Cienas

Pirro de Epiro (Segunda Parte)

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Conquista de Palestrina

Cineas regresó ante Pirro, relatándole que no se podía esperar ningún resultado por vía diplomática. Consecuentemente, el rey decidió continuar la guerra con vigor. Avanzó a marchas forzadas hacia Roma saqueando los terrenos en su camino. A sus espaldas se hallaba el cónsul Levino, cuyo ejército había sido reforzado con dos legiones reclutadas en Roma mientras el Senado reconsideraba las ofertas de Pirro. En cualquier caso, Levino no se aventuró a atacar a las superiores fuerzas del enemigo, sino que se contentaba con hostigar su marcha y retrasar su avance mediante ágiles escaramuzas. En respuesta, Pirro prosiguió el avance a una marcha más lenta pero firme, sin encontrar una oposición digna hasta llegar a Preneste, la cual fue capturada. Se hallaba a sólo 30 kilómetros de Roma mientras sus avanzadillas llegaban hasta solamente 9 km al este de la ciudad. Una nueva marcha le habría llevado hasta las murallas pero allí vio frenado su avance. En este momento fue informado de que Roma había firmado la paz con los etruscos, y que el otro cónsul, Tiberio Coruncanio, había regresado con su ejército a la ciudad. Así se desvaneció toda esperanza de acordar la paz con los romanos, con lo que Pirro decidió retroceder lentamente a Campania. Desde ese lugar se retiró a sus cuarteles de invierno en Tarento, y ninguna otra batalla fue librada ese año.

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Italia en el Siglo IV a.C.

Invierno en Tarento

Tan pronto como los ejércitos se acuartelaron para pasar el invierno, los romanos enviaron una embajada a Pirro con la intención de tantear el rescate de los prisioneros romanos o su intercambio por un número similar de prisioneros tarentinos o aliados. Los embajadores fueron recibidos con la mayor distinción, y sus entrevistas con Cayo Fabricio Luscino, portavoz de la embajada, dieron lugar a una de las más célebres historias de los escritos de Roma, embellecida y relatada de distintas maneras por poetas e historiadores.

Rehusó, no obstante, acceder a las peticiones de los romanos, pero al mismo tiempo, como muestra de su confianza en el honor romano y admiración hacia su carácter, permitió que los prisioneros fueran a Roma a celebrar las Saturnales, estipulando que regresaran a Tarento si el Senado Romano no aceptaba los términos que les había ofrecido previamente a través de Cineas. Como el Senado permaneció firme en su resolución, todos los prisioneros regresaron a Pirro, bajo la amenaza de ser condenados a muerte si permanecían en Roma.

Batalla de Ausculum

En su retirada hacia el sur, Pirro fue alcanzado por el ejército romano en una llanura rodeada de colinas cerca de la ciudad de Ausculum, a 130 km de Tarento. En este segundo encuentro entre las falanges macedonias y las legiones romanas, ambos ejércitos estaban en igualdad numérica. Pirro desplegó su propia infantería macedonia y su caballería, infantería mercenaria griega, aliados de Italia, incluida la milicia tarentina, la caballería e infantería samnitas y 20 elefantes de guerra. Para contrarrestar la flexibilidad de las legiones romanas, Pirro mezcló la infantería ligera itálica con sus falanges.

Después de la batalla de Heraclea, donde los elefantes de guerra produjeron un gran impacto sobre los romanos, las legiones romanas se surtieron de proyectiles y armas especiales contra estos animales: carros de bueyes equipados con largas picas y recipientes de cerámica ardiente para asustarlos, además de tropas que se desplegaban para proteger al resto del ejército y lanzar jabalinas y otros proyectiles para hacer retroceder a las bestias.

La batalla transcurrió durante dos días. Como era normal en aquella época, ambos ejércitos desplegaron su infantería en el centro y la caballería en los flancos. Al principio, Pirro situó a su guardia montada personal y a los elefantes de guerra justo detrás de la infantería como reserva.

