Segunda Guerra del Peloponeso (Tercera Parte)

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El final de Platea

En 427 a.C. la ciudad de Platea llevaba dos años bajo asedio. Aliada de Atenas, esta era una espina clavada en el corazón de la Liga Beocia, liderada por Tebas. Con el objetivo de darle fin al conflicto, un ejército formado por Esparta y sus aliados marchó hacia la ciudad. Platea había sido evacuada y para ese momento contaba solamente con 225 defensores (de los cuales 25 eran atenienses) y 110 mujeres como auxiliares. La ciudad fue destruida, los defensores ejecutados, las mujeres esclavizadas y las tierras y comunidades pequeñas que dependían de ella fueron anexionadas por los tebanos, que vieron su poder político y económico incrementado dentro de la confederación

Guerra Civil de Córcira

La Guerra civil que estalló en Córcira representó el primer incidente de consecuencias dramáticas para la política interna de una ciudad como consecuencia de la intromisión de dos potencias que se disputaban la hegemonía. Mientras que el partido popular se inclinaba por Atenas, el partido aristocrático era favorable a Corinto (aliada de Esparta). Este ultimo acusó a Pitias, jefe del partido popular, de querer hacer a Corcira esclava de Atenas. Pero este fue absuelto y demandó por su parte a los cinco miembros más ricos del partido aristocrático por sacrilegio, aduciendo que habían cortado rodrigones del santuario de Zeus y Alcínoo. Estos fueron condenados y obligados a pagar una multa tan grande que acudieron a los templos como suplicantes para que les permitieran pagar a plazos. Pitias, que era un personaje bastante influyente del Consejo, insistió para que la multa fuera pagada. Los aristócratas, sin escapatoria ante la ley, se reunieron y empuñando sus puñales irrumpieron de repente en la sede del Consejo, donde mataron a Pitias y otros senadores. Los partidarios restantes, que eran muy pocos, se refugiaron en un trirreme ateniense.

Los aristócratas convocaron la Asamblea de los ciudadanos, a la que hicieron votar la neutralidad de la ciudad en la guerra. Un trirreme corintio que transportaba a emisarios de Esparta atracó en Córcira y poco tiempo después, el partido aristocrático lanzó un nuevo ataque contra el democrático, el cual resultó vencido. Al día siguiente tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en el que vencieron los demócratas. Para evitar la toma del arsenal, los aristócratas incendiaron los edificios en torno al ágora.

El estratego ateniense Nicóstrato llegó la jornada siguiente con 12 barcos y 500 hoplitas mesenios. Obligó a los diferentes partidos a aceptar su arbitraje, pero los aristócratas responsables de la rebelión huyeron antes de poder ser juzgados por sus actos, y una amnistía fue declarada para el resto. Los demócratas pensaron que podrían deshacerse de sus adversarios políticos entregándoselos a Nicóstrato, pero antes de embarcar, los aristócratas, que eran cerca de cuatrocientos, se refugiaron en los templos de los Dioscuros y de Hera. Luego fueron persuadidos a partir y exiliados en un islote situado enfrente del templo de la diosa.

Cuatro o cinco días después se presentó, bajo el mando de Álcidas, una flota peloponesia de 53 naves. Corcira poseía la tercera mayor flota de la época, que de caer en manos de los peloponesios inclinaría la balanza del equilibrio naval. Además, la isla tenía un gran valor estratégico por su localización en la ruta marítima a la península itálica y Sicilia, a donde Atenas envió ese mismo año su primera expedición para cortar el aprovisionamiento de grano al Peloponeso y la probabilidad de hacerse con el control de la isla.

