Rio Aufidus

Batalla de Cannae

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Ante esta situación política (Segunda Guerra Púnica: Tercera Parte), el Senado Romano no renovó los poderes dictatoriales a la finalización del mandato de Fabio. En 216 a.C., las elecciones consulares finalizaron con la elección de Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, que tomaron el mando del ejército que se había reclutado para enfrentarse a Aníbal. El ejército reunido superaba en tamaño a cualquier ejército anterior en la historia romana hasta esa fecha, y sobre su composición Polibio escribió lo siguiente:

«El Senado determinó llevar ocho legiones al campo de batalla, algo que Roma no había hecho nunca; cada una estaba formada por casi diez mil hombres. (…) La mayoría de sus guerras se deciden por un cónsul y dos legiones con su cuota de aliados y raramente emplean las cuatro al mismo tiempo en un único servicio. Pero en esta ocasión, tan grande era la alarma y el terror de lo que podría suceder, que decidieron enviar no cuatro sino ocho legiones al campo de batalla.»

Estas legiones, junto con una estimación de unos 2.400 soldados de caballería romana, formaban el núcleo de un inmenso ejército. Estando cada legión acompañada de un número igual de soldados aliados y con una caballería aliada de unos 4.000 hombres, el ejército total que se enfrentó a Aníbal superaba los 85.000 hombres.

En la primavera de 216 a. C., Aníbal tomó la iniciativa y asedió un gran depósito de suministros ubicado en la ciudad de Cannae, en las llanuras de Apulia. Con ello se situó estratégicamente entre los romanos y una de sus principales fuentes de suministro. Polibio comenta que la captura de Cannae «causó una gran conmoción en el ejército romano; pues no sólo se trataba de la pérdida del lugar y de los almacenes, sino del hecho de que con ello se perdía todo el distrito«. Los cónsules, decididos a enfrentarse a Aníbal, marcharon hacia el sur.

Tras dos días de marcha se encontraron con él en la ribera izquierda del río Aufidus y acamparon a unos 10 kilómetros de distancia. Supuestamente, un oficial cartaginés llamado Gisgo hizo un comentario sobre el gran tamaño del ejército romano. Aníbal le contestó «Otra cosa que se te ha pasado, Gisgo, es todavía más sorprendente: que aunque haya tantos de ellos, no hay ninguno entre todos que se llame Gisgo«. El comentario de Aníbal despertó la risa de sus inquietos hombres.

Normalmente cada uno de los dos cónsules dirigía su parte del ejército, pero dado que los dos ejércitos estaban unidos en uno solo, la ley romana les ordenaba la alternancia diaria en el mando. Parece ser que Aníbal era conocedor de este hecho y que planeó su estrategia de acuerdo a ello.

El cónsul Varrón, que estaba al mando el primer día, es presentado por las fuentes antiguas como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado en vencer. Mientras que los romanos se acercaban a Cannae, una pequeña porción de las fuerzas de Aníbal emboscaron al ejército romano y Varrón repelió con éxito el ataque. Esta victoria, aunque se trató más de una escaramuza sin valor estratégico que de una verdadera victoria militar, disparó la confianza del ejército romano y es posible que la del propio Varrón. El cónsul Paulo, sin embargo, era contrario a proceder al enfrentamiento tal y como se estaba planteando. Al contrario que Varrón, éste cónsul era un hombre prudente y cauteloso y consideraba que era estúpido luchar en campo abierto contra Aníbal a pesar de la superioridad numérica de los romanos. Esto tenía sentido táctico puesto que Aníbal seguía manteniendo su ventaja en el ámbito de las tropas de caballería, en donde contaba con mayor número de efectivos y de mayor calidad. Sin embargo, y a pesar de sus reticencias, Paulo tampoco consideró acertado retirar al ejército tras ese éxito inicial y decidió acampar con dos tercios de su ejército al este del río Aufidus, enviando al resto de sus hombres a fortificar una posición en la ribera opuesta. El propósito del segundo campamento era cubrir a las partidas de forrajeadores del campamento principal y poder hostigar las del enemigo.

