Guerras Pirricas

Pirro de Epiro (Primera Parte)

Posted on Actualizado enn

Pirro, apodado el Águila por sus soldados, fue Rey de Epiro entre 307 a 302 a.C. y de nuevo entre 297 y 272 a.C. ostentando brevemente también la corona de Macedonia en dos ocasiones. Es considerado uno de los mejores generales de su época y uno de los más grandes rivales de la República Romana durante su expansión.

Nacido en el año 318 a.C., su madre era hija de Menón de Farsalia, distinguido líder durante la guerra entre Grecia y Macedonia que estalló tras la muerte de Alejandro Magno. Los ancestros de Pirro se consideran descendientes de Neoptólemo, hijo de Aquiles, quien se dice se estableció en Epiro tras la guerra de Troya.

campanas-de-pirro-en-italia-y-sicilia.png
Reino de Epiro, en naranja oscuro

Su padre ascendió al trono al morir su primo Alejandro I, quien era hermano de Olimpia, madre de Alejandro Magno. Fue esta conexión con la familia real macedonia la que perjudicó a Pirro durante sus primeros años de vida. Su padre, Eácides, marchó a Macedonia para apoyar a Olimpia contra Casandro, otro aspirante al trono. Pero al ser derrotados, Eácides y Olimpia fueron obligados a huir. Los epirotas, reacios a mantener un conflicto con Casandro, se reunieron en asamblea y desposeyeron a Eácides del trono.

En el momento en el que el rey era destronado y comenzaba la matanza de sus amigos y allegados, unos jóvenes rescataron a Pirro y a sus nodrizas emprendiendo una fuga desesperada. Si bien los perseguidores les pisaban los talones, los fugitivos resistían con valentía y continuaban su huida. Después de todo un día de fuga y persecución, llegaron a un gran río que les cortaba el paso y toda esperanza de escapar. La fuerte corriente impedía cruzarlo y, aunque podían ver del otro lado a algunos habitantes de la zona, los gritos, señales de ayuda y cualquier otro intento de comunicación era imposible debido a la oscuridad y al ruido del caudaloso río. Hacían gestos de desesperación y levantaban al niño en brazos con la esperanza de que lo reconocieran. Habrían sido derrotados allí mismo si no fuese porque a uno de los fieles se le ocurrió arrancar una corteza de árbol y en su interior escribir con el clavo de una hebilla quiénes eran y cuál era su situación. Pusieron peso a la tabla y la lanzaron al otro lado. Cuando los lugareños entendieron quién era el niño y lo que estaba ocurriendo, ataron inmediatamente algunos troncos y pasaron a la otra orilla, rescatando al niño y llevándolo a presencia de Beroe, esposa de Glaucias, quien era rey de la tribu iliria de los taulantianos. Glaucias rehusó noblemente entregar al joven a Casandro y le proporcionó protección en su corte. Eácides murió en combate poco después y Pirro fue criado por Glaucias como uno más de sus hijos.

Diez años después, cuando el cuñado de Pirro, Demetrio, arrebató el control de Grecia a Casandro, Glaucias restauró a Pirro en el trono de Epiro. Como tenía solamente doce años de edad, el reino fue regentado por guardianes, pero Pirro no mantuvo mucho tiempo la posesión de sus dominios hereditarios: Demetrio se vio obligado a dejar Grecia y cruzar el estrecho del Bósforo en ayuda de su padre Antígono I Monóftalmos, amenazado por las fuerzas combinadas de Casandro, Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco. Casandro recuperó la supremacía en Grecia y presionó a los epirotas para que expulsaran por segunda vez a su joven rey.

Primer reinado

Pirro, que ya tenía 17 años, se unió a Demetrio, esposo de su hermana Deidamia, y le acompañó a Asia, donde estuvo presente en la batalla de Ipsos (301 a.C.), en la cual ganó un gran renombre por su valor. Aun siendo muy joven, se dice que cargaba impetuosamente contra cualquiera que se cruzara en su camino, actitud que lo distinguió durante el resto de su vida militar. Sus esfuerzos, sin embargo, poco pudieron hacer para cambiar el signo de la batalla, y se vio obligado a batirse en retirada. Antígono murió en la refriega y Demetrio se convirtió en fugitivo, pero Pirro no desertó de su cuñado y poco después viajó en su nombre a Egipto en calidad de rehén voluntario cuando Demetrio concertó la paz con Ptolomeo. Pirro fue lo suficientemente hábil o afortunado para ganarse el favor incondicional del faraón y recibió como esposa a su hijastra, Antígona. Ptolomeo le proporcionó una flota y tropas con las que le fue posible regresar a Epiro.