Ante la amenaza, Córcira se aprestó a equipar 70 trirremes con urgencia y a medida que estaban listos los enviaban contra el adversario, ignorando el pedido ateniense de enviarlos todos juntos detrás de sus naves. Llegaron frente a los navíos enemigos en formación abierta y sin ningún orden. En ese momento los peloponesios enviaron veinte naves contra los corcirenses y el resto contra los doce barcos atenienses, quienes temiendo ser cercados por la multitud de barcos enemigos, se pusieron en formación de caracol procurando desconcertarlos. Viendo lo que estaba sucediendo, las veinte naves peloponesias que habían ido contra la flota corcirense, acudieron en socorro de sus compañeros temiendo que les ocurriera lo mismo que les había sucedido en la pasada batalla de Naupacto. Una vez reunidos, los trirremes peloponesios lanzaron un ataque coordinado contra los atenienses, quienes empezaron a retirarse lentamente para atraer sobre ellos el ataque de la formación enemiga con el fin de que las naves corcirenses pudieran ponerse a salvo. Los atenienses no pudieron impedir la derrota de los corcirenses que se batieron en retirada, después de haber perdido trece navíos.

Los partidarios aristócratas fueron repatriados del islote para que no pudieran ser socorridos por la flota peloponesia. Demócratas y aristócratas negociaron entonces la reconciliación. Se trataba, para todos, de defender la ciudad como principal prioridad. Los aristócratas aceptaron servir a bordo de las naves de guerra. Córcira se preparó para un asedio, pero no fue atacada. Los peloponesios se contentaron con asolar el Cabo Leucimna y después se replegaron. Llegaron entonces sesenta barcos atenienses de refuerzo. Los demócratas masacraron a todos los aristócratas que se habían quedado en tierra. Los que se habían refugiado en los templos fueron convencidos para que salieran, y fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos prefirieron suicidarse. Los supervivientes, cerca de 500, se adueñaron de los territorios continentales, desde donde empezaron a hacer incursiones contra la isla. Causaron tantos estragos que el hambre se apoderó de la ciudad. Como no consiguieron convencer ni a Corinto ni a Esparta de que les prestaran ayuda, reclutaron mercenarios. Quemaron sus naves para no poder retroceder y se instalaron en el monte Istone, desde el cual reemprendieron las incursiones y rápidamente tomaron el control de los campos.

En 425 a. C., Atenas envió una flota para ayudar a sus partidarios en Córcira con la idea de asegurar la ruta hacia Sicilia. Los demócratas, auxiliados por hoplitas atenienses y encabezados por los estrategos Eurimedonte y Sófocles, ocuparon la fortificación desde la que los aristócratas hostigaban a sus rivales políticos, y concluyeron un acuerdo por el que los mercenarios debían entregarse y los oligarcas correrían la suerte que decidiera el pueblo ateniense. Temiendo que los tribunales de Atenas no condenaran a muerte a sus enemigos, los demócratas convencieron a los aristócratas de que intentaran fugarse, de esta manera se rompería el acuerdo con Atenas, y como los estrategos atenienses debían continuar hacia Sicilia, no les importó deshacerse de los prisioneros. Los demócratas masacraron salvajemente a sus enemigos y vendieron a las mujeres como esclavas. La guerra civil llegó así a su final, con la desaparición casi completa del partido pro-Corinto (aliada de Esparta).

Tanagra y la Campaña de Etolia

Durante el verano de 426 a. C., Atenas, que ya había eliminado la amenaza inmediata a su seguridad al reprimir la revuelta de Mitilene el año anterior, tomó una posición más agresiva que en las campañas previas. La isla de Milo rehusaba a unirse a la Liga de Delos, por lo que los atenienses enviaron a la ciudad una flota de 60 trirremes y 2000 hoplitas, con el strategos Nicias al mando. Si bien los atenienses pudieron saquear la isla, no lograron conquistarla, por lo que siguieron hacia Oropo, una polis de la costa de Beocia. Los hoplitas desembarcaron y marcharon hacia Tanagra, donde se unieron al cuerpo principal del ejército ateniense, comandado por Hipónico y Eurimedonte. Después de saquear la zona se enfrentaron a un ejército compuesto de tanagreos y tebanos en la batalla de Tanagra, en la cual salieron victoriosos.