Los dos ejércitos permanecieron en sus localizaciones durante dos días. En el segundo día Aníbal, conocedor de que Varrón estaría al mando al día siguiente, salió del campamento y ofreció batalla a los romanos. Paulo, sin embargo, rechazó la invitación. En ese momento el cartaginés, conocedor de la importancia del agua del río Aufidus para el ejército romano, envió su caballería al campamento de menor tamaño para acosar a los soldados que salían a abastecerse fuera de las fortificaciones. Según Polibio, su caballería dio vueltas sin oposición hasta el campamento romano, creando el caos y cortando el suministro de agua.

Las fuerzas combinadas de los dos cónsules sumaban un total 75.000 soldados de infantería, 2.400 de caballería romana y 4.000 de caballería aliada, contando únicamente a la porción de tropas que se utilizó en la batalla campal. Además, en los dos campamentos fortificados había otros 2.600 hombres de infantería pesada y 7.400 de infantería ligera, por lo que la fuerza total que los romanos llevaron a la guerra equivalía a unos 86.400 hombres. El ejército de Aníbal estaba compuesto aproximadamente por 40.000 hombres de infantería pesada, 6.000 de infantería ligera y 8.000 de caballería.

El ejército cartaginés estaba compuesto por una amalgama de soldados procedentes de distintas y numerosas regiones. No sabemos con certeza cuántos hombres había de cada nacionalidad, aunque sí que existen algunas estimaciones sobre el tamaño de los distintos contingentes. Contaba con unos 10.000 jinetes, entre los que se contaban unos 4.000 galos y varios miles de hispanos. De los 40.000 infantes, una parte era infantería ligera (8.000 en la batalla de Trebia, puede que menos en Cannae) y, del resto, la mayoría eran celtas y tropas que se habían unido ya en Italia. Es posible que hubiera entre 8.000 y 10.000 libios y unos 4.000 hispanos.

Según otras fuentes y estimaciones, junto con el núcleo de 8.000 libios equipados con armaduras romanas, podrían haber luchado también 8.000 íberos, 16.000 galos (de los cuales 8000 permanecieron en el campamento el día de la batalla) y 5.500 getulos. La caballería de Aníbal también tenía distintas procedencias: Había 4.000 númidas, 2.000 hispanos, 4.000 galos y 450 libios y fenicios. Finalmente, Aníbal contaba con unos 8.000 hostigadores compuestos por honderos baleares y lanceros de diversas nacionalidades. Sin embargo, todas estas cifras son aproximadas y se basan en estimaciones del ejército inicial de Aníbal que se había ido modificando a medida que afrontaba batallas en la campaña italiana. En cualquier caso, todos estos grupos específicos aportaban sus distintas capacidades al ejército cartaginés, siendo su factor unificador la unión personal que cada grupo tenía con el líder del ejército, Aníbal.

Equipamiento

Las fuerzas de la república utilizaban el tradicional equipamiento militar romano de la época, incluyendo el pilum y los hastae como armas, así como los escudos, las armaduras y los cascos tradicionales. En el bando opuesto, los cartagineses utilizaban una gran variedad de equipamientos distintos. Los libios luchaban con las armaduras y el equipamiento tomados de los romanos derrotados en anteriores enfrentamientos; los hispanos luchaban con espadas diseñadas para cortar y ensartar, jabalinas, lanzas incendiarias y se defendían con grandes escudos de forma ovalada; los galos llevaban espadas largas y pequeños pero resistentes escudos ovalados. La caballería pesada cartaginesa llevaba dos jabalinas y una espada curva, así como una fuerte armadura. La caballería númida, más ligera, no utilizaba armadura y solo llevaba un pequeño escudo, jabalinas y una espada. Por último, los hostigadores que actuaban como infantería ligera estaban armados con hondas o con lanzas y, de éstos, los honderos baleares (famosos por su puntería) llevaban hondas cortas, medias y largas, aunque no llevaban ningún equipamiento de carácter defensivo. Los lanceros sí llevaban escudos, jabalinas, y posiblemente espada o, al menos, una lanza diseñada para ensartar a corta distancia.

