Mediterraneo Occidental

Primera Guerra Púnica (Primera Parte)

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La Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.) fue el primero de tres grandes conflictos bélicos entre las dos principales potencias del Mediterráneo Occidental, la República Romana y la República Cartaginesa. El conjunto de estas guerras se conocen como púnicas debido a que en latín cartagines era Punici, que a su vez derivaba de Phoenici, en referencia al origen fenicio de los cartagineses.

A mediados del siglo III a.C. los romanos ya habían logrado hacerse con el control de la totalidad de la península itálica aplastando a los distintos enemigos que se había encontrado en su camino: primero la Liga Latina fue disuelta por la fuerza durante las Guerras Latinas, y luego el poder de las tribus del Samnio fue subyugado durante las largas Guerras Samnitas. Finalmente, las ciudades griegas de la Magna Grecia, unificadas bajo el poderoso rey Pirro de Epiro, terminaron sometiéndose a la autoridad romana al término de las Guerras Pírricas.

Cartago, por su parte, era considerada como el poder naval dominante en el Mediterráneo occidental. Fundada como colonia fenicia en el norte de África, gradualmente se convirtió en el centro de una civilización cuya hegemonía se extendía a lo largo de la costa norteafricana, controlando también las islas Baleares, Cerdeña, Córcega, un área algo limitada en el sur de la península ibérica y la parte occidental de Sicilia.

Roma y Cartago siempre habían mantenido tratados y relaciones amistosas y llegaron incluso a unir sus fuerzas cuando Pirro de Epiro desembarcó en el sur de Italia en el año 278 a.C. Sin embargo, los intereses de las distintas potencias terminarían desencadenando una guerra por la hegemonía del Mediterráneo. En particular, la primera guerra púnica daría inicio después de que tanto Roma como Cartago intervinieran en la ciudad siciliana de Mesina, cuya proximidad a la península italiana la convirtió en un punto de suma importancia estratégica.

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Comienzo de la guerra

Un grupo de mercenarios italianos provinientes de la Campania habian sido contratados por Agatocles de Siracusa como guardia de élite. A la muerte de éste en 289 a.C., los mercenarios fracasaron en encontrar a alguien que aceptara sus servicios. La entonces pequeña banda de renegados dieron con el asentamiento amurallado griego de Mesina. Este era un punto estratégico construido en el extremo nororiental de Sicilia y lugar de paso con el continente junto con Regio. Siendo un pueblo pacífico, sus habitantes permitieron a los mercenarios entrar a sus casas. Una noche traicionaron a sus anfitriones y mataron por sorpresa a la mayoría de la población, reclamando de esta forma la ciudad para sí. Los mesinenses supervivientes fueron desterrados, y las propiedades y mujeres repartidas. Tras su victoria, los mercenarios se llamaron a sí mismos «mamertinos» en honor a Mamers, equivalente osco de Marte, dios de la guerra.

Los mamertinos mantuvieron la ciudad durante unos 20 años. La transformaron de una bulliciosa ciudad de granjeros y comerciantes a una base de asalto, convirtiendose en piratas de mar y tierra. Aprovechando la tranquilidad de los sicilianos, saquearon los asentamientos cercanos y capturaron barcos comerciales desprevenidos en el estrecho, llevando el botín de vuelta a su base. Capturaban prisioneros y exigían rescates, incluso acuñaron monedas con nombre e imágenes de sus dioses. Sus hazañas les hicieron ricos y poderosos.

Cuando en 280 a.C. Pirro de Epiro invadió el sur de Italia, la ciudad de Regio, situada frente a Mesina, pidió ayuda a Roma, que envió una guarnición compuesta de ciudadanos campanos. Estos terminaron por apoderarse de la ciudad a imitación de los mamertinos y los apoyaron en su expansión por Sicilia a costa de Siracusa y de Cartago. En 270 a.C., respondiendo al reclamo de los habitantes de Regio, los romanos recuperaron el control de la ciudad y castigaron duramente a los soldados campanos.

