Pericles

Segunda Guerra del Peloponeso (Quinta Parte)

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Expedición a Sicilia

Si bien Atenas nunca se había envuelto en los asuntos de Sicilia, existían lazos desde antes de la Guerra del Peloponeso. Para muchas pequeñas ciudades sicilianas, Atenas era un potencial contrincante para la poderosa ciudad de Siracusa, que era suficientemente fuerte para dominar la isla. Para los atenienses, esto significaba una gran amenaza, ya que eventualmente podían enviar ayuda a Esparta.

En el año 427 a.C., Atenas había enviado 20 barcos bajo el mando de Laques. Esta expedición se quedó en la región durante varios años, peleando junto a los aliados locales de Atenas contra Siracusa y sus partidarios, sin conseguir ninguna victoria significativa. En 425 a.C. planearon reforzar sus fuerzas enviando 40 navíos más, pero camino hacía allí se vieron envueltos en la Batalla de Pilos. Cuando finalmente llegaron, sus aliados ya se habían cansado de la guerra y acordaron negociar con Siracusa. En el Congreso de Gela, las ciudades sicilianas acordaron la paz bajo la premisa de «Sicilia para los sicilianos», y la flota ateniense regresó a casa.

Esta paz no duró demasiado; poco después del congreso, Siracusa intervino en un enfrentamiento civil entre democráticos y oligarcas en Lentini. Ante la idea de que Siracusa ganara el control de la ciudad, los dos partidos decidieron unirse para luchar contra ella. Atenas envió un emisario a Sicilia en el año 422 a.C para sondear las posibilidades de renovar la guerra contra Siracusa, pero no lograron nada. Sin embargo, en 416 a.C. otro suceso proveería a Atenas de la excusa para incluirse en el conflicto; la ciudad aliada de Segesta había entrado en guerra con Selinunte, y tras perder la batalla inicial, pidieron ayuda a Atenas sugiriendo también que podrían contener la expansión de Siracusa en Sicilia. Para lograr atraer su apoyo, los segestianos ofrecieron sufragar los gastos de la expedición y entregar 60 talentos de plata por adelantado. A los delegados que Atenas envió se les mostró el oro y elementos de valor la ciudad de manera que pareciera que este era solamente una parte del total que poseían. Los delegados informaron favorablemente sobre la capacidad económica de Segesta y los atenienses, en especial su general Alcibíades, fueron atraídos por la riqueza de la isla. Ayudando a su aliado sentían que podían ganar una posición en Sicilia que les permitiría lanzarse a una eventual conquista. Mientras Pericles aún vivía, había aconsejado a Atenas no extender demasiado su imperio, pero este consejo ya había sido olvidado por todos.

Los embajadores de Segesta presentaron su caso en la asamblea de Atenas, donde el debate sobre la propuesta dividió rápidamente a las facciones tradicionales. El consejo finalmente aprobó el envío de una expedición compuesta por 60 trirremes sin acompañamiento hoplita.

Alcibíades, Lámaco y Nicias fueron elegidos para dirigir la expedición, aunque este último no estaba interesado en ello. Cinco días después de ser elegidos hubo un debate en la Asamblea entre aquellos que estaban en contra de la expedición, dirigidos por Nicias, y los que la apoyaban, liderados por Alcibíades. Nicias argumentó que no debían ser arrastrados a una guerra en la que no estaban implicados y que Atenas no debía sentirse tan segura del tratado de paz que él había establecido con Esparta sólo unos pocos años antes.

Esparta aún era su enemiga y no podían permitirse malgastar tiempo, hombres y recursos luchando en una guerra lejana mientras sus enemigos estaban tan cerca. Nicias expresó que incluso conquistando Sicilia, sería imposible de gobernar, además de que los aliados más débiles y más pobres de Atenas estaban mucho más próximos y se rebelarían continuamente contra ella. Argumentó también que los sicilianos tendrían más temor de Atenas si ésta no era puesta a prueba en combate, de la misma manera que Atenas había tenido miedo de Esparta antes de derrotarlos en batalla. Finalmente, esperó a que sus conciudadanos no fueran persuadidos por el joven y arrogante Alcibíades, de quien opinaba que sólo buscaba gloria personal.

Hubo otros discursos, sobre todo a favor de la expedición, antes de que Alcibíades respondiera a Nicias. Tras defender su juventud y arrogancia, afirmó que la situación era similar a la que se enfrentó Atenas en su guerra contra Persia, mientras que ellos tenían los enemigos cerca de casa. Su victoria sobre los persas condujo a la gloria ateniense y a la fundación de la Liga de Delos, y esta expedición les traería los mismos resultados, contribuyendo también a mantener a Atenas activa en tiempos de paz, de modo que estarían preparados para futuros ataques espartanos.

Nicias pronunció, entonces, un segundo discurso. Dijo que Atenas necesitaría una flota y un ejército mucho más superior que las 60 naves que Segesta había ofrecido equipar, esperando que la perspectiva de la aprobación de un gasto tan grande resultara menos atractiva, pero en vez de eso, se volvieron aún más entusiastas. Advirtió renuente que precisarían al menos 100 trirremes, 5000 hoplitas, miles de tropas ligeras y otros suministros más.

Tras largos preparativos, la flota estaba lista para zarpar. La noche antes de la partida, alguien destruyó muchos de los hermas (representación en piedra con el busto del dios Hermes para señalar carreteras, fronteras y límites de las propiedades, colocados alrededor de la ciudad para la buena suerte). Esto fue considerado un mal presagio para la expedición y una clara evidencia de conspiración revolucionaria contra el gobierno. Según Plutarco, un enemigo político de Alcibíades había plantado un falso testigo para afirmar que él y sus amigos habían sido los responsables. Alcibíades se ofreció voluntariamente a ser sometido a juicio, pero sus enemigos temieron que el ejército se pusiera de su lado, por lo que consiguieron aplazarlo hasta que el general llegara a Sicilia. De esta manera, su principal fuente de apoyo estaría ausente.

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Ruinas en Selinunte

En la práctica, cada uno de los tres generales propuso una estrategia diferente. Nicias propuso que la flota debía navegar a Selinunte y forzar un acuerdo entre esta y Segesta. Después de eso, mostrar brevemente la bandera por Sicilia y luego volver a casa, a menos que Segesta estuviera dispuesta a pagar por el costo de una expedición más amplia. Alcibíades propuso primero intentar ganarse a los aliados en la isla a través de la diplomacia, y luego atacar Selinunte y Siracusa. Lámaco, por su parte, propuso aprovechar el factor sorpresa navegando directamente a Siracusa y dar batalla fuera de la ciudad. Tal ataque súbito, sintió, atraparía a los siracusanos con la guardia baja y posiblemente los induciría a una entrega rápida de la ciudad. Estas tres vías de acción se verían reducidas a una cuando Lámaco decide finalmente apoyar el plan de Alcibíades.

Muchas personas en Siracusa sintieron que los atenienses estaban yendo a atacarlos con el pretexto de ayudar a Segesta en su pequeña guerra. El general siracusano Hermócrates sugirió pedir ayuda a las demás ciudades sicilianas y a Cártago. También quería cruzarse a la flota ateniense en el mar Jónico antes de que llegara a Siracusa. Otros argumentaron que Atenas no era amenaza alguna para la ciudad, y hubo gente que no creyó que hubiera una flota en absoluto porque Atenas no sería tan estúpida para atacarlos mientras aún estaba en guerra con Esparta. Atenágoras acusó a Hermócrates y otros de intentar infundir temor en la población para derrocar al gobierno.

En junio del año 415 a. C. la flota zarpó de El Pireo hacia Córcira para embarcar al resto de la fuerza y de ahí se dividió en tres secciones, una por cada comandante. Desde allí zarparon a Sicilia en 134 trirremes (100 de las cuales eran de Atenas), 130 transportes, 5100 hoplitas (2200 atenienses), 1300 arqueros, lanzadores de jabalinas, honderos y 30 caballos. El ejército estaba formado en total por 27.000 hombres. Las tropas desembarcaron en Regio, donde recibieron la desagradable noticia de que el tesoro de Segesta no era el declarado y que los delegados atenienses habían sido engañados.

La flota prosiguió hasta Catania, y estando allí llegó un buque correo a buscar al general Alcibíades para que compareciera ante un tribunal en Atenas por el asunto de las hermas. Alcibíades se embarcó de regreso, pero en el viaje huyó y se refugió en Esparta. Políticamente era más bienvenido en la oligárquica Esparta que en la democrática Atenas y pronto comenzó a ofrecer consejo a los espartanos sobre cómo la situación en Siracusa podría beneficiarles. Al no asistir al juicio en Atenas, fue sentenciado a muerte; aparentemente, su culpabilidad estaba probada.

En Catania (45 km al norte de Siracusa), el ejército quedó dividido en dos grupos, uno al mando de Nicias y el otro al de Lámaco. Los atenienses decidieron no atacar, por lo que los siracusanos decidieron atacarlos por sorpresa. Cuando éstos se pusieron en movimiento, Nicias y Lámaco fueron informados y decidieron embarcar a sus hombres. En la noche entraron en el Gran Puerto de Siracusa y desembarcaron en las llanuras de Anapo, al sur de la ciudad. Los siracusanos rápidamente regresaron y se prepararon para la batalla.

Primer Batalla de Siracusa

Los atenienses formaron filas de ocho hombres de profundidad con los argivos y los mantineos a la derecha y el resto de los aliados a la izquierda. Las filas de los siracusanos eran de dieciséis hombres de profundidad y contaban con 1200 jinetes. Si bien los atenienses aún no tenían caballería, el número de sus tropas era casi similar. Los atenienses atacaron primero, creyendo ser un ejército más fuerte y más experimentado. Después de una inesperada y fuerte resistencia, los argivos empujaron el ala izquierda siracusana provocando una huida masiva. La caballería siracusana evitó que los atenienses los persiguieran, pero igual perdieron cerca de 260 hombres, mientras que los atenienses solo 50. Tiempo después comenzó el invierno y los atenienses prefirieron regresar a Catania.

Los siracusanos reorganizaron su ejército y comenzaron a entrenar su infantería pesada. Enviaron también emisarios a Corinto y a Esparta pidiendo ayuda y emprendieron la tarea de amurallar el río Temerites para impedir que el enemigo construyera un muro de contravalación. Los atenienses solicitaron que para la primavera se les enviara una fuerza de caballería y pidieron ayuda a los cartagineses y a los etruscos.

Atenas y Siracusa intentaron conseguir apoyo de las ciudades griegas de Italia. En Corinto, representantes de Siracusa se reunieron con Alcibíades, quien estaba trabajando con Esparta. Alcibíades informó que habría una invasión del Peloponeso si Sicilia era conquistada y que, por lo tanto, debían acudir en auxilio de Siracusa y también fortificar Decelia, cerca de Atenas. Esparta no deseaba inmiscuirse en el conflicto, por lo que sólo se comprometió a enviar al general Gilipo para que tomara el mando del ejército siracusano.

En mayo de 414 a.C., los refuerzos que llegaron de Atenas consistían de 250 jinetes, 30 arqueros montados y 300 talentos de plata (equivalente a 180 millones dólares) para contratar 400 hombres más de caballería. Los siracusanos pusieron una fuerza de 600 guerreros al mando del general Diomilo para proteger los accesos del norte de la ciudad. La mañana en que éste estaba revistando sus contingentes, los atenienses atacaron: habían efectuado un movimiento nocturno con sus naves, desembarcando en León y tomando la puerta de Euríalo antes de que los siracusanos de Diomilo la pudieran proteger. Cuando este llegó, seguido por Hermócrates, se libró un combate en que los siracusanos fueron obligados a retroceder hacia el interior de la ciudad. Diomilo y 300 de sus hombres murieron.

Ambos bandos empezaron entonces a construir una serie de muros. El ateniense de circunvalación, conocido como El Círculo, para aislar Siracusa del resto de la isla, mientras que los siracusanos levantaron varios contramuros desde la ciudad a varios de sus fuertes. Una fuerza de 300 atenienses destruyó parte del primer contramuro, pero los siracusanos edificaron otro, esta vez con una zanja, impidiendo a los atenienses que ampliaran su muro hasta el mar. Otros 300 atenienses atacaron este nuevo muro y lo capturaron, pero fueron eliminados por un contraataque de los siracusanos en el cual Lámaco fue asesinado, quedando sólo Nicias de los tres comandantes originales. Los siracusanos destruyeron 300 metros del muro ateniense, pero no pudieron derruir el Círculo, que fue defendido por Nicias. Después de que este rechazara el ataque, los atenienses finalmente ampliaron su muro hasta el mar, bloqueando totalmente a Siracusa por tierra, y su flota entró en el Gran Puerto para bloquearlos desde el mar.

La situación de los siracusanos era tan desesperada, que pensaron iniciar negociaciones con Nicias y removieron a Hermócrates y Sicano como generales, sustituyéndolos por Heráclides, Eucles y Telias.

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Anfiteatro griego en Siracusa

Intervención Espartana

Poco después, el general espartano Gilipo arribó con sus refuerzos a la isla de Léucade, y continuó hacia Locri, en Calabria. Allí se enteró de que Siracusa no estaba cercada por completo, por lo que desembarca en Hímera con su ejército de 700 marinos, 1.000 hoplitas, 100 caballeros y 1.000 sicilianos. Inmediatamente comenzaron a construir otro contramuro en Epípolas, pero fueron obligados a retroceder por los atenienses. Sin embargo, en un segundo combate logra derrotarlos haciendo mejor uso de su caballería y jabalineros. De esta manera logra finalizar el contramuro, volviendo inútil la muralla ateniense. En ese momento llega al Gran Puerto la flota corintia, bajo el mando de Erasínides.