Despliegue táctico

El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos alas o flancos laterales. Los romanos siguieron con este sistema de despliegue de forma muy fiel, aunque añadieron una mayor profundidad a su formación mediante la colocación de muchas cohortes en lugar de optar por dar mayor espacio a su infantería. Posiblemente los comandantes romanos esperaban que esta concentración de fuerzas permitiese romper rápidamente el centro de la línea enemiga. Varrón sabía que la infantería romana había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su intención era recrear esto a mayor escala.

Los princeps se colocaron inmediatamente detrás de los hastati, preparados para empujar hacia adelante en cuanto comenzara el contacto con el enemigo y asegurando con ello que los romanos presentaran un frente sin huecos. A pesar de superar ampliamente a los cartagineses en cuanto a número de tropas, este despliegue suponía en la práctica que las líneas romanas tuvieran aproximadamente la misma longitud que la de sus oponentes.

La imagen final que ofrecía el ejército romano mantenía por tanto el estilo clásico. En líneas perpendiculares al río, los romanos presentaban dos bloques en líneas cerradas, el de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caballería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por los aliados de Roma.

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Ejército Romano, con los vélites al frente

Desde el punto de vista del cónsul Varrón, Aníbal parecía tener poco espacio para maniobrar y ninguna posibilidad de retirada debido a su elección de desplegarse con el río Aufidus a su retaguardia. Varrón pensaba que cuando fuesen presionados por la superioridad numérica del ejército romano, los cartagineses caerían hacia el río y, sin sitio para maniobrar, cundiría el pánico. Por otro lado, Varrón había estudiado las últimas victorias de Aníbal, que se habían producido en gran parte gracias a una serie de subterfugios del general cartaginés. Debido a esto, Varrón buscó una batalla en campo abierto, en el que no hubiera posibilidad de que tropas ocultas preparasen una emboscada.

Aníbal también formó su tropa en dos líneas pero no las hizo compactas. Las desplegó con el centro apuntando ligeramente al centro romano, basándose en las cualidades particulares de lucha que cada unidad poseía, teniendo en cuenta tanto sus fortalezas como sus debilidades para el diseño de su estrategia. Colocó a los íberos, galos y celtíberos en el centro, alternando la composición étnica de las tropas de la línea del frente. El centro de Aníbal lo componían sus tropas íberas más disciplinadas, mientras que detrás de éstos se situaban los galos. La infantería púnica de Aníbal se posicionó en las alas, justo en el extremo de su línea de infantería.

Se suele pensar erróneamente que las tropas africanas de Aníbal estaban armadas con picas. En realidad, las tropas libias llevaban lanzas más cortas que las de los triarii romanos. Su ventaja, por tanto, no eran las picas, sino la experiencia de su infantería, muy capacitada tras tantas batallas.

Asdrúbal dirigía a la caballería íbera y celtíbera del ala izquierda del ejército cartaginés (ubicada al sur, cerca del río Aufidus). Tenía a su mando a 6.500 hombres, mientras que Hannón estaba al frente de 3.500 númidas ubicados en el ala derecha.

Aníbal colocó a su caballería, compuesta principalmente de caballería hispana y de caballería ligera númida, esperando que pudieran derrotar rápidamente a la caballería romana de los flancos y que girasen para atacar a la infantería desde la retaguardia mientras ésta intentaba atravesar el centro de la formación cartaginesa. Sus tropas africanas atacarían entonces desde los flancos en el momento crucial y rodearían al ejército romano.

Aníbal no se sentía impedido por su posición en contra del río Aufidus. Por el contrario, supuso una factor principal de su estrategia: el río protegía sus flancos de ser superados por el ejército más numeroso de los romanos y la existencia de esa barrera natural implicaba que la única vía de retirada de los romanos era su flanco izquierdo. Además, las fuerzas cartaginesas habían maniobrado de forma que los romanos estuviesen mirando al este, con lo que no solo recibían en la cara el sol de la mañana, sino que los vientos del sudeste arrojaban tierra y polvo sobre sus caras a medida que se aproximaban al campo de batalla. Se puede decir, por tanto, que el despliegue de tropas realizado por Aníbal, basado en su percepción y entendimiento de las capacidades de sus tropas, resultó decisivo en la batalla.