Sobre el 270 a.C. los excesos de los mamertinos atrajeron la atención de Siracusa. Hierón II comenzó a reunir un ejército de ciudadanos para librarse de los agitadores y rescatar a sus conciudadanos griegos. Desfilando con sus tropas frente al enemigo, envió primero a sus indisciplinados mercenarios por delante permitiendo que fuesen masacrados por los mamertinos. Habiéndose librado de la parte desleal de su ejército, Hierón marchó de vuelta a la ciudad, donde instruyó a sus ciudadanos para que supieran luchar mejor. Guiando a su leal ejército al norte, volvió a encontrar a los mamertinos en el río Longano, en la llanura de Milas, donde les derrotó con facilidad pues no estaban acostumbrados a las grandes batallas campales y se habían vuelto imprudentes tras la victoria contra los mercenarios de Hierón. En la batalla, éste capturó a los líderes mamertinos, huyendo los restantes de vuelta a la seguridad de Mesina.

Cuando Hierón regresó para sitiar su base en 265 a.C., los mamertinos pidieron ayuda a una flota cartaginesa cercana, que ocupó la bahía de la ciudad. Al ver esto, las fuerzas de Siracusa se retiraron, no queriendo confrontarse con las fuerzas cartaginesas. Ya fuese porque no les gustaba la idea de la guarnición cartaginesa o bien convencidos de que la reciente alianza entre Roma y Cartago contra el rey Pirro reflejaba unas relaciones cordiales entre ambas potencias, el hecho es que los mamertinos solicitaron a Roma una alianza, buscando con ello mayor protección.

Tras la llegada de la embajada mamertina solicitando ayuda, tuvo lugar un considerable debate en Roma sobre la aceptación o no de la solicitud de ayuda de los mamertinos. Aunque todavía se encontraban recuperándose de la insurrección de Regio, los romanos eran reticentes a enviar ayuda a soldados que habían robado injustamente una ciudad de manos de sus propietarios originales, pero tampoco deseaban ver incrementar todavía más el poder cartaginés en Sicilia. Dejar a los cartagineses solos en Mesina implicaba permitirles enfrentarse directamente con Siracusa, único obstáculo que les quedaba antes de tener el control total de la isla. El Senado romano finalmente decidió plantear el asunto ante la Asamblea popular, en donde se tomó la decisión de responder a la llamada de los mamertinos. La aprobación por parte de la Asamblea debe entenderse impulsada por los ciudadanos más prósperos de la época, incluyendo al orden ecuestre y al propio cónsul Apio Claudio Cáudex, quien buscaría la gloria militar en una guerra que él dirigiría, siendo la primera que se libraría al otro lado del mar. El resto de los ciudadanos acaudalados se beneficiarían a través de los contratos para abastecer y equipar el ejército y a través de la revitalización del mercado de esclavos gracias a los prisioneros capturados en guerra.

En esa época, no podría hallarse dos estados con más contrastes que Roma y Cartago. Los campesinos romanos eran reclutados con mucha frecuencia, por lo que formaban una infantería relativamente bien entrenada y experimentada; además, su tradición religiosa fomentaba el patriotismo entre la nobleza y el pueblo por igual. Cartago era una ciudad donde sólo la nobleza tenía derechos políticos y los campesinos no eran reclutados en el ejército más que en casos de necesidad extrema; por ello, casi la totalidad de las fuerzas armadas cartaginesas estaban compuestas por mercenarios.

Roma no tenía colonias ni posesiones de ultramar a las cuales explotar para obtener recursos; Cartago tenía un imperio colonial que abarcaba la mayor parte del norte de África, las islas Baleares, Cerdeña, Córcega y la parte occidental de Sicilia, cuyas poblaciones no tenían los números ni la organización para rebelarse. Por ello, los ingresos que el Estado cartaginés percibía eran más grandes que aquellos que Roma lograba extraer de sus aliados. Finalmente, Roma no tenía una marina preparada para emprender una guerra naval a gran escala, mientras que Cartago era la potencia naval predominante.

Guerra en Sicilia

Al ser Sicilia una isla semi montañosa con obstáculos geográficos y terrenos difíciles, dificultaba seriamente las líneas de comunicación. Por este motivo, la guerra terrestre sólo tuvo un papel secundario en la primera guerra púnica. Las operaciones en tierra quedaban confinadas a pequeñas escaramuzas u operaciones de saqueo y pocas batallas campales. Los asedios y los bloqueos eran las operaciones a gran escala más comunes, y los principales objetivos de esos bloqueos eran los puertos importantes dado que ni Cartago ni Roma tenían ciudades en Sicilia y ambas necesitaban recibir continuos refuerzos, aprovisionamiento y mantener una comunicación continua con sus metrópolis.