Neoptólemo, probablemente hijo de Alejandro de Epiro, reinaba por entonces, pero su tiránico gobierno le estaba generando muchos enemigos. Ambos rivales consintieron en compartir la soberanía del reino, pero este pacto no podía durar mucho tiempo y Pirro anticipó su propia destrucción asesinando a su rival.

Segundo Reinado y Conquista de Macedonia

Pirro tenía 23 años cuando se estableció firmemente en el trono de Epiro y pronto se convirtió en uno de los príncipes más queridos. Su atrevimiento y coraje le granjearon el respeto de las tropas y su afabilidad y generosidad aseguraron el amor de su pueblo. Su carácter se asemejaba en muchos aspectos al de su antepasado Alejandro Magno, al que parece convirtió en su modelo a temprana edad. Sus intenciones se dirigieron primero hacia la conquista de Macedonia. Una vez dueño de ese país, podía esperar conseguir la soberanía de Grecia; con esta bajo su protección no existía fin para sus ambiciones, acabando en un extremo con la conquista de Italia, Sicilia y Cartago, y en el opuesto con los dominios de los reyes griegos en Oriente.

La inestabilidad macedonia tras la muerte de Casandro puso a su alcance el primer cimiento de sus ambiciones. Antípatro y Alejandro, los hijos de Casandro, se enfrentaron por la herencia de su padre. El segundo, en clara desventaja, acudió a Pirro en busca de ayuda. Pirro accedió con la condición de que recibiría todos los dominios macedonios en la mitad occidental de Grecia: Acarnania, Anfiloquía y Ambracia, así como los distritos de Tinfea y Paravea, que formaban parte de la propia Macedonia. Pirro cumplió sus compromisos con Alejandro I y expulsó a su hermano Antípatro de Macedonia en 294 a.C., aunque parece ser que éste pudo conservar una pequeña porción del reino.

Demetrio Poliorcetes

Pirro había visto su poder incrementado gracias a las extensas anexiones territoriales que había conseguido, fortaleciéndose aún más mediante su alianza con los etolios. Pero el resto de Macedonia cayó en manos de un inesperado personaje: Alejandro I habìa pedido ayuda a Demetrio además de a Pirro, pero, encontrándose el último más próximo, restauró a Alejandro I su reino antes de que Demetrio llegara al teatro de operaciones. Demetrio, no obstante, se mostraba reacio a perder su oportunidad de engrandecerse, de modo que abandonó Atenas y llegó a Macedonia a finales de ese año. Poco tiempo después, dio muerte a Alejandro I, convirtiéndose así en rey de Macedonia. Entre dos generales tan poderosos y de espíritu tan inquieto como Demetrio y Pirro, pronto nacieron celos y disputas. Ambos codiciaban los dominios del otro y los antiguamente amigos se convirtieron en los más mortales enemigos. Deidamia, que podía haber actuado de mediadora entre su marido y su hermano, ya había muerto.

La guerra estalló finalmente en 291 a.C. Durante este año, Tebas se rebeló por segunda vez contra Demetrio probablemente instigada por Pirro. Mientras el monarca macedónico se dirigía en persona a acallar la rebelión, Pirro efectuó un movimiento diversivo invadiendo Tesalia, pero fue obligado a retirarse a Epiro ante las superiores fuerzas de Demetrio. En 290 a.C. Tebas capituló, dejando a Demetrio libertad para enfrentarse a Pirro y sus aliados etolios. Siguiendo esta estrategia, invadió Etolia en la primavera de 289 a.C. Tras arrasar los campos prácticamente sin oposición, marchó hacia Epiro, dejando a Pantauco con un poderoso destacamento a cargo de Etolia. Pirro avanzó a su encuentro, pero por una carretera diferente, de modo que Demetrio entró en Epiro y Pirro en Etolia casi al mismo tiempo.

