Mesenia

Segunda Guerra del Peloponeso (Tercera Parte)

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El final de Platea

En 427 a.C. la ciudad de Platea llevaba dos años bajo asedio. Aliada de Atenas, esta era una espina clavada en el corazón de la Liga Beocia, liderada por Tebas. Con el objetivo de darle fin al conflicto, un ejército formado por Esparta y sus aliados marchó hacia la ciudad. Platea había sido evacuada y para ese momento contaba solamente con 225 defensores (de los cuales 25 eran atenienses) y 110 mujeres como auxiliares. La ciudad fue destruida, los defensores ejecutados, las mujeres esclavizadas y las tierras y comunidades pequeñas que dependían de ella fueron anexionadas por los tebanos, que vieron su poder político y económico incrementado dentro de la confederación

Guerra Civil de Córcira

La Guerra civil que estalló en Córcira representó el primer incidente de consecuencias dramáticas para la política interna de una ciudad como consecuencia de la intromisión de dos potencias que se disputaban la hegemonía. Mientras que el partido popular se inclinaba por Atenas, el partido aristocrático era favorable a Corinto (aliada de Esparta). Este ultimo acusó a Pitias, jefe del partido popular, de querer hacer a Corcira esclava de Atenas. Pero este fue absuelto y demandó por su parte a los cinco miembros más ricos del partido aristocrático por sacrilegio, aduciendo que habían cortado rodrigones del santuario de Zeus y Alcínoo. Estos fueron condenados y obligados a pagar una multa tan grande que acudieron a los templos como suplicantes para que les permitieran pagar a plazos. Pitias, que era un personaje bastante influyente del Consejo, insistió para que la multa fuera pagada. Los aristócratas, sin escapatoria ante la ley, se reunieron y empuñando sus puñales irrumpieron de repente en la sede del Consejo, donde mataron a Pitias y otros senadores. Los partidarios restantes, que eran muy pocos, se refugiaron en un trirreme ateniense.

Los aristócratas convocaron la Asamblea de los ciudadanos, a la que hicieron votar la neutralidad de la ciudad en la guerra. Un trirreme corintio que transportaba a emisarios de Esparta atracó en Córcira y poco tiempo después, el partido aristocrático lanzó un nuevo ataque contra el democrático, el cual resultó vencido. Al día siguiente tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en el que vencieron los demócratas. Para evitar la toma del arsenal, los aristócratas incendiaron los edificios en torno al ágora.

El estratego ateniense Nicóstrato llegó la jornada siguiente con 12 barcos y 500 hoplitas mesenios. Obligó a los diferentes partidos a aceptar su arbitraje, pero los aristócratas responsables de la rebelión huyeron antes de poder ser juzgados por sus actos, y una amnistía fue declarada para el resto. Los demócratas pensaron que podrían deshacerse de sus adversarios políticos entregándoselos a Nicóstrato, pero antes de embarcar, los aristócratas, que eran cerca de cuatrocientos, se refugiaron en los templos de los Dioscuros y de Hera. Luego fueron persuadidos a partir y exiliados en un islote situado enfrente del templo de la diosa.

Cuatro o cinco días después se presentó, bajo el mando de Álcidas, una flota peloponesia de 53 naves. Corcira poseía la tercera mayor flota de la época, que de caer en manos de los peloponesios inclinaría la balanza del equilibrio naval. Además, la isla tenía un gran valor estratégico por su localización en la ruta marítima a la península itálica y Sicilia, a donde Atenas envió ese mismo año su primera expedición para cortar el aprovisionamiento de grano al Peloponeso y la probabilidad de hacerse con el control de la isla.

Ante la amenaza, Córcira se aprestó a equipar 70 trirremes con urgencia y a medida que estaban listos los enviaban contra el adversario, ignorando el pedido ateniense de enviarlos todos juntos detrás de sus naves. Llegaron frente a los navíos enemigos en formación abierta y sin ningún orden. En ese momento los peloponesios enviaron veinte naves contra los corcirenses y el resto contra los doce barcos atenienses, quienes temiendo ser cercados por la multitud de barcos enemigos, se pusieron en formación de caracol procurando desconcertarlos. Viendo lo que estaba sucediendo, las veinte naves peloponesias que habían ido contra la flota corcirense, acudieron en socorro de sus compañeros temiendo que les ocurriera lo mismo que les había sucedido en la pasada batalla de Naupacto. Una vez reunidos, los trirremes peloponesios lanzaron un ataque coordinado contra los atenienses, quienes empezaron a retirarse lentamente para atraer sobre ellos el ataque de la formación enemiga con el fin de que las naves corcirenses pudieran ponerse a salvo. Los atenienses no pudieron impedir la derrota de los corcirenses que se batieron en retirada, después de haber perdido trece navíos.

Los partidarios aristócratas fueron repatriados del islote para que no pudieran ser socorridos por la flota peloponesia. Demócratas y aristócratas negociaron entonces la reconciliación. Se trataba, para todos, de defender la ciudad como principal prioridad. Los aristócratas aceptaron servir a bordo de las naves de guerra. Córcira se preparó para un asedio, pero no fue atacada. Los peloponesios se contentaron con asolar el Cabo Leucimna y después se replegaron. Llegaron entonces sesenta barcos atenienses de refuerzo. Los demócratas masacraron a todos los aristócratas que se habían quedado en tierra. Los que se habían refugiado en los templos fueron convencidos para que salieran, y fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos prefirieron suicidarse. Los supervivientes, cerca de 500, se adueñaron de los territorios continentales, desde donde empezaron a hacer incursiones contra la isla. Causaron tantos estragos que el hambre se apoderó de la ciudad. Como no consiguieron convencer ni a Corinto ni a Esparta de que les prestaran ayuda, reclutaron mercenarios. Quemaron sus naves para no poder retroceder y se instalaron en el monte Istone, desde el cual reemprendieron las incursiones y rápidamente tomaron el control de los campos.

En 425 a. C., Atenas envió una flota para ayudar a sus partidarios en Córcira con la idea de asegurar la ruta hacia Sicilia. Los demócratas, auxiliados por hoplitas atenienses y encabezados por los estrategos Eurimedonte y Sófocles, ocuparon la fortificación desde la que los aristócratas hostigaban a sus rivales políticos, y concluyeron un acuerdo por el que los mercenarios debían entregarse y los oligarcas correrían la suerte que decidiera el pueblo ateniense. Temiendo que los tribunales de Atenas no condenaran a muerte a sus enemigos, los demócratas convencieron a los aristócratas de que intentaran fugarse, de esta manera se rompería el acuerdo con Atenas, y como los estrategos atenienses debían continuar hacia Sicilia, no les importó deshacerse de los prisioneros. Los demócratas masacraron salvajemente a sus enemigos y vendieron a las mujeres como esclavas. La guerra civil llegó así a su final, con la desaparición casi completa del partido pro-Corinto (aliada de Esparta).

Tanagra y la Campaña de Etolia

Durante el verano de 426 a. C., Atenas, que ya había eliminado la amenaza inmediata a su seguridad al reprimir la revuelta de Mitilene el año anterior, tomó una posición más agresiva que en las campañas previas. La isla de Milo rehusaba a unirse a la Liga de Delos, por lo que los atenienses enviaron a la ciudad una flota de 60 trirremes y 2000 hoplitas, con el strategos Nicias al mando. Si bien los atenienses pudieron saquear la isla, no lograron conquistarla, por lo que siguieron hacia Oropo, una polis de la costa de Beocia. Los hoplitas desembarcaron y marcharon hacia Tanagra, donde se unieron al cuerpo principal del ejército ateniense, comandado por Hipónico y Eurimedonte. Después de saquear la zona se enfrentaron a un ejército compuesto de tanagreos y tebanos en la batalla de Tanagra, en la cual salieron victoriosos.

Mientras tanto,  Demóstenes y Procles, con una flota de 30 trirremes, zarparon para circunnavegar el Peloponeso, el golfo de Corinto y la zona noroeste de Grecia. Al llegar a su destino, esta fuerza ateniense relativamente pequeña aumentó sustancialmente con la adición de hoplitas mesenios de Naupacto, 15 trirremes de Córcira, un gran número de soldados acarnianos, y varios contingentes provenientes de distintos aliados de la región. Con esta fuerza formidable, Demóstenes destruyó una guarnición de tropas de Leucade y después atacó y bloqueó a la ciudad. Esta era una importante ciudad peloponesia en la zona, y los acarnianos apoyaron con entusiasmo el sitio y la toma de la misma. Sin embargo, Demóstenes optó por seguir el consejo de los mesenios, quienes deseaban atacar y someter a las tríbus etolias que, según aseveraban, amenazaban Naupacto.