La guerra terrestre en Sicilia comenzó en 264 a.C. cuando dos legiones comandadas por Apio Claudio Cáudex desembarcaron en Mesina. A pesar de la ventaja inicial cartaginesa en cuanto a capacidad militar naval, el desembarco romano no encontró prácticamente ninguna oposición. Como la estrategia inicial de Roma era eliminar a Siracusa como enemigo, marcharon al sur mientras diversas ciudades en el camino abandonaban el bando cartaginés para aliarse con ellos. Tras un breve asedio sin ayuda cartaginesa a la vista, Siracusa optó por firmar la paz con los romanos. Junto con esta, varias otras ciudades más pequeñas bajo dominio cartaginés decidieron también pasarse de bando.

Según los términos del tratado firmado con Hierón, Siracusa se convertiría en aliado romano y pagaría una pequeña indemnización de unos 100 talentos de plata. Sin embargo, lo más importante del tratado era que Siracusa aceptaba ayudar al ejército romano en Sicilia facilitando su aprovisionamiento. Esto permitía a Roma mantener un ejército en la isla de Sicilia, sin depender para ello de una ruta de aprovisionamiento marítima a merced de un enemigo con superioridad naval. Por otro lado, las buenas relaciones de Hierón con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del reino más allá de la guerra.

Los cartagineses, mientras tanto, habían comenzado a reclutar un ejército de mercenarios en África que todavía debía ser enviado por mar hasta Sicilia para enfrentarse a los romanos. En el transcurso de otras guerras históricas en Sicilia, Cartago había vencido apoyándose en una serie de puntos fuertes fortificados repartidos alrededor de la isla, por lo que sus planes eran llevar a cabo una guerra terrestre del mismo estilo. El ejército mercenario lucharía en campo abierto contra los romanos, mientras que las ciudades fuertemente fortificadas ofrecerían una base defensiva desde la que operar.

En 262 a.C., Roma puso sitio a Agrigento en una operación en la que se vieron involucrados los dos ejércitos consulares, lo que equivalía a un total de cuatro legiones (40.000 soldados). Esta ciudad debía funcionar como campamento base del nuevo ejército cartaginés, aunque por entonces estaba sólo ocupada por una guarnición local de 1500 hombres al mando de la cual estaba Aníbal Giscón. Este respondió a la amenaza refugiando a la población de Agrigento tras las murallas de la ciudad, a la vez que acaparaba todas las provisiones que pudo conseguir de los alrededores. La ciudad se preparó para un largo asedio, y todo lo que tenía que hacer era esperar a que llegaran los refuerzos cartagineses que en ese momento estaban en preparación. En aquella época, la ingeniería de asedio y la construcción de maquinaria para asaltar torres y fortalezas era un arte que los romanos todavía no conocían y la única forma en la que podían conquistar una ciudad fortificada era a través de un largo bloqueo y la rendición por hambre. Con ese fin, el ejército acampó tras los muros de la ciudad y se preparó para esperar el tiempo necesario para que la ciudad se rindiera. Gracias al apoyo logístico desde Siracusa, sus propias provisiones no serían un problema.

Algunos meses después, Giscón comenzó a sufrir los efectos del bloqueo y apeló a Cartago para el envío de ayuda urgente. Los refuerzos desembarcaron en Heraclea Minoa a comienzos del invierno de 262-261 a.C., compuestos por 50.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería y 60 elefantes de guerra bajo el mando de Hannón. Los cartagineses marcharon hacia el sur para rescatar a sus aliados y tras una serie de enfrentamientos de caballería menores establecieron su campamento muy cerca de los romanos. Hannón desplegó inmediatamente sus tropas en formación de batalla, pero los romanos se negaron a luchar en campo abierto. En su lugar, fortificaron su línea de defensa exterior y, mientras mantenían el asedio sobre Agrigento, quedaron cercados por el ejército cartaginés.

