Ptolomeo

Pirro de Epiro (Segunda Parte)

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Conquista de Palestrina

Cineas regresó ante Pirro, relatándole que no se podía esperar ningún resultado por vía diplomática. Consecuentemente, el rey decidió continuar la guerra con vigor. Avanzó a marchas forzadas hacia Roma saqueando los terrenos en su camino. A sus espaldas se hallaba el cónsul Levino, cuyo ejército había sido reforzado con dos legiones reclutadas en Roma mientras el Senado reconsideraba las ofertas de Pirro. En cualquier caso, Levino no se aventuró a atacar a las superiores fuerzas del enemigo, sino que se contentaba con hostigar su marcha y retrasar su avance mediante ágiles escaramuzas. En respuesta, Pirro prosiguió el avance a una marcha más lenta pero firme, sin encontrar una oposición digna hasta llegar a Preneste, la cual fue capturada. Se hallaba a sólo 30 kilómetros de Roma mientras sus avanzadillas llegaban hasta solamente 9 km al este de la ciudad. Una nueva marcha le habría llevado hasta las murallas pero allí vio frenado su avance. En este momento fue informado de que Roma había firmado la paz con los etruscos, y que el otro cónsul, Tiberio Coruncanio, había regresado con su ejército a la ciudad. Así se desvaneció toda esperanza de acordar la paz con los romanos, con lo que Pirro decidió retroceder lentamente a Campania. Desde ese lugar se retiró a sus cuarteles de invierno en Tarento, y ninguna otra batalla fue librada ese año.

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Italia en el Siglo IV a.C.

Invierno en Tarento

Tan pronto como los ejércitos se acuartelaron para pasar el invierno, los romanos enviaron una embajada a Pirro con la intención de tantear el rescate de los prisioneros romanos o su intercambio por un número similar de prisioneros tarentinos o aliados. Los embajadores fueron recibidos con la mayor distinción, y sus entrevistas con Cayo Fabricio Luscino, portavoz de la embajada, dieron lugar a una de las más célebres historias de los escritos de Roma, embellecida y relatada de distintas maneras por poetas e historiadores.

Rehusó, no obstante, acceder a las peticiones de los romanos, pero al mismo tiempo, como muestra de su confianza en el honor romano y admiración hacia su carácter, permitió que los prisioneros fueran a Roma a celebrar las Saturnales, estipulando que regresaran a Tarento si el Senado Romano no aceptaba los términos que les había ofrecido previamente a través de Cineas. Como el Senado permaneció firme en su resolución, todos los prisioneros regresaron a Pirro, bajo la amenaza de ser condenados a muerte si permanecían en Roma.

Batalla de Ausculum

En su retirada hacia el sur, Pirro fue alcanzado por el ejército romano en una llanura rodeada de colinas cerca de la ciudad de Ausculum, a 130 km de Tarento. En este segundo encuentro entre las falanges macedonias y las legiones romanas, ambos ejércitos estaban en igualdad numérica. Pirro desplegó su propia infantería macedonia y su caballería, infantería mercenaria griega, aliados de Italia, incluida la milicia tarentina, la caballería e infantería samnitas y 20 elefantes de guerra. Para contrarrestar la flexibilidad de las legiones romanas, Pirro mezcló la infantería ligera itálica con sus falanges.

Después de la batalla de Heraclea, donde los elefantes de guerra produjeron un gran impacto sobre los romanos, las legiones romanas se surtieron de proyectiles y armas especiales contra estos animales: carros de bueyes equipados con largas picas y recipientes de cerámica ardiente para asustarlos, además de tropas que se desplegaban para proteger al resto del ejército y lanzar jabalinas y otros proyectiles para hacer retroceder a las bestias.

La batalla transcurrió durante dos días. Como era normal en aquella época, ambos ejércitos desplegaron su infantería en el centro y la caballería en los flancos. Al principio, Pirro situó a su guardia montada personal y a los elefantes de guerra justo detrás de la infantería como reserva.

En el primer día, la caballería y los elefantes de Pirro fueron bloqueados por los árboles y colinas donde se libraba la batalla. Sin embargo, las falanges no tuvieron inconvenientes en su enfrentamiento con la infantería itálica. Los macedonios derrotaron a la primera legión romana y sus aliados del ala izquierda, pero la tercera y cuarta legiones vencieron a los tarentinos, oscos y epirotas en el centro, mientras que los daunios atacaban el campamento griego. Pirro envió a parte de su caballería de reserva a tapar el hueco en el centro de su formación y a otro grupo de caballería, más algunos elefantes, para ahuyentar a los daunios. Cuando éstos se retiraron hacia una colina escarpada e inaccesible para los animales, decidió desplegar sus elefantes contra la tercera y cuarta legión. Estas también se refugiaron en las colinas arboladas, pero se vieron imposibilitadas de aprovechar la ventaja, ya que los arqueros y honderos que escoltaban a los elefantes dispararon proyectiles incandescentes, prendiendo fuego los árboles. Pirro envió a los atamanios, acarnanios (ambos pueblos griegos aliados de los epirotas) y samnitas para forzar a sus adversarios a salir de la arboleda, pero fueron dispersados por la caballería romana. Ambos bandos se retiraron de la batalla al anochecer sin que ninguno hubiera conseguido una clara ventaja.

Al amanecer, Pirro ubicó a su infantería ligera en el duro terreno que había resultado ser un punto débil el anterior día, lo que forzó a los romanos a entablar batalla en campo abierto. Al igual que en Heraclea, las legiones romanas y falanges macedonias trabaron combate hasta que una carga de elefantes apoyados por infantería ligera rompió la línea romana. En ese momento, los romanos enviaron a sus carros antielefantes, pero éstos solo resultaron efectivos durante unos breves instantes, ya que los psiloi (infantería ligera de armas arrojadizas), tras rechazar a la caballería romana, arrollaron a los soldados que conducían los carros. Los elefantes cargaron de inmediato contra la infantería, que comenzó a retroceder. Simultáneamente, Pirro cargó con su guardia personal para completar su victoria. Ante esta situación, los romanos se retiraron desordenadamente a su campamento.

Los romanos perdieron 6000 hombres y Pirro, 3500, incluidos muchos de sus oficiales. Esta victoria griega, con tan escaso margen y grandes pérdidas, llevó a la creación del término victoria pírrica: una victoria o logro que se consigue a través de un gran coste. En esta batalla, como ocurrió en Heraclea, el grueso de la acción recayó casi exclusivamente en las tropas griegas del rey, y el estado de Grecia, tras las invasiones galas de ese año, hacía inviable la posibilidad de que Pirro recibiera refuerzos desde Epiro. Así pues, Pirro evitó arriesgar las vidas de sus griegos supervivientes en una nueva campaña contra los romanos, por lo que ofreció una tregua a Roma. Sin embargo, el Senado romano se negó a aceptar cualquier acuerdo mientras Pirro mantuviese sus tropas en territorio italiano.

