Rey Tagus

Segunda Guerra Púnica (Primera Parte)

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La Segunda Guerra Púnica (218 a.C. – 201 a.C.) es el más conocido de los enfrentamientos bélicos acaecidos en el marco de las guerras entre las dos potencias que entonces dominaban el Mediterráneo Occidental: Cartago y Roma. Tras la guerra de desgaste que había supuesto el primer conflicto ambos contendientes quedaron exhaustos, pero la peor parte se la habían llevado los púnicos, que no solo sufrieron amplias pérdidas económicas fruto de la interrupción de su comercio marítimo, sino que habían tenido que aceptar duras condiciones de rendición.

En esta decisión de capitulación había sido clave la presión de los grandes oligarcas cartagineses que ante todo deseaban el fin de la guerra para reanudar sus actividades comerciales. En cambio, otras importantes figuras púnicas consideraban que la rendición había sido prematura, especialmente teniendo en cuenta que Cartago no supo explotar su superioridad naval y que la conducción de la guerra había mejorado ostensiblemente desde que el estratega Amílcar Barca había asumido el mando de las operaciones en Sicilia. Además, consideraban abusivas y deshonrosas las condiciones del armisticio impuestas por Roma.

Para agravar la ya enrarecida situación, los oligarcas que dominaban el senado cartaginés se negaron a pagar a las tropas mercenarias que habían vuelto desde Sicilia y que estaban estacionadas alrededor de la ciudad. La nueva torpeza costó el asedio no solo de Cartago sino la toma de otros enclaves púnicos, como Útica, y solo una magnífica campaña de Amílcar consiguió acabar con los mercenarios rebeldes y con los libio-fenicios del interior que se habían sumado a la revuelta.

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Campaña cartaginesa en Hispania

Cartago necesitaba una gran solución para mejorar su debilitada economía. Esta la traería Amílcar Barca y sus seguidores, quienes organizaron una expedición militar para obtener las riquezas de la península ibérica con el fin de encontrar una fuente alternativa para los recursos que le habían proporcionado los territorios de Sicilia y Cerdeña, perdidos a favor de Roma. Los pueblos de la zona meridional de Hispania fueron uno a uno sometidos por Amílcar, y tras su muerte, su yerno Asdrúbal tomó el mando y estableció alianzas con las tribus del este de la península gracias a sus habilidades diplomáticas. Fundó Qart Hadasht (Cartago Nova), actual Cartagena, y situó su frontera en el río Ebro. Su campaña finalizó con su muerte en el año 221 a.C., tras ser asesinado por un súbdito del Rey Tagus, líder de la tribu hispánica de los olcades, quien sacrificó su vida en venganza por la muerte de su rey. Las fuentes históricas nos dejan el siguiente extracto:

«Así las cosas, se entregan las riendas del poder a Asdrúbal, quien por entonces esquilmaba con furor desproporcionado las riquezas de los pueblos de Occidente, la nación íbera y los que habitan junto al Betis. Corazón terrible no exento de una irremediable cólera el de un jefe que disfrutaba mostrando crueldad en su poder. Con su insaciable sed de sangre, creía descabelladamente que ser temido era síntoma de distinción; sólo podía aplacar su locura sanguinaria con castigos nunca vistos. Sin ningún respeto por lo humano o lo divino, mandó crucificar en lo alto de una cruz de madera a Tagus, hombre de arraigada nobleza, aspecto distinguido y probado valor, y, triunfante, exhibió luego ante su pueblo afligido a este rey privado de sepultura. Por grutas y riberas lloran las ninfas de Iberia a Tagus, quien tomaba su nombre del aurífero río, y no hubiera preferido él ni la corriente meonia ni las aguas lidias, ni la llanura que, regada por un caudal de oro, amarillea al mezclarse con las arenas del Hermo. Siempre el primero a la hora de entrar en combate y el último en deponer las armas, cuando guiaba altanero a su veloz corcel a rienda suelta, no había espada ni lanza arrojada de lejos que pudiera detenerlo. Revoloteaba triunfante Tagus, bien conocido en ambos ejércitos por su dorada armadura.