Nicias, agotado y enfermo, creía ya que capturar Siracusa era imposible. Envió un informe a Atenas en el que explicaba que en lo terrestre, ellos estaban cercados y no los siracusanos, que sus naves se estaban pudriendo y sus guerreros estaban muriendo en gran número. Que cada salida en búsqueda de combustible, forraje y agua significaba una batalla y que la situación era insostenible. Por estas razones sugería que le enviaran refuerzos masivos o que la expedición regresara a casa, deseando que se optara por esta última.

Atenas, pensando en su prestigio, decidió mandar una nueva expedición de refuerzo a las órdenes de Eurimedonte y Demóstenes. El primero partió inmediatamente con 10 barcos, mientras que el segundo zarpó poco después con una fuerza mucho mayor. Mientras Eurimedonte navegaba hacia Siracusa, los 80 navíos de Gilipo atacaron las 60 naves atenienses que se encontraban en el Gran Puerto. Simultáneamente comandó un ataque por tierra. En el agua, los atenienses salieron victoriosos, perdiendo solamente tres barcos contra once de Siracusa. Sin embargo, Gilipo los derrotó por tierra y capturó dos de sus fuertes. Luego de esto, logró convencer a todas las ciudades neutrales de Sicilia a que se le unan, pero los aliados de Atenas asesinan a 800 corintios incluidos todos los embajadores menos uno.

Los espartanos no se limitaron simplemente a enviar ayuda a Sicilia; también resolvieron llevar la guerra a territorio ateniense. Con el consejo de Alcibíades, fortificaron Decelia, cerca de Atenas, y evitaron que los atenienses pudieran utilizar sus tierras durante todo el año. La fortificación impidió el envío de suministros a Atenas por tierra, obligando a que fueran transportados por mar con un coste mayor. Lo peor de todo quizá fuera que el trabajo en las minas de plata cercanas fue completamente interrumpido, ya que unos veinte mil esclavos atenienses fueron liberados por los hoplitas espartanos. Con los mil talentos del tesoro y reservas de emergencia diluyéndose, los atenienses tuvieron que demandar mayores tributos a sus aliados, aumentando aún más la tensión y la amenaza de otra rebelión dentro del Imperio.

Llegan los refuerzos

En julio del año 413 a.C. llegan finalmente los refuerzos atenienses al mando de Demóstenes y Eurimedonte. Estos consistían en 73 trirremes, 5000 hoplitas y 3000 arqueros, los que sumados a los honderos y lanzadores de jabalina, totalizaban 15.000 hombres. En su llegada, 80 barcos siracusanos atacaron 75 naves atenienses en el puerto. Esta batalla se prolonga durante dos días sin ningún resultado, hasta que la flota de Siracusa simuló retirarse y atacó a los atenienses mientras comían. A pesar de esta maniobra, solo siete naves atenienses fueron hundidas.

Demóstenes desembarcó sus fuerzas y atacó el contramuro de Epipolas en una arriesgada maniobra nocturna. Si bien tuvo éxito abriendo una brecha en la muralla, fue derrotado por una fuerza de beocios del contingente espartano. Muchos atenienses cayeron por el acantilado, muriendo en la caída o asesinados luego.

La llegada de Demóstenes no fue un gran alivio para los atenienses. Su campamento estaba ubicado cerca de un pantano y muchos de ellos habían caído enfermos, incluido Nicias. Viendo esto, Demóstenes pensó que debían regresar a Atenas y defender el Ática contra la invasión espartana que había tomado Decelia. Nicias, que se había opuesto a la expedición desde el principio, no quería mostrar debilidad ante Siracusa o Esparta, o ante los atenienses, quienes probablemente le someterían a juicio por fracasar en la conquista de la isla. Esperaba que los siracusanos se quedaran pronto sin dinero, y también había sido informado de que había facciones proatenienses en Siracusa que estaban preparadas para entregarle la ciudad. Demóstenes y Eurimedonte acordaron reticentes que Nicias podría tener razón, pero cuando llegaron los refuerzos del Peloponeso, Nicias estuvo de acuerdo en que debían partir. Pero cuando las naves estuvieron listas para zarpar, el 27 de agosto de 413 a.C., ocurrió un eclipse de luna que los ateniense consideraron como un signo de desgracia, de manera que tanto las tropas como los marineros rehusaron a embarcarse, negativa que fue aprobada por Nicias, que era muy supersticioso.

Segunda Batalla de Siracusa

Cuando Gilipo supo la decisión de los atenienses, pensó aprovecharla atacando con sus naves. En el combate murió el general Eurimedonte y la flota ateniense fue obligada a retroceder hacia el interior del Gran Puerto, donde Gilipo los estaba esperando. Logró capturar 18 barcos, pero una fuerza de atenienses y etruscos lo obligó a retroceder. Gilipo ordenó entonces bloquear la entrada colocando una hilera de trirremes y naves mercantes, ancladas y amarradas unas a otras.

Después del eclipse lunar, los atenienses decidieron que la única salida a tan desesperada situación era forzar la salida del puerto en una última batalla. Cargaron sus trirremes con el máximo de soldados que podían contener y se lanzaron contra la barrera de naves siracusanas que tapaban la entrada del puerto. Estaban dispuestos a morir en el intento y si se salvaban, dirigirse a Catania. Cada bando poseía aproximadamente 100 naves.

El 10 de septiembre del año 413 a. C. los atenienses zarparon en su desesperada acción y navegaron en línea recta hacia la salida del puerto. La batalla fue caótica por el reducido espacio para maniobrar y la cantidad de naves.

La batalla se prolongó durante algún tiempo sin un vencedor claro, pero los siracusanos finalmente empujaron las naves atenienses hacia la costa y los tripulantes atenienses huyeron al campo detrás del muro. Demóstenes sugirió embarcarse de nuevo y tratar de forzar su salida, ya que ahora ambas flotas habían perdido cerca de la mitad de sus naves. Los hombres mismos no quisieron subir a bordo por el miedo y decidieron retirarse por tierra. Hermócrates envió informadores falsos a los atenienses para que les comunicaran que había espías y bloqueos tierra adentro para que estos creyeran que era más seguro no marcharse. Gilipo utilizó este retraso para construir estos bloqueos que todavía no existían, y los siracusanos quemaron o remolcaron el resto de los barcos atenienses para que estos no pudieran escapar de la isla.

El 13 de septiembre, los atenienses abandonaron el campamento dejando atrás a sus heridos y sin enterrar sus muertos. Los sobrevivientes, incluyendo todos los no combatientes, sumaban 40.000 personas. Mientras marchaban derrotaron a una pequeña fuerza que protegía el río Anapo, pero la caballería de Siracusa y sus tropas ligeras los acosaban continuamente. Cerca del río Erineus, Nicias y Demóstenes se separaron, este último fue rodeado y apresado; 20.000 de sus hombres murieron y unos 6000 se rindieron. El resto de los siracusanos siguió a Nicias hasta el río Assinarus, donde las tropas atenienses se desorganizaron en el afán de encontrar agua potable. Muchos atenienses murieron aplastados y otros en combate. En el otro lado del río una fuerza siracusana los estaba esperando, y los atenienses fueron casi completamente masacrados. Por mucho, la peor derrota de toda la expedición en términos de vidas perdidas. Nicias se entregó personalmente a Gilipo, esperando que el espartano recordara su papel en el tratado de paz de 421 a.C. Los pocos que escaparon encontraron refugio en Catana.

Los prisioneros, a esta altura solo 7.000, fueron llevados a las canteras de piedra cerca de Siracusa, ya que no había ningún otro sitio para ellos. En contra de las órdenes de Gilipo, Demóstenes y Nicias fueron ejecutados. El resto pasó diez semanas en condiciones horribles en su prisión provisional, hasta que todos, excepto atenienses, italianos y sicilianos, fueron vendidos como esclavos. Los atenienses restantes fueron dejados en las canteras a morir lentamente de hambre y enfermedad. Al final algunos de los últimos supervivientes lograron escapar y finalmente llegaron a Atenas, con noticias de primera mano de la catástrofe.

Reacción Ateniense

Se dice que los atenienses no creían en su pérdida, en gran medida debido a la primera persona que les trajo noticias de ella. Un extraño llegó a El Pireo, y sentado en una barbería, empezó a hablar como si los atenienses ya supieran todo lo que había sucedido. El barbero corrió hacia la ciudad tan rápido como pudo, buscó a los gobernantes y les informó lo que había escuchado. El terror y la consternación invadió a los ciudadanos y una asamblea general fue convocada, en la cual se le preguntó al extraño de dónde había obtenido esa información. Y él, sin dar ninguna explicación satisfactoria, fue juzgado por perturbar el orden de la ciudad y condenado a girar en el aire atado a una rueda, hasta que otros mensajeros llegaron con noticias similares; efectivamente, el ejército ateniense había sido destruido.

La derrota causó un cambio inmenso en la política de muchos otros estados, que habiendo sido neutrales, se unieron a Esparta imaginando que la derrota de Atenas era inminente. Asimismo se rebelaron numerosos aliados de la liga de Delos, y aunque la ciudad comenzó inmediatamente a reconstruir su flota, había poco que pudiera hacer para aliviar las revueltas. La expedición y el desastre consiguiente dejaron a Atenas al borde del abismo.

Aproximadamente 10.000 hoplitas habían fallecido, y aunque esto era un golpe, la auténtica preocupación era la pérdida de la enorme flota enviada a Sicilia. Los trirremes podían ser reemplazados, pero los 25.000 marineros experimentados caídos eran irreemplazables, y Atenas tuvo que depender de esclavos mal preparados para formar la columna vertebral de su nueva flota, dando comienzo al principio del fin.

 

Segunda Guerra del Peloponeso (Cuarta Parte)

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Batalla de Delio

El éxito de Esfacteria había llevado al partido belicista de Atenas, dirigido por Cleón, a un programa de acciones terrestres que distaba de la política naval de Pericles. La conquista de la isla de Citera en 424 a.C. por Nicias permitió a los atenienses apoderarse del puerto de Nisea, acarreando graves perjuicios al comercio peloponesio.

Durante el verano del 424 a.C. Demóstenes iza velas con 40 navíos hacia Naupacto, base naval ateniense que controla la entrada del Golfo de Corinto, y hacia el Golfo de Ambracia para reclutar fuerzas y hacer aliados. En invierno, el convoy pone rumbo a Sifas pero, por un error de coordinación, se presenta en Delio con antelación, no habiendo Hipócrates alcanzado aún la ciudad. El proyecto es denunciado por un focidio llamado Nicómaco, permitiendo a los beocios ocupar Sifes y Queronea antes del comienzo de las operaciones atenienses, las cuales no tienen más opción que rendirse sabiendo que Hipócrates no ha llegado aún a Beocia.

Cuando Hipocrátes alcanza Delio, las fuerzas beocias habían dejado ya Sifas y marchaban hacia él. Cinco días tardaron los atenienses en fortificar la ciudad, cavando un foso alrededor del santuario, otro alrededor del templo, y elevando una muralla. Terminadas las obras, Hipócrates envía el ejército de vuelta hacia Atenas. Los hoplitas se detienen a casi dos kilómetros para esperarlo mientras termina de organizar la guardia. Es durante estos días que las fuerzas tebanas procedentes de Sifas llegan a Tanagra, donde se reunen con todas las fuerzas venidas de Beocia. Enterado que las tropas atenienses se preparan para volver al Ática, Pagondas, comandante del ejército tebano, exhorta a cada contingente y a sus respectivos jefes a no dejar partir a los atenienses.

Habiendo convencido a los otros beotarcas, Pagondas pone en marcha al ejército hasta una posición cercana a las tropas atenienses y lo despliega en línea de combate, oculto por una colina. La falange de 7.000 hoplitas beocios estaba compuesta, en su ala derecha, por tebanos y pueblos aliados; el centro, por tropas provenientes de Haliarto, Coronea, Copas y ciudades vecinas; y en el ala izquierda combatientes de Tespias, Tanagra y Orcómeno. Los tebanos se organizaron con una profundidad de 25 filas de soldados, formación inhabitual considerando que lo normal era de 8, y que sería la marca de su ejército (conocida como falange oblicua). En las alas posicionó 1.000 caballeros, 10.000 guerreros de infantería ligera y 500 peltastas. Se cree que estos contingentes, de numero importante, representaban alrededor de dos tercios de las fuerzas totales de Beocia.

Hipócrates, estudiando la aproximación tebana, manda a sus hoplitas a tomar sus posiciones dejando en el lugar 300 jinetes para guardar el fuerte y eventualmente intervenir en el combate. Esta fuerza no podrá ser utilizada, pues los tebanos se anticipan y sitúan tropas en las proximidades del santuario para bloquearlos. Los atenienses poseían un número similar de hoplitas y jinetes, pero muchas menos tropas ligeras. Hipócrates intenta ordenar a su ejército de 7.000 hoplitas alineados en ocho filas de profundidad y cerca de 1.000 jinetes en las alas. Debido a su asimetría, el ala derecha tebana tenía la victoria asegurada, pero debido a ese despliegue, la línea de hoplitas ateniense era más larga y podía flanquear a la línea izquierda beocia.

Los beocios cargaron inesperadamente hacia su enemigo mientras Hipócrates les daba un discurso a sus tropas. Las lineas del centro tuvieron la parte más pesada de la batalla. Efectivamente, el ala izquierda tebana fue rodeada y vencida, quedando solamente de pie el contigente de Tespias. Al rodearlos, algunos de los hoplitas atenienses se mataron entre ellos al encontrarse al final del círculo, confundiendo a sus aliados por enemigos. Pagondas envió dos escuadrones de caballería al ala izquierda para frenar al enemigo. Su aparición repentina desconcertó el ala victoriosa ateniense, que creyó que otro ejército marchaba sobre ellos, por lo que retrocede y después huye, imitada por el resto del ejército. La caballería beocia, apoyada por la de Lócrida (que acababa de llegar) se lanza en persecución de los fugitivos y los masacra, pero la caída de la noche permite a la mayoría de éstos escapar. Hipócrates encuentra la muerte junto con 1.000 de sus soldados.

Sócrates combatió como hoplita ateniense en esa batalla. Platón escribió las palabras de Alcibiades, que se lo cruzó empezada la huida: «Caminaba de la misma manera que lo hacía en Atenas, acechando como un pelícano, sus ojos iban de lado a lado en silencio en busca de amigos y enemigos, dejando en claro a todo el mundo, incluso a la distancia, que si alguien se atrevía a tocarlo, él se defendería vigorosamente. En consecuencia, se fue con seguridad, porque cuando en guerra uno se comporta de esta manera, probablemente no se le acerquen; en cambio persiguen a los que huyen de forma precipitada.»

El día siguiente de la batalla, habiendo encontrado refugio las tropas atenienses en Delio u Oropos, embarcan y vuelven por mar al Ática, dejando una guardia en cada puesto. Los beocios levantan un trofeo, se llevan a sus muertos y dejan una guarnición antes de volver a Tanagra. Se envía un heraldo a Delio, alegando que los atenienses han violado el santuario, lugar sagrado, fortificándolo y utilizando para uso corriente el agua reservada para rituales, y que por lo tanto, deben abandonar el lugar.

Los atenienses reclaman sus muertos por medio de una tregua, como es costumbre en Grecia, y no bajo la condición de una retirada del santuario. La respuesta beocia está en la misma línea de juegos dialécticos y las negociaciones quedan sin resultado. Después de dos semanas sin ninguna acción, las tropas beocias, habiendo recibido refuerzos de 2.000 hoplitas corintios, arqueros, honderos venidos del Golfo Maliaco, y una guarnición peloponesia procedente de Nisea (que había sido evacuada y sometida por los megarenses), se deciden a atacar el campo ateniense del santuario. Después de varios asaltos infructuosos, los beocios construyen una máquina similar a un lanzallamas capaz de proyectar fuego y restos incandescentes hacia las murallas, que en parte estaban hechas de madera.

El fuerte es capturado, algunos defensores son muertos y 200 son hechos prisioneros, permitiendo al resto embarcar y escaparse. Habiendo recuperado la ciudad, los beocios devuelven sus muertos a los atenienses sin ninguna condición. En ese momento llegan Demóstenes y sus fuerzas, pero debido a la falta de comunicación que tenía con Hipócrates, y teniendo en cuenta que Delio ya había sido recuperada, su presencia era inútil. Intenta un desembarco en Sición, pero es rechazado y perseguido por mar donde sufre algunas bajas.

Además de mostrar un uso innovador de una nueva tecnología, Pagondas fue uno de los primeros generales de la historia documentada en hacer uso de tácticas planeadas de guerra. En los siglos anteriores, las batallas entre las polis griegas eran relativamente simples encuentros entre formaciones de hoplitas, donde la caballería no desempeñaba ningún papel importante y todo dependía de la unidad y la fuerza de las filas de infantería. En Delio, Pagondas hizo uso de filas más profundas, intervenciones de caballería, reservas, infantería ligera y cambios graduales en las tácticas durante la batalla. En el siglo siguiente, estas novedades serán utilizadas en las más famosas victorias tebanas de la mano de Epaminondas.

Este fracaso atenienses dejó en evidencia algunos puntos: una mala coordinación en el tiempo que arruina finalmente las posibilidades de éxito de la campaña terrestre, permitiendo a los beocios mantener el ejército en un solo grupo que se ocupa sucesivamente de Demóstenes y luego de Hipócrates. También demuestra las lagunas en el entrenamiento colectivo y la disciplina de las tropas, que se ven desconcertadas por la aparición de la caballería beocia en su retaguardia. Finalmente, la debilidad de la falange como formación de combate, incapaz de maniobrar en orden y adaptarse a las circunstancias de la batalla. Además los atenienses, por sus proyectos en Beocia, no prestaron atención a los movimientos del general espartano Brásidas y su ejército.

Batalla de Anfípolis

Mientras tanto, Brásidas atraviesa el istmo de Corinto, Beocia, Tesalia y se presenta en Calcídica donde incita a sus habitantes a la sublevación. Continúa en dirección a Tracia donde consigue la defección de algunas ciudades del norte de Grecia, como Acanto y Estagira. De este modo, Brásidas daba a los atenienses un golpe considerable en una zona en la que su imperio parecía estar muy seguro.

En el invierno de 424/3 toma Anfípolis, una colonia ateniense junto al río Estrimón. La ciudad fue defendida por el general Eucles, quien pidió ayuda a Tucídides, que estaba estacionado en Tasos con siete trirremes. Para capturar la ciudad antes de que llegaran los refuerzos, Brásidas ofreció dejar a todos los que desearan quedarse a cuidar su propiedad, y el paso franco a aquellos que quisieran partir. A pesar de las protestas de Eucles, Anfípolis se rindió. Tucídides llegó al cercano puerto de Eyón el mismo día que la ciudad se rendía, e intentó defenderla con la ayuda de aquellos que decidieron quedarse. 

Mientras tanto, Brásidas buscaba alianzas con otras ciudades tracias y con Pérdicas de Macedonia. Luego comenzó el ataque a otras ciudades de la región, como Torone. Los atenienses temían que sus otros aliados capitularan rápidamente si Brásidas les ofrecía términos de paz favorables. La situación de Atenas en Tracia se iba debilitando, lo que los obligó a subir las cuotas de los tributos, lo cual provocaría la defección de otras ciudades aliadas.

Tucídides es con frecuencia considerado parcial o enteramente responsable de la caída de Anfípolis. Algunos han visto sus acciones gravemente negligentes, aunque él afirma que fue incapaz de llegar a tiempo para salvar la ciudad. Fue luego llamado a Atenas donde fue juzgado y exiliado.

En respuesta a la caída de la ciudad, Atenas y Esparta firmaron un armisticio de un año. Atenas tenía la esperanza de poder fortificar más ciudades en preparación a futuros ataques y los espartanos de que Atenas finalmente les devolviera los prisioneros tomados en la Batalla de Esfacteria. Según los términos de la tregua, se propuso que cada bando permanecería en su propio territorio, ocupando las tierras que ahora ocupaban. Mientras las negociaciones estaban en marcha, Brásidas capturó Escione y se negó a devolverla cuando las noticias del tratado llegaron, y el líder ateniense Cleón envió una fuerza para recuperarla.

Cuando el armisticio terminó en 422 a.C., Cleón llegó a Tracia con una fuerza de 30 barcos, 1200 hoplitas, 300 jinetes y muchas otras tropas de aliados de Atenas. Volvió a capturar Torone y Escione; en esta última, el comandante espartano Pasitélidas fue muerto. Cleón ocupó su posición en Eyón, mientras Brásidas ocupaba la suya en Cerdilio. Si bien este último tenía 2000 hoplitas, 300 caballeros y algunas tropas de Anfípolis, no sentía que pudiera derrotar a Cleón en una batalla en cambo abierto, por lo que regresa a Anfípolis. Cleón se trasladó hacia la ciudad para la preparación de la batalla, pero cuando Brásidas no salió, supuso que no habría ataque, por lo que empezó a regresar con sus soldados a Eyón.

Al ver esto, Brásidas movió sus fuerzas de nuevo en Anfípolis y se preparó para atacar; cuando Cleón se dio cuenta de la ofensiva que se aproximaba, y sin intención de luchar antes de que los refuerzos llegaran, comenzó a retirarse. El retiro fue mal organizado y Brásidas atacó con valentía contra el enemigo. En la debacle que siguió, Brásidas fue herido de muerte, aunque los atenienses no se dieron cuenta de ello. Cleón murió cuando fue atacado por el comandante espartano Cleáridas. El ejército ateniense entero huyó a Eyón, aunque aproximadamente 600 de ellos fueron asesinados antes de alcanzar el puerto. Sólo siete espartanos murieron.

Brásidas vivió lo suficiente para enterarse de su victoria y fue enterrado en Anfípolis, donde sería recordado como héroe y fundador de la ciudad. Tras la batalla, ni atenienses ni espartanos quisieron continuar la guerra, y en 421 a.C. se firmó la paz.

Paz de Nicias

Las negociaciones fueron iniciadas por el rey de Esparta Plistoanacte y el general ateniense Nicias. Ambos decidieron la devolución de todo lo que habían conquistado en la guerra, excepto Nisea, que quedaría en manos atenienses, y Platea, que permanecería bajo el control de Tebas. En particular, Anfípolis sería devuelta a Atenas, y los atenienses deberían liberar a los prisioneros tomados en Esfacteria. Templos de toda Grecia serían abiertos a los fieles de todas las ciudades y el oráculo de Delfos recuperaría su autonomía. Atenas podía continuar recaudando el tributo de los estados que lo habían hecho desde la época de Arístides, pero no podía forzarlos a que se hicieran aliados. Atenas también aceptó prestar ayuda a Esparta si los hilotas se rebelaban. Todos los aliados de Esparta acordaron firmar la paz, menos los beocios, Corinto, Elis y Megara. Diecisiete representantes de cada bando juraron mantener el tratado, que se pretendía durara al menos quince años.

No obstante, esta fue una época de escaramuzas constantes en el interior e inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del Peloponeso que había permanecido independiente de Esparta. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía ciudades importantes como Mantinea y Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron y el liderazgo del rey Agis II comenzó a cuestionarse. Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar Tegea, cercana a Esparta, donde una facción estaba lista para entregar la ciudad.

Batalla de Mantinea

Tegea era muy importante por su ubicación ya que controlaba la entrada de Esparta. El control de la ciudad por parte del enemigo significaría que los espartanos no podrían salir, poniendo fin a la coalición peloponesia. Agis puso en movimiento a todo el ejército espartano, junto con los neodamodes (soldados liberados) y cualquier persona que pudiese pelear, y se dirigió a Tegea. Allí se reunió con sus aliados de Arcadia y pidió ayuda a sus aliados del norte; Corinto, Beocia, Fócida y Lócrida. No obstante, este ejército se demoró en llegar puesto que no esperaban ser convocados y debían atravesar territorio enemigo.

Entre tanto, los eleanos decidieron atacar Lepreon, una ciudad en disputa ubicada en la frontera con Esparta, para lo cual decidieron retirar su contingente de 3.000 hoplitas. Agis aprovechó la situación y envió de regreso a casa a una sexta parte de su ejército, conformada por los hoplitas más jóvenes y más viejos, para así proteger Esparta. Al poco tiempo fueron llamados de vuelta, puesto que Agis se dió cuenta que los eleanos volverían pronto al bando de los argivos, pero esta fracción de su ejército no llegaría a tiempo para la batalla.

Agis podría haber permanecido dentro de los muros de Tegea, aguardando a sus aliados del norte. Sin embargo, ya había sido desacreditado y no podía dar la más leve señal de querer evitar un enfrentamiento. En consecuencia invadió y causó estragos en el territorio que rodeaba Mantinea, unos dieciséis kilómetros al norte de Tegea y miembro de la alianza argiva, para de esta manera forzar la batalla contra el enemigo, pero el ejército argivo estaba ubicado en un terreno empinado y de difícil acceso. Sin embargo, Agis ordenó embestir contra ellos, desesperado por conseguir una victoria que lo redimiera, pero cuando los ejércitos se encontraban a una distancia equivalente a un tiro de piedra, un viejo hoplita llamado Farax le dijo que no remediara un mal con otro dirigiendo su ejército a una derrota asegurada. Los espartanos se retiraron y se dedicaron a buscar el modo de atraer a los argivos. Para eso, desviaron el río Sarandapotamos hacia la cuenca del riachuelo Zanovistas, o rellenaron los sumideros por los que corría el Zanovistas, para inundar el territorio de Mantinea.

El ejército argivo se movilizó más rápido que lo anticipado porque sus soldados estaban furiosos por el hecho que sus generales no persiguieran al enemigo cuando este se retiraba. Los espartanos fueron sorprendidos mientras salían de un bosque cercano, pero se organizaron velozmente, ya sin tiempo de esperar la llegada de sus aliados. Los veteranos del difunto Brásidas y los esquiritas  conformaron el flanco izquierdo; los espartanos, arcadios, hereos y mainalones la parte central; y los tegeos, que luchaban por su patria, ocuparon la posición de honor en el flanco derecho. Las líneas argivas estaban formados por los mantineanos a la derecha, los argivos en el centro y los atenienses a la izquierda.