Recibió entonces dos embajadas procedentes de Siracusa. Tras una larga guerra civil entre Tenón y Sóstrato, la ciudad se encontraba indefensa ante la invasión cartaginesa y ambos generales buscaban el apoyo de Pirro. Esta empresa parecía más sencilla que aquella en la que se encontraba embarcado, y poseía la atracción de la novedad, que siempre había seducido al rey. No obstante, antes era necesario suspender las hostilidades con los romanos, que asimismo se hallaban deseosos de verse libres de un oponente tan formidable y asi poder completar la subyugación del sur de Italia sin más interrupciones. Como ambos bandos compartían deseos comunes, no fue difícil que llegaran a un acuerdo para finalizar la guerra. Esto ocurrió a principios de 278 a.C. cuando uno de los médicos de Pirro, llamado Nicias, desertó a las filas romanas y propuso a los cónsules envenenar a su señor. Los cónsules Fabricio y Emilio enviaron al desertor de vuelta ante Pirro, afirmando que aborrecían la idea de conseguir una victoria mediante la traición. Para mostrar su gratitud, Pirro envió a Cineas a Roma con todos los prisioneros romanos, los cuales entregó sin reclamar ningún rescate. Parece que Roma otorgó entonces una tregua a Pirro, no así una paz formal, ya que el rey no consintió en retirar sus tropas de Italia.

Cineas se encontraba en Roma para firmar la tregua cuando una flota cartaginesa de 120 barcos de guerra apareció de repente frente al puerto de Ostia. Los cartagineses les dijeron a los romanos que estaban dispuestos a aliarse con ellos durante el tiempo que durara la guerra con Pirro. Roma, animada por esta nueva alianza, canceló la firma del tratado, lo que cortó la carrera militar del rey, ya que las ciudades griegas, a las que él proclamaba defender, sentían que por su culpa habían perdido la oportunidad de aliarse tanto con Roma como con Cartago. La única esperanza habría sido aliarse con una de las dos potencias y provocar un enfrentamiento entre ellas. Si bien Pirro todavía tenía la ventaja militar, sus aliados griegos y tarentinos estaban cansados de su férreo liderazgo. En su opinión, la amenaza de Roma había terminado, la conquista total de la ciudad estaba más allá de su alcance y Pirro deseaba ir a otros lugares.

Campaña en Sicilia

Pirro se traslada a Sicilia en el año 278 a.C. dejando a Milo al cargo de Tarento y a su hijo Alejandro con otra guarnición en Locri. Los tarentinos reclamaron la retirada de sus tropas si éstas no iban a ayudarles en el campo de batalla, pero Pirro desatendió sus peticiones manteniendo la posesión de la ciudad, esperando ser capaz de regresar pronto a Italia con un ejército reforzado por griegos sicilianos, de cuya isla su imaginación ya le había coronado soberano.

Tras desembarcar en Siracusa, arbitró en la paz entre Tenón y Sóstrato, levanto el asedio cartagines que tenia en vilo a la ciudad y en poco tiempo reunió a todas las ciudades griegas de la isla. Luego, haciendose jefe de la confederación siciliana, arrebató a los cartagineses casi todas sus posesiones. Recibió soldados y dinero de otros gobernadores, como Heráclides de Leontino. Permaneció en la isla más de dos años, consiguiendo grandes éxitos, expulsando a los cartagineses y conquistando la ciudad fortificada de Erice, en un asedio en el cual fue el primero en subir las escalas, distinguiendose como de costumbre por su coraje. Fue proclamado rey de Sicilia, título que destinó a su hijo Heleno, mientras que reservaba el inexistente título de rey de Italia para su hijo Alejandro.

Los cartagineses se alarmaron de tal forma ante su éxito que le ofrecieron barcos y dinero a condición de que formara una alianza con ellos, a pesar de que no hacía mucho habían firmado un tratado con Roma. De forma poco inteligente, Pirro rechazó la oferta, la cual le habría reportado inmensas ventajas en su reanudación de la guerra contra Roma, y a instancias de los griegos sicilianos, rehusó cualquier tipo de pacto con los cartagineses si no evacuaban la isla por completo, los cuales ofrecieron aceptar si se les permitía quedarse con la impenetrable ciudad de Lilibea, porque sabían que si Pirro se marchaba, poco podrían hacer las ciudades griegas por su cuenta y estos podrían reconquistar todo lo perdido.

Pirro nunca estuvo más cerca de cumplir todos sus objetivos que en ese momento: delante de si tenía a Cartago humillada, Sicilia a sus pies, con Tarento conservaba la llave de Italia y una flota enteramente nueva, surtida en el puerto de Siracusa, servía de lazo a todas sus posesiones, cuyo engrandecimiento y seguridad le garantizaba.

Poco después, Pirro fue rechazado con fuertes pérdidas tras su asalto a Lilibea. De repente, el prestigio de sus éxitos se había esfumado. Tras la derrota, Pirro decidió atacar a los cartagineses en África. Pero los griegos sicilianos, que le habían invitado a la isla, ahora estaban deseosos de que partiera e intrigaron contra él. Esto llevó a represalias por parte de Pirro, quien actuó de forma calificada como cruel y tiránica por los griegos. Se vio envuelto en ardides e insurrecciones de todo tipo, y pronto estaba tan deseoso de abandonar la isla como antes estuvo de salir de Italia. Así pues, cuando sus aliados italianos le rogaron de nuevo su asistencia, regresó prontamente a la península. Antes de partir, se giró a admirar la isla y dijo en voz alta: «¡Qué buena arena de combate dejamos aquí para romanos y cartagineses!». Doce años más tarde, estas dos potencias se disputarían ferozmente el control de la isla en la Primera Guerra Púnica.

Regreso a Italia

Pirro regresó a Italia en otoño de 276 a.C. En su viaje fue atacado por una flota cartaginesa, perdiendo setenta de los barcos de guerra que había obtenido en Sicilia. Cuando desembarcó, tuvo que abrirse camino luchando contra los mamertinos, que habían cruzado el estrecho de Mesina para evitar su llegada. Les derrotó tras intensos combates y finalmente llegó a la seguridad de Tarento. Sus tropas contaban por entonces aproximadamente los mismos números que la primera vez que desembarcó en Italia, pero de una calidad muy diferente. Los fieles epirotas en su mayoría habían caído y sus fuerzas consistían principalmente en mercenarios reclutados en Italia y de cuya fidelidad sólo podía estar seguro mientras les condujera a la victoria, pagara sus sueldos y consintiera los saqueos.