Mientras tanto,  Demóstenes y Procles, con una flota de 30 trirremes, zarparon para circunnavegar el Peloponeso, el golfo de Corinto y la zona noroeste de Grecia. Al llegar a su destino, esta fuerza ateniense relativamente pequeña aumentó sustancialmente con la adición de hoplitas mesenios de Naupacto, 15 trirremes de Córcira, un gran número de soldados acarnianos, y varios contingentes provenientes de distintos aliados de la región. Con esta fuerza formidable, Demóstenes destruyó una guarnición de tropas de Leucade y después atacó y bloqueó a la ciudad. Esta era una importante ciudad peloponesia en la zona, y los acarnianos apoyaron con entusiasmo el sitio y la toma de la misma. Sin embargo, Demóstenes optó por seguir el consejo de los mesenios, quienes deseaban atacar y someter a las tríbus etolias que, según aseveraban, amenazaban Naupacto.

Los historiadores indican que Demóstenes tomó esta decisión en parte para complacer a sus aliados mesenios, pero también afirman que deseaba atravesar Etolia, incrementando su ejército sobre la marcha sumando los hombres de Fócida, y atacar Beocia desde el oeste ya que estaba menos protegida. Además, como al mismo tiempo Nicias realizaba operaciones en la zona oriental de Beocia, Demóstenes podría haber tenido en cuenta la posibilidad de obligar a los beocios a combatir en dos frentes. Sin embargo, su ejército disminuyó considerablemente debido a la partida de varios contingentes importantes; los acarnanios, molestos por el menosprecio con que había sido tratada su idea de tomar Léucade, y los navíos corcireos, aparentemente por falta de voluntad en participar en una operación que no les ofrecía ningún beneficio directo

Si Demóstenes se vio afectado por tales rupturas dentro de su coalición, no lo demostró con sus acciones inmediatas. Luego de establecer una base en la ciudad de Eneón en Lócrida, comenzó a avanzar sobre Etolia. Su ejército marchó sin obstáculos durante tres días hasta llegar al pueblo de Tiquio. Allí Demóstenes hizo un alto, mientras el botín que había sido capturado hasta entonces era transportado de regreso a su base de Eupalio. Algunos historiadores modernos también sugieren que las unidades locrias con las que tenía planificado encontrarse debían reunirse con él en Tiquio o antes, y que el retraso de Demóstenes en continuar su marcha se debió en parte a su preocupación porque estas fuerzas no llegaban. Los locrios llevaban a cabo un estilo de guerra similar al de sus vecinos etolios y pudieron haber provisto a Demóstenes de hábiles lanzadores de jabalinas; pero en su ausencia, el ejército de los atenienses era muy deficitario en unidades ligeras de armas arrojadizas, mientras que en este aspecto sus oponentes eran más fuertes.

No obstante, Demóstenes siguió adelante. Su confianza estaba reforzada por los mesenios, quienes le aseguraron que el elemento sorpresa garantizaba el éxito siempre y cuando continuase atacando antes que los etolios tuvieran la oportunidad de combinar sus fuerzas. Pero el consejo llegó tarde; los etolios conocían los planes de Demóstenes desde antes que llegara y ya habían reunido un ejército considerable. Los atenienses avanzaron hacia el pueblo de Egitio, al que capturaron con facilidad, pero no pudieron seguir adelante. Los habitantes de la ciudad retrocedieron a las colinas que circundaban el pueblo para unirse al ejército etolio, y de pronto Demóstenes y sus fuerzas se encontraron bajo asalto desde la superficie elevada. Trasladándose con relativa sencillez en el difícil terreno, los lanzadores de jabalinas etolios conseguían descargar sus armas y retirarse antes que los sobrecargados hoplitas atenienses pudiesen alcanzarlos. Sin los locrios, Demóstenes solamente podía emplear un contingente de arqueros para mantener a raya a los atacantes. Cuando el capitán de los arqueros fue muerto, sus hombres huyeron y el resto del ejército los siguió al poco tiempo. A continuación se produjo un baño de sangre; Procles (el comandante de Demóstenes) y el guía mesenio murieron. Sin líderes, los soldados se dirigían a cañones sin salida o se perdían en el campo de batalla, mientras que los veloces etolios iban tras ellos abatiéndolos; el mayor contingente que huyó se perdió en un bosque al que los etolios prendieron fuego.