Los historiadores indican que Demóstenes tomó esta decisión en parte para complacer a sus aliados mesenios, pero también afirman que deseaba atravesar Etolia, incrementando su ejército sobre la marcha sumando los hombres de Fócida, y atacar Beocia desde el oeste ya que estaba menos protegida. Además, como al mismo tiempo Nicias realizaba operaciones en la zona oriental de Beocia, Demóstenes podría haber tenido en cuenta la posibilidad de obligar a los beocios a combatir en dos frentes. Sin embargo, su ejército disminuyó considerablemente debido a la partida de varios contingentes importantes; los acarnanios, molestos por el menosprecio con que había sido tratada su idea de tomar Léucade, y los navíos corcireos, aparentemente por falta de voluntad en participar en una operación que no les ofrecía ningún beneficio directo

Si Demóstenes se vio afectado por tales rupturas dentro de su coalición, no lo demostró con sus acciones inmediatas. Luego de establecer una base en la ciudad de Eneón en Lócrida, comenzó a avanzar sobre Etolia. Su ejército marchó sin obstáculos durante tres días hasta llegar al pueblo de Tiquio. Allí Demóstenes hizo un alto, mientras el botín que había sido capturado hasta entonces era transportado de regreso a su base de Eupalio. Algunos historiadores modernos también sugieren que las unidades locrias con las que tenía planificado encontrarse debían reunirse con él en Tiquio o antes, y que el retraso de Demóstenes en continuar su marcha se debió en parte a su preocupación porque estas fuerzas no llegaban. Los locrios llevaban a cabo un estilo de guerra similar al de sus vecinos etolios y pudieron haber provisto a Demóstenes de hábiles lanzadores de jabalinas; pero en su ausencia, el ejército de los atenienses era muy deficitario en unidades ligeras de armas arrojadizas, mientras que en este aspecto sus oponentes eran más fuertes.

No obstante, Demóstenes siguió adelante. Su confianza estaba reforzada por los mesenios, quienes le aseguraron que el elemento sorpresa garantizaba el éxito siempre y cuando continuase atacando antes que los etolios tuvieran la oportunidad de combinar sus fuerzas. Pero el consejo llegó tarde; los etolios conocían los planes de Demóstenes desde antes que llegara y ya habían reunido un ejército considerable. Los atenienses avanzaron hacia el pueblo de Egitio, al que capturaron con facilidad, pero no pudieron seguir adelante. Los habitantes de la ciudad retrocedieron a las colinas que circundaban el pueblo para unirse al ejército etolio, y de pronto Demóstenes y sus fuerzas se encontraron bajo asalto desde la superficie elevada. Trasladándose con relativa sencillez en el difícil terreno, los lanzadores de jabalinas etolios conseguían descargar sus armas y retirarse antes que los sobrecargados hoplitas atenienses pudiesen alcanzarlos. Sin los locrios, Demóstenes solamente podía emplear un contingente de arqueros para mantener a raya a los atacantes. Cuando el capitán de los arqueros fue muerto, sus hombres huyeron y el resto del ejército los siguió al poco tiempo. A continuación se produjo un baño de sangre; Procles (el comandante de Demóstenes) y el guía mesenio murieron. Sin líderes, los soldados se dirigían a cañones sin salida o se perdían en el campo de batalla, mientras que los veloces etolios iban tras ellos abatiéndolos; el mayor contingente que huyó se perdió en un bosque al que los etolios prendieron fuego.

De los 300 atenienses que marchaban con Demóstenes, 120 fueron muertos; se desconoce la cantidad de bajas entre los aliados, pero se presume que fue una proporción similar. Semejantes pérdidas eran exorbitantes si se las compara con el número habitual de bajas de una batalla de hoplitas, en la que una tasa de víctimas superior al 10% era inusual.

Luego de regresar a Naupacto, los atenienses navegaron rumbo a casa dejando atrás una situación estrategicamente precaria y un comandante cuya reputación se tambaleaba con gravedad. Los etolios, animados por su victoria, comenzaban a preparar una ofensiva contra Naupacto, y Demóstenes estaba tan preocupado por cómo lo recibirían en Atenas (donde la asamblea tenía la reputación de tratar con dureza a los generales en desgracia) que decidió no volver junto con su flota. Sin embargo, en los meses siguientes, la situación volvería a estabilizarse.

Batalla de Olpas

Ese mismo año, 3000 hoplitas de Ambracia invadieron Argos Anfiloquia en Acarnania, situada en un golfo del mar Jónico y tomaron la fortaleza de Olpas. Los acarnanios pidieron ayuda al general ateniense Demóstenes y a 20 trirremes atenienses que estaban situadas cerca. Los ambraciotas pidieron ayuda a Euríloco de Esparta, quien se las arregló para sobrepasar a los acarnanios con su ejército sin ser visto. Después de esto, Demóstenes llegó al golfo de Arta, al sur de Olpas, con sus barcos, hoplitas y arqueros. Se unió con el ejército acarnanio y estableció un campamento enfrente de Euríloco, donde ambas partes realizaron preparativos durante cinco días. Como los ambraciotas y los peloponesios tenían un ejército mayor, Demóstenes preparó una emboscada con 400 hoplitas de Acarnania para que entraran en acción cuando la batalla comenzara.

Demóstenes formó el flanco derecho del ejército con tropas atenienses y mesenias, mientras que el centro y el flanco izquierdo estaba formado por anfílocos y acarnanios. Euríloco se situó en el flanco izquierdo de su ejército, encarando directamente a Demóstenes. Cuando estaba a punto de rodear a los acarnanios, empezó la emboscada; el pánico invadió sus tropas y Euríloco fue asesinado. Los ambraciotas derrotaron al flanco izquierdo de los acarnanios y anfílocos y los persigueron hasta Argos, pero fueron derrotados por el resto de los acarnanios cuando regresaban. Demóstenes perdió alrededor de 300 hombres, pero logró salir victorioso cuando la batalla finalizó esa noche.

Al día siguiente, Menedao, que había tomado el control cuando Euríloco murió, intentó llegar a un acuerdo con Demóstenes, quien sólo permitió escapar a los líderes del ejército. De todas formas, algunos de los ambraciotas intentaron partir con Menedao pero fueron alcanzados por los acarnanios, que permitieron a Menedao escapar según lo prometido y mataron al resto.

Demóstenes vio que había un segundo ejército de Ambracia marchando hacia Olpas. Estos ambraciotas acamparon en el camino hacia la fortaleza de Idomene, sin conocimiento de la derrota del día anterior. Demóstenes los sorprendió por la noche haciéndose pasar por otro ejército ambraciota y mató a la mayor parte de ellos; el resto escapó a las colinas o hacia el mar, donde fueron capturados por los barcos atenienses. Aunque Demóstenes podía haber conquistado fácilmente Ambracia, no lo hizo, y los acarnanios y ambraciotas firmaron un tratado de paz de 100 años con ellos

Batalla de Pilos

En medio de los éxitos y fracasos de cada uno, la guerra iba a tomar un sesgo nuevo e inesperado favorable a Atenas. Esta decidió llevar a cabo una intensa actividad naval en el Mar Jónico con el fin de atacar a los aliados de Esparta y con la pretensión de extender su hegemonía a Sicilia y Magna Grecia. Atenas destacó allí su flota con dos objetivos concretos: aislar al Peloponeso de las ricas colonias de Italia y Sicilia, en especial de Siracusa, e imponer su hegemonía política sobre las colonias griegas de Occidente. La intervención se apoyó en las viejas rivalidades que venían enfrentando secularmente a los griegos de estas colonias.

Desde mucho tiempo antes, Siracusa amenazaba a Segesta, Leontino y Regio, por lo que Pericles había pactado con ellas en contra de Siracusa y sus aliados (Gela, Selinunte, Hímera y Locri). Al mando de Laques hicieron aparición 40 naves que regresaron a Atenas sin ningún éxito real, debido a que los griegos de Sicilia acordaron firmar la paz entre sí al adivinar las intenciones anexionistas de Atenas. Pero la ekklesía (asamblea) ateniense, obedeciendo a dirigentes belicistas y megalómanos, condenó al exilio a los tres estrategos de la escuadra y les acusó de haber sido corrompidos para renunciar a la conquista.