Pirro no permaneció inactivo sino que comenzó rápidamente las operaciones, aunque la estación ya parecía avanzada. Recuperó Locri, que se había rebelado y pasado a los romanos. Como aquí se vió en dificultades para lograr el dinero necesario para pagar a todos sus soldados, y no consiguiendo más de sus aliados, fue inducido por algunos epicúreos a apropiarse de los tesoros del templo de Proserpina. Los barcos en que el dinero debía ser embarcado para  ser transportado a Tarento, fueron devueltos a Locri por una tormenta. Esta circunstancia afectó profundamente al ánimo de Pirro: ordenó que los tesoros fueran reintegrados al templo y condenó a muerte al desventurado que le aconsejó cometer ese acto profano. Desde entonces, como él mismo comenta en sus memorias, vivió atormentado por la idea de que la ira de Proserpina le perseguía y llevaba a la ruina.

Batalla de Benevento

El año 274 a. C. representó el final de la carrera militar de Pirro en Italia. Los cónsules en Roma eran Manio Curio Dentato y Servio Cornelio Merenda, el primero de los cuales marchó a Samnio y después entró en Lucania. Pirro avanzó contra él, acampado a las afueras de Benevento, y resolvió atacarle antes de que llegara Cornelio. Como Curio no deseaba arriesgarse a entablar batalla solamente con su ejército, el rey planeó atacar el campamento romano a la caída de la noche. Pero erró los cálculos en tiempo y distancia: las antorchas se consumieron, los incursores equivocaron su camino y el sol ya asomaba en el horizonte cuando alcanzaron las colinas sobre el campamento romano. No obstante, su llegada cogió a los romanos por sorpresa, pero como la batalla parecía inevitable, Curio formó a sus tropas. Además, los romanos habían aprendido a neutralizar a los elefantes (verdaderos artífices de las victorias de Pirro) mediante flechas que en su punta tenían cera ardiendo.

Las exhaustas fuerzas de Pirro fueron fácilmente rechazadas, dos elefantes murieron y ocho más fueron capturados. Alentado por sus progresos, Curio no dudó en enfrentarse al rey en campo abierto. Un ala de los romanos resultó victoriosa, mientras la otra fue rechazada por la falange, que en su retirada fue cubierta por una lluvia de proyectiles procedentes de las empalizadas del campamento. Los proyectiles impactaron sobre los elefantes que quedaban, que volvieron sobre sus pasos y arrasaron todo a su paso.

Aunque la batalla no se decidió para ningún bando, Pirro perdió a sus mejores tropas, y en esa época se debía tener las mínimas bajas posibles. Era imposible proseguir la guerra más tiempo sin un nuevo ejército, por lo que pidió ayuda a los reyes de Macedonia y Siria. Como estos ignoraron sus súplicas, no le quedó otra alternativa que abandonar Italia.

Como consecuencia, los samnitas fueron finalmente sometidos y toda la Magna Grecia se perdió, aunque sus ciudades mantuvieron sus privilegios con la condición de que juraran lealtad a Roma. Los romanos nunca pudieron vencer a Pirro en batalla, pero sí consiguieron desgastarlo y ganarle la guerra a uno de los mejores generales de la Edad Antigua. Las Guerras Pírricas demostraron la superioridad de las legiones romanas frente a las falanges macedonias debido a su mayor movilidad. Nunca más los griegos tendrían un general tan capacitado para volver a enfrentarse a Roma.

Regresó a Grecia a fin de año, dejando a Milo con una guarnición en Tarento como promesa de regresar a Italia en algún momento futuro. Pirro llegó a Epiro a finales de 274 a.C. tras una ausencia de seis años. Trajo de vuelta sólo 8000 infantes y 500 jinetes, y tan poco dinero que ni siquiera éstos podía mantener sin emprender nuevas empresas militares.

Invasion de Macedonia

Por esto, a comienzos del año siguiente, invadió Macedonia, donde reinaba por entonces Antígono II Gónatas. Reforzó su ejército con un cuerpo de mercenarios galos, e inicialmente su único objetivo parecía ser el saqueo. Pero su éxito sobrepasó con creces sus expectativas: obtuvo sin resistencia la posesión de varias ciudades , y cuando finalmente Antígono avanzó a su encuentro, lo emboscó en un desfiladero, acabando con la mayoría de sus mercenarios y capturando sus elefantes. Antígono vio como su falange desertaba y daba la bienvenida a Pirro como nuevo rey, por lo que se retiró por el litoral, recuperando algunas ciudades costeras a su paso. Valoró especialmente Pirro la derrota de los enemigos galos, y consagró la mejor parte del botín al templo de Atenea de Itone. Pirro se convirtió así en rey de Macedonia por segunda vez, pero apenas había tomado posesión del reino cuando su espíritu inquieto le llevó a nuevas gestas.

Guerra con Esparta

Cleónimo había sido excluido del trono espartano muchos años atrás, y había recibido recientemente un nuevo insulto de la familia que reinaba en su lugar: Acrótato, hijo de Areo I, había seducido a Quelidonis, joven esposa de Cleónimo. Éste, ávido de venganza, acudió a la corte de Pirro y le persuadió para declarar la guerra a Esparta.

Pirro efectuó una expedición al Peloponeso. Mientras se encontraba allí, recibió a varias embajadas, entre ellas la espartana. Prometió enviar sus hijos a Esparta para que fueran entrenados según los preceptos de Licurgo. Mientras los embajadores remarcaban la naturaleza pacífica y amigable de Pirro, éste marchó a Laconia en 272 a.C. con un ejército de 25.000 infantes, 2000 jinetes y 24 elefantes. Cuando los enviados lacedemonios le reprocharon actuar en contra de sus palabras, éste respondió sonriendo:

«Cuando ustedes los espartanos resuelven hacer la guerra, es su costumbre no informar de ello al enemigo. No me acuses, por tanto, de injusticia, si he utilizado una estratagema espartana contra los mismos espartanos.»

Tal fuerza parecía imparable. En la ciudad no habían tomado medidas defensivas, y el propio rey Areo se encontraba en Creta auxiliando a los gortinos. Tan pronto como llegó Pirro, Cleónimo le urgió a atacar directamente la ciudad. Según Plutarco, como el día se hallaba avanzado, Pirro resolvió retrasar el ataque hasta el día siguiente, temiendo que sus hombres saquearan la ciudad si esta caía después del atardecer. Durante la noche los espartanos no se mantuvieron de brazos cruzados: Todos los habitantes, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, trabajaron incesantemente en cavar un profundo foso frente al campo enemigo, y al final de cada dique formaron una fuerte barricada de carretas.