Al comenzar la batalla, el ala derecha de cada lado empezó a flanquear al ala que tenía en frente, debido a los movimientos erráticos de cada hoplita que trataban de cubrirse con el escudo del hombre que tenían al lado. Agis intentó fortalecer la línea ordenando a los esquiritas y su sector izquierdo que rompiesen contacto con el resto del ejército e igualaran en longitud a la línea de frente argivo. Para cubrir el espacio que se había creado, ordenó a las compañías de Hiponoidas y Aristocles abandonar sus posiciones en el centro para cubrir la formación. Sin embargo, esto no pudo lograrse, ya que ambos capitanes no pudieron o no quisieron completar la orden con tan poco aviso previo. Este tipo de maniobra no tenía precedentes en la historia militar griega. Algunos historiadores consideran este movimiento muy desatinado y alaban a los dos capitanes por desobedecer unas órdenes que posiblemente hubieran hecho perder la batalla a los espartanos. Otros suponen que la maniobra pudo haber sido un éxito.

En cualquier caso, los mantineos y el sector derecho de los argivos entraron por el espacio vacío y derrotaron a los veteranos de Brásidas y a los esquiritas, persiguiéndolos un gran trecho. Mientras tanto, los tegeos y el ejército regular espartano vencían a los atenienses y los arcadios que formaban el flanco izquierdo del ejército enemigo. La mayoría de ellos ni siquiera se plantaron para la pelea, sino que huyeron cuando los espartanos se aproximaban; algunos incluso fueron pisoteados en la prisa por escapar antes que los alcanzaran.

Luego, los espartanos giraron hacia la izquierda y rompieron el flanco derecho argivo, que huyó en completo desorden. Los espartanos no persiguieron demasiado al enemigo: ya habían ganado la batalla.

Argos perdió aproximadamente 1.100 hombres; 700 argivos y arcadios, 200 atenienses y 200 mantineos. Los espartanos, unos 300. Esparta envió una embajada y los argivos aceptaron una tregua según la cual entregaban Orcómeno, todos sus prisioneros y se unían al bando espartano para desalojar a los atenienses de Epidauro. Además, renunciaban a su alianza con Elis y Atenas. Tras derribar al gobierno democrático de Sición, realizaron un golpe de estado contra el gobierno de Argos, donde la moral de los demócratas era baja debido al mal desempeño del ejército junto a los atenienses en la batalla. Por otro lado, la batalla aumentó en forma considerable la moral y el prestigio espartano, quienes, luego del desastre de Pilos, eran juzgados como cobardes e incompetentes en combate. Su éxito en Mantinea marcó un cambio de opinión y el reconocimiento de los griegos hacia ellos.

Batalla de Milo

Tras firmar la Paz de Nicias, los atenienses y espartanos dejaron de enfrentarse directamente, lo que fue aprovechado por los atenienses para someter a polis neutrales o miembros desleales de la Liga de Delos. Así, en 416 a.C., una flota de 20 trirremes al mando de Alcibíades fue contra Argos y apresó a todos los sospechosos de favorecer a los espartanos. Después reunió una fuerza de 30 naves atenienses, 6 de Quíos y 2 de Lesbos. En ellas se transportaban 1.200 hoplitas propios, 1.500 de sus aliados, 300 arqueros y 20 jinetes. Su objetivo era Milo, una antigua colonia espartana fundada siete siglos atrás. Según la versión tradicionalmente aceptada, la isla se había negado a continuar rindiendo tributos a los atenienses tratando de mantener una posición neutral, pero como los atenienses los amenazaban, se habían vuelto abiertamente hostiles.

La expedición iba dirigida por los generales Cleómedes y Tisias. Ambos enviaron emisarios antes de comenzar los combates, pero según Tucídides estos se negaron a hablar con la Asamblea y pidieron tratar directamente con la nobleza local, alegando que no deseaban desperdiciar su tiempo en largos discursos sino exponer sus argumentos de forma simple y frontal. Rápidamente dejaron en claro a los melios que podían pagar tributo y sobrevivir, o pelear y ser inevitablemente vencidos. Los melios respondieron argumentando que debía respetarse su neutralidad y que las leyes internacionales garantizaban el derecho a mantener dicha posición. También presentaron varios contraargumentos, específicamente, que mostrar misericordia hacia Milo haría que los atenienses ganen más amigos, que los espartanos acudirían en ayuda y, finalmente, que los dioses protegerían la isla. Sin embargo, los atenienses rechazaron discutir la justicia de sus demandas o cualquier otro argumento; en cambio, formularon una frase de realismo duro, aguda, simple y citada hoy en día con frecuencia: «El débil debe ceder cuanto le obliguen sus debilidades y el fuerte puede tomar cuanto le permita su fortaleza». Los atenienses incluso sugieren que los espartanos no desconocían tal principio y, por lo tanto, no auxiliarían a los débiles melios si hacerlo era desventajoso para Esparta. En esa reunión no se discutía sobre justicia, sino sobre la salvación o perdición de la isla.

Los atenienses reconocieron que los atacaban a ellos para no hacer la guerra directamente contra Esparta, acabando con posibles aliados de estos. Era preferible tener a los melios como aliados para fortalecer su imagen y posición, pero definitivamente los isleños no podían seguir siendo neutrales, pues sería una señal de debilidad para los vasallos de Atenas y eso no les convenía. La tercera opción, someterlos por la fuerza, sería una prueba de su poder y para ellos era aceptable. Darse una imagen de abusivos pero fuertes era mejor que pacíficos y débiles. Después de esto, los melios se reunieron a discutir entre ellos y resolvieron presentar batalla confiados de la ayuda espartana. Tras la respuesta, los embajadores atenienses volvieron a su campamento y sus comandantes decidieron construir un muro alrededor de la pequeña ciudad y así comenzar el asedio. Luego zarparon con la mayoría de sus fuerzas dejando una guarnición propia y aliada para continuar el bloqueo terrestre y naval. Poco después los melios atacaron la parte vigiliada del muro por los atenienses, tomaron víveres, armas y volvieron a su ciudad. Los atenienses respondieron mejorando la guardia.

Pasó el verano y llegó el invierno. Los melios lanzaron otra vez un ataque exitoso contra la sección del muro defendida por los atenienses. Poco después llegaron refuerzos al mando de Filócrates, hijo de Demeas. Finalmente, tras un duro asedio, la ciudad fue conquistada gracias a un traidor local. La crítica histórica considera la expedición contra Milo como una encarnación brutal de la voluntad de poder ateniense. Alcibíades fue el autor de los decretos que imponían estos bárbaros castigos a los isleños, y él mismo se compró una mujer de la isla con la que tuvo un hijo. Alcibíades, o quien quiera que aconsejara la masacre de los melios, no prestó a Atenas ningún buen servicio, sino que cubrió de vergüenza a su ciudad y a las armas que en su día forjara Pericles para su defensa.

Los atenienses asesinaron a todos los varones adultos de Milo y esclavizaron a las mujeres y los niños. Tiempo después repoblarían la isla con 500 colonos propios. Más tarde los atenienses lanzarían otra expedición expansionista, esta vez contra Sicilia, la que acabaría cambiando su historia para siempre.

Segunda Guerra del Peloponeso (Tercera Parte)

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El final de Platea

En 427 a.C. la ciudad de Platea llevaba dos años bajo asedio. Aliada de Atenas, esta era una espina clavada en el corazón de la Liga Beocia, liderada por Tebas. Con el objetivo de darle fin al conflicto, un ejército formado por Esparta y sus aliados marchó hacia la ciudad. Platea había sido evacuada y para ese momento contaba solamente con 225 defensores (de los cuales 25 eran atenienses) y 110 mujeres como auxiliares. La ciudad fue destruida, los defensores ejecutados, las mujeres esclavizadas y las tierras y comunidades pequeñas que dependían de ella fueron anexionadas por los tebanos, que vieron su poder político y económico incrementado dentro de la confederación

Guerra Civil de Córcira

La Guerra civil que estalló en Córcira representó el primer incidente de consecuencias dramáticas para la política interna de una ciudad como consecuencia de la intromisión de dos potencias que se disputaban la hegemonía. Mientras que el partido popular se inclinaba por Atenas, el partido aristocrático era favorable a Corinto (aliada de Esparta). Este ultimo acusó a Pitias, jefe del partido popular, de querer hacer a Corcira esclava de Atenas. Pero este fue absuelto y demandó por su parte a los cinco miembros más ricos del partido aristocrático por sacrilegio, aduciendo que habían cortado rodrigones del santuario de Zeus y Alcínoo. Estos fueron condenados y obligados a pagar una multa tan grande que acudieron a los templos como suplicantes para que les permitieran pagar a plazos. Pitias, que era un personaje bastante influyente del Consejo, insistió para que la multa fuera pagada. Los aristócratas, sin escapatoria ante la ley, se reunieron y empuñando sus puñales irrumpieron de repente en la sede del Consejo, donde mataron a Pitias y otros senadores. Los partidarios restantes, que eran muy pocos, se refugiaron en un trirreme ateniense.

Los aristócratas convocaron la Asamblea de los ciudadanos, a la que hicieron votar la neutralidad de la ciudad en la guerra. Un trirreme corintio que transportaba a emisarios de Esparta atracó en Córcira y poco tiempo después, el partido aristocrático lanzó un nuevo ataque contra el democrático, el cual resultó vencido. Al día siguiente tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en el que vencieron los demócratas. Para evitar la toma del arsenal, los aristócratas incendiaron los edificios en torno al ágora.

El estratego ateniense Nicóstrato llegó la jornada siguiente con 12 barcos y 500 hoplitas mesenios. Obligó a los diferentes partidos a aceptar su arbitraje, pero los aristócratas responsables de la rebelión huyeron antes de poder ser juzgados por sus actos, y una amnistía fue declarada para el resto. Los demócratas pensaron que podrían deshacerse de sus adversarios políticos entregándoselos a Nicóstrato, pero antes de embarcar, los aristócratas, que eran cerca de cuatrocientos, se refugiaron en los templos de los Dioscuros y de Hera. Luego fueron persuadidos a partir y exiliados en un islote situado enfrente del templo de la diosa.

Cuatro o cinco días después se presentó, bajo el mando de Álcidas, una flota peloponesia de 53 naves. Corcira poseía la tercera mayor flota de la época, que de caer en manos de los peloponesios inclinaría la balanza del equilibrio naval. Además, la isla tenía un gran valor estratégico por su localización en la ruta marítima a la península itálica y Sicilia, a donde Atenas envió ese mismo año su primera expedición para cortar el aprovisionamiento de grano al Peloponeso y la probabilidad de hacerse con el control de la isla.

Ante la amenaza, Córcira se aprestó a equipar 70 trirremes con urgencia y a medida que estaban listos los enviaban contra el adversario, ignorando el pedido ateniense de enviarlos todos juntos detrás de sus naves. Llegaron frente a los navíos enemigos en formación abierta y sin ningún orden. En ese momento los peloponesios enviaron veinte naves contra los corcirenses y el resto contra los doce barcos atenienses, quienes temiendo ser cercados por la multitud de barcos enemigos, se pusieron en formación de caracol procurando desconcertarlos. Viendo lo que estaba sucediendo, las veinte naves peloponesias que habían ido contra la flota corcirense, acudieron en socorro de sus compañeros temiendo que les ocurriera lo mismo que les había sucedido en la pasada batalla de Naupacto. Una vez reunidos, los trirremes peloponesios lanzaron un ataque coordinado contra los atenienses, quienes empezaron a retirarse lentamente para atraer sobre ellos el ataque de la formación enemiga con el fin de que las naves corcirenses pudieran ponerse a salvo. Los atenienses no pudieron impedir la derrota de los corcirenses que se batieron en retirada, después de haber perdido trece navíos.

Los partidarios aristócratas fueron repatriados del islote para que no pudieran ser socorridos por la flota peloponesia. Demócratas y aristócratas negociaron entonces la reconciliación. Se trataba, para todos, de defender la ciudad como principal prioridad. Los aristócratas aceptaron servir a bordo de las naves de guerra. Córcira se preparó para un asedio, pero no fue atacada. Los peloponesios se contentaron con asolar el Cabo Leucimna y después se replegaron. Llegaron entonces sesenta barcos atenienses de refuerzo. Los demócratas masacraron a todos los aristócratas que se habían quedado en tierra. Los que se habían refugiado en los templos fueron convencidos para que salieran, y fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos prefirieron suicidarse. Los supervivientes, cerca de 500, se adueñaron de los territorios continentales, desde donde empezaron a hacer incursiones contra la isla. Causaron tantos estragos que el hambre se apoderó de la ciudad. Como no consiguieron convencer ni a Corinto ni a Esparta de que les prestaran ayuda, reclutaron mercenarios. Quemaron sus naves para no poder retroceder y se instalaron en el monte Istone, desde el cual reemprendieron las incursiones y rápidamente tomaron el control de los campos.

En 425 a. C., Atenas envió una flota para ayudar a sus partidarios en Córcira con la idea de asegurar la ruta hacia Sicilia. Los demócratas, auxiliados por hoplitas atenienses y encabezados por los estrategos Eurimedonte y Sófocles, ocuparon la fortificación desde la que los aristócratas hostigaban a sus rivales políticos, y concluyeron un acuerdo por el que los mercenarios debían entregarse y los oligarcas correrían la suerte que decidiera el pueblo ateniense. Temiendo que los tribunales de Atenas no condenaran a muerte a sus enemigos, los demócratas convencieron a los aristócratas de que intentaran fugarse, de esta manera se rompería el acuerdo con Atenas, y como los estrategos atenienses debían continuar hacia Sicilia, no les importó deshacerse de los prisioneros. Los demócratas masacraron salvajemente a sus enemigos y vendieron a las mujeres como esclavas. La guerra civil llegó así a su final, con la desaparición casi completa del partido pro-Corinto (aliada de Esparta).