En el verano de 425 a.C., una flota ateniense comandada por los generales Eurimedonte y Sófocles, con Demóstenes como asesor, partió de Atenas. Si bien Demóstenes no desempeñaba ningún cargo oficial en el momento, había sido electo como estratego y los dos generales habían sido instruidos para que le permitieran utilizar la flota alrededor del Peloponeso si lo deseaba. Una vez en el mar, Demóstenes reveló el plan que previamente había mantenido en secreto; su deseo era fortificar Pilos, que él creía era un sitio particularmente prometedor para un puesto de avanzada ya que estaba a una buena distancia a marcha de Esparta y poseía un excelente puerto natural en la bahía de Navarino. De esta manera podría poner el pie en el Peloponeso y alentar una rebelión de los hilotas

Los dos generales rechazaron su plan, pero Demóstenes tuvo un golpe de suerte cuando una tormenta condujo a la flota a la orilla de Pilos. Incluso entonces los generales se negaron a ordenar la fortificación del promontorio, y también fue rechazado de manera similar cuando intentó apelar directamente a las tropas y comandantes subordinados. Sólo cuando el aburrimiento de la espera de la tormenta se sobrepuso, los atenienses se pusieron a trabajar. Las fortificaciones fueron acabadas en seis días y la flota zarpó hacia Corcira, donde una flota espartana de 60 barcos los esperaba, dejando Demóstenes con cinco naves y sus complementos de marineros y soldados para defender el nuevo fuerte.

El gobierno espartano fue inicialmente indiferente a la presencia de los atenienses en Pilos, en el supuesto de que pronto partirían. Una vez que los planes de Demóstenes quedaron en claro, el rey Agis, que estaba a la cabeza de un ejército que asolaba el Ática, se dirigió hacia allí. Demóstenes anticipó las acciones espartanas y envió dos de sus barcos a llamar a la flota ateniense. El puerto de Pilos estaba en una gran bahía cuya entrada estaba casi completamente bloqueada por la isla de Esfacteria: no existía más que un paso estrecho por cada lado de la isla para entrar en la bahía. Los espartanos tenían previsto bloquear por tierra y mar la fortaleza de Pilos, y controlar las dos entradas del puerto a fin de impedir a la flota ateniense entrar y desembarcar en la isla. El espartano Epitadas y una tropa de 440 hoplitas fueron desembarcados en Esfacteria, mientras que el resto del ejército espartano se preparaba para tomar al asalto las fortificaciones atenienses de Pilos. Si el primer ataque fracasaba, se verían obligados a preparar un largo asedio. Demóstenes disponía de pocos hoplitas y la mayoría de sus tropas eran marinos desarmados de las trirremes restantes. Apostó sesenta hoplitas en el punto más débil de las fortificaciones de la plaza pensando que los espartanos querrían desembarcar allí. El resto de sus tropas estaba en las murallas, tierra adentro.

Los espartanos asaltaron las fortificaciones por tierra y mar. El ataque por mar sucedió exactamente donde Demóstenes había previsto. Por las condiciones del terreno, el desembarco era complicado, y si bien los espartanos acercaron a la playa todos los trirremes que pudieron, entre la costa rocosa y los atenienses protegiéndola, no pudieron romper las defensas. Luego de un día y medio, los espartanos se resignaron y enviaron a sus barcos a buscar madera para construir armas de asedio.

En el día después del cese de los ataques, llegó el resto de la flota ateniense desde Zante. Como era demasiado tarde para atacar, pasaron la noche en una isla cercana con el objetivo de atraer a los espartanos a una batalla en mar abierto, pero no funcionó. Al día siguiente, los atenienses navegaron en ambos accesos al puerto, que los espartanos habían fallado en proteger, y rápidamente derrotaron a la flota espartana, que pensaba que la estrechez de la bahía compensaría las mayores cualidades marinas de los atenienses (se ha sugerido que el fracaso de los espartanos para bloquear las entradas indica que no podían hacerlo, y que su plan era por lo tanto fatalmente defectuoso desde el principio). La persecusión fue limitada por el tamaño de la bahía, pero los atenienses lograron capturar algunas trirremes en el mar. Al final de la batalla, los atenienses controlaban el puerto y eran capaces de navegar libremente por la isla de Esfacteria, donde aún estaban los hoplitas espartanos totalmente aislados. Las naves atenienses establecieron una vigilancia cercana para impedir que huyeran. Los espartanos, incapaces de organizar una expedición de socorro para sus tropas, pidieron un armisticio y enviaron embajadores a Atenas a fin de negociar el regreso de la guarnición de la isla. Los atenienses permanecieron 72 días en Pilos, periodo durante el cual los embajadores fracasaron en conseguir la paz, por lo que otra batalla era inminente.

Batalla de Esfacteria

Para obtener el derecho de aprovisionar a las tropas de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón hizo encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara, Trecén y Acaya. Los espartanos no aceptaron las condiciones atenienses y llegaron a abastecer a Esfacteria con la ayuda de nadadores. Cleón, desafiado por sus conciudadanos para lograr la victoria, se unió a Demóstenes llevando con él un contingente de peltastas y de arqueros, jactándose de que lograría la victoria en veinte días.

Demóstenes examinó la isla y descubrió que solamente treinta espartanos vigilaban la parte sur. Durante la noche, desembarcó con 800 hoplitas que sigilosamente fueron rodeando el campamento. Los espartanos, creyendo que los barcos atenienses que estaban merodeando cerca suyo estaban siguiendo su ruta de vigilancia habitual, fueron atrapados desprevenidos y luego masacrados.

El resto de las tropas desembarcaron antes del alba. Los hoplitas espartanos no podían entablar batalla contra los hoplitas atenienses por temor a que los peltastas enemigos atacaran sus flancos y su retaguardia. Este tipo de soldado, que no portaba ni armadura ni escudos pesados, podía esquivar fácilmente la carga de los hoplitas. Éstos eran hostigados sin descanso bajo una lluvia de proyectiles de hondas, de flechas y de jabalinas, todos lanzados desde menos de 50 metros. Su comandante, Epitadas, fue asesinado y su segundo, Estifón, fue herido.

Los espartanos se retiraron a un fuerte abandonado que utilizaban como puesto avanzado. Un comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un acantilado y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados, estos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los cuales 120 eran espartiatas. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.

Los acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: por primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir. Una grave crisis sacudió la ciudad, y desmoralizada, condujo a la matanza de 20.000 esclavos hilotas. La presencia de una guarnición formada por mesenios de Naupacto y atenienses en Pilos ponía en peligro el conjunto del territorio mesenio, obligando a Esparta a inmovilizar tropas en la región. Al final, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria si los espartanos no suspendían sus invasiones anuales al Ática.

La batalla demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los espartanos fueron vencidos sin que los hoplitas entraran en combate. El tiempo que estuvieron aislados en la isla fue de 72 días en total. La victoria final en Esfacteria tuvo lugar el 10 de agosto de 425 a. C.

 

Segunda Guerra del Peloponeso (Segunda Parte)

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A la primera parte de la segunda Guerra del Peloponeso se la conoce como Guerra Arquidámica, esta comprende desde su estallido en 431 a.C. hasta la Paz de Nicias en 421 a.C. Su nombre deriva del rey de Esparta, Arquídamo II, quien pese a no ser un entusiasta de la guerra, dirigió las invasiones peloponesias al Ática hasta su muerte en 427 a.C.

Esparta y sus aliados, a excepción de Corinto, eran dominios con base predominante en tierra, capaces de convocar grandes ejércitos prácticamente invencibles gracias a las legendarias fuerzas espartanas. El Imperio Ateniense, pese a tener base terrestre en la península del Ática, se extendía a través de las islas del mar Egeo y obtenía su riqueza a partir de los tributos que estas pagaban, por lo que mantenía su imperio por medio de su poderío naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar una batalla decisiva entre sí.