Pausanias afirma que los espartanos presentaron batalla a Pirro, junto a sus aliados argivos y mesenios, y fueron derrotados, tras lo que el epirota se contentó con saquear el campamento enemigo. Según otros autores, al siguiente día, Pirro avanzó hacia la ciudad, pero fue rechazado por los espartanos, que luchaban bajo el mando de su joven líder Acrótato de manera digna a su fama ancestral. Renovó el asalto al día siguiente, sin mejor resultado. La llegada de Areo con 2000 cretenses y de Aminias de Focea, general de Antígono, con tropas auxiliares desde Corinto, obligó a Pirro a abandonar toda esperanza de conquistar la ciudad. No abandonó su tarea por completo, pues resolvió pasar el invierno en el Peloponeso y prepararse para nuevas operaciones a la llegada de la primavera.

Ataque a Argos

Mientras hacía estos preparativos, recibió la invitación de Aristeas, uno de los notables de Argos, para asistirle en su guerra civil contra su rival Arístipo, cuya causa favorecía a Antígono. Pirro comenzó su avance desde Laconia, pero no alcanzó Argos sin severos combates, pues los espartanos de Areo molestaron su marcha y ocuparon algunos de los pasos de montaña. En uno de estos encuentros murió su primogénito Ptolomeo, con gran dolor de Pirro, que vengó su muerte acabando con la vida del líder del destacamento espartano con sus propias manos. Cuando llegó a la ciudad de Argos, encontró a Antígono acampado en una de las colinas junto a la ciudad, pero no pudo inducirle a presentar batalla.

Existía un partido en Argos, que no pertenecía a ninguna de las facciones contendientes, ansiosa por librarse tanto de Pirro como de Antígono. Mandaron una embajada a ambos reyes, rogándoles que se retiraran de la ciudad. Antígono se mostró de acuerdo, y envió a su hijo como rehén, pero Pirro se rehusó.

Al anochecer, Aristeas permitió el paso de Pirro a la ciudad, quien marchó sobre el mercado con parte de sus tropas, dejando a su hijo Heleno con el grueso de su ejército en el exterior. Cuando se dio la alarma, la ciudadela fue ocupada por los argivos de la facción contraria. Areo y sus espartanos, que habían seguido de cerca a Pirro, entraron también en la ciudad. Antígono pudo introducir también una porción de sus soldados en el interior, bajo el mando de su hijo Alciones, mientras él permanecía fuera con el grueso del ejército.

A las luces del amanecer, Pirro vio que todas las plazas fuertes se hallaban bajo control enemigo, obligandolo a retroceder. Envió órdenes a su hijo Heleno para romper parte de las murallas, lugar por donde podría retirarse con mayor facilidad, pero a consecuencia de un error en la entrega del mensaje, Heleno intentó penetrar en la ciudad por el mismo lugar en que Pirro se retiraba. Las dos mareas se encontraron de frente, y para aumentar la confusión, uno de los elefantes cayó al suelo en la puerta, y un segundo se tornó salvaje e ingobernable. Pirro se hallaba a retaguardia, en un lugar más amplio, intentando mantener a raya al enemigo. Mientras combatía, fue ligeramente herido en el pecho por una jabalina y, al girar para vengarse del argivo que le había atacado, la madre del soldado, viendo a su hijo en peligro, arrojó desde el tejado de la casa en que se hallaba una pesada teja que golpeó a Pirro en la nuca. Cayó de su caballo aturdido y fue reconocido por uno de los soldados de Antígono llamado Zópiro. En ese mismo momento fue decapitado y su cabeza enviada a Alciones, que llevó exultante el sangriento trofeo a su padre Antígono. Pero éste apartó la mirada e hizo enterrar su cuerpo con todos los honores y sus restos fueron depositados en el templo de Démeter.

Legado

Pirro falleció en 272 a.C. a los 46 años de edad y en su trigésimo segundo año de reinado. Fue el mayor guerrero y uno de los mejores príncipes de su tiempo. Si se le juzga desde el punto de vista de corrección y moralidad pública, aparecerá como un monarca preocupado únicamente por su engrandecimiento personal, capaz de sacrificar los derechos de otras naciones para incrementar su gloria y satisfacción de sus ambiciones. Si se le juzga de acuerdo a la moral de su época, en que cualquier príncipe griego creía tener derecho a reinar sobre aquellos territorios que su espada pudiera ganar, vemos más rasgos dignos de admiración que de censura en su conducta.

El historiador griego Plutarco habla de él en estos términos: «Sin cesar pasaba de unas esperanzas a otras, de una prosperidad tomaba ocasión para otras varias, si caía intentaba reparar la caída con nuevas empresas, y ni por victorias ni por derrotas hacía pausa en mortificarse ni en ser mortificado».

El gobierno sobre sus dominios nativos parece haber sido justo e indulgente, pues sus epirotas permanecieron siempre fieles a su rey incluso durante su larga ausencia en Italia y Sicilia. Sus guerras en el extranjero se llevaron a cabo sin opresión o crueldad innecesarias, y se le acusa de menos crímenes que a cualquiera de sus contemporáneos. El mayor testimonio de la excelencia de su vida privada se percibe en que, en esos tiempos de traición y corrupción, siempre mantuvo el afecto de sus sirvientes. Por ello, con la solitaria excepción del médico que ofreció envenenarle, no se menciona ninguna ocasión en que fuera abandonado o traicionado por oficiales o amigos. Con su arrojo, su capacidad estratégica, su afable conducta y su porte real, pudo convertirse en el monarca más poderoso de su tiempo, si hubiera perseverado firmemente en el objetivo inmediato que tenía ante él. Pero nunca descansaba satisfecho con ninguna nueva adquisición, y siempre buscaba nuevos objetivos: Antígono le comparaba con un jugador de dados, que conseguía algunas tiradas afortunadas, pero era incapaz de aprovecharlas.

El historiador militar romano Frontino refleja algunas de las tácticas de Pirro en su libro Stratagemata: «entre muchos otros preceptos sobre el arte de la guerra, recomendaba no presionar nunca sin descanso tras un enemigo en fuga, no sólo para evitar que se viera obligado a resistir furiosamente a consecuencia de la necesidad, sino también para que en el futuro ese mismo enemigo se viera más inclinado a huir, sabiendo que su vencedor no intentaría destruirle en la retirada».