Cuando uno de sus esclavos lo vio colgado de su funesto madero y desfigurado por la muerte, a hurtadillas empuñó la espada preferida de su amo, irrumpió rápidamente en el palacio e hirió dos veces el pecho cruel de Asdrúbal. Los cartagineses montaron en cólera, acentuada entonces por tal pérdida y, como pueblo proclive a la crueldad, se abalanzaron contra él y lo sometieron a todo tipo de torturas: ya no hubo límite para el fuego y el hierro candente, los azotes que aquí y allá desgarraban su cuerpo mutilado con infinitos golpes, las manos del verdugo, la misma muerte que se le colaba hasta el fondo de sus entrañas, las llamas que brillaban en mitad de las heridas. Un espectáculo atroz de ver e incluso de contar: sus tendones cruelmente estirados, se tensaban todo lo que el tormento permitía; cuando perdió toda su sangre, sus huesos calcinados humeaban todavía junto a los miembros consumidos. Pero su ánimo permanecía intacto: sobrellevaba el dolor, lo despreciaba y, como si fuese un mero espectador, reprochaba a los torturadores su agotamiento y a grandes gritos reclamaba para sí el suplicio de la cruz, al igual que su amo.»

Tras la muerte de Asdrúbal, Aníbal Barca, hijo de Amílcar Barca, fue nombrado comandante supremo de los ejércitos cartagineses en Hispania con tan solo 25 años de edad. A partir de su llegada, Aníbal atrajo todas las miradas: «Es Amílcar en su juventud, que nos ha sido devuelto», decían los viejos soldados, «la misma energía en la cara, el mismo fuego en la mirada: aquí está su aspecto, aquí están sus gestos». Tras haber asumido el mando pasó dos años consolidando el poder cartaginés sobre las tierras hispánicas y terminando la conquista de los territorios situados al sur del Ebro. Continuó la estrategia de su antecesor sometiendo en 221 a.C. a los olcades en el sureste y acometiendo durante el siguiente año una campaña contra los vacceos en el noreste. Sus objetivos eran múltiples: capturar prisioneros para que trabajasen en sus minas, conseguir reservas de grano, mercenarios para su ejército y asegurar la retaguardia de su principal territorio antes de emprender su expedición contra Roma.

En Vacceia, Aníbal primero sitió Helmantiké, a la que logró someter tras varias luchas y negociaciones. Posteriormente asedió Arbucala, la cual fue tomada tras una dura resistencia de sus habitantes.  Continuó hasta llegar al valle del Tajo y cruzó el rió a través de un vado. Estando del otro lado, Aníbal fue informado por sus exploradores que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. El ejército cartaginés, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababa de atravesar. Una vez alcanzada, Aníbal no cruzó el río sino que ordenó la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

Batalla del Tajo

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico con un núcleo formado por falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas y muy potentes en el ataque frontal. Estas eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado. Este ejército era dirigido por un cuadro de mando formado por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen: súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios, pueblos aliados como los oretanos o los númidas y mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

A la muerte de Asdrúbal el ejército de Cartago en Hispania alcanzaba la cifra de 60.000 infantes, 8000 jinetes y 200 elefantes de guerra. Teniendo en cuenta el amplio territorio hispano ya controlado y su necesidad de vigilancia, Aníbal empleó solo una parte de su ejército para esta campaña. Se estima que sus tropas se compondrían de 20.000 soldados a pie y 6000 jinetes. Polibio nos informa que además contaba con 40 elefantes. Por otro lado, a Aníbal le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

Tanto carpetanos como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica y su ejército tenía la estructura conocida como warband; grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos pero que carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses y la adversidad. Este ejército carecería de un mando único ya que ninguna de las fuentes que relatan la batalla nos indica la existencia de un jefe supremo del ejército, a diferencia de enfrentamientos bélicos anteriores de tribus hispanas contra los cartagineses, de los cuales sí nos son conocidos sus nombres: Istolacio, Indortes o el rey Orisón.

La fuerza del ejército carpetano fue calculada por Polibio y Tito Livio en 100.000 hombres, cifra que los historiadores modernos consideran exagerada y que actuales estimaciones limitan a 40 000. El ejército debió componerse casi exclusivamente de infantería, ya que la caballería cartaginesa no encontró oposición durante la batalla, algo que fue vital en el desarrollo de la misma.

Con los carpetanos asentados frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río sin ser advertido por sus enemigos. La necesidad de cruzar por el vado existente y la habilidad de Aníbal al construir un campamento defensivo de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocó un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica Aníbal evitó que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos y permitió concentrar la defensa cartaginesa en un frente de caballería que, al luchar dentro del agua, aprovechó las dificultades de movimiento que tenían los guerreros carpetanos a pie al atacar desde una posición inferior. Los pocos guerreros que conseguían cruzar y alcanzar la otra orilla eran blanco fácil de los elefantes situados en la misma.