Comienzo de la Guerra

Las acciones bélicas empezaron con el ataque de Tebas contra la ciudad de Platea, aliada de Atenas y hostil a la supremacía tebana en la Liga Beocia. En la primavera de 431 a.C., los tebanos, ayudados desde el interior de Platea por una facción pro-tebana, intentaron apoderarse de la ciudad por sorpresa. La tentativa fracasó, pero los platenses, asustados, mataron a los 330 prisioneros tebanos que se habían infiltrado en la ciudad y despertaron la furia de los beocios. Aunque la agresión tebana a un aliado ateniense abría tácitamente las hostilidades, el inicio «oficial» de la contienda no llegó hasta mayo, con la invasión peloponésica del Ática encabezada por el rey Arquídamo II.

La estrategia espartana durante este período consistía en invadir antes de la cosecha el territorio que rodeaba a Atenas para arrasar sus tierras y obligarla a presentar batalla en campo abierto, pero como los atenienses conservaban su acceso al mar, el impacto del asedio era menor. Muchos de los pobladores abandonaron sus granjas y se trasladaron dentro de los Muros Largos que conectaban Atenas con su puerto de El Pireo. Los espartanos ocupaban el Ática durante períodos intermitentes siguiendo la tradición del sistema hoplítico condicionados por las provisiones que llevaban consigo, por lo que no permanecían el tiempo suficiente como para causar daños irreparables. Además, los espartanos necesitaban mantener el control sobre sus esclavos, quienes no podían quedar sin supervisión por períodos prolongados. La invasión espartana más extensa, en 430 a.C., duró apenas cuarenta días.

En estos primeros años Atenas desplegó una intensa actividad militar que se manifestó, entre otros hechos, en invadir la región vecina de Megáride, expulsando a los eginetas de su propia isla para establecer en ella colonos, quienes, en virtud de un pacto entre Atenas y Esparta, se establecieron en la región de Tirea. También se lanzaron al control absoluto del Golfo de Corinto y de la ruta marítima al mediterráneo occidental.  Pericles aconsejaba a los atenienses evitar la batalla en terreno abierto contra los numerosos y bien entrenados hoplitas y depender de su flota. En el año 431 a.C., conforme a sus posibilidades y planes estratégicos, Pericles envió una escuadra de cien trirremes contra las costas del Peloponeso, que si bien fracasó en Metone (en la costa occidental de Mesenia y defendida por el brillante general espartano Brásidas), tuvo éxito en Élide.

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El noroeste continental griego fue un importante teatro de operaciones, región en la que Atenas, con la ayuda de sus aliados acarnanios, intentó eliminar la influencia corintia. Ese mismo año las 100 naves que habían circunnavegado el Peloponeso se apoderaron de la colonia corintia de Solio, y ganaron por medios diplomáticos la isla de Cefalonia.

En la primavera de 430 a.C., 4000 hoplitas y 300 caballeros a bordo de 150 naves de transporte atenienes y aliadas, arrasaron la campiña de Epidauro e intentaron un asalto sobre la ciudad. Si bien este fracasó, lograron devastar los campos de Trecén, Halias y Hermíone, ciudades situadas en la península de Acté, en el noroeste de la península peloponesia. Esta expedición terminó con la conquista y saqueo de Prasias. La devastación de estas tres ciudades, además de minar la moral espartana, constituyó una llamada de atención a Argos para que abandonase su neutralidad y encabezara la oposición a Esparta en el Peloponeso. Por otra parte, Prasias, situada al sur de Cinuria, era un punto caliente del ancestral conflicto entre espartanos y argivos por la posesión de esta región fronteriza entre Laconia y la Argólida, querella que se recrudeció cuando los espartanos asentaron allí a los eginetas expulsados de su isla por los atenienses.

En el verano del mismo año se produjo un intento de acercamiento diplomático de Esparta a Persia mediante el envío de una embajada que tenía como principal misión lograr el apoyo financiero del Gran Rey a la Liga del Peloponeso. La presencia en esta delegación de al menos dos espartiatas de alto linaje como eran Aneristo y Nicolao, descendientes de Espertias y Bulis (dos nobles que habían ofrecido sus vidas a Jerjes I para expiar el crimen cometido contra los mensajeros del rey persa durante la Segunda Guerra Médica) ratificaba la disposición espartana a continuar la guerra hasta la desintegración del imperio ateniense a cualquier precio, precisamente en un momento en que Atenas buscaba una solución pacífica al conflicto. De camino a Persia, los embajadores aprovecharon para persuadir al rey odrisio Sitalces de que abandonara la alianza con Atenas pero casualmente se hallaban en la corte de Sitalces dos embajadores atenienses que convencieron a Sádoco, hijo del soberano (que además acababa de recibir la ciudadanía ateniense) que les entregara los enviados peloponesios. Los integrantes de la embajada fueron apresados, conducidos a Atenas y ejecutados sin juicio previo. El historiador Tucídides explica que la violación de la ley (que permitía a cualquier individuo defenderse públicamente) fue por el temor que despertaba el general corintio Aristeo, miembro de la embajada, quien fue acusado de todos los males sobrevenidos en Potidea y Tracia.

A finales del verano de 430 a.C., los espartanos y sus aliados enviaron una expedición de 100 naves con 1000 hoplitas a bordo contra la isla de Zacinto, situada frente a Élide y aliada de Atenas. Al mando de Cnemo, desembarcaron y devastaron la mayor parte de la isla pero al no lograr vencer a los zacintios, regresan al Peloponeso. Zacinto era de una gran importancia estratégica por su ubicación frente a las costas de Élide, no lejos de la base naval peloponesia de Cilene. Esta expedición se produjo poco después de que Atenas entablara negociaciones para terminar la guerra; conversaciones que no conocemos porque Tucídides ni siquiera las esboza, poco preocupado por los frustrados intentos de paz. No se sabe qué condiciones ponía Esparta pero no debieron ser muy diferentes a las exigidas antes del estallido del conflicto porque el silencio del historiador ateniense sugiere una intransigencia por ambos bandos y un escaso fruto de la vía diplomática.

La Plaga de Atenas

Una epidemia, originada en Etiopía, fue introducida por el puerto de El Pireo en el año 430 a.C. y rápidamente se propagó por Atenas, cuya densa población vivía amontonada dentro de las murallas debido a las invasiones peloponesas en el Ática. Pese a que Tucídides describe con precisión los síntomas, la naturaleza de la enfermedad sigue siendo objeto de debate. Atenas perdió posiblemente un tercio de la población que resguardaba tras sus muros. La visión de las piras funerarias ardiendo hizo que el ejército espartano se retirara por temor a la enfermedad. La plaga mató a gran parte de la infantería ateniense, algunos de sus marinos más expertos y a su líder, Pericles, que murió en uno de los brotes posteriores. 

El vacío de poder que dejó fue ocupado por el aristócrata Nicias y el demagogo Cleón, el primero partidario de un entendimiento con Esparta que pusiera fin al conflicto, y el segundo proclive a una guerra a ultranza y sin concesiones. Esta lucha interna afectó la política exterior ateniense, que experimentó continuos vaivenes según el pueblo se dejaba persuadir por uno u otro. La herencia política de Pericles recayó además en Éucrates y Lisicles; ninguno de estos personajes supo aprovechar las oportunidades que se presentaron a los atenienses para salir victoriosa de una guerra tan compleja.

En el verano del año 429 a.C., los espartanos pusieron en práctica un vasto y ambicioso plan en el noroeste que aspiraba a la dominación no sólo de Acarnania, sino también de las islas de Zacinto, Cefalonia e incluso de Naupacto, donde los atenienses habían situado una flota bajo el mando de Formión que acrecentaba su control del Golfo de Corinto. El plan espartano dificultaría extremadamente a los atenienses la circunnavegación del Peloponeso y el bloqueo del golfo por falta de puertos en donde estacionar sus naves. Pero la campaña acarnania acabaría en otro descalabro debido a la mala coordinación entre los intervinientes y la inconstancia en el liderazgo de los espartanos, más dispuestos a retirarse ante cualquier eventualidad o contratiempo que a empeñarse en una empresa lejana de la que no eran beneficiarios directos. Las 47 naves peloponesas que constituían la flota de apoyo se vieron obligadas a combatir en la entrada del Golfo de Corinto al no poder eludir la vigilancia de Formión, quien, a pesar de tener una desventaja numérica de naves de casi 4 a 1, consiguió encerrar en el golfo a una gran parte de la escuadra peloponesia. Esto impidió a la Liga del Peloponeso participar en la defensa de sus costas pues la consecuencia de la derrota fue desastrosa para ella.