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Rey Pirro de Epiro

Pirro de Epiro (Primera Parte)

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Pirro, apodado el Águila por sus soldados, fue Rey de Epiro entre 307 a 302 a.C. y de nuevo entre 297 y 272 a.C. ostentando brevemente también la corona de Macedonia en dos ocasiones. Es considerado uno de los mejores generales de su época y uno de los más grandes rivales de la República Romana durante su expansión.

Nacido en el año 318 a.C., su madre era hija de Menón de Farsalia, distinguido líder durante la guerra entre Grecia y Macedonia que estalló tras la muerte de Alejandro Magno. Los ancestros de Pirro se consideran descendientes de Neoptólemo, hijo de Aquiles, quien se dice se estableció en Epiro tras la guerra de Troya.

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Reino de Epiro, en naranja oscuro

Su padre ascendió al trono al morir su primo Alejandro I, quien era hermano de Olimpia, madre de Alejandro Magno. Fue esta conexión con la familia real macedonia la que perjudicó a Pirro durante sus primeros años de vida. Su padre, Eácides, marchó a Macedonia para apoyar a Olimpia contra Casandro, otro aspirante al trono. Pero al ser derrotados, Eácides y Olimpia fueron obligados a huir. Los epirotas, reacios a mantener un conflicto con Casandro, se reunieron en asamblea y desposeyeron a Eácides del trono.

En el momento en el que el rey era destronado y comenzaba la matanza de sus amigos y allegados, unos jóvenes rescataron a Pirro y a sus nodrizas emprendiendo una fuga desesperada. Si bien los perseguidores les pisaban los talones, los fugitivos resistían con valentía y continuaban su huida. Después de todo un día de fuga y persecución, llegaron a un gran río que les cortaba el paso y toda esperanza de escapar. La fuerte corriente impedía cruzarlo y, aunque podían ver del otro lado a algunos habitantes de la zona, los gritos, señales de ayuda y cualquier otro intento de comunicación era imposible debido a la oscuridad y al ruido del caudaloso río. Hacían gestos de desesperación y levantaban al niño en brazos con la esperanza de que lo reconocieran. Habrían sido derrotados allí mismo si no fuese porque a uno de los fieles se le ocurrió arrancar una corteza de árbol y en su interior escribir con el clavo de una hebilla quiénes eran y cuál era su situación. Pusieron peso a la tabla y la lanzaron al otro lado. Cuando los lugareños entendieron quién era el niño y lo que estaba ocurriendo, ataron inmediatamente algunos troncos y pasaron a la otra orilla, rescatando al niño y llevándolo a presencia de Beroe, esposa de Glaucias, quien era rey de la tribu iliria de los taulantianos. Glaucias rehusó noblemente entregar al joven a Casandro y le proporcionó protección en su corte. Eácides murió en combate poco después y Pirro fue criado por Glaucias como uno más de sus hijos.

Diez años después, cuando el cuñado de Pirro, Demetrio, arrebató el control de Grecia a Casandro, Glaucias restauró a Pirro en el trono de Epiro. Como tenía solamente doce años de edad, el reino fue regentado por guardianes, pero Pirro no mantuvo mucho tiempo la posesión de sus dominios hereditarios: Demetrio se vio obligado a dejar Grecia y cruzar el estrecho del Bósforo en ayuda de su padre Antígono I Monóftalmos, amenazado por las fuerzas combinadas de Casandro, Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco. Casandro recuperó la supremacía en Grecia y presionó a los epirotas para que expulsaran por segunda vez a su joven rey.

Primer reinado

Pirro, que ya tenía 17 años, se unió a Demetrio, esposo de su hermana Deidamia, y le acompañó a Asia, donde estuvo presente en la batalla de Ipsos (301 a.C.), en la cual ganó un gran renombre por su valor. Aun siendo muy joven, se dice que cargaba impetuosamente contra cualquiera que se cruzara en su camino, actitud que lo distinguió durante el resto de su vida militar. Sus esfuerzos, sin embargo, poco pudieron hacer para cambiar el signo de la batalla, y se vio obligado a batirse en retirada. Antígono murió en la refriega y Demetrio se convirtió en fugitivo, pero Pirro no desertó de su cuñado y poco después viajó en su nombre a Egipto en calidad de rehén voluntario cuando Demetrio concertó la paz con Ptolomeo. Pirro fue lo suficientemente hábil o afortunado para ganarse el favor incondicional del faraón y recibió como esposa a su hijastra, Antígona. Ptolomeo le proporcionó una flota y tropas con las que le fue posible regresar a Epiro.

Neoptólemo, probablemente hijo de Alejandro de Epiro, reinaba por entonces, pero su tiránico gobierno le estaba generando muchos enemigos. Ambos rivales consintieron en compartir la soberanía del reino, pero este pacto no podía durar mucho tiempo y Pirro anticipó su propia destrucción asesinando a su rival.

Segundo Reinado y Conquista de Macedonia

Pirro tenía 23 años cuando se estableció firmemente en el trono de Epiro y pronto se convirtió en uno de los príncipes más queridos. Su atrevimiento y coraje le granjearon el respeto de las tropas y su afabilidad y generosidad aseguraron el amor de su pueblo. Su carácter se asemejaba en muchos aspectos al de su antepasado Alejandro Magno, al que parece convirtió en su modelo a temprana edad. Sus intenciones se dirigieron primero hacia la conquista de Macedonia. Una vez dueño de ese país, podía esperar conseguir la soberanía de Grecia; con esta bajo su protección no existía fin para sus ambiciones, acabando en un extremo con la conquista de Italia, Sicilia y Cartago, y en el opuesto con los dominios de los reyes griegos en Oriente.

La inestabilidad macedonia tras la muerte de Casandro puso a su alcance el primer cimiento de sus ambiciones. Antípatro y Alejandro, los hijos de Casandro, se enfrentaron por la herencia de su padre. El segundo, en clara desventaja, acudió a Pirro en busca de ayuda. Pirro accedió con la condición de que recibiría todos los dominios macedonios en la mitad occidental de Grecia: Acarnania, Anfiloquía y Ambracia, así como los distritos de Tinfea y Paravea, que formaban parte de la propia Macedonia. Pirro cumplió sus compromisos con Alejandro I y expulsó a su hermano Antípatro de Macedonia en 294 a.C., aunque parece ser que éste pudo conservar una pequeña porción del reino.