Tanagra y la Campaña de Etolia

Durante el verano de 426 a. C., Atenas, que ya había eliminado la amenaza inmediata a su seguridad al reprimir la revuelta de Mitilene el año anterior, tomó una posición más agresiva que en las campañas previas. La isla de Milo rehusaba a unirse a la Liga de Delos, por lo que los atenienses enviaron a la ciudad una flota de 60 trirremes y 2000 hoplitas, con el strategos Nicias al mando. Si bien los atenienses pudieron saquear la isla, no lograron conquistarla, por lo que siguieron hacia Oropo, una polis de la costa de Beocia. Los hoplitas desembarcaron y marcharon hacia Tanagra, donde se unieron al cuerpo principal del ejército ateniense, comandado por Hipónico y Eurimedonte. Después de saquear la zona se enfrentaron a un ejército compuesto de tanagreos y tebanos en la batalla de Tanagra, en la cual salieron victoriosos.

Mientras tanto,  Demóstenes y Procles, con una flota de 30 trirremes, zarparon para circunnavegar el Peloponeso, el golfo de Corinto y la zona noroeste de Grecia. Al llegar a su destino, esta fuerza ateniense relativamente pequeña aumentó sustancialmente con la adición de hoplitas mesenios de Naupacto, 15 trirremes de Córcira, un gran número de soldados acarnianos, y varios contingentes provenientes de distintos aliados de la región. Con esta fuerza formidable, Demóstenes destruyó una guarnición de tropas de Leucade y después atacó y bloqueó a la ciudad. Esta era una importante ciudad peloponesia en la zona, y los acarnianos apoyaron con entusiasmo el sitio y la toma de la misma. Sin embargo, Demóstenes optó por seguir el consejo de los mesenios, quienes deseaban atacar y someter a las tríbus etolias que, según aseveraban, amenazaban Naupacto.

Los historiadores indican que Demóstenes tomó esta decisión en parte para complacer a sus aliados mesenios, pero también afirman que deseaba atravesar Etolia, incrementando su ejército sobre la marcha sumando los hombres de Fócida, y atacar Beocia desde el oeste ya que estaba menos protegida. Además, como al mismo tiempo Nicias realizaba operaciones en la zona oriental de Beocia, Demóstenes podría haber tenido en cuenta la posibilidad de obligar a los beocios a combatir en dos frentes. Sin embargo, su ejército disminuyó considerablemente debido a la partida de varios contingentes importantes; los acarnanios, molestos por el menosprecio con que había sido tratada su idea de tomar Léucade, y los navíos corcireos, aparentemente por falta de voluntad en participar en una operación que no les ofrecía ningún beneficio directo

Si Demóstenes se vio afectado por tales rupturas dentro de su coalición, no lo demostró con sus acciones inmediatas. Luego de establecer una base en la ciudad de Eneón en Lócrida, comenzó a avanzar sobre Etolia. Su ejército marchó sin obstáculos durante tres días hasta llegar al pueblo de Tiquio. Allí Demóstenes hizo un alto, mientras el botín que había sido capturado hasta entonces era transportado de regreso a su base de Eupalio. Algunos historiadores modernos también sugieren que las unidades locrias con las que tenía planificado encontrarse debían reunirse con él en Tiquio o antes, y que el retraso de Demóstenes en continuar su marcha se debió en parte a su preocupación porque estas fuerzas no llegaban. Los locrios llevaban a cabo un estilo de guerra similar al de sus vecinos etolios y pudieron haber provisto a Demóstenes de hábiles lanzadores de jabalinas; pero en su ausencia, el ejército de los atenienses era muy deficitario en unidades ligeras de armas arrojadizas, mientras que en este aspecto sus oponentes eran más fuertes.

No obstante, Demóstenes siguió adelante. Su confianza estaba reforzada por los mesenios, quienes le aseguraron que el elemento sorpresa garantizaba el éxito siempre y cuando continuase atacando antes que los etolios tuvieran la oportunidad de combinar sus fuerzas. Pero el consejo llegó tarde; los etolios conocían los planes de Demóstenes desde antes que llegara y ya habían reunido un ejército considerable. Los atenienses avanzaron hacia el pueblo de Egitio, al que capturaron con facilidad, pero no pudieron seguir adelante. Los habitantes de la ciudad retrocedieron a las colinas que circundaban el pueblo para unirse al ejército etolio, y de pronto Demóstenes y sus fuerzas se encontraron bajo asalto desde la superficie elevada. Trasladándose con relativa sencillez en el difícil terreno, los lanzadores de jabalinas etolios conseguían descargar sus armas y retirarse antes que los sobrecargados hoplitas atenienses pudiesen alcanzarlos. Sin los locrios, Demóstenes solamente podía emplear un contingente de arqueros para mantener a raya a los atacantes. Cuando el capitán de los arqueros fue muerto, sus hombres huyeron y el resto del ejército los siguió al poco tiempo. A continuación se produjo un baño de sangre; Procles (el comandante de Demóstenes) y el guía mesenio murieron. Sin líderes, los soldados se dirigían a cañones sin salida o se perdían en el campo de batalla, mientras que los veloces etolios iban tras ellos abatiéndolos; el mayor contingente que huyó se perdió en un bosque al que los etolios prendieron fuego.

De los 300 atenienses que marchaban con Demóstenes, 120 fueron muertos; se desconoce la cantidad de bajas entre los aliados, pero se presume que fue una proporción similar. Semejantes pérdidas eran exorbitantes si se las compara con el número habitual de bajas de una batalla de hoplitas, en la que una tasa de víctimas superior al 10% era inusual.

Luego de regresar a Naupacto, los atenienses navegaron rumbo a casa dejando atrás una situación estrategicamente precaria y un comandante cuya reputación se tambaleaba con gravedad. Los etolios, animados por su victoria, comenzaban a preparar una ofensiva contra Naupacto, y Demóstenes estaba tan preocupado por cómo lo recibirían en Atenas (donde la asamblea tenía la reputación de tratar con dureza a los generales en desgracia) que decidió no volver junto con su flota. Sin embargo, en los meses siguientes, la situación volvería a estabilizarse.

Batalla de Olpas

Ese mismo año, 3000 hoplitas de Ambracia invadieron Argos Anfiloquia en Acarnania, situada en un golfo del mar Jónico y tomaron la fortaleza de Olpas. Los acarnanios pidieron ayuda al general ateniense Demóstenes y a 20 trirremes atenienses que estaban situadas cerca. Los ambraciotas pidieron ayuda a Euríloco de Esparta, quien se las arregló para sobrepasar a los acarnanios con su ejército sin ser visto. Después de esto, Demóstenes llegó al golfo de Arta, al sur de Olpas, con sus barcos, hoplitas y arqueros. Se unió con el ejército acarnanio y estableció un campamento enfrente de Euríloco, donde ambas partes realizaron preparativos durante cinco días. Como los ambraciotas y los peloponesios tenían un ejército mayor, Demóstenes preparó una emboscada con 400 hoplitas de Acarnania para que entraran en acción cuando la batalla comenzara.

Demóstenes formó el flanco derecho del ejército con tropas atenienses y mesenias, mientras que el centro y el flanco izquierdo estaba formado por anfílocos y acarnanios. Euríloco se situó en el flanco izquierdo de su ejército, encarando directamente a Demóstenes. Cuando estaba a punto de rodear a los acarnanios, empezó la emboscada; el pánico invadió sus tropas y Euríloco fue asesinado. Los ambraciotas derrotaron al flanco izquierdo de los acarnanios y anfílocos y los persigueron hasta Argos, pero fueron derrotados por el resto de los acarnanios cuando regresaban. Demóstenes perdió alrededor de 300 hombres, pero logró salir victorioso cuando la batalla finalizó esa noche.

Al día siguiente, Menedao, que había tomado el control cuando Euríloco murió, intentó llegar a un acuerdo con Demóstenes, quien sólo permitió escapar a los líderes del ejército. De todas formas, algunos de los ambraciotas intentaron partir con Menedao pero fueron alcanzados por los acarnanios, que permitieron a Menedao escapar según lo prometido y mataron al resto.

Demóstenes vio que había un segundo ejército de Ambracia marchando hacia Olpas. Estos ambraciotas acamparon en el camino hacia la fortaleza de Idomene, sin conocimiento de la derrota del día anterior. Demóstenes los sorprendió por la noche haciéndose pasar por otro ejército ambraciota y mató a la mayor parte de ellos; el resto escapó a las colinas o hacia el mar, donde fueron capturados por los barcos atenienses. Aunque Demóstenes podía haber conquistado fácilmente Ambracia, no lo hizo, y los acarnanios y ambraciotas firmaron un tratado de paz de 100 años con ellos

Batalla de Pilos

En medio de los éxitos y fracasos de cada uno, la guerra iba a tomar un sesgo nuevo e inesperado favorable a Atenas. Esta decidió llevar a cabo una intensa actividad naval en el Mar Jónico con el fin de atacar a los aliados de Esparta y con la pretensión de extender su hegemonía a Sicilia y Magna Grecia. Atenas destacó allí su flota con dos objetivos concretos: aislar al Peloponeso de las ricas colonias de Italia y Sicilia, en especial de Siracusa, e imponer su hegemonía política sobre las colonias griegas de Occidente. La intervención se apoyó en las viejas rivalidades que venían enfrentando secularmente a los griegos de estas colonias.

Desde mucho tiempo antes, Siracusa amenazaba a Segesta, Leontino y Regio, por lo que Pericles había pactado con ellas en contra de Siracusa y sus aliados (Gela, Selinunte, Hímera y Locri). Al mando de Laques hicieron aparición 40 naves que regresaron a Atenas sin ningún éxito real, debido a que los griegos de Sicilia acordaron firmar la paz entre sí al adivinar las intenciones anexionistas de Atenas. Pero la ekklesía (asamblea) ateniense, obedeciendo a dirigentes belicistas y megalómanos, condenó al exilio a los tres estrategos de la escuadra y les acusó de haber sido corrompidos para renunciar a la conquista.

En el verano de 425 a.C., una flota ateniense comandada por los generales Eurimedonte y Sófocles, con Demóstenes como asesor, partió de Atenas. Si bien Demóstenes no desempeñaba ningún cargo oficial en el momento, había sido electo como estratego y los dos generales habían sido instruidos para que le permitieran utilizar la flota alrededor del Peloponeso si lo deseaba. Una vez en el mar, Demóstenes reveló el plan que previamente había mantenido en secreto; su deseo era fortificar Pilos, que él creía era un sitio particularmente prometedor para un puesto de avanzada ya que estaba a una buena distancia a marcha de Esparta y poseía un excelente puerto natural en la bahía de Navarino. De esta manera podría poner el pie en el Peloponeso y alentar una rebelión de los hilotas

Los dos generales rechazaron su plan, pero Demóstenes tuvo un golpe de suerte cuando una tormenta condujo a la flota a la orilla de Pilos. Incluso entonces los generales se negaron a ordenar la fortificación del promontorio, y también fue rechazado de manera similar cuando intentó apelar directamente a las tropas y comandantes subordinados. Sólo cuando el aburrimiento de la espera de la tormenta se sobrepuso, los atenienses se pusieron a trabajar. Las fortificaciones fueron acabadas en seis días y la flota zarpó hacia Corcira, donde una flota espartana de 60 barcos los esperaba, dejando Demóstenes con cinco naves y sus complementos de marineros y soldados para defender el nuevo fuerte.

El gobierno espartano fue inicialmente indiferente a la presencia de los atenienses en Pilos, en el supuesto de que pronto partirían. Una vez que los planes de Demóstenes quedaron en claro, el rey Agis, que estaba a la cabeza de un ejército que asolaba el Ática, se dirigió hacia allí. Demóstenes anticipó las acciones espartanas y envió dos de sus barcos a llamar a la flota ateniense. El puerto de Pilos estaba en una gran bahía cuya entrada estaba casi completamente bloqueada por la isla de Esfacteria: no existía más que un paso estrecho por cada lado de la isla para entrar en la bahía. Los espartanos tenían previsto bloquear por tierra y mar la fortaleza de Pilos, y controlar las dos entradas del puerto a fin de impedir a la flota ateniense entrar y desembarcar en la isla. El espartano Epitadas y una tropa de 440 hoplitas fueron desembarcados en Esfacteria, mientras que el resto del ejército espartano se preparaba para tomar al asalto las fortificaciones atenienses de Pilos. Si el primer ataque fracasaba, se verían obligados a preparar un largo asedio. Demóstenes disponía de pocos hoplitas y la mayoría de sus tropas eran marinos desarmados de las trirremes restantes. Apostó sesenta hoplitas en el punto más débil de las fortificaciones de la plaza pensando que los espartanos querrían desembarcar allí. El resto de sus tropas estaba en las murallas, tierra adentro.

Los espartanos asaltaron las fortificaciones por tierra y mar. El ataque por mar sucedió exactamente donde Demóstenes había previsto. Por las condiciones del terreno, el desembarco era complicado, y si bien los espartanos acercaron a la playa todos los trirremes que pudieron, entre la costa rocosa y los atenienses protegiéndola, no pudieron romper las defensas. Luego de un día y medio, los espartanos se resignaron y enviaron a sus barcos a buscar madera para construir armas de asedio.