Pantauco inmediatamente le ofreció batalla, durante la cual retó al rey a un combate uno contra uno. El reto fue inmediatamente aceptado por el joven, quien venció a Pantauco, pero cuando estuvo a punto de matarlo, este fue rescatado por sus guardaespaldas. Los macedonios, desanimados ante la caída de su líder, huyeron dejando a Pirro como dueño del campo de batalla. No obstante, esta victoria reportó más ventajas que las que parecerían obvias: los movimientos impetuosos y el atrevido arrojo del rey epirota recordaron a los veteranos del ejército macedonio al gran Alejandro, pavimentando así su camino al trono. Demetrio, mientras tanto, no encontró oposición en Epiro y durante la expedición conquistó también Córcira.

A la muerte de Antígono, Pirro, de acuerdo a la costumbre de los reyes de su edad, contrajo triple matrimonio para fortalecer sus lazos con los príncipes extranjeros. De estas esposas, una era una princesa peonia, otra iliria y la tercera Lanassa, hija de Agatocles de Siracusa, a quien concedió la isla de Córcira como dote. Pero Lanassa, ofendida ante la atención que Pirro dispensaba a sus esposas bárbaras, se retiró a su principado de Córcira y concedió su mano a Demetrio junto con la isla. Pirro regresó entonces a Epiro más enojado que nunca hacia Demetrio, quien se había retirado a Macedonia.

A comienzos de 288 a.C. Pirro aprovechó que Demetrio se encontraba gravemente enfermo. Avanzó tan lejos como Edesa sin encontrar oposición, pero por entonces Demetrio logró superar su enfermedad y colocarse a la cabeza de sus tropas para expulsar a su rival fuera del país. Sin embargo, dadas sus intenciones de recuperar los dominios de su padre en Asia, se apresuró a firmar la paz con Pirro para poder continuar con sus preparativos sin verse molestado. Sus viejos enemigos Seleuco, Ptolomeo y Lisímaco se unieron de nuevo en coalición contra él, y decidieron acabar con su poder en Europa antes de que cruzara el estrecho. Convencieron con facilidad a Pirro para que rompiera su reciente trato con Demetrio y se uniera a la coalición. De ese modo, en la primavera de 287 a.C., mientras Ptolomeo se presentaba con una poderosa flota ante las costas griegas, Lisímaco invadía las provincias superiores de Macedonia y Pirro las inferiores. Demetrio marchó primero contra Lisímaco, uno de los antiguos generales y compañeros de Alejandro Magno, pero alarmado ante el desánimo de sus tropas y temiendo que se pasaran al bando contrario, deshizo rápidamente sus pasos y se dirigió hacia Pirro, que había avanzado hasta Veria y establecido allí su cuartel general. Pirro se mostró un rival tan formidable como Lisímaco: la amabilidad con la que trataba a sus prisioneros, su condescendencia y afabilidad ganaron la voluntad de los habitantes de la ciudad. Así, cuando Demetrio se aproximaba, sus tropas desertaron en masa y juraron lealtad a Pirro. Demetrio fue obligado a huir de incógnito, dejando el reino a su rival. Pirro fue incapaz de asegurarse el control de toda Macedonia: Lisímaco reclamó su parte, y el reino fue dividido entre ellos. Pero Pirro no pudo mantener su porción durante mucho tiempo: los macedonios preferían el gobierno de su viejo general Lisímaco, y el joven rey fue expulsado, por lo que regresó a Epiro.

Expedición a Italia

Pirro se ausenta de su reino en 284 a.C. con destino desconocido, circunstancia que aprovecha Lisímaco para invadir Epiro y saquear el reino «hasta llegar a las tumbas reales». Durante los siguientes años Pirro parece haber reinado en silencio sin embarcarse en ninguna nueva empresa, pero una vida tan tranquila le resultaba insoportable y anhelaba nuevas acciones donde pudiera ganar gloria y expandir su reino.