Demetrio Poliorcetes

Pirro había visto su poder incrementado gracias a las extensas anexiones territoriales que había conseguido, fortaleciéndose aún más mediante su alianza con los etolios. Pero el resto de Macedonia cayó en manos de un inesperado personaje: Alejandro I habìa pedido ayuda a Demetrio además de a Pirro, pero, encontrándose el último más próximo, restauró a Alejandro I su reino antes de que Demetrio llegara al teatro de operaciones. Demetrio, no obstante, se mostraba reacio a perder su oportunidad de engrandecerse, de modo que abandonó Atenas y llegó a Macedonia a finales de ese año. Poco tiempo después, dio muerte a Alejandro I, convirtiéndose así en rey de Macedonia. Entre dos generales tan poderosos y de espíritu tan inquieto como Demetrio y Pirro, pronto nacieron celos y disputas. Ambos codiciaban los dominios del otro y los antiguamente amigos se convirtieron en los más mortales enemigos. Deidamia, que podía haber actuado de mediadora entre su marido y su hermano, ya había muerto.

La guerra estalló finalmente en 291 a.C. Durante este año, Tebas se rebeló por segunda vez contra Demetrio probablemente instigada por Pirro. Mientras el monarca macedónico se dirigía en persona a acallar la rebelión, Pirro efectuó un movimiento diversivo invadiendo Tesalia, pero fue obligado a retirarse a Epiro ante las superiores fuerzas de Demetrio. En 290 a.C. Tebas capituló, dejando a Demetrio libertad para enfrentarse a Pirro y sus aliados etolios. Siguiendo esta estrategia, invadió Etolia en la primavera de 289 a.C. Tras arrasar los campos prácticamente sin oposición, marchó hacia Epiro, dejando a Pantauco con un poderoso destacamento a cargo de Etolia. Pirro avanzó a su encuentro, pero por una carretera diferente, de modo que Demetrio entró en Epiro y Pirro en Etolia casi al mismo tiempo.

Pantauco inmediatamente le ofreció batalla, durante la cual retó al rey a un combate uno contra uno. El reto fue inmediatamente aceptado por el joven, quien venció a Pantauco, pero cuando estuvo a punto de matarlo, este fue rescatado por sus guardaespaldas. Los macedonios, desanimados ante la caída de su líder, huyeron dejando a Pirro como dueño del campo de batalla. No obstante, esta victoria reportó más ventajas que las que parecerían obvias: los movimientos impetuosos y el atrevido arrojo del rey epirota recordaron a los veteranos del ejército macedonio al gran Alejandro, pavimentando así su camino al trono. Demetrio, mientras tanto, no encontró oposición en Epiro y durante la expedición conquistó también Córcira.

A la muerte de Antígono, Pirro, de acuerdo a la costumbre de los reyes de su edad, contrajo triple matrimonio para fortalecer sus lazos con los príncipes extranjeros. De estas esposas, una era una princesa peonia, otra iliria y la tercera Lanassa, hija de Agatocles de Siracusa, a quien concedió la isla de Córcira como dote. Pero Lanassa, ofendida ante la atención que Pirro dispensaba a sus esposas bárbaras, se retiró a su principado de Córcira y concedió su mano a Demetrio junto con la isla. Pirro regresó entonces a Epiro más enojado que nunca hacia Demetrio, quien se había retirado a Macedonia.

A comienzos de 288 a.C. Pirro aprovechó que Demetrio se encontraba gravemente enfermo. Avanzó tan lejos como Edesa sin encontrar oposición, pero por entonces Demetrio logró superar su enfermedad y colocarse a la cabeza de sus tropas para expulsar a su rival fuera del país. Sin embargo, dadas sus intenciones de recuperar los dominios de su padre en Asia, se apresuró a firmar la paz con Pirro para poder continuar con sus preparativos sin verse molestado. Sus viejos enemigos Seleuco, Ptolomeo y Lisímaco se unieron de nuevo en coalición contra él, y decidieron acabar con su poder en Europa antes de que cruzara el estrecho. Convencieron con facilidad a Pirro para que rompiera su reciente trato con Demetrio y se uniera a la coalición. De ese modo, en la primavera de 287 a.C., mientras Ptolomeo se presentaba con una poderosa flota ante las costas griegas, Lisímaco invadía las provincias superiores de Macedonia y Pirro las inferiores. Demetrio marchó primero contra Lisímaco, uno de los antiguos generales y compañeros de Alejandro Magno, pero alarmado ante el desánimo de sus tropas y temiendo que se pasaran al bando contrario, deshizo rápidamente sus pasos y se dirigió hacia Pirro, que había avanzado hasta Veria y establecido allí su cuartel general. Pirro se mostró un rival tan formidable como Lisímaco: la amabilidad con la que trataba a sus prisioneros, su condescendencia y afabilidad ganaron la voluntad de los habitantes de la ciudad. Así, cuando Demetrio se aproximaba, sus tropas desertaron en masa y juraron lealtad a Pirro. Demetrio fue obligado a huir de incógnito, dejando el reino a su rival. Pirro fue incapaz de asegurarse el control de toda Macedonia: Lisímaco reclamó su parte, y el reino fue dividido entre ellos. Pero Pirro no pudo mantener su porción durante mucho tiempo: los macedonios preferían el gobierno de su viejo general Lisímaco, y el joven rey fue expulsado, por lo que regresó a Epiro.

Expedición a Italia

Pirro se ausenta de su reino en 284 a.C. con destino desconocido, circunstancia que aprovecha Lisímaco para invadir Epiro y saquear el reino «hasta llegar a las tumbas reales». Durante los siguientes años Pirro parece haber reinado en silencio sin embarcarse en ninguna nueva empresa, pero una vida tan tranquila le resultaba insoportable y anhelaba nuevas acciones donde pudiera ganar gloria y expandir su reino.

En el otoño de 282 a.C., Tarento celebraba su festival en honor a Dioniso en su teatro al borde del mar, cuando sus habitantes vieron naves romanas entrando en el golfo, en concreto, diez trirremes que se dirigían hacia la guarnición romana de Turios en misión de observación, según el historiador Apiano. Los tarentinos, disgustados por la violación de parte de los romanos del tratado que prohibía su entrada en el golfo de Tarento, lanzaron su flota contra las naves romanas. Durante el combate, cuatro naves romanas fueron hundidas y una fue capturada. Después de este hecho, la armada y la flota tarentina atacaron la ciudad de Turios, restableciendo a los demócratas en el poder y persiguiendo a los aristócratas que se habían aliado con Roma. La guarnición romana fue expulsada de la ciudad y los romanos enviaron entonces una misión diplomática dirigida por Póstumo. Según Dion Casio, los embajadores romanos fueron recibidos con insultos y burlas de los tarentinos, e incluso un borracho orinó en la toga de Póstumo. Fue entonces cuando el embajador romano exclamó: «Reíros, reíros, su sangre lavará mi ropa». Sin embargo, Apiano da una versión más neutral del encuentro: los romanos exigieron la liberación de los prisioneros romanos (presentados como simples observadores), el retorno de los ciudadanos de Turios que habían sido expulsados de su ciudad, y que los indemnizaran por los daños causados. También exigieron la entrega de los autores de esos crímenes. Las reivindicaciones romanas, unidas al choque cultural (por ejemplo, los embajadores romanos hablaban mal el griego y sus togas divertían a los asistentes), causaron rechazo en la población tarentina. Por todo ello, las reivindicaciones romanas fueron rechazadas y Roma se sintió en su derecho de declarar una guerra justa a Tarento.