De los 300 atenienses que marchaban con Demóstenes, 120 fueron muertos; se desconoce la cantidad de bajas entre los aliados, pero se presume que fue una proporción similar. Semejantes pérdidas eran exorbitantes si se las compara con el número habitual de bajas de una batalla de hoplitas, en la que una tasa de víctimas superior al 10% era inusual.

Luego de regresar a Naupacto, los atenienses navegaron rumbo a casa dejando atrás una situación estrategicamente precaria y un comandante cuya reputación se tambaleaba con gravedad. Los etolios, animados por su victoria, comenzaban a preparar una ofensiva contra Naupacto, y Demóstenes estaba tan preocupado por cómo lo recibirían en Atenas (donde la asamblea tenía la reputación de tratar con dureza a los generales en desgracia) que decidió no volver junto con su flota. Sin embargo, en los meses siguientes, la situación volvería a estabilizarse.

Batalla de Olpas

Ese mismo año, 3000 hoplitas de Ambracia invadieron Argos Anfiloquia en Acarnania, situada en un golfo del mar Jónico y tomaron la fortaleza de Olpas. Los acarnanios pidieron ayuda al general ateniense Demóstenes y a 20 trirremes atenienses que estaban situadas cerca. Los ambraciotas pidieron ayuda a Euríloco de Esparta, quien se las arregló para sobrepasar a los acarnanios con su ejército sin ser visto. Después de esto, Demóstenes llegó al golfo de Arta, al sur de Olpas, con sus barcos, hoplitas y arqueros. Se unió con el ejército acarnanio y estableció un campamento enfrente de Euríloco, donde ambas partes realizaron preparativos durante cinco días. Como los ambraciotas y los peloponesios tenían un ejército mayor, Demóstenes preparó una emboscada con 400 hoplitas de Acarnania para que entraran en acción cuando la batalla comenzara.

Demóstenes formó el flanco derecho del ejército con tropas atenienses y mesenias, mientras que el centro y el flanco izquierdo estaba formado por anfílocos y acarnanios. Euríloco se situó en el flanco izquierdo de su ejército, encarando directamente a Demóstenes. Cuando estaba a punto de rodear a los acarnanios, empezó la emboscada; el pánico invadió sus tropas y Euríloco fue asesinado. Los ambraciotas derrotaron al flanco izquierdo de los acarnanios y anfílocos y los persigueron hasta Argos, pero fueron derrotados por el resto de los acarnanios cuando regresaban. Demóstenes perdió alrededor de 300 hombres, pero logró salir victorioso cuando la batalla finalizó esa noche.

Al día siguiente, Menedao, que había tomado el control cuando Euríloco murió, intentó llegar a un acuerdo con Demóstenes, quien sólo permitió escapar a los líderes del ejército. De todas formas, algunos de los ambraciotas intentaron partir con Menedao pero fueron alcanzados por los acarnanios, que permitieron a Menedao escapar según lo prometido y mataron al resto.

Demóstenes vio que había un segundo ejército de Ambracia marchando hacia Olpas. Estos ambraciotas acamparon en el camino hacia la fortaleza de Idomene, sin conocimiento de la derrota del día anterior. Demóstenes los sorprendió por la noche haciéndose pasar por otro ejército ambraciota y mató a la mayor parte de ellos; el resto escapó a las colinas o hacia el mar, donde fueron capturados por los barcos atenienses. Aunque Demóstenes podía haber conquistado fácilmente Ambracia, no lo hizo, y los acarnanios y ambraciotas firmaron un tratado de paz de 100 años con ellos

Batalla de Pilos

En medio de los éxitos y fracasos de cada uno, la guerra iba a tomar un sesgo nuevo e inesperado favorable a Atenas. Esta decidió llevar a cabo una intensa actividad naval en el Mar Jónico con el fin de atacar a los aliados de Esparta y con la pretensión de extender su hegemonía a Sicilia y Magna Grecia. Atenas destacó allí su flota con dos objetivos concretos: aislar al Peloponeso de las ricas colonias de Italia y Sicilia, en especial de Siracusa, e imponer su hegemonía política sobre las colonias griegas de Occidente. La intervención se apoyó en las viejas rivalidades que venían enfrentando secularmente a los griegos de estas colonias.