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Ruinas Corintias

Después, Formión dio un rodeo por Acarnania y regresó a Atenas por Naupacto, logrando dificultar el suministro de trigo de la Magna Grecia al Peloponeso. A pesar de sus éxitos, se le acusó ante los tribunales y fue condenado a pagar una multa que al no poder satisfacer, significó la perdida de su ciudadanía. Debido a esto, no pudo volver a desempeñar ningún cargo público. En el plano militar, Atenas conservó Naupacto mientras que casi un cuarto de la flota peloponesia había quedado desmantelada y sus tripulaciones capturadas o muertas. Otro hecho no menos importante fue el afianzamiento naval del poder ateniense en el noroeste continental de Grecia en detrimento de los corintios, como demostrarían poco después las expediciones a Acarnania de Formión y de su hijo Asopio.

Revuelta de Mitilene

El gobierno oligárquico de Mitilene había considerado rebelarse contra Atenas desde antes del estallido de la guerra. Sin embargo, cuando se acercaron a Esparta en la década de 430 a.C., no fueron aceptados en la Liga del Peloponeso. Sin el necesario apoyo de Esparta, el plan de Mitilene quedó en la nada. No obstante, en el año 428 a.C. los líderes mitileneos juzgaron que era el momento propicio para rebelarse y tanto Esparta como Beocia participaron en los planes de la rebelión. La principal motivación para la revuelta fue que los mitileneos deseaban tomar el control de toda la isla de Lesbos; como a Atenas no le gustaba la creación de subunidades dentro de su imperio, seguramente no hubiera permitido que Lesbos se unificara. 

Además, el estatus de privilegio de Mitilene, al ser un Estado independiente dentro del Imperio Ateniense que comandaba su propia flota, aventuraba que en el futuro Atenas habría de enfrentarse a esta y someterla como un estado tributario como había hecho con la mayoría de sus aliados. Por lo tanto, los mitileneos comenzaron a reforzar sus fortificaciones y a adquirir mercenarios y suministros. Sin embargo, la noticia de los preparativos llegó a oídos de los atenienses gracias a varios de los enemigos de Mitilene en la región y a un grupo de ciudadanos mitileneos que representaban los intereses de Atenas en la ciudad.

Los atenienses, que aún sufrían de la plaga y se encontraban bajo una gran presión financiera debido a la prolongación inesperada de la guerra, intentaron negociar para así evitar verse envueltos en otra contienda militar. Sin embargo, cuando Mitilene se negó a abandonar sus planes para unificar la isla, Atenas se resignó ante la necesidad de una respuesta militar y despachó una flota rumbo a Lesbos. El plan inicial era que la escuadra llegara durante un festival religioso, por lo que todos los habitantes de Mitilene se hallarían fuera de la ciudad, facilitando la conquista de las fortificaciones por las tropas atenienses. No obstante, puesto que el plan se trazó en una asamblea abierta, resultó imposible mantenerlo en secreto, y Mitilene recibió una advertencia sobre el acercamiento de los navíos. El día del festival, la población permaneció en la ciudad y la guardia en los puntos más débiles de la muralla había sido redoblada. Los atenienses, que se encontraron con la ciudad bien defendida, ordenaron a los mitileneos que rindiesen su flota y derribaran las murallas. Mitilene rechazó estas exigencias e incluso envió a su contingente naval a combatir contra la flota ateniense en las afueras del puerto. Pero cuando la derrota era inminente y los navíos mitileneos se replegaban hacia el puerto, la ciudad aceptó velozmente negociar un armisticio y despachar representantes hacia Atenas. No obstante, la intención del gobierno de Mitilene no era llegar a un acuerdo con esta, sino más bien ganar tiempo para que sus negociaciones con Esparta y Beocia dieran sus frutos. Mientras los representantes se encaminaban hacia Atenas, se envió un segundo grupo rumbo a Esparta para obtener su apoyo en la rebelión.

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Mitilene

Las negociaciones en Atenas fueron breves e infructuosas. Los mitileneos ofrecieron mantenerse leales a cambio de que los atenienses retiraran su flota de Lesbos. Dentro de la propuesta se hallaba implícito el hecho de que Atenas abandonara la ciudad vecina de Metimna, algo que los atenienses no podían efectuar, ya que el no proteger a una ciudad sujeta a su imperio ante un ataque minaría su autoridad al frente del mismo. En consecuencia, Atenas rechazó la oferta.

Cuando los embajadores regresaron a Lesbos y dieron a conocer el resultado de las negociaciones, todas las ciudades de la isla salvo Metimna declararon abiertamente la guerra a Atenas. Mitilene reunió un ejército y avanzó hacia el campamento ateniense. Pese a que el resultado de la batalla le fue levemente favorable, los mitileneos no quisieron forzar su ventaja y se retiraron detrás de sus fortificaciones antes de que cayera la noche. Por su parte, los atenienses, animados por la falta de iniciativa de sus enemigos, convocaron a las tropas de sus aliados. Cuando estas llegaron, construyeron dos campamentos fortificados, uno a cada lado del puerto de Mitilene. Desde aquellas posiciones impusieron un bloqueo naval sobre la ciudad, mientras que Mitilene y sus aliados siguieron controlando todo el territorio situado fuera de las fortificaciones atenienses.

Inmediatamente después del ataque, un trirreme con embajadores de Esparta y Beocia logró esquivar el bloqueo y entrar en Mitilene. Una vez allí, los emisarios convencieron a los habitantes de la ciudad de que enviaran a un segundo grupo de embajadores para solicitar la intervención de Esparta (los espartanos y beocios habían partido antes de la revuelta y desde hacía tiempo se les había imposibilitado la entrada a la ciudad). Esta segunda delegación de negociadores llegó a su destino menos de una semana después que el primero, pero ninguno consiguió la ayuda inmediata por parte de Esparta. Sus ciudadanos delegaron la decisión de como proseguir a la Liga del Peloponeso, la cual se reuniría en Olimpia un tiempo más tarde ese mismo verano. Durante la reunión, los embajadores mitileneos pronunciaron un discurso justificando su revuelta, enfatizaron la debilidad de Atenas e hicieron hincapié en la importancia de atacar a los atenienses dentro de su imperio. Tras dicha exposición, los espartanos y sus aliados aceptaron mediante votación incluir a los habitantes de Lesbos dentro de su alianza y atacar a Atenas con toda urgencia.

Los planes trazados en Olimpia determinaron que todos los Estados aliados enviaran sus contingentes al istmo de Corinto para unirse y preparar el avance hacia Atenas. El contingente espartano fue el primero en llegar y se dispuso a recorrer el istmo lentamente con navíos para así poder atacar en forma simultánea por tierra y por mar. No obstante, mientras los espartanos se dedicaban con entusiasmo a dicha labor, el resto de los aliados se demoraba en enviar a sus contingentes; el período de cosecha había iniciado y los aliados estaban cansados del constante servicio militar. Entretanto, conscientes de que el alistamiento de tropas peloponesias se debía en parte a la afirmación de los mitileneos de que Atenas se hallaba sumamente debilitada, los atenienses prepararon una flota de 100 navíos para realizar ataques en las costas del Peloponeso. La preparación del contingente naval requirió la toma de medidas extremas, puesto que los recursos del Estado ya eran muy escasos. La flota ateniense efectuó incursiones a voluntad contra las costas peloponesias, y los espartanos, a quienes se les había prometido que los cuarenta navíos atenienses en Mitilene y otros cuarenta que habían circunnavegado el Peloponeso a comienzos del verano constituían la totalidad de las fuerzas navales que Atenas podía reunir, llegaron a la conclusión de que habían sido engañados y cancelaron sus planes de lanzar un ataque durante ese verano.

Mientras tanto, Mitilene y sus aliados atacaron Metimna por tierra, esperando que les fuera entregada a traición. Sin embargo, la traición prometida no ocurrió, y tras lanzar una ofensiva contra la ciudad que no tuvo el éxito esperado, se retiraron. Los mitileneos regresaron a casa, deteniéndose durante el camino para reforzar las fortificaciones de varios de sus aliados cerca de Metimna. Una vez que los mitileneos hubieron desaparecido, las tropas de Metimna avanzaron sobre la ciudad de Antisa, pero fueron derrotadas por los defensores y sus mercenarios en un combate fuera de las murallas de la ciudad. Un gran número de metimneos y sus auxiliares murieron  y los supervivientes emprendieron la retirada a su ciudad. En ese momento, los atenienses se dieron cuenta de que su ejército en Lesbos era insuficiente para lidiar con Mitilene, por lo que otros 1000 hoplitas fueron despachados a la isla, bajo el mando de Paques, hijo de Epicuro. Gracias al incremento en el número de sus tropas, los atenienses en Lesbos lograron hacerse con el control de las tierras que rodeaban Mitilene y construyeron una muralla circunvalando la ciudad por los tres lados que miraban a tierra, completando así el bloqueo contra ésta.