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Despliegue inicial de ambos ejércitos

A medida que los ejércitos avanzaban uno hacia el otro, Aníbal fue extendiendo de forma gradual el centro de su línea. Tal y como describe Polibio: Tras desplegar a su ejército al completo en una línea recta, tomó varias compañías de celtas y de hispanos y avanzó con ellas, manteniendo al resto en contacto con estas pero quedándose atrás de forma gradual para conseguir una formación en forma de luna creciente. La línea de flanqueo iba estrechándose cada vez más a medida que se prolongaba, siendo su objetivo utilizar a los africanos como fuerza de reserva y comenzar la lucha con los celtas y los hispanos.

Polibio describe un centro cartaginés muy débil, desplegado en curva con los romanos en el centro y las tropas africanas en los flancos y en formación diagonal. Se cree que el propósito de esta formación era unificar el impulso frontal de la infantería romana y retrasar su avance hasta que se produjesen otros acontecimientos que permitiesen a Aníbal desplegar su infantería africana de la forma más efectiva posible. En cualquier caso, algunos historiadores han tachado a este relato de fantasioso, y comentan que la curvatura del ejército cartaginés se pudo deber, o bien por la curvatura natural que se produce cuando una línea de infantería avanza, o bien a la propia reacción del ejército cartaginés al enfrentarse al choque con el pesado centro de infantería romana.

Cuando los ejércitos se encontraron, la caballería se lanzó en un fiero ataque sobre el ejército romano. Polibio nos describe la escena comentando que «cuando los caballos hispanos y celtas del ala izquierda colisionaron con la caballería romana, la lucha que se produjo fue verdaderamente barbárica«. La caballería cartaginesa rápidamente venció a la inferior caballería romana del flanco derecho y les sobrepasaron. En ese momento, una porción de la caballería se dividió del ala izquierda y dio un rodeo atravesando la retaguardia romana hacia el flanco derecho, en dónde atacó a la caballería romana de ese flanco desde la retaguardia. Éstos, siendo atacados desde los dos frentes, se dispersaron rápidamente.

Por otro lado, mientras los cartagineses derrotaban a la caballería romana, los dos ejércitos principales, compuestos por la infantería de ambos bandos, avanzaron el uno contra el otro en el centro del campo de batalla. Para poder entender bien lo que pasó, es necesario detenerse a examinar las duras condiciones a las que estaban sometidos los soldados de infantería romanos y que hacían que la batalla fuese especialmente difícil para ellos: a medida que los romanos avanzaban, el viento del este soplaba hacia ellos, arrojando polvo sobre sus caras y obstaculizando su visión. En este aspecto, es importante tener en cuenta que los dos ejércitos levantaban mucho polvo al desplazarse, lo que amplificaba el efecto. Además del polvo, otro factor importante de la batalla fue la falta de sueño de las tropas: debido a la distancia entre los campamentos y el campo de batalla, es muy posible que ambos ejércitos se hubiesen visto obligados a dormir muy poco. En particular, los romanos sufrían la falta de una buena hidratación previa a la batalla, causada por el ataque de Aníbal a su campamento el día anterior que les había impedido suministrarse del río. Por último, la masiva cantidad de tropas suponía un tremendo estruendo de fondo, lo cual era psicológicamente muy duro para los hombres de la formación.

Los cartagineses dispusieron una línea con unos 800 honderos baleares para intentar frenar el avance de las tropas romanas, pero no tuvo éxito. Cuando ambos ejércitos estaban uno en frente de otro se inició una auténtica lluvia de lanzas entre los hostigadores. Tras ese inicio comenzó la batalla cuerpo a cuerpo.

Aníbal se colocó junto con sus hombres en el débil centro de la formación, y les hizo desplazarse en una retirada controlada. Conociendo la superioridad de la infantería romana, Aníbal dio instrucciones para esta retirada creando un semicírculo cada vez más estrecho que iba rodeando a las fuerzas romanas. Los romanos empujaron en su ataque y el centro de Aníbal cedió terreno curvándose hacia atrás, ocupando el ejército romano el espacio desalojado por el centro cartaginés. Con ese movimiento, Aníbal convirtió la fuerza de la infantería romana en una debilidad: A medida que las tropas avanzaban, las tropas romanas comenzaban a perder cohesión debido a que los soldados comenzaban a empujar los unos contra los otros hasta que llegaron a situarse tan próximos que no tenían espacio ni para maniobrar con sus armas. Además, en su intento de romper cuanto antes la línea de tropas gálicas e hispanas, los romanos habían ignorado (puede que también debido al polvo) a las tropas africanas que se habían colocado sin oposición en los extremos de la formación cartaginesa. La caballería enemiga, por su parte, ya había conseguido eliminar a la caballería romana de los dos flancos, y cargó contra el centro de la formación romana desde la retaguardia.