Desde mucho tiempo antes, Siracusa amenazaba a Segesta, Leontino y Regio, por lo que Pericles había pactado con ellas en contra de Siracusa y sus aliados (Gela, Selinunte, Hímera y Locri). Al mando de Laques hicieron aparición 40 naves que regresaron a Atenas sin ningún éxito real, debido a que los griegos de Sicilia acordaron firmar la paz entre sí al adivinar las intenciones anexionistas de Atenas. Pero la ekklesía (asamblea) ateniense, obedeciendo a dirigentes belicistas y megalómanos, condenó al exilio a los tres estrategos de la escuadra y les acusó de haber sido corrompidos para renunciar a la conquista.

En el verano de 425 a.C., una flota ateniense comandada por los generales Eurimedonte y Sófocles, con Demóstenes como asesor, partió de Atenas. Si bien Demóstenes no desempeñaba ningún cargo oficial en el momento, había sido electo como estratego y los dos generales habían sido instruidos para que le permitieran utilizar la flota alrededor del Peloponeso si lo deseaba. Una vez en el mar, Demóstenes reveló el plan que previamente había mantenido en secreto; su deseo era fortificar Pilos, que él creía era un sitio particularmente prometedor para un puesto de avanzada ya que estaba a una buena distancia a marcha de Esparta y poseía un excelente puerto natural en la bahía de Navarino. De esta manera podría poner el pie en el Peloponeso y alentar una rebelión de los hilotas

Los dos generales rechazaron su plan, pero Demóstenes tuvo un golpe de suerte cuando una tormenta condujo a la flota a la orilla de Pilos. Incluso entonces los generales se negaron a ordenar la fortificación del promontorio, y también fue rechazado de manera similar cuando intentó apelar directamente a las tropas y comandantes subordinados. Sólo cuando el aburrimiento de la espera de la tormenta se sobrepuso, los atenienses se pusieron a trabajar. Las fortificaciones fueron acabadas en seis días y la flota zarpó hacia Corcira, donde una flota espartana de 60 barcos los esperaba, dejando Demóstenes con cinco naves y sus complementos de marineros y soldados para defender el nuevo fuerte.

El gobierno espartano fue inicialmente indiferente a la presencia de los atenienses en Pilos, en el supuesto de que pronto partirían. Una vez que los planes de Demóstenes quedaron en claro, el rey Agis, que estaba a la cabeza de un ejército que asolaba el Ática, se dirigió hacia allí. Demóstenes anticipó las acciones espartanas y envió dos de sus barcos a llamar a la flota ateniense. El puerto de Pilos estaba en una gran bahía cuya entrada estaba casi completamente bloqueada por la isla de Esfacteria: no existía más que un paso estrecho por cada lado de la isla para entrar en la bahía. Los espartanos tenían previsto bloquear por tierra y mar la fortaleza de Pilos, y controlar las dos entradas del puerto a fin de impedir a la flota ateniense entrar y desembarcar en la isla. El espartano Epitadas y una tropa de 440 hoplitas fueron desembarcados en Esfacteria, mientras que el resto del ejército espartano se preparaba para tomar al asalto las fortificaciones atenienses de Pilos. Si el primer ataque fracasaba, se verían obligados a preparar un largo asedio. Demóstenes disponía de pocos hoplitas y la mayoría de sus tropas eran marinos desarmados de las trirremes restantes. Apostó sesenta hoplitas en el punto más débil de las fortificaciones de la plaza pensando que los espartanos querrían desembarcar allí. El resto de sus tropas estaba en las murallas, tierra adentro.