El desastre sufrido por los guerreros en el río, además de impedir el avance de los que los seguían, causó un efecto desmoralizador que la falta de un mando unificado del ejército no pudo evitar, por lo que el ataque carpetano acabó desembocando en una retirada para intentar reorganizarse. Ante esta situación, Aníbal cruzó el río con la infantería para apoyar a la caballería, logrando evitar cualquier reorganización de sus enemigos, los cuales huyeron en desbandada.

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Rio Tajo

Sitio de Sagunto

Por su parte Roma, temiendo la creciente presencia de los cartagineses en Hispania, concluyó una alianza con la ciudad de Sagunto, situada a una distancia considerable del Ebro por la parte sur, en territorio que los romanos habían reconocido como dentro de la zona de influencia cartaginesa. Este movimiento político generó tensiones entre las dos potencias: mientras los romanos argumentaban que según el tratado los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Tras vencer al ejército hispánico, Aníbal comenzó un asedio a la ciudad. En su plan la conquista de Sagunto era fundamental; la ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era viable dejarla en manos de sus enemigos. También esperaba mantener contento a su ejército con el saqueo y utilizar las riquezas de la ciudad para mostrarlas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

Los saguntinos solicitaron la ayuda de Roma, pero no obtuvieron respuesta. Los romanos hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Pensaban que aquel joven general no supondría un problema grave y no requeriría un esfuerzo especial. En el 218 a.C., después de ocho meses de cerco, las últimas defensas saguntinas fueron finalmente rebasadas, marcando así el inicio de la Segunda Guerra Púnica. Este fue uno de los primeros errores que los romanos cometieron durante este conflicto; si hubieran ido en socorro de Sagunto en vez de combatir la revuelta iliria, podrían haber reforzado la ciudad y detenido a Aníbal cuando todavía estaban a tiempo.

Después del sitio, Aníbal trató de obtener el apoyo del Senado cartaginés. Este, controlado por un sector relativamente favorable a los romanos, no solía estar de acuerdo con Aníbal y sus métodos para hacer la guerra, y nunca le dio apoyo completo e incondicional, incluso cuando este estuvo a punto de lograr la victoria absoluta. No obstante, en este episodio fue capaz de obtener un limitado apoyo que le permitió trasladarse a Cartago Nova, donde se reunió con sus hombres y les informó de sus ambiciosas intenciones.

Cruce de los Alpes

Después de que los cartagineses asediaran y destruyeran Sagunto, los romanos decidieron contraatacar en dos frentes: África del Norte e Hispania partiendo desde Sicilia, isla que sirvió de base de operaciones. No obstante, Aníbal alteró los planes de los romanos con una estrategia inesperada: quería llevar la guerra al corazón de Italia marchando rápidamente a través de Hispania y del sur de la Galia. Consciente de que su flota era muy inferior a la de los romanos, Aníbal decidió no atacar solo por mar, sino que eligió una ruta terrestre mucho más dura y larga pero más interesante tácticamente, pues le permitió reclutar a muchos soldados mercenarios procedentes de los pueblos celtas que estaban dispuestos a combatir a los romanos. Antes de su partida, Aníbal distribuyó hábilmente sus efectivos y envió a África del Norte varios contingentes de íberos, mientras que ordenó a los soldados libio-fenicios que garantizaran la seguridad de las posesiones de Cartago en Hispania.

Aníbal no partió de Cartagena hasta finales de la primavera del 218 a. C. El general puso en marcha al ejército y envió representantes para negociar su paso a través de los Pirineos y trabar alianzas con los pueblos que se asentaban a lo largo de su trayecto. Penetró en la Galia evitando cuidadosamente atacar las ciudades griegas erigidas en lo que hoy es Cataluña. Se piensa que, tras franquear los Pirineos a través del Puerto de Perthus y establecer su campamento cerca de la ciudad de Illibéri, siguió avanzando sin problemas hasta llegar al Ródano, donde apareció en septiembre antes de que los romanos pudieran impedirle el paso.