En el primer día, la caballería y los elefantes de Pirro fueron bloqueados por los árboles y colinas donde se libraba la batalla. Sin embargo, las falanges no tuvieron inconvenientes en su enfrentamiento con la infantería itálica. Los macedonios derrotaron a la primera legión romana y sus aliados del ala izquierda, pero la tercera y cuarta legiones vencieron a los tarentinos, oscos y epirotas en el centro, mientras que los daunios atacaban el campamento griego. Pirro envió a parte de su caballería de reserva a tapar el hueco en el centro de su formación y a otro grupo de caballería, más algunos elefantes, para ahuyentar a los daunios. Cuando éstos se retiraron hacia una colina escarpada e inaccesible para los animales, decidió desplegar sus elefantes contra la tercera y cuarta legión. Estas también se refugiaron en las colinas arboladas, pero se vieron imposibilitadas de aprovechar la ventaja, ya que los arqueros y honderos que escoltaban a los elefantes dispararon proyectiles incandescentes, prendiendo fuego los árboles. Pirro envió a los atamanios, acarnanios (ambos pueblos griegos aliados de los epirotas) y samnitas para forzar a sus adversarios a salir de la arboleda, pero fueron dispersados por la caballería romana. Ambos bandos se retiraron de la batalla al anochecer sin que ninguno hubiera conseguido una clara ventaja.

Al amanecer, Pirro ubicó a su infantería ligera en el duro terreno que había resultado ser un punto débil el anterior día, lo que forzó a los romanos a entablar batalla en campo abierto. Al igual que en Heraclea, las legiones romanas y falanges macedonias trabaron combate hasta que una carga de elefantes apoyados por infantería ligera rompió la línea romana. En ese momento, los romanos enviaron a sus carros antielefantes, pero éstos solo resultaron efectivos durante unos breves instantes, ya que los psiloi (infantería ligera de armas arrojadizas), tras rechazar a la caballería romana, arrollaron a los soldados que conducían los carros. Los elefantes cargaron de inmediato contra la infantería, que comenzó a retroceder. Simultáneamente, Pirro cargó con su guardia personal para completar su victoria. Ante esta situación, los romanos se retiraron desordenadamente a su campamento.

Los romanos perdieron 6000 hombres y Pirro, 3500, incluidos muchos de sus oficiales. Esta victoria griega, con tan escaso margen y grandes pérdidas, llevó a la creación del término victoria pírrica: una victoria o logro que se consigue a través de un gran coste. En esta batalla, como ocurrió en Heraclea, el grueso de la acción recayó casi exclusivamente en las tropas griegas del rey, y el estado de Grecia, tras las invasiones galas de ese año, hacía inviable la posibilidad de que Pirro recibiera refuerzos desde Epiro. Así pues, Pirro evitó arriesgar las vidas de sus griegos supervivientes en una nueva campaña contra los romanos, por lo que ofreció una tregua a Roma. Sin embargo, el Senado romano se negó a aceptar cualquier acuerdo mientras Pirro mantuviese sus tropas en territorio italiano.

Recibió entonces dos embajadas procedentes de Siracusa. Tras una larga guerra civil entre Tenón y Sóstrato, la ciudad se encontraba indefensa ante la invasión cartaginesa y ambos generales buscaban el apoyo de Pirro. Esta empresa parecía más sencilla que aquella en la que se encontraba embarcado, y poseía la atracción de la novedad, que siempre había seducido al rey. No obstante, antes era necesario suspender las hostilidades con los romanos, que asimismo se hallaban deseosos de verse libres de un oponente tan formidable y asi poder completar la subyugación del sur de Italia sin más interrupciones. Como ambos bandos compartían deseos comunes, no fue difícil que llegaran a un acuerdo para finalizar la guerra. Esto ocurrió a principios de 278 a.C. cuando uno de los médicos de Pirro, llamado Nicias, desertó a las filas romanas y propuso a los cónsules envenenar a su señor. Los cónsules Fabricio y Emilio enviaron al desertor de vuelta ante Pirro, afirmando que aborrecían la idea de conseguir una victoria mediante la traición. Para mostrar su gratitud, Pirro envió a Cineas a Roma con todos los prisioneros romanos, los cuales entregó sin reclamar ningún rescate. Parece que Roma otorgó entonces una tregua a Pirro, no así una paz formal, ya que el rey no consintió en retirar sus tropas de Italia.

Cineas se encontraba en Roma para firmar la tregua cuando una flota cartaginesa de 120 barcos de guerra apareció de repente frente al puerto de Ostia. Los cartagineses les dijeron a los romanos que estaban dispuestos a aliarse con ellos durante el tiempo que durara la guerra con Pirro. Roma, animada por esta nueva alianza, canceló la firma del tratado, lo que cortó la carrera militar del rey, ya que las ciudades griegas, a las que él proclamaba defender, sentían que por su culpa habían perdido la oportunidad de aliarse tanto con Roma como con Cartago. La única esperanza habría sido aliarse con una de las dos potencias y provocar un enfrentamiento entre ellas. Si bien Pirro todavía tenía la ventaja militar, sus aliados griegos y tarentinos estaban cansados de su férreo liderazgo. En su opinión, la amenaza de Roma había terminado, la conquista total de la ciudad estaba más allá de su alcance y Pirro deseaba ir a otros lugares.