En 281 a.C. se presentó la oportunidad deseada por Pirro. Los tarentinos enviaron una embajada rogándole en nombre de todos los griegos italianos que cruzara el mar Jónico y luchara contra la joven Roma. Sólo le pidieron un general, bajo cuyo mando prometieron que pondrían a 150.000 infantes y 20.000 jinetes, ya que todas las naciones del sur de Italia se unirían bajo su estandarte. Esta oferta resultaba demasiado tentadora para rehusarla, pues hacía realidad uno de sus tempranos sueños: la conquista de Roma le llevaría posteriormente a la soberanía sobre Sicilia y África. Después, le sería posible regresar a Grecia con las fuerzas combinadas de estos países para derrotar a sus rivales y reinar como señor del mundo conocido. Además, se sentía en deuda con los tarentinos, pues le habían suministrado apoyo naval en la reconquista de Córcira. Prometió asistirlos, ignorando las palabras de su sabio y fiel consejero Cineas. Pero dado que no podía confiar el éxito de tal empresa al valor y fidelidad de las tropas italianas, empezó los preparativos para llevar un poderoso ejército con él. Estos preparativos le mantuvieron ocupado el resto del año y comienzos del siguiente. Los príncipes griegos hicieron todo lo que estaba en su mano para favorecer sus designios, contentos de mantener alejado a un vecino tan peligroso. Antígono II le proporcionó barcos, Antíoco dinero y Ptolomeo Cerauno tropas. Pirro dejó a su hijo Ptolomeo, de 15 años de edad, a cargo de su reino.

Guerras Pírricas

Antes de salir de Epiro, el rey tomó prestadas algunas falanges al nuevo rey de Macedonia, Ptolomeo Cerauno y pidió ayuda financiera y marítima a Antíoco I, rey de Siria y a Antígono II Gonatas. El rey de Egipto, Ptolomeo II, le prometió igualmente el envío de 4.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, junto con 20 elefantes de guerra. Parte de estas fuerzas deberían defender Epiro en ausencia de Pirro. También reclutó una gran cantidad de soldados griegos, incluidos arqueros rodanos y caballería de Tesalia.

En primavera de 280 a.C., el ejército griego embarcó hacia las costas italianas y envió a Tarento una vanguardia de 3.000 hombres mandada por Cineas; luego trasladó en barco a 20.000 soldados de infantería, 3.000 caballos, 20 elefantes de guerra, 2.000 arqueros y 500 honderos, logrando así un ejército de 25.000 hombres. Tal era su impaciencia por llegar a Tarento y comenzar las acciones militares, que levó anclas antes de que finalizara la estación de las tormentas. Apenas había embarcado cuando estalló una violenta tempestad que dispersó la flota. Su propia vida corrió peligro, y llegó a Tarento con apenas una pequeña porción del ejército. Después de un tiempo, los dispersos navíos empezaron a hacer aparición. Tras reunir las tropas, inició los preparativos para la guerra. Los habitantes de Tarento eran gente licenciosa, poco acostumbrada a los rigores de la guerra y reacia a soportar duras privaciones. Así, intentaron evitar alistarse en el ejército y comenzaron a quejarse en las asambleas públicas de las exigencias de Pirro y de la conducta de sus tropas. Pero el epirota les trataba más como si fuera su rey que su aliado: cerró el teatro y el resto de los lugares públicos y obligó a los jóvenes a servir en su ejército.

Los romanos, prevenidos de la llegada inminente de las huestes epirotas, decidieron movilizar ocho legiones con sus respectivos auxiliares. Estas sumaban 80.000 soldados divididos en cuatro ejércitos. El primer ejército, comandado por Lucio Emilio Bárbula y acantonado en Venusia, tenía órdenes de mantener ocupados a los samnitas y lucanos, con el fin de que no pudieran unirse al ejército principal. El segundo tenía el deber de proteger Roma. El tercero, bajo el mando del cónsul Tiberio Coruncanio, fue enviado a combatir a los etruscos para impedir una alianza de éstos con las ciudades griegas. El cuarto, bajo el mando del otro cónsul Valerio Levino, fue enviado a atacar Tarento y asolar Lucania, con la intención de separar a las tropas griegas de las colonias de Brucia.

En el 281 a.C., bajo el liderazgo Lucio Emilio Bárbula, las legiones romanas entraron en Tarento y saquearon la ciudad, a pesar de que esta había recibido refuerzos samnitas y mesapios. Después de su derrota, los griegos eligieron al aristócrata Agis para solicitar una tregua e iniciar las conversaciones con Roma. Estas negociaciones se rompieron al desembarcar la avanzadilla griega enviada por Pirro en la primavera de 280 a.C. compuesta por unos 3.000 soldados epirotas, comandados por Milo de Tarento. Tras el reinicio de las hostilidades, el cónsul romano Bárbula fue obligado a huir bajo la presión de las naves griegas.

Batalla de Heraclea

Pirro decidió no marchar inmediatamente sobre Roma porque deseaba obtener previamente el apoyo de sus aliados de la Magna Grecia. Durante este tiempo, el cónsul Lavinio asolaba Lucania para impedir a los lucanos y los brucios unirse a Pirro. Comprendiendo que los refuerzos tardarían en llegar, Pirro decidió aguardar a los romanos en una llanura cercana al río Siris, situada entre las ciudades de Heraclea y de Pandosia. En ese lugar tomó posición y decidió esperar, confiando en que la dificultad de los romanos para vadear el río le daría tiempo para que sus aliados se le unieran.