En el día después del cese de los ataques, llegó el resto de la flota ateniense desde Zante. Como era demasiado tarde para atacar, pasaron la noche en una isla cercana con el objetivo de atraer a los espartanos a una batalla en mar abierto, pero no funcionó. Al día siguiente, los atenienses navegaron en ambos accesos al puerto, que los espartanos habían fallado en proteger, y rápidamente derrotaron a la flota espartana, que pensaba que la estrechez de la bahía compensaría las mayores cualidades marinas de los atenienses (se ha sugerido que el fracaso de los espartanos para bloquear las entradas indica que no podían hacerlo, y que su plan era por lo tanto fatalmente defectuoso desde el principio). La persecusión fue limitada por el tamaño de la bahía, pero los atenienses lograron capturar algunas trirremes en el mar. Al final de la batalla, los atenienses controlaban el puerto y eran capaces de navegar libremente por la isla de Esfacteria, donde aún estaban los hoplitas espartanos totalmente aislados. Las naves atenienses establecieron una vigilancia cercana para impedir que huyeran. Los espartanos, incapaces de organizar una expedición de socorro para sus tropas, pidieron un armisticio y enviaron embajadores a Atenas a fin de negociar el regreso de la guarnición de la isla. Los atenienses permanecieron 72 días en Pilos, periodo durante el cual los embajadores fracasaron en conseguir la paz, por lo que otra batalla era inminente.

Batalla de Esfacteria

Para obtener el derecho de aprovisionar a las tropas de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón hizo encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara, Trecén y Acaya. Los espartanos no aceptaron las condiciones atenienses y llegaron a abastecer a Esfacteria con la ayuda de nadadores. Cleón, desafiado por sus conciudadanos para lograr la victoria, se unió a Demóstenes llevando con él un contingente de peltastas y de arqueros, jactándose de que lograría la victoria en veinte días.

Demóstenes examinó la isla y descubrió que solamente treinta espartanos vigilaban la parte sur. Durante la noche, desembarcó con 800 hoplitas que sigilosamente fueron rodeando el campamento. Los espartanos, creyendo que los barcos atenienses que estaban merodeando cerca suyo estaban siguiendo su ruta de vigilancia habitual, fueron atrapados desprevenidos y luego masacrados.

El resto de las tropas desembarcaron antes del alba. Los hoplitas espartanos no podían entablar batalla contra los hoplitas atenienses por temor a que los peltastas enemigos atacaran sus flancos y su retaguardia. Este tipo de soldado, que no portaba ni armadura ni escudos pesados, podía esquivar fácilmente la carga de los hoplitas. Éstos eran hostigados sin descanso bajo una lluvia de proyectiles de hondas, de flechas y de jabalinas, todos lanzados desde menos de 50 metros. Su comandante, Epitadas, fue asesinado y su segundo, Estifón, fue herido.

Los espartanos se retiraron a un fuerte abandonado que utilizaban como puesto avanzado. Un comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un acantilado y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados, estos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los cuales 120 eran espartiatas. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.

Los acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: por primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir. Una grave crisis sacudió la ciudad, y desmoralizada, condujo a la matanza de 20.000 esclavos hilotas. La presencia de una guarnición formada por mesenios de Naupacto y atenienses en Pilos ponía en peligro el conjunto del territorio mesenio, obligando a Esparta a inmovilizar tropas en la región. Al final, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria si los espartanos no suspendían sus invasiones anuales al Ática.

La batalla demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los espartanos fueron vencidos sin que los hoplitas entraran en combate. El tiempo que estuvieron aislados en la isla fue de 72 días en total. La victoria final en Esfacteria tuvo lugar el 10 de agosto de 425 a. C.

 

Segunda Guerra del Peloponeso (Segunda Parte)

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A la primera parte de la segunda Guerra del Peloponeso se la conoce como Guerra Arquidámica, esta comprende desde su estallido en 431 a.C. hasta la Paz de Nicias en 421 a.C. Su nombre deriva del rey de Esparta, Arquídamo II, quien pese a no ser un entusiasta de la guerra, dirigió las invasiones peloponesias al Ática hasta su muerte en 427 a.C.

Esparta y sus aliados, a excepción de Corinto, eran dominios con base predominante en tierra, capaces de convocar grandes ejércitos prácticamente invencibles gracias a las legendarias fuerzas espartanas. El Imperio Ateniense, pese a tener base terrestre en la península del Ática, se extendía a través de las islas del mar Egeo y obtenía su riqueza a partir de los tributos que estas pagaban, por lo que mantenía su imperio por medio de su poderío naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar una batalla decisiva entre sí.

Comienzo de la Guerra

Las acciones bélicas empezaron con el ataque de Tebas contra la ciudad de Platea, aliada de Atenas y hostil a la supremacía tebana en la Liga Beocia. En la primavera de 431 a.C., los tebanos, ayudados desde el interior de Platea por una facción pro-tebana, intentaron apoderarse de la ciudad por sorpresa. La tentativa fracasó, pero los platenses, asustados, mataron a los 330 prisioneros tebanos que se habían infiltrado en la ciudad y despertaron la furia de los beocios. Aunque la agresión tebana a un aliado ateniense abría tácitamente las hostilidades, el inicio «oficial» de la contienda no llegó hasta mayo, con la invasión peloponésica del Ática encabezada por el rey Arquídamo II.

La estrategia espartana durante este período consistía en invadir antes de la cosecha el territorio que rodeaba a Atenas para arrasar sus tierras y obligarla a presentar batalla en campo abierto, pero como los atenienses conservaban su acceso al mar, el impacto del asedio era menor. Muchos de los pobladores abandonaron sus granjas y se trasladaron dentro de los Muros Largos que conectaban Atenas con su puerto de El Pireo. Los espartanos ocupaban el Ática durante períodos intermitentes siguiendo la tradición del sistema hoplítico condicionados por las provisiones que llevaban consigo, por lo que no permanecían el tiempo suficiente como para causar daños irreparables. Además, los espartanos necesitaban mantener el control sobre sus esclavos, quienes no podían quedar sin supervisión por períodos prolongados. La invasión espartana más extensa, en 430 a.C., duró apenas cuarenta días.

En estos primeros años Atenas desplegó una intensa actividad militar que se manifestó, entre otros hechos, en invadir la región vecina de Megáride, expulsando a los eginetas de su propia isla para establecer en ella colonos, quienes, en virtud de un pacto entre Atenas y Esparta, se establecieron en la región de Tirea. También se lanzaron al control absoluto del Golfo de Corinto y de la ruta marítima al mediterráneo occidental.  Pericles aconsejaba a los atenienses evitar la batalla en terreno abierto contra los numerosos y bien entrenados hoplitas y depender de su flota. En el año 431 a.C., conforme a sus posibilidades y planes estratégicos, Pericles envió una escuadra de cien trirremes contra las costas del Peloponeso, que si bien fracasó en Metone (en la costa occidental de Mesenia y defendida por el brillante general espartano Brásidas), tuvo éxito en Élide.

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El noroeste continental griego fue un importante teatro de operaciones, región en la que Atenas, con la ayuda de sus aliados acarnanios, intentó eliminar la influencia corintia. Ese mismo año las 100 naves que habían circunnavegado el Peloponeso se apoderaron de la colonia corintia de Solio, y ganaron por medios diplomáticos la isla de Cefalonia.

En la primavera de 430 a.C., 4000 hoplitas y 300 caballeros a bordo de 150 naves de transporte atenienes y aliadas, arrasaron la campiña de Epidauro e intentaron un asalto sobre la ciudad. Si bien este fracasó, lograron devastar los campos de Trecén, Halias y Hermíone, ciudades situadas en la península de Acté, en el noroeste de la península peloponesia. Esta expedición terminó con la conquista y saqueo de Prasias. La devastación de estas tres ciudades, además de minar la moral espartana, constituyó una llamada de atención a Argos para que abandonase su neutralidad y encabezara la oposición a Esparta en el Peloponeso. Por otra parte, Prasias, situada al sur de Cinuria, era un punto caliente del ancestral conflicto entre espartanos y argivos por la posesión de esta región fronteriza entre Laconia y la Argólida, querella que se recrudeció cuando los espartanos asentaron allí a los eginetas expulsados de su isla por los atenienses.

En el verano del mismo año se produjo un intento de acercamiento diplomático de Esparta a Persia mediante el envío de una embajada que tenía como principal misión lograr el apoyo financiero del Gran Rey a la Liga del Peloponeso. La presencia en esta delegación de al menos dos espartiatas de alto linaje como eran Aneristo y Nicolao, descendientes de Espertias y Bulis (dos nobles que habían ofrecido sus vidas a Jerjes I para expiar el crimen cometido contra los mensajeros del rey persa durante la Segunda Guerra Médica) ratificaba la disposición espartana a continuar la guerra hasta la desintegración del imperio ateniense a cualquier precio, precisamente en un momento en que Atenas buscaba una solución pacífica al conflicto. De camino a Persia, los embajadores aprovecharon para persuadir al rey odrisio Sitalces de que abandonara la alianza con Atenas pero casualmente se hallaban en la corte de Sitalces dos embajadores atenienses que convencieron a Sádoco, hijo del soberano (que además acababa de recibir la ciudadanía ateniense) que les entregara los enviados peloponesios. Los integrantes de la embajada fueron apresados, conducidos a Atenas y ejecutados sin juicio previo. El historiador Tucídides explica que la violación de la ley (que permitía a cualquier individuo defenderse públicamente) fue por el temor que despertaba el general corintio Aristeo, miembro de la embajada, quien fue acusado de todos los males sobrevenidos en Potidea y Tracia.

A finales del verano de 430 a.C., los espartanos y sus aliados enviaron una expedición de 100 naves con 1000 hoplitas a bordo contra la isla de Zacinto, situada frente a Élide y aliada de Atenas. Al mando de Cnemo, desembarcaron y devastaron la mayor parte de la isla pero al no lograr vencer a los zacintios, regresan al Peloponeso. Zacinto era de una gran importancia estratégica por su ubicación frente a las costas de Élide, no lejos de la base naval peloponesia de Cilene. Esta expedición se produjo poco después de que Atenas entablara negociaciones para terminar la guerra; conversaciones que no conocemos porque Tucídides ni siquiera las esboza, poco preocupado por los frustrados intentos de paz. No se sabe qué condiciones ponía Esparta pero no debieron ser muy diferentes a las exigidas antes del estallido del conflicto porque el silencio del historiador ateniense sugiere una intransigencia por ambos bandos y un escaso fruto de la vía diplomática.

La Plaga de Atenas

Una epidemia, originada en Etiopía, fue introducida por el puerto de El Pireo en el año 430 a.C. y rápidamente se propagó por Atenas, cuya densa población vivía amontonada dentro de las murallas debido a las invasiones peloponesas en el Ática. Pese a que Tucídides describe con precisión los síntomas, la naturaleza de la enfermedad sigue siendo objeto de debate. Atenas perdió posiblemente un tercio de la población que resguardaba tras sus muros. La visión de las piras funerarias ardiendo hizo que el ejército espartano se retirara por temor a la enfermedad. La plaga mató a gran parte de la infantería ateniense, algunos de sus marinos más expertos y a su líder, Pericles, que murió en uno de los brotes posteriores. 

El vacío de poder que dejó fue ocupado por el aristócrata Nicias y el demagogo Cleón, el primero partidario de un entendimiento con Esparta que pusiera fin al conflicto, y el segundo proclive a una guerra a ultranza y sin concesiones. Esta lucha interna afectó la política exterior ateniense, que experimentó continuos vaivenes según el pueblo se dejaba persuadir por uno u otro. La herencia política de Pericles recayó además en Éucrates y Lisicles; ninguno de estos personajes supo aprovechar las oportunidades que se presentaron a los atenienses para salir victoriosa de una guerra tan compleja.

En el verano del año 429 a.C., los espartanos pusieron en práctica un vasto y ambicioso plan en el noroeste que aspiraba a la dominación no sólo de Acarnania, sino también de las islas de Zacinto, Cefalonia e incluso de Naupacto, donde los atenienses habían situado una flota bajo el mando de Formión que acrecentaba su control del Golfo de Corinto. El plan espartano dificultaría extremadamente a los atenienses la circunnavegación del Peloponeso y el bloqueo del golfo por falta de puertos en donde estacionar sus naves. Pero la campaña acarnania acabaría en otro descalabro debido a la mala coordinación entre los intervinientes y la inconstancia en el liderazgo de los espartanos, más dispuestos a retirarse ante cualquier eventualidad o contratiempo que a empeñarse en una empresa lejana de la que no eran beneficiarios directos. Las 47 naves peloponesas que constituían la flota de apoyo se vieron obligadas a combatir en la entrada del Golfo de Corinto al no poder eludir la vigilancia de Formión, quien, a pesar de tener una desventaja numérica de naves de casi 4 a 1, consiguió encerrar en el golfo a una gran parte de la escuadra peloponesia. Esto impidió a la Liga del Peloponeso participar en la defensa de sus costas pues la consecuencia de la derrota fue desastrosa para ella.