«Los soldados, consternados por el recuerdo del dolor que habían sufrido, y sin saber a qué deberían enfrentarse cuando siguieran avanzando, parecieron perder el coraje. Aníbal los reunió, y, desde las montañas de la cima de los Alpes, que parecían ser la entrada a la ciudadela de Italia, se divisaban las vastas llanuras que regaba el Po con sus aguas, Aníbal se sirvió de este bello espectáculo, único recurso que le quedaba, para quitar el miedo a los soldados. Al mismo tiempo, les señaló con el dedo el punto donde estaba situada Roma y les recordó que gozaban de la buena voluntad de los pueblos que habitaban el país que tenían ante sus ojos.«

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Según las fuentes, Aníbal perdió, en esta travesía, entre 3.000 y 20.000 hombres. Los supervivientes que llegaron a Italia estaban hambrientos y muertos de frío. En su ejército, Aníbal contaba con un poderoso contingente de elefantes de guerra, animales que representaban un importante papel en los ejércitos de la época y que los romanos conocían bien por haberse enfrentado a ellos cuando formaban parte de las tropas del rey Pirro. En realidad, los 37 elefantes de Aníbal son una cifra insignificante comparada con los ejércitos de la época helenística. De hecho, la mayoría murieron durante el viaje a través de los Alpes o víctimas de la humedad de las marismas etruscas. La única bestia que sobrevivió fue empleada como montura por el propio Aníbal. En efecto, Aníbal perdió su ojo derecho durante una batalla menor y utilizó este medio de transporte para no entrar en contacto con el agua de los pantanos.

La travesía de los Alpes ha sido la opción táctica más destacada en la Antigüedad. Aníbal logró atravesar las montañas a pesar de los obstáculos que planteaban el clima, el terreno, los ataques de las poblaciones locales, y la dificultad de dirigir a un ejército compuesto por soldados de distintas etnias y que hablaban en diversas lenguas. Otra razón que hace su travesía importante es la estrategia utilizada. Roma era una potencia continental y Cártago una potencia marítima. Parecía obvio que la flota cartaginesa podría atacar y desembarcar hombres en cualquier punto del sur de la península itálica o Sicilia, teniendo recursos suficientes para evitar buscar un cruce por los Alpes. Sin embargo Aníbal atacó por tierra en abierto desafío y sorpresa para las tropas romanas. Su repentina aparición en el Valle del Po después de la travesía de la Galia y el paso de los Alpes le permitió romper la forzada paz de algunas de las tribus locales con Roma antes de que ésta pudiera reaccionar contra la rebelión. La difícil marcha le condujo a territorio romano y a oponerse a las tentativas de sus enemigos de resolver el conflicto en territorio extranjero.

Batalla del Ródano

Para el año 218 a.C. la armada romana ya había sido movilizada. El Cónsul Tiberio Sempronio Longo había recibido 24.000 infantes y 2.400 jinetes con las instrucciones de navegar a Sicilia en 160 grandes barcos de guerra y 12 galeras para luego partir hacia África, siempre que el otro cónsul pudiera mantener a Aníbal lejos de Italia. Publio Cornelio Escipión recibió un ejército similar para marchar en barco a Hispania. El tercer cónsul, Lucio Manlio Vulsón Longo, recibió dos legiones con 10.000 soldados de infantería y 1000 de caballería aliada.

Los galos de las tribus del norte de Italia atacaron las construcciones de los colonos romanos de Plasencia y Cremona, y acorralaron una pequeña fuerza de ayuda romana en Mutina. Dos de las cuatro legiones originalmente destinadas a Escipión fueron enviadas al pretor Manlio Vulsón para el auxilió de Mutina y la reconstrucción de las colonias. Legiones nuevas se reclutaron para reemplazar a estas, lo que retrasó la salida de Escipión.

Gracias a su diplomacia, Aníbal no fue molestado por los galos hasta que llegó a la ribera del río Ródano, territorio de los volcas, a finales de septiembre. Para aquel entonces, las fuerzas cartaginesas se habían reducido a 38.000 soldados de infantería y 8.000 de caballería. Una vez que llegó a la ribera oeste, Aníbal decidió descansar por tres días, que dedicó a confiscar y construir embarcaciones para cruzar el río. Pese a que los volcas habitaban en las dos riberas, se habían retirado a la oriental donde habían acampado para intentar detener el avance cartaginés.

La tercera noche, Aníbal puso a Hannón al frente de una columna de infantes y caballeros y los envió río arriba para encontrar otro punto por donde cruzar el río resguardados por la oscuridad de la noche. Ayudado por guías locales, Hannón localizó un punto adecuado a unas 25 millas al norte del campamento y cruzó el río sin ser detectado por los volcas. Una vez en la ribera oriental, el destacamento de Hannón descansó un día y en la segunda noche se posicionó en la retaguardia de los volcas.