Antes de entablar el combate, el rey envió a sus diplomáticos al cónsul romano Lavinio, con el fin de proponer su arbitraje en el conflicto entre Roma y las poblaciones del sur de Italia, prometiendo que sus aliados respetarían su decisión si los romanos lo aceptaban como árbitro. De este modo escribió al cónsul ofreciéndole mediar entre Roma y éstos. Pero el desconocimiento de su enemigo y quizá la imprudencia le llevaron a escribir palabras demasiado orgullosas que fueron respondidas en un tono de desaire por el cónsul Levino:

«En cuanto a nosotros, acostumbramos castigar a nuestros enemigos no con palabras, sino con actos. No te convertiremos en juez de nuestros problemas con los tarentinos, samnitas o el resto de nuestros rivales, y tampoco te aceptaremos como garante para el pago de cualquier indemnización, sino que decidiremos el resultado con nuestras propias armas y fijaremos los castigos que nosotros deseemos. Ahora que estás avisado, prepárate, no para ser nuestro juez, sino nuestro oponente.»

Los romanos instalaron su campamento en la llanura situada en la orilla norte del río Siris. Valerio Levino disponía de entre 30.000 y 35.000 soldados bajo su mando, entre los que se encontraban una gran cantidad de jinetes. El número de tropas de Pirro que se dejaron en Tarento no se conoce, pero se sabe, gracias a Plutarco, que había entre 25.000 y 30.000 soldados griegos en Heraclea, por lo que éstos disponían de menos efectivos que los romanos. Las falanges griegas tomaron posición sobre la orilla sur del río Siris.

Al amanecer, los romanos comenzaron a atravesar el río y la caballería empezó a atacar los flancos de los exploradores griegos y su infantería ligera, que fueron forzados a huir. Tan pronto se supo que los romanos habían cruzado el río, se ordenó a la caballería macedónica y tesalia atacar a la caballería romana. La infantería helena, compuesta por peltastas, arqueros e infantería pesada, comenzó a ponerse en marcha. La caballería de la vanguardia griega consiguió desorganizar las tropas romanas y provocar su retirada.

Durante el enfrentamiento, Oblaco Volsinio, jefe de un destacamento auxiliar de la caballería romana, reparó en Pirro gracias a que el general epirota llevaba armadura, equipamientos y armas propias de un rey. Oblaco le siguió en sus desplazamientos y al final consiguió herirlo, pero poco después fue muerto a manos de la guardia personal del rey. El comandante heleno, para evitar constituir un blanco demasiado expuesto, le confió sus armas a Megacles, uno de sus oficiales.

Las falanges atacaron varias veces, pero todos sus ataques eran respondidos por contraofensivas romanas. Aunque las tropas griegas lograron romper las primeras líneas, no podían combatir contra ellas sin romper su formación, pues se habrían arriesgado a dejar sus flancos expuestos a una peligrosa contraofensiva romana. Durante estos combates sin claro vencedor, Megacles, al que los romanos tomaron por Pirro, fue asesinado y en el campo de batalla se difundió la noticia de que el rey había muerto, lo que trajo la desmoralización del bando griego y la elevación de la moral romana. Para evitar una debacle, el rey tuvo que recorrer las filas griegas a cara descubierta para convencer a sus hombres de que todavía seguía vivo. En ese momento decidió enviar a sus elefantes de guerra; estos ingresaron al campo de batalla cargando contra todo a su paso. Los romanos se asustaron y la desesperación alcanzó incluso a sus caballos, que no pudieron continuar el ataque contra el ejército griego. La caballería epirota atacó en ese momento los flancos de la infantería romana, la cual huyó, permitiendo a los griegos apoderarse del campamento romano. En las batallas antiguas, el abandono del campamento por el adversario significaba una derrota total pues suponía abandonar todo: material, animales de carga, vituallas y equipaje individual. La batalla había durado un día completo, y fue probablemente la llegada del anochecer lo que salvó al ejército romano de una destrucción completa. Aquellos que escaparon buscaron refugio en una ciudad cercana.

Después de su victoria, el rey griego observó que los soldados romanos habían sido matados de frente, y pronunció: «Con tales hombres, habría podido conquistar el universo». El general griego propuso a los presos romanos unirse a su ejército, como se hacía en Oriente con los contingentes mercenarios, pero éstos se negaron. El número de bajas de ambos ejércitos varía según las fuentes, pero las pérdidas de Pirro, aun inferiores a las romanas, fueron bastante considerables y una gran proporción de sus oficiales y mejores tropas habían caído. Se dice que, mientras contemplaba el campo de batalla, Pirro dijo: «Otra victoria como esta, y estoy perdido»

Acabada la batalla, después de haber sido saqueado el campamento romano, los refuerzos que venían de Lucania y de Samnio se unieron al ejército vencedor. Muchas ciudades griegas también se unieron a Pirro. Un claro ejemplo fue Locros, que entregó la guarnición romana de la ciudad. En Rhegium, última posición de la costa meridional italiana controlada por Roma, el pretor campanio y comandante de la guarnición Decio Vibulo desertó y se proclamó Administrador, masacrando a una parte de los habitantes y persiguiendo a otros, amotinándose así contra la autoridad romana.

Pero su victoria había sido costosa, y la experiencia de la última batalla le enseñó las dificultades que podía encontrarse en su objetivo de conquistar Roma. Así pues, envió a su ministro Cineas con propuestas de paz mientras él reunía las fuerzas de sus aliados y marchaba lentamente hacia la Italia central. Los términos que ofreció en su propuesta fueron los de un conquistador: los romanos debían reconocer la independencia de los italiotas, restaurar a samnitas, lucanos, apulios y brucios todas las posesiones perdidas en la guerra, y Roma debía firmar la paz con él y con Tarento.

Tan pronto como se acordara el tratado de paz en estos términos, el epirota devolvería todos los prisioneros romanos sin rescate alguno. Cineas, cuya persuasiva elocuencia se dice que ganó más ciudades para Pirro que sus ejércitos, no reparó en medios para asegurar el favor de los romanos hacia su rey e inducirles a aceptar la paz. Las perspectivas de la república parecían tan oscuras que muchos senadores consideraron prudente acceder a las demandas de Pirro, y probablemente esto habrían hecho de no ser por el discurso patriótico del anciano censor Apio Claudio Ceco, quien convenció al senado de rechazar la idea de rendición y expulsó a Cineas de Roma ese mismo día.

 

La Capa

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Ptolomeo de Mauritania fue el último rey del reino del mismo nombre, situado al noroeste de África.

En el año 23 d.C. Ptolomeo era coronado rey y por eso fue invitado a Roma donde Calígula, el emperador, lo recibió con los más grandes honores y festejos que podían brindarse. En un momento en el que Ptolomeo visitó el coliseo durante un espectáculo de gladiadores, vestía una capa púrpura tan majestuosa que atrajo la admiración del público hasta el punto en que el emperador de Roma, celoso, ordenó que lo mataran. Tras su muerte, Calígula se anexionó su reino.