El ejército romano, con sus flancos eliminados, formó una cuña que iba introduciéndose cada vez más dentro del semicírculo cartaginés, metiéndose de lleno en una ubicación en la que la infantería africana controlaba ambos flancos. En este momento, Aníbal ordenó atacar con su infantería africana, rodeando por completo a los romanos en lo que se convertiría en uno de los primeros ejemplos bélicos conocidos como movimiento de tenaza, otro ejemplo notable anterior a este sería la batalla de Maratón (Primera Guerra Médica).

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Desarrollo de la batalla y destrucción del ejército romano

Cuando la caballería cartaginesa atacó a los romanos por la retaguardia y las tropas africanas asaltaron la formación desde las alas, el avance de la infantería romana quedó detenido bruscamente. Los romanos estaban atrapados y sin vía de escape. Polibio comenta que «a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finalmente todos murieron en el lugar en el que se encontraban«

Los legionarios estaban aterrorizados. No podían alzar los escudos para defenderse ni desenvainar sus espadas. En ese momento la falange ibera avanzó hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos. Los iberos que habían retrocedido, gracias a sus cortas pero mortales espadas, hicieron una masacre entre las filas enemigas. Tras esta batalla los romanos, impresionados por la eficacia de la espada ibera, adoptarían una similar para sus tropas (conocido como gladius hispaniensis).

Aníbal, viendo que su plan estaba resultando en una victoria casi total y necesitando todavía consolidar sus logros, tomó como prisioneros solo aquellos que estuviesen dispuestos a cambiar de bando, y ordenó a sus hombres que mutilasen rápidamente a los enemigos supervivientes.

Había tantos miles de romanos yaciendo (…) Algunos, con sus heridas, agravadas por el frío de la mañana, se levantaban, y a medida que avanzaban cubiertos de sangre de entre la masa de masacrados, eran sobrepasados por el enemigo. Otros fueron encontrados con sus cabezas enterradas en la tierra, en agujeros que habían excavado; habiendo con ello, parece, creado sus propias tumbas, en las que se habían asfixiado ellos mismos.

Bajas

Fueron masacrados casi seiscientos legionarios por minuto hasta que la oscuridad trajo su fin al derramamiento de sangre. Aunque la cifra exacta de bajas probablemente nunca llegue a conocerse, Tito Livio y Polibio nos ofrecen unas cifras según las cuales entre 50.000 y 70.000 romanos murieron y entre 3.000 y 4.500 fueron hechos prisioneros. Entre los muertos se encontraba el propio cónsul Lucio Emilio Paulo, así como los procónsules (ex cónsules Cneo Servilio Gémino y Marco Atilio Régulo), dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares (algunos con rango consular, como el antiguo Magister Equitum, Marco Minucio Rufo) y unos ochenta senadores u hombres con derecho a ser elegidos como tales por los cargos que antes habían desempeñado (en una época en la que el Senado romano estaba compuesto tan solo por unos 300 hombres, por lo que la cifra constituye entre un 25 y un 30 % del total). Otros 8.000 hombres de los dos campamentos romanos y de los poblados vecinos se rindieron al día siguiente (después de que la resistencia se cobrara todavía más víctimas, aproximadamente unos 2.000). Finalmente, puede que más de 75.000 romanos de una fuerza original de 87.000 resultasen muertos o capturados, totalizando más del 85% del ejército total.

Se perdieron más vidas romanas en Cannae que en cualquier otra batalla posterior de la historia de roma, exceptuando quizás la batalla de Arausio del año 105 a.C. Además, Cannae es la segunda batalla con mayor porcentaje de bajas de toda la historia de Roma, situándose solo por detrás de la batalla del bosque de Teutoburgo (año 9 d.C.).