Los espartanos asaltaron las fortificaciones por tierra y mar. El ataque por mar sucedió exactamente donde Demóstenes había previsto. Por las condiciones del terreno, el desembarco era complicado, y si bien los espartanos acercaron a la playa todos los trirremes que pudieron, entre la costa rocosa y los atenienses protegiéndola, no pudieron romper las defensas. Luego de un día y medio, los espartanos se resignaron y enviaron a sus barcos a buscar madera para construir armas de asedio.

En el día después del cese de los ataques, llegó el resto de la flota ateniense desde Zante. Como era demasiado tarde para atacar, pasaron la noche en una isla cercana con el objetivo de atraer a los espartanos a una batalla en mar abierto, pero no funcionó. Al día siguiente, los atenienses navegaron en ambos accesos al puerto, que los espartanos habían fallado en proteger, y rápidamente derrotaron a la flota espartana, que pensaba que la estrechez de la bahía compensaría las mayores cualidades marinas de los atenienses (se ha sugerido que el fracaso de los espartanos para bloquear las entradas indica que no podían hacerlo, y que su plan era por lo tanto fatalmente defectuoso desde el principio). La persecusión fue limitada por el tamaño de la bahía, pero los atenienses lograron capturar algunas trirremes en el mar. Al final de la batalla, los atenienses controlaban el puerto y eran capaces de navegar libremente por la isla de Esfacteria, donde aún estaban los hoplitas espartanos totalmente aislados. Las naves atenienses establecieron una vigilancia cercana para impedir que huyeran. Los espartanos, incapaces de organizar una expedición de socorro para sus tropas, pidieron un armisticio y enviaron embajadores a Atenas a fin de negociar el regreso de la guarnición de la isla. Los atenienses permanecieron 72 días en Pilos, periodo durante el cual los embajadores fracasaron en conseguir la paz, por lo que otra batalla era inminente.

Batalla de Esfacteria

Para obtener el derecho de aprovisionar a las tropas de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón hizo encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara, Trecén y Acaya. Los espartanos no aceptaron las condiciones atenienses y llegaron a abastecer a Esfacteria con la ayuda de nadadores. Cleón, desafiado por sus conciudadanos para lograr la victoria, se unió a Demóstenes llevando con él un contingente de peltastas y de arqueros, jactándose de que lograría la victoria en veinte días.

Demóstenes examinó la isla y descubrió que solamente treinta espartanos vigilaban la parte sur. Durante la noche, desembarcó con 800 hoplitas que sigilosamente fueron rodeando el campamento. Los espartanos, creyendo que los barcos atenienses que estaban merodeando cerca suyo estaban siguiendo su ruta de vigilancia habitual, fueron atrapados desprevenidos y luego masacrados.

El resto de las tropas desembarcaron antes del alba. Los hoplitas espartanos no podían entablar batalla contra los hoplitas atenienses por temor a que los peltastas enemigos atacaran sus flancos y su retaguardia. Este tipo de soldado, que no portaba ni armadura ni escudos pesados, podía esquivar fácilmente la carga de los hoplitas. Éstos eran hostigados sin descanso bajo una lluvia de proyectiles de hondas, de flechas y de jabalinas, todos lanzados desde menos de 50 metros. Su comandante, Epitadas, fue asesinado y su segundo, Estifón, fue herido.

Los espartanos se retiraron a un fuerte abandonado que utilizaban como puesto avanzado. Un comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un acantilado y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados, estos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los cuales 120 eran espartiatas. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.

Los acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: por primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir. Una grave crisis sacudió la ciudad, y desmoralizada, condujo a la matanza de 20.000 esclavos hilotas. La presencia de una guarnición formada por mesenios de Naupacto y atenienses en Pilos ponía en peligro el conjunto del territorio mesenio, obligando a Esparta a inmovilizar tropas en la región. Al final, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria si los espartanos no suspendían sus invasiones anuales al Ática.

La batalla demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los espartanos fueron vencidos sin que los hoplitas entraran en combate. El tiempo que estuvieron aislados en la isla fue de 72 días en total. La victoria final en Esfacteria tuvo lugar el 10 de agosto de 425 a. C.

 

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