Espartiatas

Segunda Guerra del Peloponeso (Cuarta Parte)

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Batalla de Delio

El éxito de Esfacteria había llevado al partido belicista de Atenas, dirigido por Cleón, a un programa de acciones terrestres que distaba de la política naval de Pericles. La conquista de la isla de Citera en 424 a.C. por Nicias permitió a los atenienses apoderarse del puerto de Nisea, acarreando graves perjuicios al comercio peloponesio.

Durante el verano del 424 a.C. Demóstenes iza velas con 40 navíos hacia Naupacto, base naval ateniense que controla la entrada del Golfo de Corinto, y hacia el Golfo de Ambracia para reclutar fuerzas y hacer aliados. En invierno, el convoy pone rumbo a Sifas pero, por un error de coordinación, se presenta en Delio con antelación, no habiendo Hipócrates alcanzado aún la ciudad. El proyecto es denunciado por un focidio llamado Nicómaco, permitiendo a los beocios ocupar Sifes y Queronea antes del comienzo de las operaciones atenienses, las cuales no tienen más opción que rendirse sabiendo que Hipócrates no ha llegado aún a Beocia.

Cuando Hipocrátes alcanza Delio, las fuerzas beocias habían dejado ya Sifas y marchaban hacia él. Cinco días tardaron los atenienses en fortificar la ciudad, cavando un foso alrededor del santuario, otro alrededor del templo, y elevando una muralla. Terminadas las obras, Hipócrates envía el ejército de vuelta hacia Atenas. Los hoplitas se detienen a casi dos kilómetros para esperarlo mientras termina de organizar la guardia. Es durante estos días que las fuerzas tebanas procedentes de Sifas llegan a Tanagra, donde se reunen con todas las fuerzas venidas de Beocia. Enterado que las tropas atenienses se preparan para volver al Ática, Pagondas, comandante del ejército tebano, exhorta a cada contingente y a sus respectivos jefes a no dejar partir a los atenienses.

Habiendo convencido a los otros beotarcas, Pagondas pone en marcha al ejército hasta una posición cercana a las tropas atenienses y lo despliega en línea de combate, oculto por una colina. La falange de 7.000 hoplitas beocios estaba compuesta, en su ala derecha, por tebanos y pueblos aliados; el centro, por tropas provenientes de Haliarto, Coronea, Copas y ciudades vecinas; y en el ala izquierda combatientes de Tespias, Tanagra y Orcómeno. Los tebanos se organizaron con una profundidad de 25 filas de soldados, formación inhabitual considerando que lo normal era de 8, y que sería la marca de su ejército (conocida como falange oblicua). En las alas posicionó 1.000 caballeros, 10.000 guerreros de infantería ligera y 500 peltastas. Se cree que estos contingentes, de numero importante, representaban alrededor de dos tercios de las fuerzas totales de Beocia.

Hipócrates, estudiando la aproximación tebana, manda a sus hoplitas a tomar sus posiciones dejando en el lugar 300 jinetes para guardar el fuerte y eventualmente intervenir en el combate. Esta fuerza no podrá ser utilizada, pues los tebanos se anticipan y sitúan tropas en las proximidades del santuario para bloquearlos. Los atenienses poseían un número similar de hoplitas y jinetes, pero muchas menos tropas ligeras. Hipócrates intenta ordenar a su ejército de 7.000 hoplitas alineados en ocho filas de profundidad y cerca de 1.000 jinetes en las alas. Debido a su asimetría, el ala derecha tebana tenía la victoria asegurada, pero debido a ese despliegue, la línea de hoplitas ateniense era más larga y podía flanquear a la línea izquierda beocia.

Los beocios cargaron inesperadamente hacia su enemigo mientras Hipócrates les daba un discurso a sus tropas. Las lineas del centro tuvieron la parte más pesada de la batalla. Efectivamente, el ala izquierda tebana fue rodeada y vencida, quedando solamente de pie el contigente de Tespias. Al rodearlos, algunos de los hoplitas atenienses se mataron entre ellos al encontrarse al final del círculo, confundiendo a sus aliados por enemigos. Pagondas envió dos escuadrones de caballería al ala izquierda para frenar al enemigo. Su aparición repentina desconcertó el ala victoriosa ateniense, que creyó que otro ejército marchaba sobre ellos, por lo que retrocede y después huye, imitada por el resto del ejército. La caballería beocia, apoyada por la de Lócrida (que acababa de llegar) se lanza en persecución de los fugitivos y los masacra, pero la caída de la noche permite a la mayoría de éstos escapar. Hipócrates encuentra la muerte junto con 1.000 de sus soldados.