Con Hannón acampado a las afueras de su propia base, la línea de suministros que abastecía a los romanos desde Siracusa dejó de estar disponible. Ante el riesgo de comenzar a sufrir el hambre, los cónsules eligieron ofrecer batalla. En este caso fue Hannón el que se negó al enfrentamiento, posiblemente con la intención de derrotar a los romanos por inanición. Mientras tanto, la situación dentro de Agrigento era ya desesperada tras más de seis meses de bloqueo. Aníbal Giscón, comunicándose con el ejército exterior mediante señales de humo, envió una solicitud urgente de ayuda tras la cual Hannón se vio obligado a pelear en campo abierto.

Hannón desplegó la infantería cartaginesa en dos líneas, con los elefantes y los refuerzos en la segunda línea y la caballería probablemente en las alas. El plan de batalla de los romanos se desconoce, aunque probablemente estaban organizados en la típica formación triplex acies. Las fuentes coinciden en afirmar que la batalla fue larga y que los romanos fueron capaces de romper el frente cartaginés, lo que provocó el pánico en la retaguardia y la huida del campo de batalla de las tropas cartaginesas. También es posible que a los elefantes les entrara el pánico y que en su lucha desorganizaran la formación púnica.

En cualquier caso, la batalla no fue un éxito completo. Gran parte del ejército cartaginés huyó, y Aníbal Giscón, junto con la guarnición de Agrigento, fue también capaz de romper las líneas enemigas y escapar. La ciudad, privada de defensas, cayó fácilmente en manos de los romanos, que saquearon y esclavizaron a sus habitantes. De esta manera, Roma accedió también al control del sur de la isla. Después de 261 a.C., Roma controlaba la mayor parte de Sicilia, y se aseguró así la cosecha de trigo para su propio uso. Además supuso la primera campaña a gran escala fuera de la península itálica, lo cual dio a los romanos la confianza necesaria para perseguir mayores objetivos ultramarinos.

Desde ahí, los romanos continuaron avanzando hacia el oeste, logrando liberar en 260 a.C. a las ciudades de Segesta y Makela, que se habían aliado con Roma y que habían sido atacadas y asediadas por los cartagineses en reacción a su cambio de bando.

Campaña Naval

Debido a las dificultades que suponía la guerra terrestre en Sicilia, la mayor parte de la primera guerra púnica y las batallas más decisivas se lucharon en el mar. Sin embargo, una de las razones por las que la guerra llegó a un punto muerto en tierra fue precisamente porque los navíos de guerra antiguos no eran efectivos a la hora de establecer asedios sobre los puertos enemigos. En consecuencia, Cartago fue capaz de reforzar y suplir a sus fortalezas asediadas, especialmente a Lilibeo en la costa oeste. Ambos bandos se vieron inmersos en los problemas que conlleva la financiación de grandes flotas de guerra; de hecho, la capacidad financiera romana y cartaginesa decidirían finalmente el curso de la guerra.

Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar había transcurrido siempre en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia en la guerra naval. Por el contrario, los cartagineses eran descendientes de los navegantes fenicios, con una amplia experiencia en navegación forjada a través de siglos de comercio marítimo, por lo que dominaban todo el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época. Las flotas del siglo III a.C. estaban constituidas casi en su totalidad por birremes, trirremes, cuatrirremes y quinquerremes. Los romanos iniciaron su incursión en la guerra naval cuando, tras la victoria en Agrigento, se construyó la primera gran flota, botando de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquerremes.

Algunos historiadores han especulado acerca de la posibilidad de que, dado que Roma carecía de tecnología naval avanzada, el diseño de sus naves de guerra pudiera proceder probablemente de copias de trirremes y quinquerremes cartagineses capturados, o de naves que hubiesen encallado en las costas romanas tras naufragar en alguna tormenta, permitiendo a los ingenieros romanos estudiarlos y copiarlos pieza por pieza. Otros historiadores han apuntado a que Roma sí tenía experiencia a través de la cual acceder a la teconología naval, puesto que patrullaba sus propias costas con el fin de evitar la piratería. Una última posibilidad muy probable es que Roma recibiese asistencia técnica de algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegas, que sí contaban con larga tradición naval; en particular de Siracusa. Esto, junto con el hecho de que los cartagineses usaban un sistema de construcción naval con piezas prefabricadas que les permitía construir rápidamente un gran número de barcos y que los romanos copiaron, permitió que Roma se aventurase en una guerra marítima.

En cualquier caso, y fuera cual fuera el estado de su tecnología al comienzo del conflicto, el hecho es que Roma se adaptó rápidamente a las circunstancias. Posiblemente como una forma de compensar su inexperiencia, y para poder hacer uso de las tácticas militares terrestres en la guerra marítima, lo romanos equiparon sus nuevas naves con un aparato llamado corvus. En lugar de maniobrar para buscar embestir la nave enemiga para abordarla o hundirla, que era la táctica naval estándar de la época, desarrollaron el corvus , que consistía en un puente móvil que se dejaba caer en el barco enemigo y quedaba firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro situados en su parte inferior. Una vez que las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería.

Islas Lípari

En 260 a.C., tras las victoria terrestre de Agrigento, Roma decide construir una flota capaz de enfrentarse a la cartaginesa por el control del Mediterráneo. En apenas dos meses logran construir 150 trirremes y quinquerremes. El mando le es asignado a Cneo Cornelio Escipión, quien patrulla Mesina en preparación de la llegada de la flota y el desembarco en Sicilia.

En ese contexto, Escipión recibió la noticia de que la ciudad de Lipari basculaba hacia el bando romano, y ansioso por conseguir nuevas victorias, partió hacia allí con su flota. Al conocer lo ocurrido, Aníbal Giscón, almirante cartaginés, envía allí veinte navíos al mando del senador Boodes. Este, navegando al abrigo de la noche, se aproximó a Lipari sin ser percibido y bloqueó en el puerto a la armada romana. Al amanecer, los marineros romanos, asustados ante la vista de los barcos cartaginses, huyeron tierra adentro. Escipión fue así abandonado por sus hombres. El resultado fue una victoria cartaginesa y la captura púnica de toda la flota romana. Aunque el incidente arrojó gran vergüenza sobre la persona de Cneo Cornelio Escipión, que recibió el sobrenombre de Asina (en español, asno), sería elegido cónsul de nuevo seis años después (254 a.C.).

Batalla de Milas

Cayo Duilio, comandante de las tropas romanas de tierra, recibió el mando de la flota. En la primera batalla naval de la historia de la Republica Romana, ambas flotas contaban con 130 naves cada una. Los púnicos confiaban de tal modo en su victoria que, en vez de formar en líneas de batalla adecuadas, atacaron a los barcos romanos individualmente. Pero fue entonces cuando los cartagineses se vieron atrapados por los corvi (corvus en singular) y una multitud de marinos romanos los abordó en gran número.

En el primer ataque, los romanos tomaron 31 barcos, entre ellos el buque insignia cartaginés; su comandante pudo escapar en un bote de remos, lo que sin duda contribuyó a la desorganización cartaginesa. Los púnicos intentaron entonces rodear a las naves romanas. Pese a que sus barcos eran más lentos y sus tripulantes menos adiestrados, los romanos consiguieron girar sus naves hasta el punto de que sus corvi, en la proa, estaban de nuevo preparados para caer sobre los enemigos. Finalmente, los cartagineses cedieron y se retiraron, perdiendo 31 barcos a manos de los romanos y viendo otros 13 o 14 hundidos. El comandante romano, el cónsul Cayo Duilio, dio a Roma su primera victoria naval, y decoró la plataforma del orador del Foro con las proas de los navíos capturados.

En el norte, los romanos avanzaban hacia Termae tras haber asegurado su flanco marítimo gracias a la reciente victoria naval. Sin embargo, fueron derrotados ese mismo año por un ejército cartaginés, quienes aprovecharon esta victoria para contraatacar en 259 a.C. asediando la ciudad de Enna.

El año siguiente los romanos fueron capaces de recuperar la iniciativa reconquistando Enna y Camarina. En la Sicilia central capturaron también la ciudad de Mitístrato, a la que ya habían atacado en dos ocasiones anteriores. Los romanos también se trasladaron al norte marchando a través de la costa norte de la isla hacia Panormus, pero no fueron capaces de tomar la ciudad. Los cartagineses no estaban aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de sus enemigos en tierra, comenzaron una campaña de hostigamiento con rápidas incursiones desde el mar. Además su flota aseguraba el aprovisionamiento e impedía un efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.

Batalla del Cabo Ecnomo

Tras sus conquistas en la campaña de Agrigento, y tras varias batallas navales, los romanos intentaron en los años 256 y 255 a. C. la segunda operación terrestre a gran escala de la guerra. Optaron por seguir el ejemplo del tirano Agatocles de Siracusa, quien, en el año 310 a.C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico sobre Siracusa, que terminó en una gran victoria.