Campaña en Sicilia

Pirro se traslada a Sicilia en el año 278 a.C. dejando a Milo al cargo de Tarento y a su hijo Alejandro con otra guarnición en Locri. Los tarentinos reclamaron la retirada de sus tropas si éstas no iban a ayudarles en el campo de batalla, pero Pirro desatendió sus peticiones manteniendo la posesión de la ciudad, esperando ser capaz de regresar pronto a Italia con un ejército reforzado por griegos sicilianos, de cuya isla su imaginación ya le había coronado soberano.

Tras desembarcar en Siracusa, arbitró en la paz entre Tenón y Sóstrato, levanto el asedio cartagines que tenia en vilo a la ciudad y en poco tiempo reunió a todas las ciudades griegas de la isla. Luego, haciendose jefe de la confederación siciliana, arrebató a los cartagineses casi todas sus posesiones. Recibió soldados y dinero de otros gobernadores, como Heráclides de Leontino. Permaneció en la isla más de dos años, consiguiendo grandes éxitos, expulsando a los cartagineses y conquistando la ciudad fortificada de Erice, en un asedio en el cual fue el primero en subir las escalas, distinguiendose como de costumbre por su coraje. Fue proclamado rey de Sicilia, título que destinó a su hijo Heleno, mientras que reservaba el inexistente título de rey de Italia para su hijo Alejandro.

Los cartagineses se alarmaron de tal forma ante su éxito que le ofrecieron barcos y dinero a condición de que formara una alianza con ellos, a pesar de que no hacía mucho habían firmado un tratado con Roma. De forma poco inteligente, Pirro rechazó la oferta, la cual le habría reportado inmensas ventajas en su reanudación de la guerra contra Roma, y a instancias de los griegos sicilianos, rehusó cualquier tipo de pacto con los cartagineses si no evacuaban la isla por completo, los cuales ofrecieron aceptar si se les permitía quedarse con la impenetrable ciudad de Lilibea, porque sabían que si Pirro se marchaba, poco podrían hacer las ciudades griegas por su cuenta y estos podrían reconquistar todo lo perdido.

Pirro nunca estuvo más cerca de cumplir todos sus objetivos que en ese momento: delante de si tenía a Cartago humillada, Sicilia a sus pies, con Tarento conservaba la llave de Italia y una flota enteramente nueva, surtida en el puerto de Siracusa, servía de lazo a todas sus posesiones, cuyo engrandecimiento y seguridad le garantizaba.

Poco después, Pirro fue rechazado con fuertes pérdidas tras su asalto a Lilibea. De repente, el prestigio de sus éxitos se había esfumado. Tras la derrota, Pirro decidió atacar a los cartagineses en África. Pero los griegos sicilianos, que le habían invitado a la isla, ahora estaban deseosos de que partiera e intrigaron contra él. Esto llevó a represalias por parte de Pirro, quien actuó de forma calificada como cruel y tiránica por los griegos. Se vio envuelto en ardides e insurrecciones de todo tipo, y pronto estaba tan deseoso de abandonar la isla como antes estuvo de salir de Italia. Así pues, cuando sus aliados italianos le rogaron de nuevo su asistencia, regresó prontamente a la península. Antes de partir, se giró a admirar la isla y dijo en voz alta: «¡Qué buena arena de combate dejamos aquí para romanos y cartagineses!». Doce años más tarde, estas dos potencias se disputarían ferozmente el control de la isla en la Primera Guerra Púnica.

Regreso a Italia

Pirro regresó a Italia en otoño de 276 a.C. En su viaje fue atacado por una flota cartaginesa, perdiendo setenta de los barcos de guerra que había obtenido en Sicilia. Cuando desembarcó, tuvo que abrirse camino luchando contra los mamertinos, que habían cruzado el estrecho de Mesina para evitar su llegada. Les derrotó tras intensos combates y finalmente llegó a la seguridad de Tarento. Sus tropas contaban por entonces aproximadamente los mismos números que la primera vez que desembarcó en Italia, pero de una calidad muy diferente. Los fieles epirotas en su mayoría habían caído y sus fuerzas consistían principalmente en mercenarios reclutados en Italia y de cuya fidelidad sólo podía estar seguro mientras les condujera a la victoria, pagara sus sueldos y consintiera los saqueos.