En el otoño de 282 a.C., Tarento celebraba su festival en honor a Dioniso en su teatro al borde del mar, cuando sus habitantes vieron naves romanas entrando en el golfo, en concreto, diez trirremes que se dirigían hacia la guarnición romana de Turios en misión de observación, según el historiador Apiano. Los tarentinos, disgustados por la violación de parte de los romanos del tratado que prohibía su entrada en el golfo de Tarento, lanzaron su flota contra las naves romanas. Durante el combate, cuatro naves romanas fueron hundidas y una fue capturada. Después de este hecho, la armada y la flota tarentina atacaron la ciudad de Turios, restableciendo a los demócratas en el poder y persiguiendo a los aristócratas que se habían aliado con Roma. La guarnición romana fue expulsada de la ciudad y los romanos enviaron entonces una misión diplomática dirigida por Póstumo. Según Dion Casio, los embajadores romanos fueron recibidos con insultos y burlas de los tarentinos, e incluso un borracho orinó en la toga de Póstumo. Fue entonces cuando el embajador romano exclamó: «Reíros, reíros, su sangre lavará mi ropa». Sin embargo, Apiano da una versión más neutral del encuentro: los romanos exigieron la liberación de los prisioneros romanos (presentados como simples observadores), el retorno de los ciudadanos de Turios que habían sido expulsados de su ciudad, y que los indemnizaran por los daños causados. También exigieron la entrega de los autores de esos crímenes. Las reivindicaciones romanas, unidas al choque cultural (por ejemplo, los embajadores romanos hablaban mal el griego y sus togas divertían a los asistentes), causaron rechazo en la población tarentina. Por todo ello, las reivindicaciones romanas fueron rechazadas y Roma se sintió en su derecho de declarar una guerra justa a Tarento.

En 281 a.C. se presentó la oportunidad deseada por Pirro. Los tarentinos enviaron una embajada rogándole en nombre de todos los griegos italianos que cruzara el mar Jónico y luchara contra la joven Roma. Sólo le pidieron un general, bajo cuyo mando prometieron que pondrían a 150.000 infantes y 20.000 jinetes, ya que todas las naciones del sur de Italia se unirían bajo su estandarte. Esta oferta resultaba demasiado tentadora para rehusarla, pues hacía realidad uno de sus tempranos sueños: la conquista de Roma le llevaría posteriormente a la soberanía sobre Sicilia y África. Después, le sería posible regresar a Grecia con las fuerzas combinadas de estos países para derrotar a sus rivales y reinar como señor del mundo conocido. Además, se sentía en deuda con los tarentinos, pues le habían suministrado apoyo naval en la reconquista de Córcira. Prometió asistirlos, ignorando las palabras de su sabio y fiel consejero Cineas. Pero dado que no podía confiar el éxito de tal empresa al valor y fidelidad de las tropas italianas, empezó los preparativos para llevar un poderoso ejército con él. Estos preparativos le mantuvieron ocupado el resto del año y comienzos del siguiente. Los príncipes griegos hicieron todo lo que estaba en su mano para favorecer sus designios, contentos de mantener alejado a un vecino tan peligroso. Antígono II le proporcionó barcos, Antíoco dinero y Ptolomeo Cerauno tropas. Pirro dejó a su hijo Ptolomeo, de 15 años de edad, a cargo de su reino.

Guerras Pírricas

Antes de salir de Epiro, el rey tomó prestadas algunas falanges al nuevo rey de Macedonia, Ptolomeo Cerauno y pidió ayuda financiera y marítima a Antíoco I, rey de Siria y a Antígono II Gonatas. El rey de Egipto, Ptolomeo II, le prometió igualmente el envío de 4.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, junto con 20 elefantes de guerra. Parte de estas fuerzas deberían defender Epiro en ausencia de Pirro. También reclutó una gran cantidad de soldados griegos, incluidos arqueros rodanos y caballería de Tesalia.

En primavera de 280 a.C., el ejército griego embarcó hacia las costas italianas y envió a Tarento una vanguardia de 3.000 hombres mandada por Cineas; luego trasladó en barco a 20.000 soldados de infantería, 3.000 caballos, 20 elefantes de guerra, 2.000 arqueros y 500 honderos, logrando así un ejército de 25.000 hombres. Tal era su impaciencia por llegar a Tarento y comenzar las acciones militares, que levó anclas antes de que finalizara la estación de las tormentas. Apenas había embarcado cuando estalló una violenta tempestad que dispersó la flota. Su propia vida corrió peligro, y llegó a Tarento con apenas una pequeña porción del ejército. Después de un tiempo, los dispersos navíos empezaron a hacer aparición. Tras reunir las tropas, inició los preparativos para la guerra. Los habitantes de Tarento eran gente licenciosa, poco acostumbrada a los rigores de la guerra y reacia a soportar duras privaciones. Así, intentaron evitar alistarse en el ejército y comenzaron a quejarse en las asambleas públicas de las exigencias de Pirro y de la conducta de sus tropas. Pero el epirota les trataba más como si fuera su rey que su aliado: cerró el teatro y el resto de los lugares públicos y obligó a los jóvenes a servir en su ejército.