Por ello, buscando un final para la guerra más rápido que el que ofrecían los largos asedios en Sicilia, los romanos decidieron invadir los dominios cartagineses en África con el objetivo de forzar un acuerdo de paz favorable a sus intereses.

No obstante, una operación de tal envergadura necesitaba una enorme cantidad de naves que permitiesen transportar las legiones, todo su equipamiento y provisiones a tierras africanas. Además, y para complicar el problema logístico, la flota cartaginesa patrullaba las costas de Sicilia, obligando a que el transporte fuese realizado en naves de carácter militar como trirremes o quinquerremes, con poco espacio para la carga. Por todo ello, Roma necesitaba una flota que permitiese cruzar el Mediterráneo con seguridad, y los dos cónsules de ese año, Marco Atilio Régulo y Lucio Manlio Vulsón Longo, fueron elegidos para dirigirla.

Se construyó una gran flota en la que se incluyeron transportes para los soldados y barcos de batalla para ofrecer protección a los cargueros. Todo se preparó con sumo cuidado hasta que en el 256 a.C. un enorme convoy de 330 naves partió con un gran ejército romano a bordo desde la costa adriática con destino a África. Sin embargo, los cartagineses no estaban dispuestos a permitir que esta amenaza se tornase realidad y enviaron una flota de envergadura similar para interceptar a los romanos. Tomando por base el número de barcos y las tripulaciones empleadas, este enfrentamiento fue la mayor batalla naval de la Antigüedad y según algunas opiniones, la mayor de la historia.

Para entonces, las tácticas navales de la República romana habían mejorado mucho. Su flota avanzó a lo largo de la costa de Sicilia en formación de batalla con las naves militares desplegadas en tres escuadrones. Los escuadrones I y II estaban directamente controlados por cada uno de los dos cónsules y marcaban el ritmo de la marcha colocados en forma de cuña. El grupo de naves de transporte se situaba justo detrás de ellos y el tercer escuadrón cubría la retaguardia, añadiendo mayor protección a la formación.

La flota de Cartago, al mando de Amílcar y Hannón el Grande, fue desplegada al completo para interceptar a la flota de desembarco romana. Ambas flotas se encontraron en la costa sur de Sicilia, a la altura del cabo Ecnomo. La formación de batalla cartaginesa inicial era la tradicional formación en línea, con Amílcar en el centro y los dos flancos ligeramente adelantados. Enfrentándose directamente con el enemigo, el frente romano avanzó contra el centro de la línea cartaginesa. En ese momento el almirante Amílcar fingió una retirada para permitir la aparición de un hueco entre la vanguardia romana y las naves de transporte, que eran el verdadero objetivo del enfrentamiento militar. Tras esta maniobra, los dos flancos cartagineses avanzaron contra la columna dejada atrás y atacaron desde los flancos para evitar que los romanos pudieran utilizar el corvus para abordar sus naves. Los transportes se vieron empujados hacia la costa siciliana y los refuerzos tuvieron que entrar en batalla para enfrentarse al ataque de Hannón. El centro de la línea cartaginesa fue finalmente derrotado tras una larga lucha y acabó huyendo del campo de batalla. Entonces los dos escuadrones romanos del frente dieron la vuelta para ayudar a la situación que se había creado en la retaguardia. El primer escuadrón, dirigido por Vulsón, persiguió al ala izquierda, que estaba acosando a los transportes, y el escuadrón de Régulo lanzó un ataque combinado con el tercer escuadrón contra Hannón. Sin el apoyo del resto de su flota, los cartagineses sufrieron una severa derrota. La mitad de las naves púnicas fueron capturadas o hundidas.

Tras la batalla, los romanos tomaron tierra en Sicilia para llevar a cabo las reparaciones y para que las tripulaciones pudiesen descansar. Las proas de los barcos capturados fueron enviadas a Roma para adornar el foro romano, de acuerdo con la tradición que se había iniciado tras la batalla de Milas. No mucho más tarde, el ejército romano tomó tierra en Cartago y comenzó la operación punitiva contra su enemigo, liderada por Marco Atilio Régulo. Las siguientes batallas de la Primera Guerra Púnica se librarían, por tanto, en tierras cartaginesas.