Pirro no permaneció inactivo sino que comenzó rápidamente las operaciones, aunque la estación ya parecía avanzada. Recuperó Locri, que se había rebelado y pasado a los romanos. Como aquí se vió en dificultades para lograr el dinero necesario para pagar a todos sus soldados, y no consiguiendo más de sus aliados, fue inducido por algunos epicúreos a apropiarse de los tesoros del templo de Proserpina. Los barcos en que el dinero debía ser embarcado para  ser transportado a Tarento, fueron devueltos a Locri por una tormenta. Esta circunstancia afectó profundamente al ánimo de Pirro: ordenó que los tesoros fueran reintegrados al templo y condenó a muerte al desventurado que le aconsejó cometer ese acto profano. Desde entonces, como él mismo comenta en sus memorias, vivió atormentado por la idea de que la ira de Proserpina le perseguía y llevaba a la ruina.

Batalla de Benevento

El año 274 a. C. representó el final de la carrera militar de Pirro en Italia. Los cónsules en Roma eran Manio Curio Dentato y Servio Cornelio Merenda, el primero de los cuales marchó a Samnio y después entró en Lucania. Pirro avanzó contra él, acampado a las afueras de Benevento, y resolvió atacarle antes de que llegara Cornelio. Como Curio no deseaba arriesgarse a entablar batalla solamente con su ejército, el rey planeó atacar el campamento romano a la caída de la noche. Pero erró los cálculos en tiempo y distancia: las antorchas se consumieron, los incursores equivocaron su camino y el sol ya asomaba en el horizonte cuando alcanzaron las colinas sobre el campamento romano. No obstante, su llegada cogió a los romanos por sorpresa, pero como la batalla parecía inevitable, Curio formó a sus tropas. Además, los romanos habían aprendido a neutralizar a los elefantes (verdaderos artífices de las victorias de Pirro) mediante flechas que en su punta tenían cera ardiendo.

Las exhaustas fuerzas de Pirro fueron fácilmente rechazadas, dos elefantes murieron y ocho más fueron capturados. Alentado por sus progresos, Curio no dudó en enfrentarse al rey en campo abierto. Un ala de los romanos resultó victoriosa, mientras la otra fue rechazada por la falange, que en su retirada fue cubierta por una lluvia de proyectiles procedentes de las empalizadas del campamento. Los proyectiles impactaron sobre los elefantes que quedaban, que volvieron sobre sus pasos y arrasaron todo a su paso.

Aunque la batalla no se decidió para ningún bando, Pirro perdió a sus mejores tropas, y en esa época se debía tener las mínimas bajas posibles. Era imposible proseguir la guerra más tiempo sin un nuevo ejército, por lo que pidió ayuda a los reyes de Macedonia y Siria. Como estos ignoraron sus súplicas, no le quedó otra alternativa que abandonar Italia.

Como consecuencia, los samnitas fueron finalmente sometidos y toda la Magna Grecia se perdió, aunque sus ciudades mantuvieron sus privilegios con la condición de que juraran lealtad a Roma. Los romanos nunca pudieron vencer a Pirro en batalla, pero sí consiguieron desgastarlo y ganarle la guerra a uno de los mejores generales de la Edad Antigua. Las Guerras Pírricas demostraron la superioridad de las legiones romanas frente a las falanges macedonias debido a su mayor movilidad. Nunca más los griegos tendrían un general tan capacitado para volver a enfrentarse a Roma.

Regresó a Grecia a fin de año, dejando a Milo con una guarnición en Tarento como promesa de regresar a Italia en algún momento futuro. Pirro llegó a Epiro a finales de 274 a.C. tras una ausencia de seis años. Trajo de vuelta sólo 8000 infantes y 500 jinetes, y tan poco dinero que ni siquiera éstos podía mantener sin emprender nuevas empresas militares.

