramente adelantados. Enfrentándose directamente con el enemigo, el frente romano avanzó contra el centro de la línea cartaginesa. En ese momento el almirante Amílcar fingió una retirada para permitir la aparición de un hueco entre la vanguardia romana y las naves de transporte, que eran el verdadero objetivo del enfrentamiento militar. Tras esta maniobra, los dos flancos cartagineses avanzaron contra la columna dejada atrás y atacaron desde los flancos para evitar que los romanos pudieran utilizar el corvus para abordar sus naves. Los transportes se vieron empujados hacia la costa siciliana y los refuerzos tuvieron que entrar en batalla para enfrentarse al ataque de Hannón. El centro de la línea cartaginesa fue finalmente derrotado tras una larga lucha y acabó huyendo del campo de batalla. Entonces los dos escuadrones romanos del frente dieron la vuelta para ayudar a la situación que se había creado en la retaguardia. El primer escuadrón, dirigido por Vulsón, persiguió al ala izquierda, que estaba acosando a los transportes, y el escuadrón de Régulo lanzó un ataque combinado con el tercer escuadrón contra Hannón. Sin el apoyo del resto de su flota, los cartagineses sufrieron una severa derrota. La mitad de las naves púnicas fueron capturadas o hundidas.

Tras la batalla, los romanos tomaron tierra en Sicilia para llevar a cabo las reparaciones y para que las tripulaciones pudiesen descansar. Las proas de los barcos capturados fueron enviadas a Roma para adornar el foro romano, de acuerdo con la tradición que se había iniciado tras la batalla de Milas. No mucho más tarde, el ejército romano tomó tierra en Cartago y comenzó la operación punitiva contra su enemigo, liderada por Marco Atilio Régulo. Las siguientes batallas de la Primera Guerra Púnica se librarían, por tanto, en tierras cartaginesas.

 

Pirro de Epiro (Segunda Parte)

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Conquista de Palestrina

Cineas regresó ante Pirro, relatándole que no se podía esperar ningún resultado por vía diplomática. Consecuentemente, el rey decidió continuar la guerra con vigor. Avanzó a marchas forzadas hacia Roma saqueando los terrenos en su camino. A sus espaldas se hallaba el cónsul Levino, cuyo ejército había sido reforzado con dos legiones reclutadas en Roma mientras el Senado reconsideraba las ofertas de Pirro. En cualquier caso, Levino no se aventuró a atacar a las superiores fuerzas del enemigo, sino que se contentaba con hostigar su marcha y retrasar su avance mediante ágiles escaramuzas. En respuesta, Pirro prosiguió el avance a una marcha más lenta pero firme, sin encontrar una oposición digna hasta llegar a Preneste, la cual fue capturada. Se hallaba a sólo 30 kilómetros de Roma mientras sus avanzadillas llegaban hasta solamente 9 km al este de la ciudad. Una nueva marcha le habría llevado hasta las murallas pero allí vio frenado su avance. En este momento fue informado de que Roma había firmado la paz con los etruscos, y que el otro cónsul, Tiberio Coruncanio, había regresado con su ejército a la ciudad. Así se desvaneció toda esperanza de acordar la paz con los romanos, con lo que Pirro decidió retroceder lentamente a Campania. Desde ese lugar se retiró a sus cuarteles de invierno en Tarento, y ninguna otra batalla fue librada ese año.

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Italia en el Siglo IV a.C.

Invierno en Tarento

Tan pronto como los ejércitos se acuartelaron para pasar el invierno, los romanos enviaron una embajada a Pirro con la intención de tantear el rescate de los prisioneros romanos o su intercambio por un número similar de prisioneros tarentinos o aliados. Los embajadores fueron recibidos con la mayor distinción, y sus entrevistas con Cayo Fabricio Luscino, portavoz de la embajada, dieron lugar a una de las más célebres historias de los escritos de Roma, embellecida y relatada de distintas maneras por poetas e historiadores.

Rehusó, no obstante, acceder a las peticiones de los romanos, pero al mismo tiempo, como muestra de su confianza en el honor romano y admiración hacia su carácter, permitió que los prisioneros fueran a Roma a celebrar las Saturnales, estipulando que regresaran a Tarento si el Senado Romano no aceptaba los términos que les había ofrecido previamente a través de Cineas. Como el Senado permaneció firme en su resolución, todos los prisioneros regresaron a Pirro, bajo la amenaza de ser condenados a muerte si permanecían en Roma.

Batalla de Ausculum

En su retirada hacia el sur, Pirro fue alcanzado por el ejército romano en una llanura rodeada de colinas cerca de la ciudad de Ausculum, a 130 km de Tarento. En este segundo encuentro entre las falanges macedonias y las legiones romanas, ambos ejércitos estaban en igualdad numérica. Pirro desplegó su propia infantería macedonia y su caballería, infantería mercenaria griega, aliados de Italia, incluida la milicia tarentina, la caballería e infantería samnitas y 20 elefantes de guerra. Para contrarrestar la flexibilidad de las legiones romanas, Pirro mezcló la infantería ligera itálica con sus falanges.

Después de la batalla de Heraclea, donde los elefantes de guerra produjeron un gran impacto sobre los romanos, las legiones romanas se surtieron de proyectiles y armas especiales contra estos animales: carros de bueyes equipados con largas picas y recipientes de cerámica ardiente para asustarlos, además de tropas que se desplegaban para proteger al resto del ejército y lanzar jabalinas y otros proyectiles para hacer retroceder a las bestias.

La batalla transcurrió durante dos días. Como era normal en aquella época, ambos ejércitos desplegaron su infantería en el centro y la caballería en los flancos. Al principio, Pirro situó a su guardia montada personal y a los elefantes de guerra justo detrás de la infantería como reserva.

En el primer día, la caballería y los elefantes de Pirro fueron bloqueados por los árboles y colinas donde se libraba la batalla. Sin embargo, las falanges no tuvieron inconvenientes en su enfrentamiento con la infantería itálica. Los macedonios derrotaron a la primera legión romana y sus aliados del ala izquierda, pero la tercera y cuarta legiones vencieron a los tarentinos, oscos y epirotas en el centro, mientras que los daunios atacaban el campamento griego. Pirro envió a parte de su caballería de reserva a tapar el hueco en el centro de su formación y a otro grupo de caballería, más algunos elefantes, para ahuyentar a los daunios. Cuando éstos se retiraron hacia una colina escarpada e inaccesible para los animales, decidió desplegar sus elefantes contra la tercera y cuarta legión. Estas también se refugiaron en las colinas arboladas, pero se vieron imposibilitadas de aprovechar la ventaja, ya que los arqueros y honderos que escoltaban a los elefantes dispararon proyectiles incandescentes, prendiendo fuego los árboles. Pirro envió a los atamanios, acarnanios (ambos pueblos griegos aliados de los epirotas) y samnitas para forzar a sus adversarios a salir de la arboleda, pero fueron dispersados por la caballería romana. Ambos bandos se retiraron de la batalla al anochecer sin que ninguno hubiera conseguido una clara ventaja.

Al amanecer, Pirro ubicó a su infantería ligera en el duro terreno que había resultado ser un punto débil el anterior día, lo que forzó a los romanos a entablar batalla en campo abierto. Al igual que en Heraclea, las legiones romanas y falanges macedonias trabaron combate hasta que una carga de elefantes apoyados por infantería ligera rompió la línea romana. En ese momento, los romanos enviaron a sus carros antielefantes, pero éstos solo resultaron efectivos durante unos breves instantes, ya que los psiloi (infantería ligera de armas arrojadizas), tras rechazar a la caballería romana, arrollaron a los soldados que conducían los carros. Los elefantes cargaron de inmediato contra la infantería, que comenzó a retroceder. Simultáneamente, Pirro cargó con su guardia personal para completar su victoria. Ante esta situación, los romanos se retiraron desordenadamente a su campamento.

Los romanos perdieron 6000 hombres y Pirro, 3500, incluidos muchos de sus oficiales. Esta victoria griega, con tan escaso margen y grandes pérdidas, llevó a la creación del término victoria pírrica: una victoria o logro que se consigue a través de un gran coste. En esta batalla, como ocurrió en Heraclea, el grueso de la acción recayó casi exclusivamente en las tropas griegas del rey, y el estado de Grecia, tras las invasiones galas de ese año, hacía inviable la posibilidad de que Pirro recibiera refuerzos desde Epiro. Así pues, Pirro evitó arriesgar las vidas de sus griegos supervivientes en una nueva campaña contra los romanos, por lo que ofreció una tregua a Roma. Sin embargo, el Senado romano se negó a aceptar cualquier acuerdo mientras Pirro mantuviese sus tropas en territorio italiano.

Recibió entonces dos embajadas procedentes de Siracusa. Tras una larga guerra civil entre Tenón y Sóstrato, la ciudad se encontraba indefensa ante la invasión cartaginesa y ambos generales buscaban el apoyo de Pirro. Esta empresa parecía más sencilla que aquella en la que se encontraba embarcado, y poseía la atracción de la novedad, que siempre había seducido al rey. No obstante, antes era necesario suspender las hostilidades con los romanos, que asimismo se hallaban deseosos de verse libres de un oponente tan formidable y asi poder completar la subyugación del sur de Italia sin más interrupciones. Como ambos bandos compartían deseos comunes, no fue difícil que llegaran a un acuerdo para finalizar la guerra. Esto ocurrió a principios de 278 a.C. cuando uno de los médicos de Pirro, llamado Nicias, desertó a las filas romanas y propuso a los cónsules envenenar a su señor. Los cónsules Fabricio y Emilio enviaron al desertor de vuelta ante Pirro, afirmando que aborrecían la idea de conseguir una victoria mediante la traición. Para mostrar su gratitud, Pirro envió a Cineas a Roma con todos los prisioneros romanos, los cuales entregó sin reclamar ningún rescate. Parece que Roma otorgó entonces una tregua a Pirro, no así una paz formal, ya que el rey no consintió en retirar sus tropas de Italia.

Cineas se encontraba en Roma para firmar la tregua cuando una flota cartaginesa de 120 barcos de guerra apareció de repente frente al puerto de Ostia. Los cartagineses les dijeron a los romanos que estaban dispuestos a aliarse con ellos durante el tiempo que durara la guerra con Pirro. Roma, animada por esta nueva alianza, canceló la firma del tratado, lo que cortó la carrera militar del rey, ya que las ciudades griegas, a las que él proclamaba defender, sentían que por su culpa habían perdido la oportunidad de aliarse tanto con Roma como con Cartago. La única esperanza habría sido aliarse con una de las dos potencias y provocar un enfrentamiento entre ellas. Si bien Pirro todavía tenía la ventaja militar, sus aliados griegos y tarentinos estaban cansados de su férreo liderazgo. En su opinión, la amenaza de Roma había terminado, la conquista total de la ciudad estaba más allá de su alcance y Pirro deseaba ir a otros lugares.

Campaña en Sicilia

Pirro se traslada a Sicilia en el año 278 a.C. dejando a Milo al cargo de Tarento y a su hijo Alejandro con otra guarnición en Locri. Los tarentinos reclamaron la retirada de sus tropas si éstas no iban a ayudarles en el campo de batalla, pero Pirro desatendió sus peticiones manteniendo la posesión de la ciudad, esperando ser capaz de regresar pronto a Italia con un ejército reforzado por griegos sicilianos, de cuya isla su imaginación ya le había coronado soberano.

Tras desembarcar en Siracusa, arbitró en la paz entre Tenón y Sóstrato, levanto el asedio cartagines que tenia en vilo a la ciudad y en poco tiempo reunió a todas las ciudades griegas de la isla. Luego, haciendose jefe de la confederación siciliana, arrebató a los cartagineses casi todas sus posesiones. Recibió soldados y dinero de otros gobernadores, como Heráclides de Leontino. Permaneció en la isla más de dos años, consiguiendo grandes éxitos, expulsando a los cartagineses y conquistando la ciudad fortificada de Erice, en un asedio en el cual fue el primero en subir las escalas, distinguiendose como de costumbre por su coraje. Fue proclamado rey de Sicilia, título que destinó a su hijo Heleno, mientras que reservaba el inexistente título de rey de Italia para su hijo Alejandro.

Los cartagineses se alarmaron de tal forma ante su éxito que le ofrecieron barcos y dinero a condición de que formara una alianza con ellos, a pesar de que no hacía mucho habían firmado un tratado con Roma. De forma poco inteligente, Pirro rechazó la oferta, la cual le habría reportado inmensas ventajas en su reanudación de la guerra contra Roma, y a instancias de los griegos sicilianos, rehusó cualquier tipo de pacto con los cartagineses si no evacuaban la isla por completo, los cuales ofrecieron aceptar si se les permitía quedarse con la impenetrable ciudad de Lilibea, porque sabían que si Pirro se marchaba, poco podrían hacer las ciudades griegas por su cuenta y estos podrían reconquistar todo lo perdido.

Pirro nunca estuvo más cerca de cumplir todos sus objetivos que en ese momento: delante de si tenía a Cartago humillada, Sicilia a sus pies, con Tarento conservaba la llave de Italia y una flota enteramente nueva, surtida en el puerto de Siracusa, servía de lazo a todas sus posesiones, cuyo engrandecimiento y seguridad le garantizaba.

Poco después, Pirro fue rechazado con fuertes pérdidas tras su asalto a Lilibea. De repente, el prestigio de sus éxitos se había esfumado. Tras la derrota, Pirro decidió atacar a los cartagineses en África. Pero los griegos sicilianos, que le habían invitado a la isla, ahora estaban deseosos de que partiera e intrigaron contra él. Esto llevó a represalias por parte de Pirro, quien actuó de forma calificada como cruel y tiránica por los griegos. Se vio envuelto en ardides e insurrecciones de todo tipo, y pronto estaba tan deseoso de abandonar la isla como antes estuvo de salir de Italia. Así pues, cuando sus aliados italianos le rogaron de nuevo su asistencia, regresó prontamente a la península. Antes de partir, se giró a admirar la isla y dijo en voz alta: «¡Qué buena arena de combate dejamos aquí para romanos y cartagineses!». Doce años más tarde, estas dos potencias se disputarían ferozmente el control de la isla en la Primera Guerra Púnica.

Regreso a Italia

Pirro regresó a Italia en otoño de 276 a.C. En su viaje fue atacado por una flota cartaginesa, perdiendo setenta de los barcos de guerra que había obtenido en Sicilia. Cuando desembarcó, tuvo que abrirse camino luchando contra los mamertinos, que habían cruzado el estrecho de Mesina para evitar su llegada. Les derrotó tras intensos combates y finalmente llegó a la seguridad de Tarento. Sus tropas contaban por entonces aproximadamente los mismos números que la primera vez que desembarcó en Italia, pero de una calidad muy diferente. Los fieles epirotas en su mayoría habían caído y sus fuerzas consistían principalmente en mercenarios reclutados en Italia y de cuya fidelidad sólo podía estar seguro mientras les condujera a la victoria, pagara sus sueldos y consintiera los saqueos.

Pirro no permaneció inactivo sino que comenzó rápidamente las operaciones, aunque la estación ya parecía avanzada. Recuperó Locri, que se había rebelado y pasado a los romanos. Como aquí se vió en dificultades para lograr el dinero necesario para pagar a todos sus soldados, y no consiguiendo más de sus aliados, fue inducido por algunos epicúreos a apropiarse de los tesoros del templo de Proserpina. Los barcos en que el dinero debía ser embarcado para  ser transportado a Tarento, fueron devueltos a Locri por una tormenta. Esta circunstancia afectó profundamente al ánimo de Pirro: ordenó que los tesoros fueran reintegrados al templo y condenó a muerte al desventurado que le aconsejó cometer ese acto profano. Desde entonces, como él mismo comenta en sus memorias, vivió atormentado por la idea de que la ira de Proserpina le perseguía y llevaba a la ruina.

Batalla de Benevento

El año 274 a. C. representó el final de la carrera militar de Pirro en Italia. Los cónsules en Roma eran Manio Curio Dentato y Servio Cornelio Merenda, el primero de los cuales marchó a Samnio y después entró en Lucania. Pirro avanzó contra él, acampado a las afueras de Benevento, y resolvió atacarle antes de que llegara Cornelio. Como Curio no deseaba arriesgarse a entablar batalla solamente con su ejército, el rey planeó atacar el campamento romano a la caída de la noche. Pero erró los cálculos en tiempo y distancia: las antorchas se consumieron, los incursores equivocaron su camino y el sol ya asomaba en el horizonte cuando alcanzaron las colinas sobre el campamento romano. No obstante, su llegada cogió a los romanos por sorpresa, pero como la batalla parecía inevitable, Curio formó a sus tropas. Además, los romanos habían aprendido a neutralizar a los elefantes (verdaderos artífices de las victorias de Pirro) mediante flechas que en su punta tenían cera ardiendo.

Las exhaustas fuerzas de Pirro fueron fácilmente rechazadas, dos elefantes murieron y ocho más fueron capturados. Alentado por sus progresos, Curio no dudó en enfrentarse al rey en campo abierto. Un ala de los romanos resultó victoriosa, mientras la otra fue rechazada por la falange, que en su retirada fue cubierta por una lluvia de proyectiles procedentes de las empalizadas del campamento. Los proyectiles impactaron sobre los elefantes que quedaban, que volvieron sobre sus pasos y arrasaron todo a su paso.

Aunque la batalla no se decidió para ningún bando, Pirro perdió a sus mejores tropas, y en esa época se debía tener las mínimas bajas posibles. Era imposible proseguir la guerra más tiempo sin un nuevo ejército, por lo que pidió ayuda a los reyes de Macedonia y Siria. Como estos ignoraron sus súplicas, no le quedó otra alternativa que abandonar Italia.

Como consecuencia, los samnitas fueron finalmente sometidos y toda la Magna Grecia se perdió, aunque sus ciudades mantuvieron sus privilegios con la condición de que juraran lealtad a Roma. Los romanos nunca pudieron vencer a Pirro en batalla, pero sí consiguieron desgastarlo y ganarle la guerra a uno de los mejores generales de la Edad Antigua. Las Guerras Pírricas demostraron la superioridad de las legiones romanas frente a las falanges macedonias debido a su mayor movilidad. Nunca más los griegos tendrían un general tan capacitado para volver a enfrentarse a Roma.

Regresó a Grecia a fin de año, dejando a Milo con una guarnición en Tarento como promesa de regresar a Italia en algún momento futuro. Pirro llegó a Epiro a finales de 274 a.C. tras una ausencia de seis años. Trajo de vuelta sólo 8000 infantes y 500 jinetes, y tan poco dinero que ni siquiera éstos podía mantener sin emprender nuevas empresas militares.

Invasion de Macedonia

Por esto, a comienzos del año siguiente, invadió Macedonia, donde reinaba por entonces Antígono II Gónatas. Reforzó su ejército con un cuerpo de mercenarios galos, e inicialmente su único objetivo parecía ser el saqueo. Pero su éxito sobrepasó con creces sus expectativas: obtuvo sin resistencia la posesión de varias ciudades , y cuando finalmente Antígono avanzó a su encuentro, lo emboscó en un desfiladero, acabando con la mayoría de sus mercenarios y capturando sus elefantes. Antígono vio como su falange desertaba y daba la bienvenida a Pirro como nuevo rey, por lo que se retiró por el litoral, recuperando algunas ciudades costeras a su paso. Valoró especialmente Pirro la derrota de los enemigos galos, y consagró la mejor parte del botín al templo de Atenea de Itone. Pirro se convirtió así en rey de Macedonia por segunda vez, pero apenas había tomado posesión del reino cuando su espíritu inquieto le llevó a nuevas gestas.

Guerra con Esparta

Cleónimo había sido excluido del trono espartano muchos años atrás, y había recibido recientemente un nuevo insulto de la familia que reinaba en su lugar: Acrótato, hijo de Areo I, había seducido a Quelidonis, joven esposa de Cleónimo. Éste, ávido de venganza, acudió a la corte de Pirro y le persuadió para declarar la guerra a Esparta.

Pirro efectuó una expedición al Peloponeso. Mientras se encontraba allí, recibió a varias embajadas, entre ellas la espartana. Prometió enviar sus hijos a Esparta para que fueran entrenados según los preceptos de Licurgo. Mientras los embajadores remarcaban la naturaleza pacífica y amigable de Pirro, éste marchó a Laconia en 272 a.C. con un ejército de 25.000 infantes, 2000 jinetes y 24 elefantes. Cuando los enviados lacedemonios le reprocharon actuar en contra de sus palabras, éste respondió sonriendo:

«Cuando ustedes los espartanos resuelven hacer la guerra, es su costumbre no informar de ello al enemigo. No me acuses, por tanto, de injusticia, si he utilizado una estratagema espartana contra los mismos espartanos.»

Tal fuerza parecía imparable. En la ciudad no habían tomado medidas defensivas, y el propio rey Areo se encontraba en Creta auxiliando a los gortinos. Tan pronto como llegó Pirro, Cleónimo le urgió a atacar directamente la ciudad. Según Plutarco, como el día se hallaba avanzado, Pirro resolvió retrasar el ataque hasta el día siguiente, temiendo que sus hombres saquearan la ciudad si esta caía después del atardecer. Durante la noche los espartanos no se mantuvieron de brazos cruzados: Todos los habitantes, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, trabajaron incesantemente en cavar un profundo foso frente al campo enemigo, y al final de cada dique formaron una fuerte barricada de carretas.

Pausanias afirma que los espartanos presentaron batalla a Pirro, junto a sus aliados argivos y mesenios, y fueron derrotados, tras lo que el epirota se contentó con saquear el campamento enemigo. Según otros autores, al siguiente día, Pirro avanzó hacia la ciudad, pero fue rechazado por los espartanos, que luchaban bajo el mando de su joven líder Acrótato de manera digna a su fama ancestral. Renovó el asalto al día siguiente, sin mejor resultado. La llegada de Areo con 2000 cretenses y de Aminias de Focea, general de Antígono, con tropas auxiliares desde Corinto, obligó a Pirro a abandonar toda esperanza de conquistar la ciudad. No abandonó su tarea por completo, pues resolvió pasar el invierno en el Peloponeso y prepararse para nuevas operaciones a la llegada de la primavera.

Ataque a Argos

Mientras hacía estos preparativos, recibió la invitación de Aristeas, uno de los notables de Argos, para asistirle en su guerra civil contra su rival Arístipo, cuya causa favorecía a Antígono. Pirro comenzó su avance desde Laconia, pero no alcanzó Argos sin severos combates, pues los espartanos de Areo molestaron su marcha y ocuparon algunos de los pasos de montaña. En uno de estos encuentros murió su primogénito Ptolomeo, con gran dolor de Pirro, que vengó su muerte acabando con la vida del líder del destacamento espartano con sus propias manos. Cuando llegó a la ciudad de Argos, encontró a Antígono acampado en una de las colinas junto a la ciudad, pero no pudo inducirle a presentar batalla.

Existía un partido en Argos, que no pertenecía a ninguna de las facciones contendientes, ansiosa por librarse tanto de Pirro como de Antígono. Mandaron una embajada a ambos reyes, rogándoles que se retiraran de la ciudad. Antígono se mostró de acuerdo, y envió a su hijo como rehén, pero Pirro se rehusó.

Al anochecer, Aristeas permitió el paso de Pirro a la ciudad, quien marchó sobre el mercado con parte de sus tropas, dejando a su hijo Heleno con el grueso de su ejército en el exterior. Cuando se dio la alarma, la ciudadela fue ocupada por los argivos de la facción contraria. Areo y sus espartanos, que habían seguido de cerca a Pirro, entraron también en la ciudad. Antígono pudo introducir también una porción de sus soldados en el interior, bajo el mando de su hijo Alciones, mientras él permanecía fuera con el grueso del ejército.

A las luces del amanecer, Pirro vio que todas las plazas fuertes se hallaban bajo control enemigo, obligandolo a retroceder. Envió órdenes a su hijo Heleno para romper parte de las murallas, lugar por donde podría retirarse con mayor facilidad, pero a consecuencia de un error en la entrega del mensaje, Heleno intentó penetrar en la ciudad por el mismo lugar en que Pirro se retiraba. Las dos mareas se encontraron de frente, y para aumentar la confusión, uno de los elefantes cayó al suelo en la puerta, y un segundo se tornó salvaje e ingobernable. Pirro se hallaba a retaguardia, en un lugar más amplio, intentando mantener a raya al enemigo. Mientras combatía, fue ligeramente herido en el pecho por una jabalina y, al girar para vengarse del argivo que le había atacado, la madre del soldado, viendo a su hijo en peligro, arrojó desde el tejado de la casa en que se hallaba una pesada teja que golpeó a Pirro en la nuca. Cayó de su caballo aturdido y fue reconocido por uno de los soldados de Antígono llamado Zópiro. En ese mismo momento fue decapitado y su cabeza enviada a Alciones, que llevó exultante el sangriento trofeo a su padre Antígono. Pero éste apartó la mirada e hizo enterrar su cuerpo con todos los honores y sus restos fueron depositados en el templo de Démeter.

Legado

Pirro falleció en 272 a.C. a los 46 años de edad y en su trigésimo segundo año de reinado. Fue el mayor guerrero y uno de los mejores príncipes de su tiempo. Si se le juzga desde el punto de vista de corrección y moralidad pública, aparecerá como un monarca preocupado únicamente por su engrandecimiento personal, capaz de sacrificar los derechos de otras naciones para incrementar su gloria y satisfacción de sus ambiciones. Si se le juzga de acuerdo a la moral de su época, en que cualquier príncipe griego creía tener derecho a reinar sobre aquellos territorios que su espada pudiera ganar, vemos más rasgos dignos de admiración que de censura en su conducta.

El historiador griego Plutarco habla de él en estos términos: «Sin cesar pasaba de unas esperanzas a otras, de una prosperidad tomaba ocasión para otras varias, si caía intentaba reparar la caída con nuevas empresas, y ni por victorias ni por derrotas hacía pausa en mortificarse ni en ser mortificado».

El gobierno sobre sus dominios nativos parece haber sido justo e indulgente, pues sus epirotas permanecieron siempre fieles a su rey incluso durante su larga ausencia en Italia y Sicilia. Sus guerras en el extranjero se llevaron a cabo sin opresión o crueldad innecesarias, y se le acusa de menos crímenes que a cualquiera de sus contemporáneos. El mayor testimonio de la excelencia de su vida privada se percibe en que, en esos tiempos de traición y corrupción, siempre mantuvo el afecto de sus sirvientes. Por ello, con la solitaria excepción del médico que ofreció envenenarle, no se menciona ninguna ocasión en que fuera abandonado o traicionado por oficiales o amigos. Con su arrojo, su capacidad estratégica, su afable conducta y su porte real, pudo convertirse en el monarca más poderoso de su tiempo, si hubiera perseverado firmemente en el objetivo inmediato que tenía ante él. Pero nunca descansaba satisfecho con ninguna nueva adquisición, y siempre buscaba nuevos objetivos: Antígono le comparaba con un jugador de dados, que conseguía algunas tiradas afortunadas, pero era incapaz de aprovecharlas.

El historiador militar romano Frontino refleja algunas de las tácticas de Pirro en su libro Stratagemata: «entre muchos otros preceptos sobre el arte de la guerra, recomendaba no presionar nunca sin descanso tras un enemigo en fuga, no sólo para evitar que se viera obligado a resistir furiosamente a consecuencia de la necesidad, sino también para que en el futuro ese mismo enemigo se viera más inclinado a huir, sabiendo que su vencedor no intentaría destruirle en la retirada».

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Rey Pirro de Epiro

Pirro de Epiro (Primera Parte)

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Pirro, apodado el Águila por sus soldados, fue Rey de Epiro entre 307 a 302 a.C. y de nuevo entre 297 y 272 a.C. ostentando brevemente también la corona de Macedonia en dos ocasiones. Es considerado uno de los mejores generales de su época y uno de los más grandes rivales de la República Romana durante su expansión.

Nacido en el año 318 a.C., su madre era hija de Menón de Farsalia, distinguido líder durante la guerra entre Grecia y Macedonia que estalló tras la muerte de Alejandro Magno. Los ancestros de Pirro se consideran descendientes de Neoptólemo, hijo de Aquiles, quien se dice se estableció en Epiro tras la guerra de Troya.

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Reino de Epiro, en naranja oscuro

Su padre ascendió al trono al morir su primo Alejandro I, quien era hermano de Olimpia, madre de Alejandro Magno. Fue esta conexión con la familia real macedonia la que perjudicó a Pirro durante sus primeros años de vida. Su padre, Eácides, marchó a Macedonia para apoyar a Olimpia contra Casandro, otro aspirante al trono. Pero al ser derrotados, Eácides y Olimpia fueron obligados a huir. Los epirotas, reacios a mantener un conflicto con Casandro, se reunieron en asamblea y desposeyeron a Eácides del trono.

En el momento en el que el rey era destronado y comenzaba la matanza de sus amigos y allegados, unos jóvenes rescataron a Pirro y a sus nodrizas emprendiendo una fuga desesperada. Si bien los perseguidores les pisaban los talones, los fugitivos resistían con valentía y continuaban su huida. Después de todo un día de fuga y persecución, llegaron a un gran río que les cortaba el paso y toda esperanza de escapar. La fuerte corriente impedía cruzarlo y, aunque podían ver del otro lado a algunos habitantes de la zona, los gritos, señales de ayuda y cualquier otro intento de comunicación era imposible debido a la oscuridad y al ruido del caudaloso río. Hacían gestos de desesperación y levantaban al niño en brazos con la esperanza de que lo reconocieran. Habrían sido derrotados allí mismo si no fuese porque a uno de los fieles se le ocurrió arrancar una corteza de árbol y en su interior escribir con el clavo de una hebilla quiénes eran y cuál era su situación. Pusieron peso a la tabla y la lanzaron al otro lado. Cuando los lugareños entendieron quién era el niño y lo que estaba ocurriendo, ataron inmediatamente algunos troncos y pasaron a la otra orilla, rescatando al niño y llevándolo a presencia de Beroe, esposa de Glaucias, quien era rey de la tribu iliria de los taulantianos. Glaucias rehusó noblemente entregar al joven a Casandro y le proporcionó protección en su corte. Eácides murió en combate poco después y Pirro fue criado por Glaucias como uno más de sus hijos.

Diez años después, cuando el cuñado de Pirro, Demetrio, arrebató el control de Grecia a Casandro, Glaucias restauró a Pirro en el trono de Epiro. Como tenía solamente doce años de edad, el reino fue regentado por guardianes, pero Pirro no mantuvo mucho tiempo la posesión de sus dominios hereditarios: Demetrio se vio obligado a dejar Grecia y cruzar el estrecho del Bósforo en ayuda de su padre Antígono I Monóftalmos, amenazado por las fuerzas combinadas de Casandro, Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco. Casandro recuperó la supremacía en Grecia y presionó a los epirotas para que expulsaran por segunda vez a su joven rey.

Primer reinado

Pirro, que ya tenía 17 años, se unió a Demetrio, esposo de su hermana Deidamia, y le acompañó a Asia, donde estuvo presente en la batalla de Ipsos (301 a.C.), en la cual ganó un gran renombre por su valor. Aun siendo muy joven, se dice que cargaba impetuosamente contra cualquiera que se cruzara en su camino, actitud que lo distinguió durante el resto de su vida militar. Sus esfuerzos, sin embargo, poco pudieron hacer para cambiar el signo de la batalla, y se vio obligado a batirse en retirada. Antígono murió en la refriega y Demetrio se convirtió en fugitivo, pero Pirro no desertó de su cuñado y poco después viajó en su nombre a Egipto en calidad de rehén voluntario cuando Demetrio concertó la paz con Ptolomeo. Pirro fue lo suficientemente hábil o afortunado para ganarse el favor incondicional del faraón y recibió como esposa a su hijastra, Antígona. Ptolomeo le proporcionó una flota y tropas con las que le fue posible regresar a Epiro.

Neoptólemo, probablemente hijo de Alejandro de Epiro, reinaba por entonces, pero su tiránico gobierno le estaba generando muchos enemigos. Ambos rivales consintieron en compartir la soberanía del reino, pero este pacto no podía durar mucho tiempo y Pirro anticipó su propia destrucción asesinando a su rival.

Segundo Reinado y Conquista de Macedonia

Pirro tenía 23 años cuando se estableció firmemente en el trono de Epiro y pronto se convirtió en uno de los príncipes más queridos. Su atrevimiento y coraje le granjearon el respeto de las tropas y su afabilidad y generosidad aseguraron el amor de su pueblo. Su carácter se asemejaba en muchos aspectos al de su antepasado Alejandro Magno, al que parece convirtió en su modelo a temprana edad. Sus intenciones se dirigieron primero hacia la conquista de Macedonia. Una vez dueño de ese país, podía esperar conseguir la soberanía de Grecia; con esta bajo su protección no existía fin para sus ambiciones, acabando en un extremo con la conquista de Italia, Sicilia y Cartago, y en el opuesto con los dominios de los reyes griegos en Oriente.

La inestabilidad macedonia tras la muerte de Casandro puso a su alcance el primer cimiento de sus ambiciones. Antípatro y Alejandro, los hijos de Casandro, se enfrentaron por la herencia de su padre. El segundo, en clara desventaja, acudió a Pirro en busca de ayuda. Pirro accedió con la condición de que recibiría todos los dominios macedonios en la mitad occidental de Grecia: Acarnania, Anfiloquía y Ambracia, así como los distritos de Tinfea y Paravea, que formaban parte de la propia Macedonia. Pirro cumplió sus compromisos con Alejandro I y expulsó a su hermano Antípatro de Macedonia en 294 a.C., aunque parece ser que éste pudo conservar una pequeña porción del reino.

Demetrio Poliorcetes

Pirro había visto su poder incrementado gracias a las extensas anexiones territoriales que había conseguido, fortaleciéndose aún más mediante su alianza con los etolios. Pero el resto de Macedonia cayó en manos de un inesperado personaje: Alejandro I habìa pedido ayuda a Demetrio además de a Pirro, pero, encontrándose el último más próximo, restauró a Alejandro I su reino antes de que Demetrio llegara al teatro de operaciones. Demetrio, no obstante, se mostraba reacio a perder su oportunidad de engrandecerse, de modo que abandonó Atenas y llegó a Macedonia a finales de ese año. Poco tiempo después, dio muerte a Alejandro I, convirtiéndose así en rey de Macedonia. Entre dos generales tan poderosos y de espíritu tan inquieto como Demetrio y Pirro, pronto nacieron celos y disputas. Ambos codiciaban los dominios del otro y los antiguamente amigos se convirtieron en los más mortales enemigos. Deidamia, que podía haber actuado de mediadora entre su marido y su hermano, ya había muerto.

La guerra estalló finalmente en 291 a.C. Durante este año, Tebas se rebeló por segunda vez contra Demetrio probablemente instigada por Pirro. Mientras el monarca macedónico se dirigía en persona a acallar la rebelión, Pirro efectuó un movimiento diversivo invadiendo Tesalia, pero fue obligado a retirarse a Epiro ante las superiores fuerzas de Demetrio. En 290 a.C. Tebas capituló, dejando a Demetrio libertad para enfrentarse a Pirro y sus aliados etolios. Siguiendo esta estrategia, invadió Etolia en la primavera de 289 a.C. Tras arrasar los campos prácticamente sin oposición, marchó hacia Epiro, dejando a Pantauco con un poderoso destacamento a cargo de Etolia. Pirro avanzó a su encuentro, pero por una carretera diferente, de modo que Demetrio entró en Epiro y Pirro en Etolia casi al mismo tiempo.

Pantauco inmediatamente le ofreció batalla, durante la cual retó al rey a un combate uno contra uno. El reto fue inmediatamente aceptado por el joven, quien venció a Pantauco, pero cuando estuvo a punto de matarlo, este fue rescatado por sus guardaespaldas. Los macedonios, desanimados ante la caída de su líder, huyeron dejando a Pirro como dueño del campo de batalla. No obstante, esta victoria reportó más ventajas que las que parecerían obvias: los movimientos impetuosos y el atrevido arrojo del rey epirota recordaron a los veteranos del ejército macedonio al gran Alejandro, pavimentando así su camino al trono. Demetrio, mientras tanto, no encontró oposición en Epiro y durante la expedición conquistó también Córcira.

A la muerte de Antígono, Pirro, de acuerdo a la costumbre de los reyes de su edad, contrajo triple matrimonio para fortalecer sus lazos con los príncipes extranjeros. De estas esposas, una era una princesa peonia, otra iliria y la tercera Lanassa, hija de Agatocles de Siracusa, a quien concedió la isla de Córcira como dote. Pero Lanassa, ofendida ante la atención que Pirro dispensaba a sus esposas bárbaras, se retiró a su principado de Córcira y concedió su mano a Demetrio junto con la isla. Pirro regresó entonces a Epiro más enojado que nunca hacia Demetrio, quien se había retirado a Macedonia.

A comienzos de 288 a.C. Pirro aprovechó que Demetrio se encontraba gravemente enfermo. Avanzó tan lejos como Edesa sin encontrar oposición, pero por entonces Demetrio logró superar su enfermedad y colocarse a la cabeza de sus tropas para expulsar a su rival fuera del país. Sin embargo, dadas sus intenciones de recuperar los dominios de su padre en Asia, se apresuró a firmar la paz con Pirro para poder continuar con sus preparativos sin verse molestado. Sus viejos enemigos Seleuco, Ptolomeo y Lisímaco se unieron de nuevo en coalición contra él, y decidieron acabar con su poder en Europa antes de que cruzara el estrecho. Convencieron con facilidad a Pirro para que rompiera su reciente trato con Demetrio y se uniera a la coalición. De ese modo, en la primavera de 287 a.C., mientras Ptolomeo se presentaba con una poderosa flota ante las costas griegas, Lisímaco invadía las provincias superiores de Macedonia y Pirro las inferiores. Demetrio marchó primero contra Lisímaco, uno de los antiguos generales y compañeros de Alejandro Magno, pero alarmado ante el desánimo de sus tropas y temiendo que se pasaran al bando contrario, deshizo rápidamente sus pasos y se dirigió hacia Pirro, que había avanzado hasta Veria y establecido allí su cuartel general. Pirro se mostró un rival tan formidable como Lisímaco: la amabilidad con la que trataba a sus prisioneros, su condescendencia y afabilidad ganaron la voluntad de los habitantes de la ciudad. Así, cuando Demetrio se aproximaba, sus tropas desertaron en masa y juraron lealtad a Pirro. Demetrio fue obligado a huir de incógnito, dejando el reino a su rival. Pirro fue incapaz de asegurarse el control de toda Macedonia: Lisímaco reclamó su parte, y el reino fue dividido entre ellos. Pero Pirro no pudo mantener su porción durante mucho tiempo: los macedonios preferían el gobierno de su viejo general Lisímaco, y el joven rey fue expulsado, por lo que regresó a Epiro.

Expedición a Italia

Pirro se ausenta de su reino en 284 a.C. con destino desconocido, circunstancia que aprovecha Lisímaco para invadir Epiro y saquear el reino «hasta llegar a las tumbas reales». Durante los siguientes años Pirro parece haber reinado en silencio sin embarcarse en ninguna nueva empresa, pero una vida tan tranquila le resultaba insoportable y anhelaba nuevas acciones donde pudiera ganar gloria y expandir su reino.

En el otoño de 282 a.C., Tarento celebraba su festival en honor a Dioniso en su teatro al borde del mar, cuando sus habitantes vieron naves romanas entrando en el golfo, en concreto, diez trirremes que se dirigían hacia la guarnición romana de Turios en misión de observación, según el historiador Apiano. Los tarentinos, disgustados por la violación de parte de los romanos del tratado que prohibía su entrada en el golfo de Tarento, lanzaron su flota contra las naves romanas. Durante el combate, cuatro naves romanas fueron hundidas y una fue capturada. Después de este hecho, la armada y la flota tarentina atacaron la ciudad de Turios, restableciendo a los demócratas en el poder y persiguiendo a los aristócratas que se habían aliado con Roma. La guarnición romana fue expulsada de la ciudad y los romanos enviaron entonces una misión diplomática dirigida por Póstumo. Según Dion Casio, los embajadores romanos fueron recibidos con insultos y burlas de los tarentinos, e incluso un borracho orinó en la toga de Póstumo. Fue entonces cuando el embajador romano exclamó: «Reíros, reíros, su sangre lavará mi ropa». Sin embargo, Apiano da una versión más neutral del encuentro: los romanos exigieron la liberación de los prisioneros romanos (presentados como simples observadores), el retorno de los ciudadanos de Turios que habían sido expulsados de su ciudad, y que los indemnizaran por los daños causados. También exigieron la entrega de los autores de esos crímenes. Las reivindicaciones romanas, unidas al choque cultural (por ejemplo, los embajadores romanos hablaban mal el griego y sus togas divertían a los asistentes), causaron rechazo en la población tarentina. Por todo ello, las reivindicaciones romanas fueron rechazadas y Roma se sintió en su derecho de declarar una guerra justa a Tarento.

En 281 a.C. se presentó la oportunidad deseada por Pirro. Los tarentinos enviaron una embajada rogándole en nombre de todos los griegos italianos que cruzara el mar Jónico y luchara contra la joven Roma. Sólo le pidieron un general, bajo cuyo mando prometieron que pondrían a 150.000 infantes y 20.000 jinetes, ya que todas las naciones del sur de Italia se unirían bajo su estandarte. Esta oferta resultaba demasiado tentadora para rehusarla, pues hacía realidad uno de sus tempranos sueños: la conquista de Roma le llevaría posteriormente a la soberanía sobre Sicilia y África. Después, le sería posible regresar a Grecia con las fuerzas combinadas de estos países para derrotar a sus rivales y reinar como señor del mundo conocido. Además, se sentía en deuda con los tarentinos, pues le habían suministrado apoyo naval en la reconquista de Córcira. Prometió asistirlos, ignorando las palabras de su sabio y fiel consejero Cineas. Pero dado que no podía confiar el éxito de tal empresa al valor y fidelidad de las tropas italianas, empezó los preparativos para llevar un poderoso ejército con él. Estos preparativos le mantuvieron ocupado el resto del año y comienzos del siguiente. Los príncipes griegos hicieron todo lo que estaba en su mano para favorecer sus designios, contentos de mantener alejado a un vecino tan peligroso. Antígono II le proporcionó barcos, Antíoco dinero y Ptolomeo Cerauno tropas. Pirro dejó a su hijo Ptolomeo, de 15 años de edad, a cargo de su reino.

Guerras Pírricas

Antes de salir de Epiro, el rey tomó prestadas algunas falanges al nuevo rey de Macedonia, Ptolomeo Cerauno y pidió ayuda financiera y marítima a Antíoco I, rey de Siria y a Antígono II Gonatas. El rey de Egipto, Ptolomeo II, le prometió igualmente el envío de 4.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, junto con 20 elefantes de guerra. Parte de estas fuerzas deberían defender Epiro en ausencia de Pirro. También reclutó una gran cantidad de soldados griegos, incluidos arqueros rodanos y caballería de Tesalia.

En primavera de 280 a.C., el ejército griego embarcó hacia las costas italianas y envió a Tarento una vanguardia de 3.000 hombres mandada por Cineas; luego trasladó en barco a 20.000 soldados de infantería, 3.000 caballos, 20 elefantes de guerra, 2.000 arqueros y 500 honderos, logrando así un ejército de 25.000 hombres. Tal era su impaciencia por llegar a Tarento y comenzar las acciones militares, que levó anclas antes de que finalizara la estación de las tormentas. Apenas había embarcado cuando estalló una violenta tempestad que dispersó la flota. Su propia vida corrió peligro, y llegó a Tarento con apenas una pequeña porción del ejército. Después de un tiempo, los dispersos navíos empezaron a hacer aparición. Tras reunir las tropas, inició los preparativos para la guerra. Los habitantes de Tarento eran gente licenciosa, poco acostumbrada a los rigores de la guerra y reacia a soportar duras privaciones. Así, intentaron evitar alistarse en el ejército y comenzaron a quejarse en las asambleas públicas de las exigencias de Pirro y de la conducta de sus tropas. Pero el epirota les trataba más como si fuera su rey que su aliado: cerró el teatro y el resto de los lugares públicos y obligó a los jóvenes a servir en su ejército.

Los romanos, prevenidos de la llegada inminente de las huestes epirotas, decidieron movilizar ocho legiones con sus respectivos auxiliares. Estas sumaban 80.000 soldados divididos en cuatro ejércitos. El primer ejército, comandado por Lucio Emilio Bárbula y acantonado en Venusia, tenía órdenes de mantener ocupados a los samnitas y lucanos, con el fin de que no pudieran unirse al ejército principal. El segundo tenía el deber de proteger Roma. El tercero, bajo el mando del cónsul Tiberio Coruncanio, fue enviado a combatir a los etruscos para impedir una alianza de éstos con las ciudades griegas. El cuarto, bajo el mando del otro cónsul Valerio Levino, fue enviado a atacar Tarento y asolar Lucania, con la intención de separar a las tropas griegas de las colonias de Brucia.

En el 281 a.C., bajo el liderazgo Lucio Emilio Bárbula, las legiones romanas entraron en Tarento y saquearon la ciudad, a pesar de que esta había recibido refuerzos samnitas y mesapios. Después de su derrota, los griegos eligieron al aristócrata Agis para solicitar una tregua e iniciar las conversaciones con Roma. Estas negociaciones se rompieron al desembarcar la avanzadilla griega enviada por Pirro en la primavera de 280 a.C. compuesta por unos 3.000 soldados epirotas, comandados por Milo de Tarento. Tras el reinicio de las hostilidades, el cónsul romano Bárbula fue obligado a huir bajo la presión de las naves griegas.

Batalla de Heraclea

Pirro decidió no marchar inmediatamente sobre Roma porque deseaba obtener previamente el apoyo de sus aliados de la Magna Grecia. Durante este tiempo, el cónsul Lavinio asolaba Lucania para impedir a los lucanos y los brucios unirse a Pirro. Comprendiendo que los refuerzos tardarían en llegar, Pirro decidió aguardar a los romanos en una llanura cercana al río Siris, situada entre las ciudades de Heraclea y de Pandosia. En ese lugar tomó posición y decidió esperar, confiando en que la dificultad de los romanos para vadear el río le daría tiempo para que sus aliados se le unieran.

Antes de entablar el combate, el rey envió a sus diplomáticos al cónsul romano Lavinio, con el fin de proponer su arbitraje en el conflicto entre Roma y las poblaciones del sur de Italia, prometiendo que sus aliados respetarían su decisión si los romanos lo aceptaban como árbitro. De este modo escribió al cónsul ofreciéndole mediar entre Roma y éstos. Pero el desconocimiento de su enemigo y quizá la imprudencia le llevaron a escribir palabras demasiado orgullosas que fueron respondidas en un tono de desaire por el cónsul Levino:

«En cuanto a nosotros, acostumbramos castigar a nuestros enemigos no con palabras, sino con actos. No te convertiremos en juez de nuestros problemas con los tarentinos, samnitas o el resto de nuestros rivales, y tampoco te aceptaremos como garante para el pago de cualquier indemnización, sino que decidiremos el resultado con nuestras propias armas y fijaremos los castigos que nosotros deseemos. Ahora que estás avisado, prepárate, no para ser nuestro juez, sino nuestro oponente.»

Los romanos instalaron su campamento en la llanura situada en la orilla norte del río Siris. Valerio Levino disponía de entre 30.000 y 35.000 soldados bajo su mando, entre los que se encontraban una gran cantidad de jinetes. El número de tropas de Pirro que se dejaron en Tarento no se conoce, pero se sabe, gracias a Plutarco, que había entre 25.000 y 30.000 soldados griegos en Heraclea, por lo que éstos disponían de menos efectivos que los romanos. Las falanges griegas tomaron posición sobre la orilla sur del río Siris.

Al amanecer, los romanos comenzaron a atravesar el río y la caballería empezó a atacar los flancos de los exploradores griegos y su infantería ligera, que fueron forzados a huir. Tan pronto se supo que los romanos habían cruzado el río, se ordenó a la caballería macedónica y tesalia atacar a la caballería romana. La infantería helena, compuesta por peltastas, arqueros e infantería pesada, comenzó a ponerse en marcha. La caballería de la vanguardia griega consiguió desorganizar las tropas romanas y provocar su retirada.

Durante el enfrentamiento, Oblaco Volsinio, jefe de un destacamento auxiliar de la caballería romana, reparó en Pirro gracias a que el general epirota llevaba armadura, equipamientos y armas propias de un rey. Oblaco le siguió en sus desplazamientos y al final consiguió herirlo, pero poco después fue muerto a manos de la guardia personal del rey. El comandante heleno, para evitar constituir un blanco demasiado expuesto, le confió sus armas a Megacles, uno de sus oficiales.

Las falanges atacaron varias veces, pero todos sus ataques eran respondidos por contraofensivas romanas. Aunque las tropas griegas lograron romper las primeras líneas, no podían combatir contra ellas sin romper su formación, pues se habrían arriesgado a dejar sus flancos expuestos a una peligrosa contraofensiva romana. Durante estos combates sin claro vencedor, Megacles, al que los romanos tomaron por Pirro, fue asesinado y en el campo de batalla se difundió la noticia de que el rey había muerto, lo que trajo la desmoralización del bando griego y la elevación de la moral romana. Para evitar una debacle, el rey tuvo que recorrer las filas griegas a cara descubierta para convencer a sus hombres de que todavía seguía vivo. En ese momento decidió enviar a sus elefantes de guerra; estos ingresaron al campo de batalla cargando contra todo a su paso. Los romanos se asustaron y la desesperación alcanzó incluso a sus caballos, que no pudieron continuar el ataque contra el ejército griego. La caballería epirota atacó en ese momento los flancos de la infantería romana, la cual huyó, permitiendo a los griegos apoderarse del campamento romano. En las batallas antiguas, el abandono del campamento por el adversario significaba una derrota total pues suponía abandonar todo: material, animales de carga, vituallas y equipaje individual. La batalla había durado un día completo, y fue probablemente la llegada del anochecer lo que salvó al ejército romano de una destrucción completa. Aquellos que escaparon buscaron refugio en una ciudad cercana.

Después de su victoria, el rey griego observó que los soldados romanos habían sido matados de frente, y pronunció: «Con tales hombres, habría podido conquistar el universo». El general griego propuso a los presos romanos unirse a su ejército, como se hacía en Oriente con los contingentes mercenarios, pero éstos se negaron. El número de bajas de ambos ejércitos varía según las fuentes, pero las pérdidas de Pirro, aun inferiores a las romanas, fueron bastante considerables y una gran proporción de sus oficiales y mejores tropas habían caído. Se dice que, mientras contemplaba el campo de batalla, Pirro dijo: «Otra victoria como esta, y estoy perdido»

Acabada la batalla, después de haber sido saqueado el campamento romano, los refuerzos que venían de Lucania y de Samnio se unieron al ejército vencedor. Muchas ciudades griegas también se unieron a Pirro. Un claro ejemplo fue Locros, que entregó la guarnición romana de la ciudad. En Rhegium, última posición de la costa meridional italiana controlada por Roma, el pretor campanio y comandante de la guarnición Decio Vibulo desertó y se proclamó Administrador, masacrando a una parte de los habitantes y persiguiendo a otros, amotinándose así contra la autoridad romana.

Pero su victoria había sido costosa, y la experiencia de la última batalla le enseñó las dificultades que podía encontrarse en su objetivo de conquistar Roma. Así pues, envió a su ministro Cineas con propuestas de paz mientras él reunía las fuerzas de sus aliados y marchaba lentamente hacia la Italia central. Los términos que ofreció en su propuesta fueron los de un conquistador: los romanos debían reconocer la independencia de los italiotas, restaurar a samnitas, lucanos, apulios y brucios todas las posesiones perdidas en la guerra, y Roma debía firmar la paz con él y con Tarento.

Tan pronto como se acordara el tratado de paz en estos términos, el epirota devolvería todos los prisioneros romanos sin rescate alguno. Cineas, cuya persuasiva elocuencia se dice que ganó más ciudades para Pirro que sus ejércitos, no reparó en medios para asegurar el favor de los romanos hacia su rey e inducirles a aceptar la paz. Las perspectivas de la república parecían tan oscuras que muchos senadores consideraron prudente acceder a las demandas de Pirro, y probablemente esto habrían hecho de no ser por el discurso patriótico del anciano censor Apio Claudio Ceco, quien convenció al senado de rechazar la idea de rendición y expulsó a Cineas de Roma ese mismo día.

 

Guerras Celtíberas

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Se denominan Guerras Celtíberas a los enfrentamientos bélicos producidos a lo largo de los siglos III y II a.C. entre la República Romana y los distintos pueblos celtíberos que habitaban en la zona media del Ebro, actual España. Estos enfrentamientos tuvieron una extensión temporal muy desigual en duración con diversas treguas, pactos, asedios y batallas.

Con la llegada de los romanos, los celtíberos tendieron a formar una gran confederación y a ejercer influencia en áreas muy alejadas de su territorio. Las relaciones entre Celtiberia y la Oretania, en el valle alto del Betis, eran intensas. La tendencia de unificación no parece que fuera obra de ningún jefe político o militar, sino de un proceso interno donde el papel más importante fue la posesión de los recursos mineros.

Las fuentes clásicas hacen mención de un país pobre con clima riguroso, un hábitat diseminado y de extensión muy reducida. La principal actividad económica que desarrollaban los celtíberos era la ganadería, influidos por la pobreza del suelo ya que desconocían las técnicas agrícolas avanzadas. Concentraban la riqueza en una jerarquía guerrera, lo que originó una fuerte desigualdad social que se traduciría en la organización de bandas de mercenarios y bandoleros que buscaban en el uso de las armas una posible salida a esa tradicional penuria.

Las estimaciones hablan de que la población de la Celtiberia prerromana probablemente estaba entre los 225.000 y 585.000 habitantes, basados en una densidad demográfica estimada de cinco a trece habitantes por kilómetro cuadrado, en un territorio de aproximadamente 45.000 km². Sobre esta base, los estudiosos modernos estiman que en la región había entre 18.000 y 50.000 guerreros en capacidad de portar armas, cifras confirmadas por el tamaño que alcanzaban a tener sus mayores ejércitos, de entre 15.000 y 35.000 combatientes.

Las citas de los autores clásicos sobre los celtíberos suelen hacer referencias concretas a la belicosidad de estos pueblos, conocidos por los romanos como mercenarios de los cartagineses desde la Segunda Guerra Púnica. Cuando los romanos desembarcan en Ampurias en el 218 a.C., su pretensión era cortar la fuente de suministros, tanto materiales como humanos, que desde la península Ibérica abastecía al ejército de Aníbal. Sin embargo, tras la expulsión de los cartagineses, decidieron quedarse en Iberia ocupando Levante y Andalucía, las zonas más ricas y desarrolladas.

Ya desde la rebelión de los pueblos íberos, en el 195 a.C., los celtíberos habían sido mercenarios de los turdetanos, vencidos por el cónsul Catón, que regresó a sus bases en Tarraco atravesando Celtiberia por primera vez y organizando la explotación sistemática de las provincias de Hispania.

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Pueblos de Hispania

Primera Guerra Celtíbera

A partir de entonces los romanos siguieron el modelo de explotación marcado por Catón, lo que llevó al desarrollo de rebeliones por parte de las tribus del centro de la península ibérica. La primera guerra celtíbera (181-179 a.C.) fue una guerra defensiva por parte de Roma.

Según Tito Livio, los celtíberos reunieron un ejército cercano a los 35.000 hombres, a lo que el cónsul Marco Fulvio Flaco respondió movilizando todas las fuerzas auxiliares posibles. Su objetivo era impedir la unión y proyección de los celtíberos sobre los bordes de la Meseta y su expansión hasta la Hispania Ulterior, el valle del Ebro y el Levante Ibérico. Así, en el año 193 a.C. el cónsul Fulvio venció a una coalición de vacceos, vetones y celtíberos en las cercanías de Toletum (Toledo), capturando vivo a Hilerno, su jefe. Las tropas dispersas se refugiaron en la ciudad lusona de Contrebia Belaisca que, según Apiano, había sido recientemente edificada y fortificada, y que luego fue tomada por el cónsul.

Con estas victorias como aval, se presentaron ante el Senado Romano los enviados de Fulvio dando cuenta de la sumisión de Celtiberia y la pacificación de la Provincia, solicitando autorización para que el ejército regresase a Roma. Sin embargo, el nuevo pretor de la Citerior, Tito Sempronio Graco, tenía informes de que sólo se habían sometido unas pocas ciudades, las más amenazadas por la cercanía de los campamentos de las legiones, mientras que las más lejanas continuaban sublevadas, por lo que se opuso a la retirada de los veteranos aun cuando ésta era la aspiración de los propios soldados, cansados de luchar en Hispania por tantos años y con tanta dureza.

Entre tanto, Fulvio Flaco aprovechó el retraso en la incorporación de su sucesor para devastar el Valle del Duero, donde sólo Catón había logrado penetrar cinco años antes. Esta acción, más que amedrentar a los habitantes, consiguió el efecto contrario, por lo que le tendieron una emboscada en su camino de regreso a Tarragona. Sin embargo, pese a los primeros momentos de sorpresa, los romanos terminaron vencedores en este nuevo enfrentamiento.

En el año de 180 a.C., Tiberio Sempronio Graco, nuevo procónsul de la Hispania Citerior, inició las luchas para someter a los celtíberos de la Meseta Norte. Acudió desde la Bética para liberar del asedio de 20.000 celtíberos a la ciudad de Caraúes, aliada de los romanos, con un ejército de 8000 infantes y 5000 jinetes. Logró tomar Contrebia y los pueblos vecinos, repartiendo las tierras entre los indígenas y fundando Gracurris para instalar en ella a las bandas de celtíberos sin tierras. Finalmente, en 179 a.C. salió victorioso en la batalla del Moncayo y acabó definitivamente con la rebelión, frenando radicalmente la expansión celtíbera fuera de los límites de su territorio.

Graco firmó pactos con las tribus de los belos y los titos, consiguiendo una cierta pacificación y atracción de las élites indígenas hacia Roma. Por estos pactos, los celtíberos debían pagar un tributo anual y prestar servicio militar en las legiones romanas. A cambio podían mantener la autonomía, pero se prohibía amurallar y fortificar nuevas ciudades. La última cláusula será fundamental, pues será alegada como causa desencadenante de la segunda Guerra Celtibérica.

Esta nueva forma de actuación promovida por Sempronio Graco refleja un nuevo talante en los modos de enfrentarse a los problemas hispanos. Evidentemente en sus comienzos no tuvo más remedio que aceptar la amarga herencia recibida, pero después, haciendo gala de una lucidez política extraordinaria y no queriendo traspasar los problemas como sus antecesores, los encaró de frente, dando pruebas de una conciencia hasta entonces desconocida. Obviamente tuvo que asumir los males pasados y combatir con las armas del mismo modo que ellos, pero después supo acercarse a la paz por el único camino posible: la negociación y el reparto.

Si bien el gobierno de Graco no difería demasiado de la política que Escipión había iniciado con el dominio romano en la península, en su gobierno se refleja un intento de consolidar e integrar las provincias hispanas en la administración romana. La postura de Roma, agravada por los problemas sociales y la pobreza de muchos sectores indígenas que les obligaba a un bandolerismo endémico sobre las ricas tierras del sur, que eran aliadas, desembocó en nuevos períodos de lucha.

Período entre guerras

Es frecuente leer en los textos dedicados al tema que gracias a esta política de los pretores la Península disfrutó de veinticinco años de paz, sin embargo esta afirmación no parece ajustarse a la realidad. Lo que sí es cierto es el hecho de que del período comprendido entre 177 y 154 a.C. se sabe realmente poco, en parte porque los sucesos que se produjeron no serían ruidosos ni decisivos, y en parte también por la pérdida de fuentes, ya que a partir del año 167 a.C. nos falta la historia de Tito Livio.

En cualquier caso, es claro que la paz no era un buen negocio para los pretores romanos ya que ésta no ofrecía oportunidades para enriquecerse, que era la razón fundamental que movía a éstos a solicitar prestar servicio en Hispania.

En el año 175 a.C. la situación se hizo crítica, por lo que los celtíberos iniciaron una nueva sublevación. Sin embargo, viendo que la fuerza no resolvería sus problemas, decidieron acudir a Roma con el fin de denunciar la insostenible situación que soportaban. Así, en el año 171 a.C., se presentaron al Senado Romano los legados de algunos pueblos hispanos, quejándose de la avaricia y soberbia de sus magistrados. También hicieron comparecer como acusados a antiguos pretores, designándose para defender los derechos de los denunciantes. Los hispanos recibieron seguridades para el porvenir, pero las disposiciones nacían muertas y las irregularidades se sucedían con absoluta impunidad.

Segunda Guerra Celtíbera

La excusa para el comienzo de la segunda fase de la guerra  ocurre en el año 154 a.C. con la ampliación de la fortificación de Segeda, capital de los belos. El Senado romano lo consideró como una infracción de los acuerdos de Graco y una amenaza para sus intereses en Hispania. Sin embargo, Polibio atribuye el origen de la guerra al comportamiento de los gobernadores romanos, que habían convertido la administración romana en insoportable para los indígenas.

El senado prohibió continuar la muralla y exigió, además, el pago del tributo establecido. Los segedenses argumentaron que la muralla era una ampliación y no una nueva construcción y que se los había exonerado del pago del tributo después de Graco. Roma envió al Cónsul Nobilior al mando de 30.000 hombres. El hecho de que se empleara un contingente tan grande hace pensar que se buscaba un objetivo más importante que el de castigar a la pequeña ciudad. Al enterarse los habitantes de Segeda, se refugiaron en la ciudad de Numancia, perteneciente a la tribu de los arévacos, donde eligieron como jefe a Caro.

Nobilior marchó por el valle del Ebro hacia Segeda, donde destruyó la ciudad, tomó Ocilis y avanzó por Almazán hacia Numancia. En el camino, con 20.000 soldados y 5000 jinetes, Caro logró emboscar a los romanos causándoles 6000 bajas, pero al perseguirlos en desorden, la caballería romana cayó sobre él, matándolo y salvando al ejército romano.

Nobilior llegó ante Numancia, donde se le unieron tropas enviadas por Massinisa, que incluían diez elefantes de guerra. Parecía que los elefantes iban a ser una fuerza determinante ya que los numantinos no los habían visto nunca antes y mostraban un gran pánico, pero la caída de una enorme piedra hirió a uno de los elefantes, que enloqueció y cargó contra los atacantes romanos. El desorden que se generó fue tal que los celtíberos aprovecharon la ocasión para atacar a los sitiadores y matar a unos 4000 romanos.

Tras varias derrotas y de pasarse Ocilis, donde mantenía las provisiones y el dinero, al bando de los celtíberos, a Nobilior no le quedó otro remedio que recluirse en su campamento a pasar el invierno, donde muchos soldados murieron por el frío y los continuos asaltos de los numantinos.

Al año siguiente llegó como sucesor en el mando el cónsul Claudio Marcelo con 8000 soldados y 500 jinetes, cercó a Ocilis y les concedió el perdón. Ante las condiciones magnánimas de rendición, rehenes y cien talentos de plata, Nertobriga también pidió la paz. Marcelo les puso la condición de que todos los pueblos, arévacos, belos y titos, la pidieran a la vez, cosa que consiguió, pero algunos pueblos se opusieron porque habían soportado sus razias durante la guerra. Marcelo decidió enviar embajadores de cada parte para que dirimieran sus luchas y recomendó al Senado la aprobación de los tratados. Este desestimó las ofertas de paz y preparó un nuevo ejército al mando del cónsul Licinio Lúculo.

Marcelo declaró de nuevo la guerra a los celtíberos, que tomaron Nertobriga, y persiguió a los numantinos hasta la ciudad. El jefe de estos, llamado Litennón, pidió la paz en nombre de todas las tribus. Marcelo exigió rehenes y dinero y aceptó la paz antes de la llegada de Lúculo.

Tercera Guerra Celtíbera

Los celtíberos lograron un acuerdo de pacificación que incluía el pago de un impuesto de guerra, acuerdo que no fue aceptado por el Senado romano. Tras esta negativa, los numantinos, viendo el talante conciliador del cónsul romano, llegaron a un acuerdo de paz a cambio de una gran cantidad de dinero. En este año, tras varias victorias del lusitano Viriato sobre los romanos y el considerable aumento de la tensión, éstos se levantaron de nuevo en armas. La rebelión se consideró muy grave en Roma, por lo que se decidió enviar un fuerte ejército de más de 30.000 soldados al mando del cónsul Cecilio Metelo, y además se solicitaron las fuerzas de un honorable soldado de la guardia pretoriana que había demostrado sus dotes luchando contra las aldeas celtas, que llevó consigo 1500 pretorianos veteranos, los cuales hicieron historia en esta y otras batallas.

Cecilio Metelo estuvo en Hispania dos años y mostró un talante moderado, lo que llevó a los numantinos a negociar una paz que, a cambio de rehenes, ropa, caballos y armas, les convertiría en amigos y aliados de Roma. Sin embargo, el día en que debía ratificarse el acuerdo se negaron a entregar las armas. La ruptura del pacto enfadó enormemente a Roma, que consideró que la osadía de este pequeño reducto en los límites occidentales del Imperio no podía ni debía ser tolerada porque ponía en duda el prestigio militar romano.