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Ruinas Corintias

Después, Formión dio un rodeo por Acarnania y regresó a Atenas por Naupacto, logrando dificultar el suministro de trigo de la Magna Grecia al Peloponeso. A pesar de sus éxitos, se le acusó ante los tribunales y fue condenado a pagar una multa que al no poder satisfacer, significó la perdida de su ciudadanía. Debido a esto, no pudo volver a desempeñar ningún cargo público. En el plano militar, Atenas conservó Naupacto mientras que casi un cuarto de la flota peloponesia había quedado desmantelada y sus tripulaciones capturadas o muertas. Otro hecho no menos importante fue el afianzamiento naval del poder ateniense en el noroeste continental de Grecia en detrimento de los corintios, como demostrarían poco después las expediciones a Acarnania de Formión y de su hijo Asopio.

Revuelta de Mitilene

El gobierno oligárquico de Mitilene había considerado rebelarse contra Atenas desde antes del estallido de la guerra. Sin embargo, cuando se acercaron a Esparta en la década de 430 a.C., no fueron aceptados en la Liga del Peloponeso. Sin el necesario apoyo de Esparta, el plan de Mitilene quedó en la nada. No obstante, en el año 428 a.C. los líderes mitileneos juzgaron que era el momento propicio para rebelarse y tanto Esparta como Beocia participaron en los planes de la rebelión. La principal motivación para la revuelta fue que los mitileneos deseaban tomar el control de toda la isla de Lesbos; como a Atenas no le gustaba la creación de subunidades dentro de su imperio, seguramente no hubiera permitido que Lesbos se unificara. 

Además, el estatus de privilegio de Mitilene, al ser un Estado independiente dentro del Imperio Ateniense que comandaba su propia flota, aventuraba que en el futuro Atenas habría de enfrentarse a esta y someterla como un estado tributario como había hecho con la mayoría de sus aliados. Por lo tanto, los mitileneos comenzaron a reforzar sus fortificaciones y a adquirir mercenarios y suministros. Sin embargo, la noticia de los preparativos llegó a oídos de los atenienses gracias a varios de los enemigos de Mitilene en la región y a un grupo de ciudadanos mitileneos que representaban los intereses de Atenas en la ciudad.

Los atenienses, que aún sufrían de la plaga y se encontraban bajo una gran presión financiera debido a la prolongación inesperada de la guerra, intentaron negociar para así evitar verse envueltos en otra contienda militar. Sin embargo, cuando Mitilene se negó a abandonar sus planes para unificar la isla, Atenas se resignó ante la necesidad de una respuesta militar y despachó una flota rumbo a Lesbos. El plan inicial era que la escuadra llegara durante un festival religioso, por lo que todos los habitantes de Mitilene se hallarían fuera de la ciudad, facilitando la conquista de las fortificaciones por las tropas atenienses. No obstante, puesto que el plan se trazó en una asamblea abierta, resultó imposible mantenerlo en secreto, y Mitilene recibió una advertencia sobre el acercamiento de los navíos. El día del festival, la población permaneció en la ciudad y la guardia en los puntos más débiles de la muralla había sido redoblada. Los atenienses, que se encontraron con la ciudad bien defendida, ordenaron a los mitileneos que rindiesen su flota y derribaran las murallas. Mitilene rechazó estas exigencias e incluso envió a su contingente naval a combatir contra la flota ateniense en las afueras del puerto. Pero cuando la derrota era inminente y los navíos mitileneos se replegaban hacia el puerto, la ciudad aceptó velozmente negociar un armisticio y despachar representantes hacia Atenas. No obstante, la intención del gobierno de Mitilene no era llegar a un acuerdo con esta, sino más bien ganar tiempo para que sus negociaciones con Esparta y Beocia dieran sus frutos. Mientras los representantes se encaminaban hacia Atenas, se envió un segundo grupo rumbo a Esparta para obtener su apoyo en la rebelión.

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Mitilene

Las negociaciones en Atenas fueron breves e infructuosas. Los mitileneos ofrecieron mantenerse leales a cambio de que los atenienses retiraran su flota de Lesbos. Dentro de la propuesta se hallaba implícito el hecho de que Atenas abandonara la ciudad vecina de Metimna, algo que los atenienses no podían efectuar, ya que el no proteger a una ciudad sujeta a su imperio ante un ataque minaría su autoridad al frente del mismo. En consecuencia, Atenas rechazó la oferta.

Cuando los embajadores regresaron a Lesbos y dieron a conocer el resultado de las negociaciones, todas las ciudades de la isla salvo Metimna declararon abiertamente la guerra a Atenas. Mitilene reunió un ejército y avanzó hacia el campamento ateniense. Pese a que el resultado de la batalla le fue levemente favorable, los mitileneos no quisieron forzar su ventaja y se retiraron detrás de sus fortificaciones antes de que cayera la noche. Por su parte, los atenienses, animados por la falta de iniciativa de sus enemigos, convocaron a las tropas de sus aliados. Cuando estas llegaron, construyeron dos campamentos fortificados, uno a cada lado del puerto de Mitilene. Desde aquellas posiciones impusieron un bloqueo naval sobre la ciudad, mientras que Mitilene y sus aliados siguieron controlando todo el territorio situado fuera de las fortificaciones atenienses.

Inmediatamente después del ataque, un trirreme con embajadores de Esparta y Beocia logró esquivar el bloqueo y entrar en Mitilene. Una vez allí, los emisarios convencieron a los habitantes de la ciudad de que enviaran a un segundo grupo de embajadores para solicitar la intervención de Esparta (los espartanos y beocios habían partido antes de la revuelta y desde hacía tiempo se les había imposibilitado la entrada a la ciudad). Esta segunda delegación de negociadores llegó a su destino menos de una semana después que el primero, pero ninguno consiguió la ayuda inmediata por parte de Esparta. Sus ciudadanos delegaron la decisión de como proseguir a la Liga del Peloponeso, la cual se reuniría en Olimpia un tiempo más tarde ese mismo verano. Durante la reunión, los embajadores mitileneos pronunciaron un discurso justificando su revuelta, enfatizaron la debilidad de Atenas e hicieron hincapié en la importancia de atacar a los atenienses dentro de su imperio. Tras dicha exposición, los espartanos y sus aliados aceptaron mediante votación incluir a los habitantes de Lesbos dentro de su alianza y atacar a Atenas con toda urgencia.

Los planes trazados en Olimpia determinaron que todos los Estados aliados enviaran sus contingentes al istmo de Corinto para unirse y preparar el avance hacia Atenas. El contingente espartano fue el primero en llegar y se dispuso a recorrer el istmo lentamente con navíos para así poder atacar en forma simultánea por tierra y por mar. No obstante, mientras los espartanos se dedicaban con entusiasmo a dicha labor, el resto de los aliados se demoraba en enviar a sus contingentes; el período de cosecha había iniciado y los aliados estaban cansados del constante servicio militar. Entretanto, conscientes de que el alistamiento de tropas peloponesias se debía en parte a la afirmación de los mitileneos de que Atenas se hallaba sumamente debilitada, los atenienses prepararon una flota de 100 navíos para realizar ataques en las costas del Peloponeso. La preparación del contingente naval requirió la toma de medidas extremas, puesto que los recursos del Estado ya eran muy escasos. La flota ateniense efectuó incursiones a voluntad contra las costas peloponesias, y los espartanos, a quienes se les había prometido que los cuarenta navíos atenienses en Mitilene y otros cuarenta que habían circunnavegado el Peloponeso a comienzos del verano constituían la totalidad de las fuerzas navales que Atenas podía reunir, llegaron a la conclusión de que habían sido engañados y cancelaron sus planes de lanzar un ataque durante ese verano.

Mientras tanto, Mitilene y sus aliados atacaron Metimna por tierra, esperando que les fuera entregada a traición. Sin embargo, la traición prometida no ocurrió, y tras lanzar una ofensiva contra la ciudad que no tuvo el éxito esperado, se retiraron. Los mitileneos regresaron a casa, deteniéndose durante el camino para reforzar las fortificaciones de varios de sus aliados cerca de Metimna. Una vez que los mitileneos hubieron desaparecido, las tropas de Metimna avanzaron sobre la ciudad de Antisa, pero fueron derrotadas por los defensores y sus mercenarios en un combate fuera de las murallas de la ciudad. Un gran número de metimneos y sus auxiliares murieron  y los supervivientes emprendieron la retirada a su ciudad. En ese momento, los atenienses se dieron cuenta de que su ejército en Lesbos era insuficiente para lidiar con Mitilene, por lo que otros 1000 hoplitas fueron despachados a la isla, bajo el mando de Paques, hijo de Epicuro. Gracias al incremento en el número de sus tropas, los atenienses en Lesbos lograron hacerse con el control de las tierras que rodeaban Mitilene y construyeron una muralla circunvalando la ciudad por los tres lados que miraban a tierra, completando así el bloqueo contra ésta.

El asedio

A fin de pagar los gastos del asedio durante su crítica situación financiera, Atenas se vio obligada a recurrir a dos medidas extremas. En primer lugar, impuso el pago de una eisphora, o impuesto directo, a sus propios ciudadanos. Los antiguos griegos eran sumamente reacios a tomar este tipo de medidas, las cuales consideraban un abuso sobre sus libertades personales, y es posible que esta haya sido la primera ocasión en que se haya obligado el pago de este impuesto en Atenas. El segundo mandato consistió en anunciar un aumento del tributo exigible a sus Estados sujetos, enviando doce naves para cobrar el nuevo gravamen varios meses antes de la fecha habitual, lo que desató claras situaciones de descontento, y uno de los generales que comandaba uno de los trirremes fue asesinado mientras intentaba cobrar el tributo en Caria.

En el verano de 427 a.C., los espartanos y sus aliados planificaron un esfuerzo conjunto por tierra y mar para desgastar los recursos de Atenas y aliviar el asedio sobre Mitilene. La invasión anual del Ática correspondiente a ese año fue la segunda más prolongada de la guerra arquidámica. Mientras se llevaba a cabo esta invasión, se enviaron 42 barcos al mando del navarco Álcidas hacia Mitilene. El objetivo era que los atenienses estuviesen preocupados por la invasión y no pudieran dedicar toda su atención a Álcidas y su flota.

Sin embargo, en Mitilene el tiempo para un rescate se estaba agotando. Un representante espartano, Saleto, había ingresado sigilosamente en la ciudad a bordo de un trirreme a fines del invierno con noticias del plan de socorro y había tomado el mando de las defensas del lugar anticipándose a la llegada de la flota. No obstante, las provisiones de alimento de Mitilene se acabaron en algún momento de ese verano y, como el contingente naval aún debía aparecer, Saleto debió apostar por intentar romper el bloqueo. Todos los ciudadanos, de los cuales la mayoría había combatido hasta el momento en las tropas ligeras, recibieron una armadura hoplítica como parte de los preparativos. Aun así, una vez que la población estuvo armada, esta se negó a obedecer al gobierno de la ciudad y exigió que las autoridades distribuyeran el resto de las provisiones de comida, amenazando con pactar con los atenienses si esto no se cumplía. Al ver que el problema era insalvable y que cualquier acuerdo de paz en el que no estuviesen involucrados tendría seguramente consecuencias fatales para ellos, los funcionarios del gobierno se pusieron en contacto con el comandante ateniense y se rindieron con la condición de que ningún habitante de Mitilene fuera hecho prisionero, esclavizado o ejecutado hasta que los representantes de la ciudad hubiesen expuesto su caso ante Atenas.

Al mismo tiempo que sucedían estos acontecimientos, el almirante espartano Álcidas avanzaba con sus barcos lenta y cautelosamente, demorando demasiado en rodear el Peloponeso. Pese a que consiguió evitar a los atenienses y llegar a Delos sin ser descubierto, alcanzó la ciudad de Eritras, situada en la costa de Jonia, sólo para enterarse de que Mitilene ya había caído. En aquel instante, el comandante del contingente de Elis propuso lanzar un ataque contra los atenienses en Mitilene, sosteniendo que dado que la captura de la ciudad era muy reciente, los tomarían por sorpresa y vulnerables. Álcidas no deseaba efectuar un movimiento tan atrevido y rechazó la idea, al igual que otro plan para tomar una ciudad jonia como base desde la cual fomentar rebeliones dentro del imperio. De hecho, tras saber que Mitilene se había rendido, el objetivo principal de Álcidas fue regresar a casa sin tener que enfrentarse a la flota de Atenas, por lo que navegó hacia el sur siguiendo la costa de Jonia. Los trirremes atenienses pudieron verlo fuera de Claros, y la flota ateniense fue enviada desde Mitilene en su persecución. Sin embargo, Álcidas zarpó desde Éfeso a toda vela de vuelta al Peloponeso sin detenerse hasta encontrarse seguro dentro de las fronteras de su patria, logrando escapar así de sus perseguidores. Luego de esto, los atenienses regresaron a Lesbos y sometieron a las últimas ciudades rebeldes de la isla.

Debate en Atenas

Tras terminar de someter a Mitilene, el strategos ateniense Paques envió a la mayor parte del ejército de regreso a Atenas y, junto con él, a los mitileneos que habían sido identificados como culpables de la revuelta, así como al general espartano Saleto, quien fue ejecutado de inmediato a pesar de que había señalado que, a cambio de su vida, haría retirar las tropas espartanas que asediaban Platea. Luego, la asamblea centró su atención en la cuestión de qué hacer con los prisioneros en Atenas y con el resto de los mitileneos en Lesbos. A continuación se produjo uno de los debates más famosos de la historia de la democracia ateniense y una de las tan sólo dos ocasiones en que Tucídides registró el contenido del cruce de discursos que se llevó a cabo en la Asamblea. Debido a ello, el debate ha sido materia de muchos análisis en el campo académico, apuntando a dilucidar tanto las circunstancias de la revuelta como la política interna ateniense de la época. Según sus escritos, el debate se prolongó durante dos días. Durante el primero, los atenienses, furiosos, condenaron a muerte a la totalidad de la población masculina de Mitilene, y a la esclavitud a las mujeres y niños. Los ciudadanos estaban especialmente afectados por el hecho de que la revuelta hubiese traído a una flota desde Esparta a aguas jonias, algo que jamás habría ocurrido en circunstancias normales, ya que ninguna flota enemiga había surcado dichas aguas en 20 años. Tras la decisión tomada por la Asamblea, se despachó un trirreme a Mitilene con la orden de que Paques ejecutara a todos los hombres mitileneos.