Invasion de Macedonia

Por esto, a comienzos del año siguiente, invadió Macedonia, donde reinaba por entonces Antígono II Gónatas. Reforzó su ejército con un cuerpo de mercenarios galos, e inicialmente su único objetivo parecía ser el saqueo. Pero su éxito sobrepasó con creces sus expectativas: obtuvo sin resistencia la posesión de varias ciudades , y cuando finalmente Antígono avanzó a su encuentro, lo emboscó en un desfiladero, acabando con la mayoría de sus mercenarios y capturando sus elefantes. Antígono vio como su falange desertaba y daba la bienvenida a Pirro como nuevo rey, por lo que se retiró por el litoral, recuperando algunas ciudades costeras a su paso. Valoró especialmente Pirro la derrota de los enemigos galos, y consagró la mejor parte del botín al templo de Atenea de Itone. Pirro se convirtió así en rey de Macedonia por segunda vez, pero apenas había tomado posesión del reino cuando su espíritu inquieto le llevó a nuevas gestas.

Guerra con Esparta

Cleónimo había sido excluido del trono espartano muchos años atrás, y había recibido recientemente un nuevo insulto de la familia que reinaba en su lugar: Acrótato, hijo de Areo I, había seducido a Quelidonis, joven esposa de Cleónimo. Éste, ávido de venganza, acudió a la corte de Pirro y le persuadió para declarar la guerra a Esparta.

Pirro efectuó una expedición al Peloponeso. Mientras se encontraba allí, recibió a varias embajadas, entre ellas la espartana. Prometió enviar sus hijos a Esparta para que fueran entrenados según los preceptos de Licurgo. Mientras los embajadores remarcaban la naturaleza pacífica y amigable de Pirro, éste marchó a Laconia en 272 a.C. con un ejército de 25.000 infantes, 2000 jinetes y 24 elefantes. Cuando los enviados lacedemonios le reprocharon actuar en contra de sus palabras, éste respondió sonriendo:

«Cuando ustedes los espartanos resuelven hacer la guerra, es su costumbre no informar de ello al enemigo. No me acuses, por tanto, de injusticia, si he utilizado una estratagema espartana contra los mismos espartanos.»

Tal fuerza parecía imparable. En la ciudad no habían tomado medidas defensivas, y el propio rey Areo se encontraba en Creta auxiliando a los gortinos. Tan pronto como llegó Pirro, Cleónimo le urgió a atacar directamente la ciudad. Según Plutarco, como el día se hallaba avanzado, Pirro resolvió retrasar el ataque hasta el día siguiente, temiendo que sus hombres saquearan la ciudad si esta caía después del atardecer. Durante la noche los espartanos no se mantuvieron de brazos cruzados: Todos los habitantes, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, trabajaron incesantemente en cavar un profundo foso frente al campo enemigo, y al final de cada dique formaron una fuerte barricada de carretas.

Pausanias afirma que los espartanos presentaron batalla a Pirro, junto a sus aliados argivos y mesenios, y fueron derrotados, tras lo que el epirota se contentó con saquear el campamento enemigo. Según otros autores, al siguiente día, Pirro avanzó hacia la ciudad, pero fue rechazado por los espartanos, que luchaban bajo el mando de su joven líder Acrótato de manera digna a su fama ancestral. Renovó el asalto al día siguiente, sin mejor resultado. La llegada de Areo con 2000 cretenses y de Aminias de Focea, general de Antígono, con tropas auxiliares desde Corinto, obligó a Pirro a abandonar toda esperanza de conquistar la ciudad. No abandonó su tarea por completo, pues resolvió pasar el invierno en el Peloponeso y prepararse para nuevas operaciones a la llegada de la primavera.

Ataque a Argos

Mientras hacía estos preparativos, recibió la invitación de Aristeas, uno de los notables de Argos, para asistirle en su guerra civil contra su rival Arístipo, cuya causa favorecía a Antígono. Pirro comenzó su avance desde Laconia, pero no alcanzó Argos sin severos combates, pues los espartanos de Areo molestaron su marcha y ocuparon algunos de los pasos de montaña. En uno de estos encuentros murió su primogénito Ptolomeo, con gran dolor de Pirro, que vengó su muerte acabando con la vida del líder del destacamento espartano con sus propias manos. Cuando llegó a la ciudad de Argos, encontró a Antígono acampado en una de las colinas junto a la ciudad, pero no pudo inducirle a presentar batalla.

Existía un partido en Argos, que no pertenecía a ninguna de las facciones contendientes, ansiosa por librarse tanto de Pirro como de Antígono. Mandaron una embajada a ambos reyes, rogándoles que se retiraran de la ciudad. Antígono se mostró de acuerdo, y envió a su hijo como rehén, pero Pirro se rehusó.