El 141 a.C. se nombró cónsul a Quinto Pompeyo Aulo, rival político de Metelo, que llegó con un ejército de 30.000 soldados de infantería y 2000 jinetes. No destacó precisamente por su labor militar; como fue derrotado continuamente por los numantinos, se dirigió contra Termancia al considerar que era una tarea más fácil, pero fue de nuevo vencido con graves pérdidas. Temeroso de que fuera llamado para rendir cuentas ante el Senado, entabló negociaciones de paz con los numantinos, llegando a un acuerdo antes de la llegada de sucesor.

Popilio Laenas, el nuevo cónsul, no aceptó el pacto porque este no estaba aprobado por el Senado y el pueblo romano. Popilio envió embajadores a Roma para que querellaran allí con Pompeyo. El Senado decidió continuar la guerra y no admitir el pacto firmado. Atacó Numancia en 139 a.C., pero tras ser derrotado decidió saquear los campos de cereales de los vacceos para justificar su actividad militar.

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Yacimiento arqueológico de Numancia

La ineptitud llegó a su punto más alto un año después con Cayo Hostilio Mancino quien llegó a Hispania con un ejército de 22.000 hombres. Mancino sostuvo frecuentes enfrentamientos con los numantinos y fue derrotado en numerosas ocasiones. Al propagarse el rumor de que los cántabros y vacceos venían en ayuda de Numancia, se retiró del asedio refugiándose en el antiguo campamento de Nobilior. Pero los numantinos, menos de 4000, lograron rodearlo y obligarlo a capitular para salvar su vida y la de sus soldados. Los numantinos exigieron un tratado con paridad de derechos, y aunque se reconocían las conquistas anteriores de Roma, el Senado lo consideró el tratado más vergonzoso jamás firmado. Enviaron a Emilio Lépido, cónsul de Hispania Ulterior, y llamaron a Mancino a juicio a Roma.

Como castigo fue humillado por los propios romanos ante las murallas numantinas, siendo ofrecido a estos para que hicieran con él lo que quisieran: lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda, en una ceremonia increíble teniendo en cuenta la enorme desigualdad de fuerzas entre ambos ejércitos. La suerte corrida por Mancino hizo que tres cónsules romanos, Marco Emilio Lépido Porcina, Lucio Furio Filo y Quinto Calpurnio Pisón no se atrevieran a atacar Numancia.

Asedio y conquista de Numancia

Este cúmulo de humillaciones dio lugar a que Roma enviara, en el año 134 a.C., a su mejor general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado entonces Africano Menor por haber destruido la ciudad de Cartago en la Tercera Guerra Púnica en el año 146 a.C.; y nieto adoptivo del vencedor de Cartago en la Segunda Guerra Púnica, Publio Cornelio Escipión el Africano.

La primera dificultad que se ofreció en Roma para designar a Escipión como jefe del ejército sitiador de Numancia fue que no tenía el tiempo prescrito para el consulado, por lo que tuvieron que cambiar el calendario y que los tribunos volviesen a derogar la ley en cuanto al tiempo, como habían hecho en la guerra de Cártago, y quedase en vigor para el año siguiente. El prestigio de tal general incitó a multitud de romanos a alistarse a sus órdenes, pero no lo consintió el Senado, pues Roma andaba empeñada en otras guerras.

Escipión marchó a la Península con 4000 voluntarios, tropas mercenarias de otras ciudades y de otros reyes que voluntariamente se ofrecieron. Además, con personas escogidas y fieles formó la llamada «Cohorte de los Amigos». Pidió dinero; negóselo el Senado, a lo que según Plutarco, Escipión contestó: «Me basta el mío y el de mis compañeros». Tal fue el esfuerzo personal con que aquel experimentado soldado se aprestó a la empresa.

Al llegar a la península, Escipión comenzó por someter al ejército que estaba allí desplegado a un durísimo entrenamiento. Desterró a todos los mercaderes, prostitutas, adivinos y agoreros, a quienes los soldados, consternados con tantos infortunios, daban demasiado crédito; prohibió montar bestias en las marchas, expulsó a los criados, vendió carros, equipajes y animales de carga, conservando solamente las necesarias. Poco después llegó a su campamento el rey númida Yugurta con 15.000 hombres. Cuando tuvo a su ejército moralizado, sumiso y acostumbrado al trabajo y a la fatiga, trasladó su campamento cerca de Numancia, cuidando de no dividir sus fuerzas ni de batirse sin antes explorar.

Cauto y sagaz, Escipión concibió el plan de guerra en reducir, cercar y sitiar a los numantinos hasta que faltos de fuerza, se rindieran. Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vacceos a quienes los numantinos compraban víveres, arrasó sus campos, recogió lo que pudo para la manutención de sus tropas y amontonando todo lo demás, lo prendió fuego.

La decisión de asestar un ataque por bloqueo le llevó a ordenar la construcción de sólidos vallados que formaron una línea continua en torno a las murallas. Para un cerco de aproximadamente 4 kilómetros se necesitaron un total de 16.000 estacas. A éstas había que añadir otros postes para entrelazar la empalizada; en total unas 36.000 que fueron transportadas por 20.000 hombres. Cuando por fin estuvo preparada la defensa, los soldados pudieron trabajar con mayor tranquilidad en el levantamiento de la muralla y el foso, que en total medía unos 9.000 metros. Aunque desgastados por el paso de los años, aún hoy es posible distinguir restos de aquellos campamentos romanos.

Ordenó construir torres a un plethron (30,85 m) de distancia unas de otras, que rodeaban la ciudad y a su vez vigilaban los siete campamentos romanos. Las torres contaban con catapultas, ballestas y otras máquinas; aprovisionó las almenas de piedras y dardos, y en el muro se instalaron arqueros y honderos. También utilizó un sistema de señales, muy desarrollado para la época, que permitía trasladar tropas a cualquier lugar que pudiera estar en peligro.

Hizo otro foso por encima del primero y lo fortificó con estacas, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los numantinos recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes, y atando unas vigas largas desde uno al otro, las tendió sobre la anchura del río. En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos pinches de hierro, los cuales, girando siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco sin ser visto.

En total contaba con más de 60.000 soldados, entre los que figuraban guerreros locales, más los arqueros y honderos correspondientes a doce elefantes (que actuaban como torres móviles) que trajo Yugurta. Destinó la mitad de las fuerzas para guardar el muro, preparó 20.000 hombres para las salidas que fueren necesarias y dejó de reserva otros 10.000. Dio Escipión el mando de un campamento a su hermano Máximo y él tomó el otro, y todos los días y noches recorría por sí mismo la circunferencia con que tenía cercada la ciudad.

Con estos datos históricos y haciendo aplicación de ellos en un concienzudo estudio topográfico del terreno que rodea el cerro de Numancia, el profesor de Historia Adolf Schulten, de la Universidad de Erlangen, Alemania, logró descubrir en cinco años los restos de dichas fortificaciones y los siete campamentos o fuertes de Apiano, presentándolos al Instituto Arqueológico de Berlín. La primera conclusión que sacó de sus descubrimientos es que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio.

Según Apiano, sólo Retógenes el Caraunio, héroe de la guerra de los celtíberos contra Roma, pudo burlar este cerco para pedir ayuda  las ciudades vecinas con algunos soldados y algo de caballería. Los jóvenes de la ciudad de Lutia simpatizaron con la rebeldía de Retógenes y decidieron prestarle ayuda, pero los ancianos, temerosos de las represalias que pudieran sufrir por parte de los romanos, decidieron informar a Escipión. Este marchó sobre Lutia y apresó a 400 hombres jóvenes, a los que mandó cortar la mano derecha para impedirles así levantar su espada contra Roma y morir en combate con honor.

Tras casi 50 años de guerra y quince meses de asedio, la ciudad cayó vencida por el hambre en el verano del 133 a.C. Los numantinos incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos, la mayoría de sus habitantes prefirieron suicidarse a entregarse y los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos. Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda. Su destrucción puso fin a las guerras celtíberas y aunque hubo otras rebeliones en el siglo I a.C. (guerra sertoriana, guerra cimbria) nunca volvieron, como pueblo, a inquietar a los romanos.

Consecuencias

La Celtiberia había sufrido años de lucha continua que ocasionaron el desplazamiento y la reducción de las poblaciones y la devastación generalizada del territorio, con las consiguientes secuelas sociales y económicas. Pero también Roma sufrió las consecuencias del enfrentamiento tan duradero. Las lagunas del sistema político-legislativo republicano quedaron en evidencia, la dilatada duración de la guerra fue fruto del rígido mecanismo jurídico romano y de las rivalidades internas de las distintas facciones senatoriales. La leva continua de campesinos itálicos, base del ejército romano republicano, para las distintas campañas incrementó las tensiones sociales que tuvieron su apogeo poco después, en la época de los Gracos. El alistamiento por Escipión de clientes y amigos sirvió de precedente a otros posteriores y esbozó unos métodos de corte principesco que, en el siglo siguiente, acabarían con el régimen republicano en Roma.

La actitud de los numantinos impresionó tanto a Roma que los propios escritores romanos ensalzaron su resistencia, como Plinio o Floro, convirtiéndola en un mito, que se unió a los de otras ciudades y pueblos de la península que lucharon hasta el final, como Calagurris, Estepa o las ciudades cántabras, entre otras. Esta lucha ha dejado huella en la lengua española, que acoge el adjetivo «numantino» con el significado: «Que resiste con tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias», según la Real Academia de la Lengua.