Por su parte, los cartagineses sufrieron 16.700 bajas, la mayoría de ellas celtíberos e íberos. La cifra total de bajas en la batalla, por tanto, excede la de 80.000 hombres. En la época en que se produjo, Cannas posiblemente fue la segunda batalla con más bajas de la historia conocida, por detrás de la batalla de Platea (Segunda Guerra Médica).

«Nunca antes, estando la ciudad todavía a salvo, se había producido tal grado de excitación y pánico dentro de sus murallas. No intentaré describirlo, ni debilitaré la realidad entrando en detalles. (…) Pues según los informes dos ejércitos consulares y dos cónsules se habían perdido; no existía ya ningún campamento romano, ningún general, ningún soldado; Apulia, Samnio, casi toda Italia estaba a los pies de Aníbal. Con seguridad no hay otra nación que no hubiera sucumbido bajo el peso de tal calamidad.»

Durante un cierto periodo de tiempo, los romanos se encontraron completamente expuestos y desorganizados. Los mejores ejércitos de la península habían sido destruidos, los pocos supervivientes estaban absolutamente desmoralizados y el único cónsul con vida (Varrón), completamente desacreditado. Fue una completa catástrofe para los romanos. La ciudad de Roma declaró un día entero de luto nacional, puesto que no había un solo habitante eque no estuviese emparentado o conociese a alguna de las personas que habían muerto en la batalla. Los romanos se encontraron en tal estado de desesperación que llegaron a recurrir al sacrificio humano, hasta el punto de que existen datos sobre enterramientos de personas vivas en el foro hasta en dos ocasiones y del abandono de un bebé en el mar Adriático por haber nacido con un tamaño desproporcionado (lo cual supone posiblemente el último caso registrado de sacrificios humanos llevados a cabo por los romanos, salvando las ejecuciones públicas de enemigos derrotados cuyas muertes se dedicaban al dios Marte).

El prestigio de Roma, además de su poder militar, se vio seriamente dañado. La aristocracia romana solía llevar un anillo de oro que atestiguaba su pertenencia a las clases altas y Aníbal hizo que sus hombres recogieran más de 200 anillos de los cuerpos del campo de batalla, enviando su colección a Cartago como muestra de su victoria, la cual fue puesta a los pies del Senado cartaginés.

Aníbal, tras apuntarse una nueva gran victoria (tras la batalla del Trebia y la batalla del Lago Trasimeno), había derrotado en total a un equivalente a ocho ejércitos consulares. En tan solo tres temporadas de campaña, Roma había perdido a un quinto de la población total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su población activa). Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Tras la batalla de Cannae, las provincias helenísticas del sur de Italia, entre las que se encontraban Arpi, Salapia, Herdonia, Uzentum y las ciudades de Capua y Tarento (dos de las mayores ciudades estado de Italia) revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal.

Consecuencias

La batalla de Cannas tuvo una gran importancia en la historia de la estructura del ejército romano y en la organización táctica del ejército republicano. Durante la batalla, los romanos asumieron una formación clásica muy parecida a la de la falange griega, lo que facilitó su derrota en la trampa diseñada por Aníbal. Dada su incapacidad de maniobrar de forma independiente al grupo principal del ejército, los romanos no pudieron responder a la maniobra envolvente de la caballería cartaginesa. Además, las estrictas normas aplicadas por el Senado romano requerían que el alto mando del ejército alternase entre los dos cónsules electos, lo cual restringía la consistencia estratégica del ejército combinado. En los años que siguieron a Cannas, se fueron introduciendo una serie de reformas para paliar estas deficiencias.

En primer lugar, los romanos articularon la falange, luego la dividieron en columnas, y finalmente la separaron en un gran número de pequeños grupos tácticos que eran capaces tanto de cerrarse todos juntos en una unión compacta e impenetrable, como de cambiar el esquema con una gran flexibilidad, separándose y girándose en una u otra dirección. En segundo lugar, la batalla de Cannas sirvió como lección de que era necesario recuperar un mando unificado del ejército, lo cuál se vería reflejado más avanzada la guerra bajo el mando de Publio Cornelio Escipión. Además, la batalla dejó expuestos los límites del ejército basado en una milicia de ciudadanos. Tras la debacle de Cannae, el ejército fue evolucionando gradualmente para terminar convirtiéndose en una fuerza profesional.