No obstante, al día siguiente y después de que los atenienses ponderasen la severidad de lo que acababan de decidir, varios ciudadanos comenzaron a arrepentirse. Conscientes de tal situación, los delegados de Mitilene que habían llegado a Atenas para presentar su caso solicitaron que los pritanos reuniesen la Asamblea. En la nueva reunión se produjo un debate entre quienes sostenían el decreto del día anterior y los que abogaban por un castigo más suave. Una vez concluidos los discursos, la asamblea votó, por escaso margen, eliminar el decreto del día anterior. De inmediato se despachó un navío a Mitilene para anular la orden de ejecución del día previo. Los representantes mitileneos en Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a tiempo para evitar las ejecuciones. Remando día y noche, durmiendo por turnos y comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, logrando impedir su aplicación.

Aunque se perdonó la vida a los ciudadanos de Mitilene, los habitantes de Lesbos recibieron un castigo severo. Todos los terrenos de labranza de la isla, salvo los pertenecientes a Metimna, fueron confiscados y divididos en 3000 lotes que fueron arrendados anualmente. De estos lotes, 300 fueron dedicados a los dioses, y los 10 talentos que se recaudaban al año por ellos pasaban a formar parte del tesoro de Atenas; el resto financiaba una guarnición de colonos atenienses. Atenas confiscó todas las posesiones mitileneas en Jonia continental, sus navíos e hizo derribar sus murallas. La guarnición regresó a casa a mediados de los años 420 a. C.,pero al parecer se habían equivocado al creer que la isla era segura: en 412 a. C., Lesbos fue una de las primeras islas que comenzaron a complotar contra la debilitada Atenas.

 

Primera Guerra del Peloponeso

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La Primer Guerra del Peloponeso (460 a.C.-445 a.C) fue una serie de conflictos y guerras menores entre Esparta, en su carácter de líder de la Liga del Peloponeso, y la Liga de Delos, encabezada por Atenas.

Los casi cincuenta años de historia griega que precedieron a esta guerra habían estado marcados por el desarrollo de Atenas como uno de los principales poderes en el mundo mediterráneo. Tras las Guerras Médicas,  siguió un período en el cual Atenas, liderando la coalición de ciudades-estado griegas, impulsó una guerra agresiva contra el Imperio Persa, expulsándolos del Egeo y obligándolos a ceder el control de una amplia cantidad de territorios. Durante el curso del siglo, varias regiones fueron reducidas a estados tributarios de la Liga de Delos; estos impuestos fueron empleados para el mantenimiento de una poderosa flota y financiar grandes programas de obras públicas en Atenas.

A poco de expulsados los persas de Grecia, comenzaron a surgir fricciones entre Atenas y las polis del Peloponeso, incluida Esparta, la cuál intentó evitar la reconstrucción de las murallas de Atenas, ya que sin estas los atenienses estaban indefensos ante un ataque por tierra. Si bien Esparta no realizó ninguna acción en ese momento, se sintieron ofendidos sin manifestarlo. La reconstrucción de las murallas significaba la consolidación de Atenas como potencia y amenaza del poderío espartano por lo que las relaciones entre ambas comenzaron a deteriorarse.

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Los Muros Largos de Atenas hacia El Pireo

En el año 465 a.C. los habitantes del poderoso estado marítimo de Tasos se rebelaron contra el control ateniense con la intención de abandonar la Liga de Delos. La rebelión tuvo su origen en un conflicto por el control de los yacimientos de oro en la zona continental de Tracia. La ciudad fue sitiada tras una batalla inicial que resultó en victoria de Atenas. El asedio se prolongó durante dos años en los cuales la población tasia soportó graves penurias. Existe una anécdota del asedio que cuenta que todos los que propusieron rendirse ante los atenienses fueron sentenciados a muerte, y otra que afirma que las mujeres se cortaban el cabello para tener material con el cual confeccionar cuerdas.

Tasos también esperaba el alivio que traería una intervención externa; sus habitantes habían solicitado la ayuda de Esparta y recibido una promesa secreta de auxilio en forma de una invasión al Ática. Sin embargo, esta promesa no llegó a materializarse ya que un terremoto en Laconia causó desórdenes en Esparta y encendió una rebelión hilota (los esclavos públicos) que mantendría ocupado al ejército espartano durante varios años.

Dicha revuelta fue lo que finalmente provocaría la crisis causante de la guerra. Incapaces de sofocar la rebelión ellos mismos, los espartanos convocaron a sus aliados para que los ayudaran, invocando los antiguos lazos forjados por la Liga Helénica. Atenas respondió al llamado enviando a 4000 hombres, pero fueron «echados» por los espartanos antes de finalizado el conflicto (cosa que no hicieron con el resto de sus aliados). Las demostraciones hostiles de Esparta fueron inconfundibles y los acontecimientos se precipitaron velozmente hacia la guerra. Atenas estableció con celeridad una serie de alianzas: una con Tesalia, un poderosos estado del norte; otra con Argos, el enemigo tradicional de Esparta desde hacía siglos; y una con Megara, un ex aliado de Esparta que se encontraba en aprietos debido a una guerra con Corinto (otro aliado de los espartanos mucho más poderoso). Para el año 460 a.C., Atenas se hallaba en guerra abierta contra Corinto y varios otros estados peloponesios, por lo que la inminencia de una guerra mayor era evidente.

Primeras batallas

Al mismo tiempo que la guerra estaba dando inicio, los atenienses se comprometieron militarmente en otro sector del Egeo. Habían enviado unidades para ayudar a Inaro, un rey libio que comandó a casi todo Egipto durante una revuelta en contra del rey persa Artajerjes. Tanto Atenas como sus ciudades aliadas enviaron una flota compuesta por 200 barcos (una cuantiosa inversión de recursos). Debido a ello, los atenienses entraron en guerra contra Esparta con sus fuerzas diseminadas a lo largo de varios frentes de conflicto.

En 460 a.C., Atenas participó en una gran cantidad de batallas contra distintos estados peloponesios. En tierra fueron derrotados por los ejércitos de Corinto y Epidauro en Halias, pero en mar obtuvieron la victoria en Cecrifalia. Egina, alarmada por la agresividad ateniense en el Golfo Sarónico, entró en guerra contra estos combinando su poderosa flota con la de los aliados peloponesios. En el siguiente combate marítimo, Atenas logró una victoria considerable donde pudo capturar setenta naves. Acto seguido desembarcaron y pusieron la ciudad bajo asedio.

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Mapa de la Grecia Clásica

Mientras gran parte de los destacamentos atenienses se hallaban ocupados en Egipto y Egina, los corintios invadieron Megara en un intento por lograr que Atenas distrajese sus tropas de Egina. Si bien los atenienses reunieron un ejército de hombres demasiado viejos y muchachos demasiado jóvenes para encontrarse en un servicio militar común, la batalla resultante no fue decisiva. Pero al finalizar el día, los atenienses eran dueños del campo de batalla, por lo que erigieron un trofeo (ornamento arquitectónico creado con las armas y las banderas capturadas al enemigo) para señalar la victoria. Aproximadamente doce días después, los corintios trataron de volver a la zona para levantar su propio trofeo, pero los atenienses se arrojaron sobre ellos desde Megara y los vencieron. Durante la retirada, una gran sección del ejército de Corinto, acosada y extraviada, se topó con un terreno cercado por una zanja, donde fueron atrapados y apedreados por la infantería ligera ateniense.

Durante los primeros años de la guerra, Esparta se mantuvo principalmente inerte. Pese a que posiblemente las tropas espartanas hayan participado en alguna de las primeras batallas, estas no fueron mencionadas de manera específica en ninguna fuente antigua. En el año 457 a.C. Esparta tomó un papel más activo;  Nicodemo, regente de Esparta, marchó con un ejército de 11.500 hoplitas hacia Beocia para ayudar a Tebas a sofocar una rebelión. Atenas aprovechó la situación para bloquear las rutas de regreso a Esparta con 14.000 soldados comandados por Mirónides. Aunque los espartanos ganaron la batalla y consiguieron reabrir la ruta de vuelta, perdieron muchos soldados y fueron incapaces de aprovechar la victoria.

Dos meses más tarde, Atenas reagrupó sus fuerzas y marchó nuevamente hacia Beocia. En la Batalla de Enofita, Mirónides derrotó a los beocios y destruyó sus murallas, causando también estragos en Lócrida y Fócida y conquistando la totalidad de Beocia a excepción de Tebas. Esta victoria permitió a Atenas derrotar a Egina más tarde ese año, la cual fue obligada a derribar sus murallas, entregar su flota y convertirse en miembro tributario de la Liga de Delos.

Atenas, complacida por su triunfo, envió una expedición al mando del general Tólmides para devastar las costas del Peloponeso, atacando y saqueando los astilleros espartanos. Luego capturaron la ciudad de Calcis en el golfo de Corinto, desembarcaron en tierras de Sición y vencieron a sus habitantes en combate.

La extraordinaria serie de victorias atenienses finalizó en el año 454 a.C. cuando fue aplastada una de sus expediciones a Egipto. Poco tiempo antes, un enorme ejército persa, comandado por Megabazo, había sido enviado a combatir a los rebeldes en Egipto y, tras su llegada, había derrotado a los sublevados. El contingente griego había sido sitiado en la isla de Prosopitis, ubicada en el río Nilo. Luego de 18 meses de asedio, los persas capturaron la isla y acabaron con las tropas griegas casi por completo. Pese a que el número de soldados griegos muertos probablemente no haya sido el equivalente a los 200 barcos que habían sido enviados originariamente, al menos 40 fueron destruidos, lo cual equivale a una cantidad importante de soldados.

El desastre en Egipto sacudió tremendamente el control de Atenas sobre el Egeo y los obligó a firmar una tregua de cinco años con Esparta. Este posiblemente fue el mismo año en que Pericles impulsó el Decreto de Congreso, por el cual llamó a un congreso panhelénico con el objetivo de discutir el futuro de Grecia. Los académicos modernos han debatido ampliamente las intenciones de dicha propuesta; algunos consideran que fue un intento de buena fe para asegurar una paz duradera, mientras que otros ven al congreso como una herramienta propagandística. Sea cual fuera el caso, Esparta desbarató los planes al negarse a asistir.

La guerra volvió a desatarse en 448 a.C. con el comienzo de la Segunda Guerra Sagrada cuando Esparta separó a Delfos de Fócida y le concedió la independencia a sus habitantes. Como estos eran aliados de Atenas, Pericles comandó al ejército ateniense para restaurar los derechos soberanos de Fócida sobre el Oráculo de Delfos, capturandola inmediatamente y la devolviéndosela a los focidios.

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Oráculo de Delfos

En 446 a.C. se produjo una revuelta en Beocia, la cual marcaría el fin del imperio continental de Atenas en Grecia. Tólmides guió a un ejército para enfrentarse a los beocios, pero después de algunos triunfos iniciales, fue vencido en la batalla de Coronea. Tras esta derrota, Pericles asumió una postura más moderada y Atenas abandonó Beocia, Fócida y Lócrida.

No obstante, el fracaso en Coronea provocó disturbios más peligrosos con la sublevación de Eubea y Megara. Pericles se dirigió a Eubea con sus tropas para aplastar la rebelión, pero fue obligado a regresar cuando el ejército espartano invadió el Ática. Por medio de negociaciones, y posiblemente sobornos, Pericles convenció al rey de Esparta, Plistoanacte, de llevar su ejército de regreso a casa. Plistoanacte fue juzgado por no haber aprovechado su situación ventajosa y condenado a pagar una multa tan grande que debió huir al exilio por ser incapaz de pagarla. Acabada la amenaza espartana, Pericles volvió a Eubea con 50 navíos y 5000 soldados para aplastar cualquier tipo de oposición. A continuación impuso un severo castigo a los propietarios de las tierras de Calcis arrebatándoles sus propiedades. Los habitantes de Hestiea, que habían asesinado a la tripulación de un trirreme ateniense, recibieron una represalia aún peor: fueron despojados de sus tierras y reemplazados por 2000 colonos atenienses.

Consecuencias

La Primera Guerra del Peloponeso acabó con un acuerdo entre Esparta y Atenas que fue ratificado por la Paz de los Treinta Años. Según lo establecido por el tratado, ambos bandos conservaron los territorios principales de sus imperios. Atenas continuó teniendo el control del mar, mientras que Esparta dominaba en tierra firme. Megara volvió a la Liga del Peloponeso y Egina se convirtió en un estado tributario de la Liga de Delos con autonomía política.

La paz llegó a su fin en el año 431 a.C., menos de la mitad del tiempo estipulado, cuando Atenas y Esparta se embarcaron en una nueva guerra: la (segunda) Guerra del Peloponeso, que arrojaría un resultado mucho más decisivo.