Hannón dio la señal de humo convenida y el ejército principal comenzó a cruzar el río. Las embarcaciones que transportaban la caballería númida lo hicieron río arriba mientras que otros caballeros desmontados lo hacían en embarcaciones que remolcaban tres o cuatro caballos atados entre sí, consiguiendo ralentizar la corriente del río. Algunos soldados incluso pudieron cruzar nadando. El mismo Aníbal fue uno de los primeros en cruzar mientras que el resto del ejército vitoreaba a los compañeros que ya llegaban a la otra orilla.

Los galos, al ver el gran número de embarcaciones que cruzaban el río, abandonaron el campamento y acudieron en masa a la ribera oriental para enfrentarse a los cartagineses. Pronto empezó la batalla, pero los púnicos consiguieron asegurar la posición y hacerse fuertes el tiempo suficiente para permitir que el destacamento de Hannón, después de prender fuego en el campamento de los volcas, atacara a estos por la retaguardia. Parte de los galos volvieron atrás para defender el campamento y otra parte se quedó para luchar, pero pronto todo su ejército fue masacrado y pocos fueron los que consiguieron huir.

La mayoría del ejército cartaginés cruzó el río el mismo día de la batalla. Una vez las fuerzas púnicas se reunieron de nuevo en la otra orilla, se enviaron partidas de reconocimiento; en ese momento Aníbal recibió la noticia de que la flota romana había llegado. Publio Cornelio Escipión había zarpado de Pisa y llegado a Marsella cinco días después de navegar por la costa de Liguria, desembarcando allí con su ejército. Al saber que Aníbal ya había cruzado el Ródano, envió 300 hombres a la ribera oriental para localizar el ejército púnico. Esta pequeña fuerza se encontró con un grupo de caballería númida en misión de reconocimiento, la cual huyó tras un breve enfrentamiento.

Una vez localizado Aníbal, Escipión cargó su equipamiento pesado en los barcos y marchó hacia el norte para enfrentarse a los cartagineses. Pero Aníbal, a pesar de tener una fuerza más numerosa, decidió retirarse hacia los Alpes. Cuando Escipión llegó al campamento cartaginés lo encontró desierto; calculó que este le llevaba 3 días de ventaja. Ordenó que la mayor parte de su ejército continuara su marcha hacia Hispania encabezado por su hermano y legado Cneo Cornelio Escipión para hacer frente a las fuerzas cartaginesas que quedaban allí, mientras que él volvió a Italia con una pequeña parte de las tropas de su ejército consular, las cuales unió al ejército de los pretores en la Galia para enfrentarse a Aníbal en las llanuras del Po.

Batalla de Tesino

Aníbal intentaba afanosamente reclutar tropas entre las tribus galas locales cuando se enteró de la vuelta de Escipión. Decidió entonces hacerle frente como demostración de su fuerza, esperando con esto mejorar su posición entre las tribus locales y obligar el repliegue de los romanos más allá del río Po. Escipión también estaba impaciente por una batalla y decidió marchar hacia el norte para enfrentarse al cartaginés.

Al día siguiente ambos ejércitos enviaron partidas de exploración: Aníbal tomó la mayoría de sus 6000 hombres de caballería mientras que Escipión tomó todos sus jinetes y un número pequeño de vélites (infantería ligera armada con jabalinas). Las dos fuerzas se encontraron casi por casualidad y dieron inicio al combate; las caballerías pesadas de ambas fuerzas se encontraban en el centro donde se produjo la lucha más dura. Aníbal había guardado a su caballería númida más ligera, la cuál atacó los flancos de la formación romana donde se encontraban los vélites. La línea se derrumbó, lo cual permitió a los númidas atacar luego los flancos de la caballería romana, la cual al verse atacada por dos frentes rompió filas y huyó hacia su campamento.

Esta batalla, una simple escaramuza, puso de manifiesto por primera vez en suelo itálico las cualidades militares de Aníbal. El cónsul fue herido y salvado por su propio hijo de 17 años de mismo nombre: Publio Cornelio Escipión. El resultado inmediato de la batalla no tuvo mayores consecuencias ya que ambas fuerzas sufrieron solamente reveses de menor importancia y la fuerza principal de cada ejército quedó intacta. Sin embargo, como resultado de la derrota de Roma, los galos se animaron a unirse al bando cartaginés. Pronto todo el norte de Italia se alió con Aníbal y los refuerzos galos y ligures aumentaron su ejército hasta 40.000 hombres. Con este importante refuerzo, el ejército de Aníbal estaba preparado para invadir Italia. Escipión se retiró a través del río Trebia con su ejército y acampó en la ciudad de Plasencia para aguardar los refuerzos del otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo.