Termas

Primera Guerra Púnica (Segunda Parte)

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Invasión a África

Tras un corto período que los cónsules romanos utilizaron para reorganizarse y dar un respiro a sus hombres tras la batalla naval frente al cabo Ecnomo, sus naves se dirigieron sin encontrar resistencia hacia el cabo Bon (actualmente Túnez), tomaron tierra cerca de la ciudad de Aspis y procedieron con el saqueo de la región. Estos territorios estaban repletos de haciendas y campos de cultivo de vital importancia, por lo que el saqueo romano significó un gran revés para los intereses cartagineses. Luego de otorgar un nuevo descanso a las tropas, comenzaron el asedio de Aspis. Cartago aún no estaba preparada para luchar en tierra por lo que el sitio tuvo una muy escasa duración, lo que hace suponer que la guarnición cartaginesa no supuso un verdadero problema y no provocó pérdidas importantes a las fuerzas atacantes. Con Aspis los romanos controlaban el terreno opuesto a la ciudad de Cártago asegurando así su espalda en caso de avanzar hacia el enemigo.

Los cónsules decidieron redactar un informe al Senado, tras lo que se dedicaron a lanzar ataques sorpresas sobre aquella gran y fértil región. Requisaron abundante ganado e incendiaron las granjas de los adinerados terratenientes púnicos. Se calcula que tomaron alrededor de 20.000 prisioneros además de liberar a los esclavos de origen itálico que encontraron por su camino, que seguramente habían sido capturados antes del estallido de la guerra. Como contestación al informe, el Senado exigió el regreso de Vulsón junto con el grueso de la flota y los prisioneros, dejando a Régulo en África con 40 naves, 15.000 unidades de infantería y 500 de caballería.

En ese momento, Cartago había llamado a Amílcar y a sus 5000 infantes y 500 caballeros desde Sicilia para unirse a los generales Bostar y Asdrúbal Hannón en África. La combinación de fuerzas cartaginesas se formó organizando las defensas en Adis, una ciudad a 40 millas al sureste de Cartago que ahora estaba bajo cerco romano. A pesar de contar con elefantes y una caballería superior, los cartagineses se ubicaron sobre una montaña pasando por alto la llanura de Adis. Sin que los cartagineses lo supieran, los romanos rápidamente desplegaron sus fuerzas alrededor de la montaña al amparo de la oscuridad y atacaron al amanecer desde dos laderas distintas. Los cartagineses mantuvieron su posición por un momento e incluso lograron expulsar una legión romana. Este espacio en la batalla le permitió a la caballería y a algunos elefantes cartagineses escapar, pero finalmente estos fueron aplastados y huyeron del sitio. Los romanos los persiguieron por un tiempo y luego saquearon el campamento enemigo. No encontrando resistencia, el ejército romano continuó marchando hacia la capital enemiga.

Esta derrota causó una gran agitación en Cártago. Los númidas se levantaron contra sus opresores y los refugiados del campo inundaron la ciudad. Naturalmente, este exceso de población junto con la destrucción del campo llevaron a una crisis de alimento y a la posibilidad de aparición de enfermedades. A pesar de estas amenazas, Régulo y su ejército de dos legiones no tuvieron la oportunidad de atacar la ciudad por falta de refuerzos. Y aún peor, el consulado de Régulo terminaría pronto, (el puesto de cónsul romano duraba un año) y así él no recibiría la gloria de finalizar victorioso la guerra. Las negociaciones se llevaron a cabo entre las partes, con Régulo exigiéndole a Cartago ceder Sicilia, Córcega y Cerdeña, renunciar a su armada, pagar una indemnización y firmar un tratado de vasallaje. Sin embargo, los cartagineses prefirieron seguir luchando, por lo que recurrieron a la contratación de un afamado líder militar mercenario, el espartano Jantipo, quien instó a los cartagineses a la lucha.

Jantipo arovechó los cuantiosos recursos de Cartago para reestructurar el ejército. Entrenó a los soldados en las tácticas de la falange, especialmente adecuada para el combate en las grandes llanuras africanas. Hecho esto, ofreció batalla a Régulo, quien deseoso de acabar con la guerra, mordió el cebo.

A mediados del invierno del 255 a.C., los ejércitos se encontraron en los llanos del río Bagradas. Para contrarrestar la primera línea cartaginesa, formada por casi cien elefantes de guerra, Régulo dispuso sus soldados en una formación más estrecha, lo suficientemente profunda (o al menos eso creía) para contrarrestar la carga. Sin embargo, la caballería de sus flancos era sobrepasada en un número de aproximadamente ocho a uno. Los elefantes cartagineses cargaron contra las legiones, desorganizando la formación y causando cuantiosas bajas, mientras la caballería destrozaba los flancos romanos. Por otro lado, los infantes romanos situados en el ala izquierda, tras una dura batalla, consiguieron hacer huir al cuerpo de mercenarios griegos, causando ochocientas bajas entre estos. A pesar de esto el resto del ejército romano fue rodeado por la infantería cartaginesa, los elefantes y la caballería, que volvía de perseguir a la caballería romana.

El ejército romano fue practicamente aniquilado. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo fue capturado. Además, Jantipo logró cortar las comunicaciones entre los restos del ejército de Régulo y su base, restableciendo la supremacía naval cartaginesa. Sin embargo, el desastre no acabó ahí: el Senado romano reaccionó inmediatamente enviando una flota de 350 naves en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consiguió romper el bloqueo y recoger a los soldados, una tormenta destruyó casi la totalidad de la flota en su camino a casa, sobreviviendo solamente 80 naves. Se cree que el número de bajas ocasionadas por este desastre pudo haber superado los 90.000 hombres.

Continuación de la guerra en Sicilia

Las graves pérdidas romanas animaron a los cartagineses a un ataque en toda regla en Sicilia, aprovechando la ocasión para atacar Agrigento. Sin embargo, al no verse capaces de mantener la ciudad, la quemaron y la abandonaron. Por desgracia para los intereses púnicos, el general Jantipo se vio obligado a huir de Cartago para evitar su asesinato por parte de los líderes cartagineses que no deseaban pagar sus servicios, lo cual privó a Cartago del que hasta el momento había demostrado ser su mejor general en tierra.

Finalmente los romanos fueron capaces de retomar la ofensiva militar. Además de construir una nueva flota de 140 naves, los romanos volvieron a la estrategia anterior, consistente en conquistar una a una las distintas ciudades sicilianas bajo control cartaginés. Los ataques comenzaron con asaltos navales sobre la ciudad de Lilibeo, el centro de poder cartaginés en Sicilia, y con saqueos en África. Ambos esfuerzos, sin embargo, terminaron en fracaso. Los romanos se retiraron de Lilibeo y la fuerza en territorio africano se vio envuelta en otra tormenta que la destruyó.

Sí que tuvieron éxito, sin embargo, en la campaña sobre el norte de la isla. Los romanos fueron capaces de capturar la ciudad de Termas en 252 a.C., permitiendo un nuevo avance sobre la ciudad portuaria de Palermo. Sin embargo, Asdrúbal pronto eligió atacar al ejército consular romano bajo mando del cónsul Lucio Cecilio Metelo, que recolectaba la cosecha alrededor de la ciudad. Asdrúbal marchó con sus hombres y elefantes a través del valle de Orethus. Esta operación parece razonable debido al hecho de que el segundo ejército consular estaba en camino a Roma y las condiciones eran favorables para una emboscada.

Habiendo causado la retirada de los romanos detrás de los muros de Palermo, Lucio Cecilio dió órdenes de detener la vanguardia cartaginesa para así descargar sus jabalinas sobre los elefantes. Para esto, las tropas ligeras romanas tomaron asilo en las zanjas que rodeaban la ciudad. El comandante de los elefantes, creyendo que la resistencia se debilitaba, avanzó para dispersar a las tropas ligeras. Los animales quedaron entonces expuestos a las jabalinas y proyectiles que fueron descargados sobre ellos desde los muros y trincheras. Los elefantes entraron en pánico y giraron sobre sí mismos, cargando sobre sus propias filas. En este punto, Lucio Cecilio y sus legiones se habían dispuesto fuera de la puerta de la ciudad frente al flanco izquierdo del ejército cartaginés. Mientras estos huían de sus propios elefantes, el cónsul ordenó a las legiones cargar contra el enemigo. Esta maniobra rompió la línea cartaginesa y la condujo a la derrota. Sin embargo, los romanos no persiguieron al ejército, sino que se dedicaron a capturar a los elefantes, que serían sacrificados más adelante en el circo romano. Como era costumbre luego de una derrota, Asdrúbal fue llamado a Cartago para ser ejecutado.

Junto con Palermo, los romanos accedieron al control de gran parte del interior occidental de la isla, firmando tambien acuerdos de paz con las ciudades de Ieta, Solous, Petra y Tindaris.

Al año siguiente los romanos desviaron su atención hacia el suroeste y enviaron una expedición naval hacia Lilibeo. En el camino asediaron y quemaron las ciudades cartaginesas de Selene y Heraclea Minoa. La expedición no tuvo éxito, pero al haber atacado la base de operaciones cartaginesas, los romanos demostraron que su intención era capturar la totalidad de Sicilia. El almirante y gobernador cartaginés de Drépano, Aderbal, ofreció batalla al cónsul romano, quien confiaba en asustar al enemigo con el tamaño de su flota de guerra. El cartaginés le ofreció a sus mercenarios la posibilidad de una rápida victoria o la incomodidad de un largo asedio si no presentaban batalla a los romanos. Los mercenarios eligieron la primera opción y se embarcaron, obteniendo una rotunda victoria. Pero aún quedaban las tropas terrestres, y el acceso por tierra a Drépano, controlado por el monte Erice y disputado por ambos ejércitos, terminó bajo el poder de los romanos.

En este punto de la guerra, Cartago envió a Sicilia a su general Amílcar Barca (el padre del general Aníbal Barca de la Segunda Guerra Púnica). Su desembarco en Hericté, cerca de Palermo, obligó a los romanos a desplazar sus tropas para defender esta ciudad portuaria, que tenía cierta importancia como punto de suministro, lo cual dio a Drépano un cierto respiro. Los cartagineses prosiguieron su defensa a través de una guerra de guerrillas que fue capaz de mantener a los romanos ocupados, ayudando a que los cartagineses mantuvieran su cada vez más escasa presencia en la isla. Sin embargo, los romanos fueron capaces de atravesar las defensas de Amílcar, obligándolo a reubicarse. En cualquier caso, este éxito cartaginés fue secundario en comparación con el progreso de la guerra en el mar. La situación de tablas que Amílcar fue capaz de lograr en Sicilia resultó irrelevante tras la batalla que vendría a continuación.

Batalla de las Islas Egadas

Los años que precedieron a la batalla fueron de relativa calma. Roma carecía de flota (los barcos que poseía al inicio de la guerra habían sido destruidos en la batalla de Drépano y en la tormenta que siguió). Cartago, no obstante, tomó una pequeña ventaja de esta situación. Las hostilidades entre las fuerzas romanas y cartaginesas se estancaron gradualmente, resultando en operaciones a pequeña escala en Sicilia. El general cartaginés Amílcar Barca se hizo lento al momento de completar su ventaja en la isla y, probablemente debido a esto, en 242 a.C. Roma decidió construir una nueva flota y recuperar su supremacía naval.

A pesar de haber tomado esta resolución, después de veinte años de guerra las finanzas de la República se encontraban casi al borde del colapso. Un movimiento popular se formó rápidamente para contrarrestar esta dificultad en una típica forma romana: los ciudadanos ricos, solos o en grupos, decidieron mostrar su patriotismo y financiaron la construcción de un barco cada uno, el cual sería pagado cuando el Estado tuviese nuevamente ingresos suficientes. El resultado fue una nueva flota compuesta por doscientos quinquerremes de los más modernos de la época, construidos y equipados sin gastos públicos.

Esta fue completada en 242 a. C. y confiada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo. Las derrotas navales sufridas en el pasado sirvieron en esta ocasión como invaluables muestras de experiencia. Al haber abandonado el corvus, las naves romanas eran ahora más resistentes a las adversas condiciones climáticas. Cátulo sólo tuvo que esforzarse en instruir a las tripulaciones en maniobras y ejercicios antes de dejar aguas seguras. El resultado fue una flota en la cima de sus capacidades militares.

En Cartago, mientras tanto, las noticias de las actividades enemigas no fueron recibidas en vano. Una nueva flota cartaginesa de alrededor de 250 naves fue construida y soltada al Mediterráneo bajo el mando de Hannón el Grande (el general derrotado en Agrigento y en el cabo Ecnomo).

El primer movimiento de Cátulo fue sitiar una vez más las ciudades de Lilibea y Drépano, bloqueando su puerto y conexión con Cartago y llevándolas al borde de la inanición. Se intentó con esto, aparentemente, cortar las líneas de comunicación y suministro de Amílcar Barca. Para el resto del año, Cátulo esperó por la respuesta cartaginesa.

En la primavera del 241 a. C. la flota púnica asomó finalmente por el horizonte cargada de abastecimientos para las dos ciudades sitiadas, y por lo tanto, con maniobrabilidad reducida. Pero al haber estado inactiva durante dos años en los puertos, sus tripulaciones estaban muy mal adiestradas. Hannón se detuvo cerca de las islas Egadas para esperar vientos favorables que lo llevaran a Lilibea. No obstante, la flota cartaginesa fue descubierta por exploradores romanos y Cátulo se vio obligado a abandonar el sitio para enfrentarse a sus enemigos.

En la mañana del 10 de marzo, el viento sopló a favor de los cartagineses y Hannón inmediatamente izó las velas. Cátulo midió el riesgo que habría de correr entre atacar con el viento en su proa y en dejar llegar a Hannón a Sicilia para encontrarse con Amílcar Barca. A pesar de las condiciones desfavorables, el cónsul decidió interceptar a los cartagineses y ordenó la flota en formación de batalla. Mandó a quitar los mástiles, velas y cualquier equipo innecesario para hacer más livianas las naves en aquellas duras condiciones. Cátulo no podía unirse a la batalla debido a las lesiones ocasionadas en un reciente combate, por lo que la flota pasó a manos de su segundo, el pretor Quinto Valerio Faltón.

En el siguiente combate, los romanos obtuvieron una gran movilidad y agilidad en el agua debido a los elementos de los que se habían privado; los cartagineses, por su parte, estaban cargados con provisiones y equipos muy pesados. Las tripulaciones cartaginesas estaban también reclutadas en forma apresurada y muy poco entrenadas. La armada romana ganó pronto una buena posición y utilizó su capacidad superior de movilidad para embestir los barcos cartagineses. Cerca de la mitad de la flota púnica fue destruida o capturada. El resto sólo fue salvado por un abrupto cambio en la dirección del viento que fue aprovechado para escapar de los romanos.

Esta victoria se convierte en decisiva, pues no sólo acaba con los suministros para Lilibea, sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Luego de la batalla, Cátulo renovó el sitio y conquistó Lilibea, esparciendo a Amílcar y a su ejército en Sicilia, entre las pocas fortalezas que aún controlaban los cartagineses. Sin recursos para construir una nueva flota o para reforzar las tropas terrestres, Amílcar Barca se vio incomunicado y obligado a negociar la paz. Una vez alcanzado un acuerdo, abandonó Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.

Consecuencias

Al final de la guerra, ambos estados quedaron exhaustos tanto financiera como demográficamente. Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente esto fue lo que disuadió a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana fuera de la península itálica. Aún más, recogieron el cetro de Cartago como poder naval predominante en el Mediterráneo.

Es difícil determinar el número exacto de bajas en los bandos implicados en la primera guerra púnica debido al sesgo que ofrecen las fuentes históricas, que normalmente tienden a exagerar las cifras para incrementar el valor de Roma. Según las fuentes, excluyendo las bajas en guerra terrestre, Roma perdió 700 naves (debido al mal tiempo y a disposiciones tácticas desafortunadas al comienzo de las batallas) y al menos buena parte de sus tripulaciones. Cartago perdió 500 naves durante la guerra, así como parte de sus tripulaciones. Aunque no se puedan calcular con exactitud, las bajas fueron importantes en ambos bandos. Polibio comenta que la guerra fue, por aquella época, la más destructiva en términos de bajas humanas, superando incluso las batallas de Alejandro Magno.

Los términos del Tratado de Lutacio, impuesto por los romanos como vencedores en el conflicto, fueron particularmente duros para Cartago, que había perdido su capacidad de negociación. Finalmente, las partes acordaron lo siguiente:

Cartago debía evacuar Sicilia, las islas situadas en su parte occidental y devolver los prisioneros de guerra sin cobrar rescate alguno, mientras que debía pagar un rescate muy importante para recuperar los suyos. Cartago se comprometía a respetar en el futuro a Siracusa y a sus aliados, a evacuar todas las pequeñas islas ubicadas entre Sicilia y África y  pagar una indemnización de guerra de 2200 talentos (66 toneladas de plata) en diez pagos anuales, más una indemnización adicional de 1000 talentos de forma inmediata.
Otras cláusulas determinaban que los aliados de cada una de las partes no serían atacados, y se prohibía a las partes reclutar soldados en el territorio de la otra. Esto impidió a los cartagineses acceder a la contratación de mercenarios en Italia y en gran parte de Sicilia.

Tras el fin de la guerra, Cartago no tenía fondos suficientes para liquidar los salarios de sus mercenarios. Hannón el Grande intentó convencer a los ejércitos que se desmovilizaban de que aceptaran un pago menor al comprometido, pero esa postura sería el detonante de la Guerra de los Mercenarios, conflicto civil de extraordinaria crueldad que asolaría los territorios africanos de Cartago durante tres años y cuatro meses. Sólo tras un gran esfuerzo combinado de Amílcar Barca, Hannón, y otros líderes cartagineses, se conseguiría sofocar la revuelta y aniquilar a los mercenarios y los insurgentes.

Mientras tanto, Roma aprovecharía la debilidad púnica para anexionarse también las islas de Córcega y Cerdeña, que serían entregadas a traición por mercenarios rebeldes. Los cartagineses protestaron por esta acción pues suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma amenazó con declarar de nuevo la guerra, pero se ofreció anularla si se le entregaba no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos, impotentes, tuvieron que ceder, y en el año 238 a.C ambas islas se convirtieron en nuevas posesiones romanas.

Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendría viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificada específicamente en la familia de los Barca; odio que desembocará años más tarde en la Segunda Guerra Púnica.

Por otro lado, la consecuencia política más importante de esta guerra fue la caída del poder naval cartaginés. Las condiciones establecidas en el tratado de paz por Roma tenían le intención de controlar la situación económica cartaginesa como para evitar la posible recuperación de la ciudad. Sin embargo, la gran indemnización que debía pagar forzó a Cartago a expandirse por nuevos territorios, buscando materias primas para conseguir el dinero que debía pagar a Roma y recuperar en la medida de lo posible sus finanzas.