Los romanos, prevenidos de la llegada inminente de las huestes epirotas, decidieron movilizar ocho legiones con sus respectivos auxiliares. Estas sumaban 80.000 soldados divididos en cuatro ejércitos. El primer ejército, comandado por Lucio Emilio Bárbula y acantonado en Venusia, tenía órdenes de mantener ocupados a los samnitas y lucanos, con el fin de que no pudieran unirse al ejército principal. El segundo tenía el deber de proteger Roma. El tercero, bajo el mando del cónsul Tiberio Coruncanio, fue enviado a combatir a los etruscos para impedir una alianza de éstos con las ciudades griegas. El cuarto, bajo el mando del otro cónsul Valerio Levino, fue enviado a atacar Tarento y asolar Lucania, con la intención de separar a las tropas griegas de las colonias de Brucia.

En el 281 a.C., bajo el liderazgo Lucio Emilio Bárbula, las legiones romanas entraron en Tarento y saquearon la ciudad, a pesar de que esta había recibido refuerzos samnitas y mesapios. Después de su derrota, los griegos eligieron al aristócrata Agis para solicitar una tregua e iniciar las conversaciones con Roma. Estas negociaciones se rompieron al desembarcar la avanzadilla griega enviada por Pirro en la primavera de 280 a.C. compuesta por unos 3.000 soldados epirotas, comandados por Milo de Tarento. Tras el reinicio de las hostilidades, el cónsul romano Bárbula fue obligado a huir bajo la presión de las naves griegas.

Batalla de Heraclea

Pirro decidió no marchar inmediatamente sobre Roma porque deseaba obtener previamente el apoyo de sus aliados de la Magna Grecia. Durante este tiempo, el cónsul Lavinio asolaba Lucania para impedir a los lucanos y los brucios unirse a Pirro. Comprendiendo que los refuerzos tardarían en llegar, Pirro decidió aguardar a los romanos en una llanura cercana al río Siris, situada entre las ciudades de Heraclea y de Pandosia. En ese lugar tomó posición y decidió esperar, confiando en que la dificultad de los romanos para vadear el río le daría tiempo para que sus aliados se le unieran.

Antes de entablar el combate, el rey envió a sus diplomáticos al cónsul romano Lavinio, con el fin de proponer su arbitraje en el conflicto entre Roma y las poblaciones del sur de Italia, prometiendo que sus aliados respetarían su decisión si los romanos lo aceptaban como árbitro. De este modo escribió al cónsul ofreciéndole mediar entre Roma y éstos. Pero el desconocimiento de su enemigo y quizá la imprudencia le llevaron a escribir palabras demasiado orgullosas que fueron respondidas en un tono de desaire por el cónsul Levino:

«En cuanto a nosotros, acostumbramos castigar a nuestros enemigos no con palabras, sino con actos. No te convertiremos en juez de nuestros problemas con los tarentinos, samnitas o el resto de nuestros rivales, y tampoco te aceptaremos como garante para el pago de cualquier indemnización, sino que decidiremos el resultado con nuestras propias armas y fijaremos los castigos que nosotros deseemos. Ahora que estás avisado, prepárate, no para ser nuestro juez, sino nuestro oponente.»

Los romanos instalaron su campamento en la llanura situada en la orilla norte del río Siris. Valerio Levino disponía de entre 30.000 y 35.000 soldados bajo su mando, entre los que se encontraban una gran cantidad de jinetes. El número de tropas de Pirro que se dejaron en Tarento no se conoce, pero se sabe, gracias a Plutarco, que había entre 25.000 y 30.000 soldados griegos en Heraclea, por lo que éstos disponían de menos efectivos que los romanos. Las falanges griegas tomaron posición sobre la orilla sur del río Siris.

Al amanecer, los romanos comenzaron a atravesar el río y la caballería empezó a atacar los flancos de los exploradores griegos y su infantería ligera, que fueron forzados a huir. Tan pronto se supo que los romanos habían cruzado el río, se ordenó a la caballería macedónica y tesalia atacar a la caballería romana. La infantería helena, compuesta por peltastas, arqueros e infantería pesada, comenzó a ponerse en marcha. La caballería de la vanguardia griega consiguió desorganizar las tropas romanas y provocar su retirada.