El asedio

A fin de pagar los gastos del asedio durante su crítica situación financiera, Atenas se vio obligada a recurrir a dos medidas extremas. En primer lugar, impuso el pago de una eisphora, o impuesto directo, a sus propios ciudadanos. Los antiguos griegos eran sumamente reacios a tomar este tipo de medidas, las cuales consideraban un abuso sobre sus libertades personales, y es posible que esta haya sido la primera ocasión en que se haya obligado el pago de este impuesto en Atenas. El segundo mandato consistió en anunciar un aumento del tributo exigible a sus Estados sujetos, enviando doce naves para cobrar el nuevo gravamen varios meses antes de la fecha habitual, lo que desató claras situaciones de descontento, y uno de los generales que comandaba uno de los trirremes fue asesinado mientras intentaba cobrar el tributo en Caria.

En el verano de 427 a.C., los espartanos y sus aliados planificaron un esfuerzo conjunto por tierra y mar para desgastar los recursos de Atenas y aliviar el asedio sobre Mitilene. La invasión anual del Ática correspondiente a ese año fue la segunda más prolongada de la guerra arquidámica. Mientras se llevaba a cabo esta invasión, se enviaron 42 barcos al mando del navarco Álcidas hacia Mitilene. El objetivo era que los atenienses estuviesen preocupados por la invasión y no pudieran dedicar toda su atención a Álcidas y su flota.

Sin embargo, en Mitilene el tiempo para un rescate se estaba agotando. Un representante espartano, Saleto, había ingresado sigilosamente en la ciudad a bordo de un trirreme a fines del invierno con noticias del plan de socorro y había tomado el mando de las defensas del lugar anticipándose a la llegada de la flota. No obstante, las provisiones de alimento de Mitilene se acabaron en algún momento de ese verano y, como el contingente naval aún debía aparecer, Saleto debió apostar por intentar romper el bloqueo. Todos los ciudadanos, de los cuales la mayoría había combatido hasta el momento en las tropas ligeras, recibieron una armadura hoplítica como parte de los preparativos. Aun así, una vez que la población estuvo armada, esta se negó a obedecer al gobierno de la ciudad y exigió que las autoridades distribuyeran el resto de las provisiones de comida, amenazando con pactar con los atenienses si esto no se cumplía. Al ver que el problema era insalvable y que cualquier acuerdo de paz en el que no estuviesen involucrados tendría seguramente consecuencias fatales para ellos, los funcionarios del gobierno se pusieron en contacto con el comandante ateniense y se rindieron con la condición de que ningún habitante de Mitilene fuera hecho prisionero, esclavizado o ejecutado hasta que los representantes de la ciudad hubiesen expuesto su caso ante Atenas.

Al mismo tiempo que sucedían estos acontecimientos, el almirante espartano Álcidas avanzaba con sus barcos lenta y cautelosamente, demorando demasiado en rodear el Peloponeso. Pese a que consiguió evitar a los atenienses y llegar a Delos sin ser descubierto, alcanzó la ciudad de Eritras, situada en la costa de Jonia, sólo para enterarse de que Mitilene ya había caído. En aquel instante, el comandante del contingente de Elis propuso lanzar un ataque contra los atenienses en Mitilene, sosteniendo que dado que la captura de la ciudad era muy reciente, los tomarían por sorpresa y vulnerables. Álcidas no deseaba efectuar un movimiento tan atrevido y rechazó la idea, al igual que otro plan para tomar una ciudad jonia como base desde la cual fomentar rebeliones dentro del imperio. De hecho, tras saber que Mitilene se había rendido, el objetivo principal de Álcidas fue regresar a casa sin tener que enfrentarse a la flota de Atenas, por lo que navegó hacia el sur siguiendo la costa de Jonia. Los trirremes atenienses pudieron verlo fuera de Claros, y la flota ateniense fue enviada desde Mitilene en su persecución. Sin embargo, Álcidas zarpó desde Éfeso a toda vela de vuelta al Peloponeso sin detenerse hasta encontrarse seguro dentro de las fronteras de su patria, logrando escapar así de sus perseguidores. Luego de esto, los atenienses regresaron a Lesbos y sometieron a las últimas ciudades rebeldes de la isla.

Debate en Atenas

Tras terminar de someter a Mitilene, el strategos ateniense Paques envió a la mayor parte del ejército de regreso a Atenas y, junto con él, a los mitileneos que habían sido identificados como culpables de la revuelta, así como al general espartano Saleto, quien fue ejecutado de inmediato a pesar de que había señalado que, a cambio de su vida, haría retirar las tropas espartanas que asediaban Platea. Luego, la asamblea centró su atención en la cuestión de qué hacer con los prisioneros en Atenas y con el resto de los mitileneos en Lesbos. A continuación se produjo uno de los debates más famosos de la historia de la democracia ateniense y una de las tan sólo dos ocasiones en que Tucídides registró el contenido del cruce de discursos que se llevó a cabo en la Asamblea. Debido a ello, el debate ha sido materia de muchos análisis en el campo académico, apuntando a dilucidar tanto las circunstancias de la revuelta como la política interna ateniense de la época. Según sus escritos, el debate se prolongó durante dos días. Durante el primero, los atenienses, furiosos, condenaron a muerte a la totalidad de la población masculina de Mitilene, y a la esclavitud a las mujeres y niños. Los ciudadanos estaban especialmente afectados por el hecho de que la revuelta hubiese traído a una flota desde Esparta a aguas jonias, algo que jamás habría ocurrido en circunstancias normales, ya que ninguna flota enemiga había surcado dichas aguas en 20 años. Tras la decisión tomada por la Asamblea, se despachó un trirreme a Mitilene con la orden de que Paques ejecutara a todos los hombres mitileneos.

No obstante, al día siguiente y después de que los atenienses ponderasen la severidad de lo que acababan de decidir, varios ciudadanos comenzaron a arrepentirse. Conscientes de tal situación, los delegados de Mitilene que habían llegado a Atenas para presentar su caso solicitaron que los pritanos reuniesen la Asamblea. En la nueva reunión se produjo un debate entre quienes sostenían el decreto del día anterior y los que abogaban por un castigo más suave. Una vez concluidos los discursos, la asamblea votó, por escaso margen, eliminar el decreto del día anterior. De inmediato se despachó un navío a Mitilene para anular la orden de ejecución del día previo. Los representantes mitileneos en Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a tiempo para evitar las ejecuciones. Remando día y noche, durmiendo por turnos y comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, logrando impedir su aplicación.

Aunque se perdonó la vida a los ciudadanos de Mitilene, los habitantes de Lesbos recibieron un castigo severo. Todos los terrenos de labranza de la isla, salvo los pertenecientes a Metimna, fueron confiscados y divididos en 3000 lotes que fueron arrendados anualmente. De estos lotes, 300 fueron dedicados a los dioses, y los 10 talentos que se recaudaban al año por ellos pasaban a formar parte del tesoro de Atenas; el resto financiaba una guarnición de colonos atenienses. Atenas confiscó todas las posesiones mitileneas en Jonia continental, sus navíos e hizo derribar sus murallas. La guarnición regresó a casa a mediados de los años 420 a. C.,pero al parecer se habían equivocado al creer que la isla era segura: en 412 a. C., Lesbos fue una de las primeras islas que comenzaron a complotar contra la debilitada Atenas.

 

Epaminondas (Segunda Parte)

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Primera invasión

A medida que viajaban a socorrer Mantinea, a los tebanos se les fueron uniendo distintos contingentes armados procedentes de muchos de los antiguos aliados de Esparta que les permitieron incrementar sus fuerzas hasta 60.000 hombres. Epaminondas forzó el paso a través de las fortificaciones en el istmo de Corinto y marchó al sur hacia Esparta, enfrentándose a contingentes espartanos y de sus aliados a lo largo del camino. Una vez en Arcadia, expulsó al ejército espartano y luego supervisó la fundación de una nueva ciudad llamada Megalópolis y la formación de una Liga Arcadia modelada a imagen de la Liga de Beocia, como nuevo centro de poder opuesto a Esparta.

Luego cruzó el río Eurotas, frontera de Esparta, que ningún ejército hostil había llegado a atravesar antes en la historia. Los espartanos, que no deseaban enfrentarse en batalla campal a un ejército de tan masivas dimensiones, se refugiaron tras los muros de su ciudad y se limitaron a defenderla, si bien los tebanos tampoco intentaron capturarla y se dedicaron, junto con sus aliados, al saqueo de la región. Epaminondas retornó durante un breve espacio de tiempo a Arcadia y luego volvió a marchar hacia el sur, esta vez a Mesenia, territorio que había sido conquistado por Esparta hacía ya unos 200 años. Ahí reconstruyó la antigua ciudad de Mesene sobre el monte Itome con fortificaciones que rivalizaban con las más fuertes de Grecia y liberó a los hilotas. Después envió una llamada a todos los exiliados mesenios esparcidos por toda Grecia para que volviesen y reconstruyesen su país. La pérdida de Mesenia fue particularmente dañina para los espartanos, dado que su territorio comprendía un tercio del total de Esparta, y contenía a la mitad de su población de esclavos (los cuáles les permitían vivir como soldados profesionales sin dedicarse a otros labores).

Esta campaña de Epaminondas ha sido descrita como un ejemplo de la «gran estrategia de la aproximación indirecta», que iba encaminada a dañar las raíces económicas de la supremacía militar espartana. En pocos meses, Epaminondas había creado dos nuevos estados enemigos de Esparta, había atacado los cimientos de su economía y había devastado su prestigio. Una vez cumplido todo esto, dirigió a su ejército victorioso de vuelta a casa. Pero al volver no se encontró con una bienvenida propia de un héroe, sino con un juicio preparado por sus enemigos políticos. El cargo del que se le acusaba era de haber retenido su puesto de Beotarca en frente del ejército más tiempo del que se permitía constitucionalmente, lo cual era cierto. Epaminondas había convencido al resto de Beotarcas para permanecer en el campo de batalla varios meses más después de que su cargo hubiese expirado, aunque lo había hecho para poder cumplir todo lo que se había propuesto en el Peloponeso.

En su defensa, Epaminondas únicamente solicitó que, si iba a ser ejecutado, la inscripción en la que apareciese el veredicto dijera: «Epaminondas fue castigado con la muerte por los tebanos, porque los obligó a derrotar en Leuctra a los espartanos, los cuales, antes de que él fuese general, ninguno de los beocios se atrevía a enfrentar en el campo de batalla, y porque él no sólo rescató a Tebas de la destrucción, sino que también aseguró la libertad de toda Grecia y trajo tal poder a su gente al punto que los tebanos atacaron Esparta, y los espartanos estaban tan satisfechos con el solo hecho de haber salvado sus vidas; y no cesó la guerra hasta que, tras reconstruir Mesenia, encerró a Esparta en un duro asedio.»

El jurado rompió a reir, retiró los cargos y Epaminondas fue reelegido Beotarca al año siguiente.

Segunda invasión

En 369 a. C. Argos, Elea y Arcadia volvieron a solicitar el apoyo tebano para continuar con su guerra contra Esparta, la cuál ahora contaba con el apoyo de varias ciudades griegas, incluidas Corinto, Megara, Pelene, Sición y Atenas. Epaminondas, en un momento de gran prestigio político, volvió a dirigir una fuerza de invasión dirigida hacia el Peloponeso. A llegar al Istmo de Corinto, los tebanos lo encontraron fuertemente defendido. Epaminondas decidió atacar el punto más débil, defendido por los lacedemonios, en un ataque en el que logró atravesar las posiciones espartanas y unirse a sus aliados peloponesios. Con ello, los tebanos lograron una fácil victoria que les permitió atravesar el Istmo, en una acción que Diodoro define como «un logro no inferior en inteligencia a sus grandes hazañas».

Sin embargo, esta vez sus logros fueron mucho más limitados. Consiguió que Sición y Pelene cambiasen su lealtad hacia la alianza con Tebas, y saquearon las regiones deTrecén y Epidauro, pero no lograron tomar las ciudades. Cuando volvió a Tebas de nuevo se encontró con un juicio, y una vez más fue declarado inocente. Tras un ataque abortivo sobre Corinto y la llegada de una fuerza de ayuda enviada por Dionisio I de Siracusa para ayudar a Esparta, los tebanos decidieron volver a casa.

Cuando Epaminondas volvió a Tebas, continuó siendo acosado por sus enemigos políticos, que le volvieron a llevar a juicio por segunda vez. Si bien no tuvieron éxito en la vía judicial, sí fueron capaces de evitar su reelección como beotarca durante el año siguiente.

En el 366 a.C., los tebanos obtuvieron de Persia el reconocimiento de su hegemonía en Grecia y el mismo año, Pelópidas y su lugarteniente Ismenio, fueron a Tesalia para obligar a Alejandro de Feras y a las ciudades que le eran fieles a reconocer esta hegemonía, pero Alejandro les atacó cerca de Farsalia y los hizo prisioneros.

Epaminondas sirvió en el ejército como simple soldado cuando el ejército marchó hacia Tesalia para rescatar a Pelópidas y a Ismenias. Los generales que dirigieron la expedición fueron superados y forzados a retirarse para salvar a su ejército, encontrando serias dificultades en su retirada que Epaminondas, que asumió el mando a petición de los soldados, logró solventar. De vuelta en Tebas fue reinstaurado como Beotarca y a comienzos del año 367 a.C. llevó al ejército de vuelta a Tesalia, en donde superó tácticamente a los tesalios y obligó a la liberación de Pelópidas sin haber ni siquiera necesitado entablar combate.

Tercera Invasión

Ese mismo año se había intentado llevar a cabo un nuevo tratado de paz entre todas las polis griegas en una conferencia en Tebas, pero las negociaciones no lograron superar la hostilidad entre esta y los otros estados que estaban resentidos por su poder y hegemonía. La paz no se llegó a aceptar nunca de forma completa, y pronto se reanudó la guerra. En esa nueva invasión, el ejército de Argos capturó parte del istmo de Corinto a solicitud de Epaminondas, permitiendo al ejército tebano penetrar en el Peloponeso sin obstrucción.

En esta ocasión Epaminondas buscaba asegurarse la lealtad de los estados de Acaya. Ningún ejército se atrevió a hacerle frente en campo abierto, por lo que las oligarquías de la zona aceptaron la solicitud de alianza con Tebas. Pero esta desencadenaron las protestas de Arcadia (ya que eran rivales), por lo que los acuerdos adoptados pronto se vieron modificados: se obligó a establecer democracias y los oligarcas fueron exiliados. Sin embargo, los gobiernos democráticos que fueron establecidos tuvieron vidas muy cortas, porque los oligarcas pro-espartanos que huían de la ciudad pronto se aliaron entre ellos, y atacaron las ciudades una a una, restableciendo las oligarquías.

Resistencia frente a Tebas

Entre los años 366 y 365 a. C. se llevó a cabo un nuevo intento para alcanzar una paz general, esta vez con el rey persa Artajerjes II (ver Los Diez Mil) actuando como árbitro y garante de la misma. Tebas organizó una conferencia en la que intentó la aceptación de los términos del tratado, pero su iniciativa diplomática fracasó: las negociaciones no fueron capaces de resolver la hostilidad entre Tebas y otros estados resentidos por su creciente influencia (como en el caso de Licomedes, líder de Arcadia, que discutía el derecho de los tebanos para ser los anfitriones de la propia conferencia). La paz nunca llegó a ser aceptada totalmente, y la lucha pronto volvió a retomarse.

Durante los diez años posteriores a la Batalla de Leuctra, numerosos aliados de Tebas fueron cambiando sus alianzas y acercándose a Esparta. Incluso algunas de las ciudades de Arcadia (cuya Liga Epaminondas había ayudado a crear) se habían vuelto en su contra. Al mismo tiempo, Epaminondas había logrado desmantelar la Liga del Peloponeso: Corinto, Epidauro y Fliunte firmaron la paz con Tebas y Argos, y Mesenia permaneció independiente y firmemente leal a Tebas.