Al anochecer, Aristeas permitió el paso de Pirro a la ciudad, quien marchó sobre el mercado con parte de sus tropas, dejando a su hijo Heleno con el grueso de su ejército en el exterior. Cuando se dio la alarma, la ciudadela fue ocupada por los argivos de la facción contraria. Areo y sus espartanos, que habían seguido de cerca a Pirro, entraron también en la ciudad. Antígono pudo introducir también una porción de sus soldados en el interior, bajo el mando de su hijo Alciones, mientras él permanecía fuera con el grueso del ejército.

A las luces del amanecer, Pirro vio que todas las plazas fuertes se hallaban bajo control enemigo, obligandolo a retroceder. Envió órdenes a su hijo Heleno para romper parte de las murallas, lugar por donde podría retirarse con mayor facilidad, pero a consecuencia de un error en la entrega del mensaje, Heleno intentó penetrar en la ciudad por el mismo lugar en que Pirro se retiraba. Las dos mareas se encontraron de frente, y para aumentar la confusión, uno de los elefantes cayó al suelo en la puerta, y un segundo se tornó salvaje e ingobernable. Pirro se hallaba a retaguardia, en un lugar más amplio, intentando mantener a raya al enemigo. Mientras combatía, fue ligeramente herido en el pecho por una jabalina y, al girar para vengarse del argivo que le había atacado, la madre del soldado, viendo a su hijo en peligro, arrojó desde el tejado de la casa en que se hallaba una pesada teja que golpeó a Pirro en la nuca. Cayó de su caballo aturdido y fue reconocido por uno de los soldados de Antígono llamado Zópiro. En ese mismo momento fue decapitado y su cabeza enviada a Alciones, que llevó exultante el sangriento trofeo a su padre Antígono. Pero éste apartó la mirada e hizo enterrar su cuerpo con todos los honores y sus restos fueron depositados en el templo de Démeter.

Legado

Pirro falleció en 272 a.C. a los 46 años de edad y en su trigésimo segundo año de reinado. Fue el mayor guerrero y uno de los mejores príncipes de su tiempo. Si se le juzga desde el punto de vista de corrección y moralidad pública, aparecerá como un monarca preocupado únicamente por su engrandecimiento personal, capaz de sacrificar los derechos de otras naciones para incrementar su gloria y satisfacción de sus ambiciones. Si se le juzga de acuerdo a la moral de su época, en que cualquier príncipe griego creía tener derecho a reinar sobre aquellos territorios que su espada pudiera ganar, vemos más rasgos dignos de admiración que de censura en su conducta.

El historiador griego Plutarco habla de él en estos términos: «Sin cesar pasaba de unas esperanzas a otras, de una prosperidad tomaba ocasión para otras varias, si caía intentaba reparar la caída con nuevas empresas, y ni por victorias ni por derrotas hacía pausa en mortificarse ni en ser mortificado».

El gobierno sobre sus dominios nativos parece haber sido justo e indulgente, pues sus epirotas permanecieron siempre fieles a su rey incluso durante su larga ausencia en Italia y Sicilia. Sus guerras en el extranjero se llevaron a cabo sin opresión o crueldad innecesarias, y se le acusa de menos crímenes que a cualquiera de sus contemporáneos. El mayor testimonio de la excelencia de su vida privada se percibe en que, en esos tiempos de traición y corrupción, siempre mantuvo el afecto de sus sirvientes. Por ello, con la solitaria excepción del médico que ofreció envenenarle, no se menciona ninguna ocasión en que fuera abandonado o traicionado por oficiales o amigos. Con su arrojo, su capacidad estratégica, su afable conducta y su porte real, pudo convertirse en el monarca más poderoso de su tiempo, si hubiera perseverado firmemente en el objetivo inmediato que tenía ante él. Pero nunca descansaba satisfecho con ninguna nueva adquisición, y siempre buscaba nuevos objetivos: Antígono le comparaba con un jugador de dados, que conseguía algunas tiradas afortunadas, pero era incapaz de aprovecharlas.

El historiador militar romano Frontino refleja algunas de las tácticas de Pirro en su libro Stratagemata: «entre muchos otros preceptos sobre el arte de la guerra, recomendaba no presionar nunca sin descanso tras un enemigo en fuga, no sólo para evitar que se viera obligado a resistir furiosamente a consecuencia de la necesidad, sino también para que en el futuro ese mismo enemigo se viera más inclinado a huir, sabiendo que su vencedor no intentaría destruirle en la retirada».

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Rey Pirro de Epiro