Durante el enfrentamiento, Oblaco Volsinio, jefe de un destacamento auxiliar de la caballería romana, reparó en Pirro gracias a que el general epirota llevaba armadura, equipamientos y armas propias de un rey. Oblaco le siguió en sus desplazamientos y al final consiguió herirlo, pero poco después fue muerto a manos de la guardia personal del rey. El comandante heleno, para evitar constituir un blanco demasiado expuesto, le confió sus armas a Megacles, uno de sus oficiales.

Las falanges atacaron varias veces, pero todos sus ataques eran respondidos por contraofensivas romanas. Aunque las tropas griegas lograron romper las primeras líneas, no podían combatir contra ellas sin romper su formación, pues se habrían arriesgado a dejar sus flancos expuestos a una peligrosa contraofensiva romana. Durante estos combates sin claro vencedor, Megacles, al que los romanos tomaron por Pirro, fue asesinado y en el campo de batalla se difundió la noticia de que el rey había muerto, lo que trajo la desmoralización del bando griego y la elevación de la moral romana. Para evitar una debacle, el rey tuvo que recorrer las filas griegas a cara descubierta para convencer a sus hombres de que todavía seguía vivo. En ese momento decidió enviar a sus elefantes de guerra; estos ingresaron al campo de batalla cargando contra todo a su paso. Los romanos se asustaron y la desesperación alcanzó incluso a sus caballos, que no pudieron continuar el ataque contra el ejército griego. La caballería epirota atacó en ese momento los flancos de la infantería romana, la cual huyó, permitiendo a los griegos apoderarse del campamento romano. En las batallas antiguas, el abandono del campamento por el adversario significaba una derrota total pues suponía abandonar todo: material, animales de carga, vituallas y equipaje individual. La batalla había durado un día completo, y fue probablemente la llegada del anochecer lo que salvó al ejército romano de una destrucción completa. Aquellos que escaparon buscaron refugio en una ciudad cercana.

Después de su victoria, el rey griego observó que los soldados romanos habían sido matados de frente, y pronunció: «Con tales hombres, habría podido conquistar el universo». El general griego propuso a los presos romanos unirse a su ejército, como se hacía en Oriente con los contingentes mercenarios, pero éstos se negaron. El número de bajas de ambos ejércitos varía según las fuentes, pero las pérdidas de Pirro, aun inferiores a las romanas, fueron bastante considerables y una gran proporción de sus oficiales y mejores tropas habían caído. Se dice que, mientras contemplaba el campo de batalla, Pirro dijo: «Otra victoria como esta, y estoy perdido»

Acabada la batalla, después de haber sido saqueado el campamento romano, los refuerzos que venían de Lucania y de Samnio se unieron al ejército vencedor. Muchas ciudades griegas también se unieron a Pirro. Un claro ejemplo fue Locros, que entregó la guarnición romana de la ciudad. En Rhegium, última posición de la costa meridional italiana controlada por Roma, el pretor campanio y comandante de la guarnición Decio Vibulo desertó y se proclamó Administrador, masacrando a una parte de los habitantes y persiguiendo a otros, amotinándose así contra la autoridad romana.

Pero su victoria había sido costosa, y la experiencia de la última batalla le enseñó las dificultades que podía encontrarse en su objetivo de conquistar Roma. Así pues, envió a su ministro Cineas con propuestas de paz mientras él reunía las fuerzas de sus aliados y marchaba lentamente hacia la Italia central. Los términos que ofreció en su propuesta fueron los de un conquistador: los romanos debían reconocer la independencia de los italiotas, restaurar a samnitas, lucanos, apulios y brucios todas las posesiones perdidas en la guerra, y Roma debía firmar la paz con él y con Tarento.

Tan pronto como se acordara el tratado de paz en estos términos, el epirota devolvería todos los prisioneros romanos sin rescate alguno. Cineas, cuya persuasiva elocuencia se dice que ganó más ciudades para Pirro que sus ejércitos, no reparó en medios para asegurar el favor de los romanos hacia su rey e inducirles a aceptar la paz. Las perspectivas de la república parecían tan oscuras que muchos senadores consideraron prudente acceder a las demandas de Pirro, y probablemente esto habrían hecho de no ser por el discurso patriótico del anciano censor Apio Claudio Ceco, quien convenció al senado de rechazar la idea de rendición y expulsó a Cineas de Roma ese mismo día.