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Los ejércitos de Beocia lucharon a lo largo y ancho de Grecia a medida que aparecían oponentes por todos los frentes. Epaminondas llegó incluso a dirigir a su estado contra Atenas por mar. Los tebanos enviaron una flota de cien trirremes para lanzarse a la conquista de Rodas, Quíos y Bizancio que partió de Tebas en 364 a.C., aunque los estudiosos modernos creen que Epaminondas no consiguió ningún logro duradero en este viaje.

En 364 a.C., Alejandro de Feras atacó a los estados de Magnesia y Ftiótide y algunas ciudades pidieron a Tebas que interviniera. Pelópidas fue enviado de nuevo al país con un ejército tebano, pero murió en combate en la batalla de Cinoscéfalas. Los tebanos enviaron un ejército más poderoso que derrotó a Alejandro, vengando la muerte de Pelópidas y obligándo a Alejandro a reconocer la hegemonía tebana sobre Tesalia. Para Epaminondas su muerte supuso la pérdida de su mayor aliado político.

Cuarta invasión

En medio de esta oposición creciente al dominio tebano, Epaminondas envió su última expedición al Peloponeso en el año 362 a.C. El principal objetivo era someter Mantinea, que se había opuesto a la influencia tebana en la región. Para ello Epaminondas se puso al frente de un ejército reclutado en Beocia, Tesalia, Eubea, Tegea, Mantinea, Argos, Mesenia y parte de Arcadia. Mantinea, por su parte, solicitó la ayuda de Esparta, Atenas, Aquea y el resto de Arcadia, por lo que prácticamente toda Grecia se vio representada en uno u otro bando.

Atenas decidió dar su apoyo a Esparta pues estaba recelosa del poder tebano. Los atenienses también recordaban que, al final de la guerra del Peloponeso, los tebanos habían demandado que Atenas fuera destruida y sus habitantes esclavizados. Un ejército ateniense fue mandado por mar para juntarse con las fuerzas expedicionarias espartanas, con el fin de evitar que fuera interceptado en tierra por el ejército tebano.

Epaminondas marchó con sus tropas a Mantinea, pero no por el camino más corto, sino siguiendo la cadena montañosa que se encuentra al oeste de Tegea. Al llegar junto a la ciudad de Mantinea, descendió por la ladera del monte y formó en el llano frente a los enemigos.

Al ver que la presencia del ejército no era suficiente para reprimir la oposición y sabiendo que los espartanos habían enviado una gran fuerza militar hacia Mantinea dejando a Esparta indefensa, Epaminondas planeó un audaz ataque contra la propia Esparta. Pero la noticia llegó a los espartanos y cuando los tebanos llegaron, se encontraron con una ciudad bien defendida. En ese momento, esperando que sus adversarios hubiesen dejado la defensa Mantinea en su prisa por defender Esparta, volvió a marchar hacia allí, pero un encuentro con la caballería ateniense fuera de las murallas también frustró este intento. Viendo que se acababa el tiempo dedicado a la campaña militar anual, y razonando que en el caso de que partiese sin derrotar a sus enemigos de Tegea la influencia tebana en el Peloponeso quedaría destruida, decidió arriesgarlo todo a una sola batalla campal.

Batalla de Mantinea

Los acontecimientos que se sucedieron en la llanura ubicada en frente de Mantinea fueron la mayor batalla hoplita de la historia de Grecia, participando casi todos los estados griegos en un bando o en otro. Epaminondas contaba con el mayor ejército, con 30.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería, mientras que sus oponentes contaban con 20.000 de infantería y 2.000 de caballería.

Epaminondas desplegó al ejército en orden de batalla y luego marchó en una columna paralela, de manera que pareciese que el ejército marchaba a algún otro lugar y que no tenía intención de luchar ese día. Habiendo llegado a un punto concreto de la marcha, hizo que el ejército bajase las armas para que pareciese que se preparaba para acampar. Se sugiere que con esta actuación provocó que la mayor parte de los enemigos relajasen su concentración al perder la expectativa de una batalla inminente, y que por lo tanto también relajaran su preparación de cara a la batalla.

Epaminondas dio entonces la orden de avanzar, cogiendo al enemigo con la guardia baja y provocando bastante confusión en el campo de batalla. Esta se desarrolló como Epaminondas había planeado, las fuerzas de los flancos hicieron retroceder a la caballería contraria y comenzaron a atacar los flancos de la falange enemiga. La caballería ateniense, aunque no era inferior en calidad a la beocia, no pudo aguantar las armas arrojadizas que lanzaba la infantería ligera que Epaminondas había colocado entre su propia caballería. Mientras tanto, la falange tebana avanzaba. Epaminondas sabia que si era capaz de golpear y atravesar las líneas enemigas en cualquier lugar, destruiría al ejército completo de sus adversarios

La batalla se desarrolló como era de prever; si bien entre los hoplitas hubo un breve equilibrio inicial, la caballería que sus enemigos habían dispuesto en primera línea fue barrida y luego las líneas de infantería no pudieron resistir el empuje de las tropas de élite beocias, que deshicieron el frente y los pusieron en fuga. Ya era una victoria decisiva de Tebas, pero cuando los victoriosos tebanos se lanzaron en persecución de sus enemigos, llegó la noticia de que Epaminondas había muerto; este había sido alcanzado en el pecho por una lanza, provocándole una herida mortal. A medida que las noticias se extendían en el campo de batalla, los aliados cesaron en su persecución del ejército derrotado, en una prueba de la importancia central de Epaminondas en la guerra.

Jenofonte, que termina su relato con la batalla de Mantinea, hace el siguiente comentario sobre los resultados de la batalla:

«Cuando todas estas cosas habían ocurrido, pasó lo contrario de lo que todos los hombres creían que iba a pasar. Puesto que cuando todas las personas de Grecia se habían juntado y formado en líneas contrarias, no había nadie que no pensase que si la batalla fuese a tener lugar, aquellos que se demostrasen victoriosos fuesen a ser los nuevos líderes y los derrotados sus sometidos; pero la deidad ordenó que ambas partes se llevasen un trofeo como si hubiesen salido victoriosos y ninguno trató de estorbar a los otros; ambos devolvieron a los muertos bajo una tregua como si fueran victoriosos, y ambos recibieron a sus muertos bajo una tregua como si fueran derrotados, y mientras que ambas partes clamaban su victoria, ninguno demostró ser mejor que el otro, ni obtuvo territorios, ciudades o dominios que antes de la batalla no tuviese; e incluso hubo más confusión y desorden en Grecia después de la batalla que antes.»

Se sugiere que los espartanos estuvieron apuntando deliberadamente a Epaminondas en el intento de acabar con su vida para con ello desmoralizar a los tebanos. La lanza se partió, dejando la punta de hierro dentro de su cuerpo, y Epaminondas colapsó. Los tebanos que le circundaban lucharon de forma desesperada para evitar que los espartanos se hicieran con su cuerpo y, mientras le llevaban de vuelta al campamento todavía con vida, preguntó qué bando había resultado victorioso. Cuando le informaron que habían ganado los beocios ,respondió: «He vivido lo suficiente, puesto que muero invicto». Cuando se retiró la punta de la lanza, Epaminondas murió rápidamente. De acuerdo con la costumbre griega, fue enterrado en el mismo campo de batalla.

Legado

Con Epaminondas fuera de escena, los tebanos volvieron a su tradicional política defensiva, y unos años después Atenas les reemplazó en el liderazgo del sistema político griego. Nadie volvió a someter a Beocia de la misma forma en que se había visto sometida durante la hegemonía espartana, pero la influencia de Tebas se fue difuminando rápidamente en el resto de Grecia.

Finalmente, en la Batalla de Queronea, las fuerzas combinadas de Tebas y Atenas, juntas en un intento desesperado de aguantar ante Filipo II de Macedonia, fueron derrotadas de forma aplastante, y la independencia de Tebas llegó a su fin. Tres años después, trás la muerte de Filipo II, los tebanos se rebelaron, creyendo que su hijo Alejandro de tan solo 20 años no asumiría al poder. Pero Alejandro Magno aplastó la revuelta y destruyó la ciudad, asesinando o reduciendo a la esclavitud a todos sus ciudadanos.

Sólo 27 años después de la muerte de Epaminondas, el hombre que la había hecho preeminente en toda Grecia, la ciudad de Tebas fue borrada de la faz de la tierra. Su historia, que había durado un milenio, finalizó en sólo unos pocos días.