Importancia militar

La batalla de Cannae tiene gran importancia en la historia militar tanto por las tácticas implementadas por Aníbal como por su importancia en la historia militar de la antigua Roma. Sobre el particular, el historiador Theodore Ayrault Dodge escribió lo siguiente:

«Pocas batallas de la antigüedad están tan marcadas por la habilidad como la batalla de Cannae. La posición era tal que daba toda la ventaja al bando de Aníbal. La forma en la que la imperfecta infantería hispana y gala fue avanzada en una formación diagonal, mantuvo su posición y luego se fue retirando paso a paso, hasta que llegó a la posición inversa, es una simple obra maestra de las tácticas de batalla. El avance de la infantería africana en el momento adecuado, y su giro a izquierda y derecha sobre los flancos de los desordenados y hacinados legionarios está más allá de todo elogio. La batalla en sí misma, desde el punto de vista del bando cartaginés, es una obra de arte, no habiendo ningún ejemplo superior, y pocos iguales, en historia militar.«

El movimiento envolvente de Aníbal en la batalla de Cannas a menudo es visto como uno de los más grandes movimientos de batalla de la historia, y es citado como el uso con mayor éxito del movimiento de tenaza en la historia occidental que haya sido registrado con detalle.

Además de ser una de las mayores derrotas infligidas a los ejércitos de Roma, la batalla de Cannae representa el arquetipo de batalla de aniquilación, estrategia que raramente se ha implementado con éxito en la historia moderna. Dwight D. Eisenhower, Comandante Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en la Segunda Guerra Mundial, escribió en una ocasión que «todo comandante busca la batalla de aniquilación; hasta dónde las condiciones lo permiten, intenta duplicar en la guerra moderna el clásico ejemplo de Cannas«. La victoria total de Aníbal convirtió al nombre de Cannae en un sinónimo de éxito militar, y se estudia al detalle en la actualidad en varias academias militares de todo el mundo.

La noción de que un ejército entero pudiera ser rodeado y aniquilado de un solo golpe atrajo la fascinación de los generales occidentales durante siglos, que intentaban emular el paradigma táctico del movimiento envolvente. Por ejemplo, Norman Schwarzkopf, comandante de las Fuerzas de la Coalición en la guerra del Golfo, estudió la batalla de Cannae y aplicó los principios utilizados por Aníbal en su exitosa campaña de tierra contra las fuerzas iraquíes.

Cuando los miembros del Estado Mayor alemán, antes de la Primera Guerra Mundial, examinaban a los aspirantes a pertenecer a esta élite y les ponían para resolver un problema de táctica, cuando veían cómo lo resolvía el alumno, exclamaban invariablemente defraudados: «¡Otra vez Cannae!».

El estudio que Hans Delbrück hizo de la batalla tuvo una profunda influencia en los teóricos alemanes y, en particular, de Alfred Graf von Schlieffen, militar y mariscal alemán, quien desarrolló el denominado Plan Schlieffen, que estaba inspirado en la maniobra militar de Aníbal. A través de sus escritos, Schlieffen escribió que el «modelo de Cannas» seguiría siendo aplicable a la guerra de maniobras a lo largo del siglo XX:

«Una batalla de aniquilación puede llevarse a cabo hoy en día de acuerdo al mismo plan desarrollado por Aníbal en tiempos ya olvidados. El frente enemigo no es el objetivo del ataque principal. La masa principal de las tropas y de las reservas no deberían concentrarse contra el frente enemigo; lo esencial es que los flancos sean aplastados. Las alas no deben buscar los puntos más avanzados del frente, sino que en su lugar deben abarcar toda la profundidad y extensión de la formación enemiga. La aniquilación se completa a través de un ataque contra la retaguardia enemiga (…) Conseguir una victoria decisiva y aniquiladora requiere un ataque contra el frente y contra uno o los dos flancos.«