Sócrates combatió como hoplita ateniense en esa batalla. Platón escribió las palabras de Alcibiades, que se lo cruzó empezada la huida: «Caminaba de la misma manera que lo hacía en Atenas, acechando como un pelícano, sus ojos iban de lado a lado en silencio en busca de amigos y enemigos, dejando en claro a todo el mundo, incluso a la distancia, que si alguien se atrevía a tocarlo, él se defendería vigorosamente. En consecuencia, se fue con seguridad, porque cuando en guerra uno se comporta de esta manera, probablemente no se le acerquen; en cambio persiguen a los que huyen de forma precipitada.»

El día siguiente de la batalla, habiendo encontrado refugio las tropas atenienses en Delio u Oropos, embarcan y vuelven por mar al Ática, dejando una guardia en cada puesto. Los beocios levantan un trofeo, se llevan a sus muertos y dejan una guarnición antes de volver a Tanagra. Se envía un heraldo a Delio, alegando que los atenienses han violado el santuario, lugar sagrado, fortificándolo y utilizando para uso corriente el agua reservada para rituales, y que por lo tanto, deben abandonar el lugar.

Los atenienses reclaman sus muertos por medio de una tregua, como es costumbre en Grecia, y no bajo la condición de una retirada del santuario. La respuesta beocia está en la misma línea de juegos dialécticos y las negociaciones quedan sin resultado. Después de dos semanas sin ninguna acción, las tropas beocias, habiendo recibido refuerzos de 2.000 hoplitas corintios, arqueros, honderos venidos del Golfo Maliaco, y una guarnición peloponesia procedente de Nisea (que había sido evacuada y sometida por los megarenses), se deciden a atacar el campo ateniense del santuario. Después de varios asaltos infructuosos, los beocios construyen una máquina similar a un lanzallamas capaz de proyectar fuego y restos incandescentes hacia las murallas, que en parte estaban hechas de madera.

El fuerte es capturado, algunos defensores son muertos y 200 son hechos prisioneros, permitiendo al resto embarcar y escaparse. Habiendo recuperado la ciudad, los beocios devuelven sus muertos a los atenienses sin ninguna condición. En ese momento llegan Demóstenes y sus fuerzas, pero debido a la falta de comunicación que tenía con Hipócrates, y teniendo en cuenta que Delio ya había sido recuperada, su presencia era inútil. Intenta un desembarco en Sición, pero es rechazado y perseguido por mar donde sufre algunas bajas.

Además de mostrar un uso innovador de una nueva tecnología, Pagondas fue uno de los primeros generales de la historia documentada en hacer uso de tácticas planeadas de guerra. En los siglos anteriores, las batallas entre las polis griegas eran relativamente simples encuentros entre formaciones de hoplitas, donde la caballería no desempeñaba ningún papel importante y todo dependía de la unidad y la fuerza de las filas de infantería. En Delio, Pagondas hizo uso de filas más profundas, intervenciones de caballería, reservas, infantería ligera y cambios graduales en las tácticas durante la batalla. En el siglo siguiente, estas novedades serán utilizadas en las más famosas victorias tebanas de la mano de Epaminondas.

Este fracaso atenienses dejó en evidencia algunos puntos: una mala coordinación en el tiempo que arruina finalmente las posibilidades de éxito de la campaña terrestre, permitiendo a los beocios mantener el ejército en un solo grupo que se ocupa sucesivamente de Demóstenes y luego de Hipócrates. También demuestra las lagunas en el entrenamiento colectivo y la disciplina de las tropas, que se ven desconcertadas por la aparición de la caballería beocia en su retaguardia. Finalmente, la debilidad de la falange como formación de combate, incapaz de maniobrar en orden y adaptarse a las circunstancias de la batalla. Además los atenienses, por sus proyectos en Beocia, no prestaron atención a los movimientos del general espartano Brásidas y su ejército.

Batalla de Anfípolis

Mientras tanto, Brásidas atraviesa el istmo de Corinto, Beocia, Tesalia y se presenta en Calcídica donde incita a sus habitantes a la sublevación. Continúa en dirección a Tracia donde consigue la defección de algunas ciudades del norte de Grecia, como Acanto y Estagira. De este modo, Brásidas daba a los atenienses un golpe considerable en una zona en la que su imperio parecía estar muy seguro.

En el invierno de 424/3 toma Anfípolis, una colonia ateniense junto al río Estrimón. La ciudad fue defendida por el general Eucles, quien pidió ayuda a Tucídides, que estaba estacionado en Tasos con siete trirremes. Para capturar la ciudad antes de que llegaran los refuerzos, Brásidas ofreció dejar a todos los que desearan quedarse a cuidar su propiedad, y el paso franco a aquellos que quisieran partir. A pesar de las protestas de Eucles, Anfípolis se rindió. Tucídides llegó al cercano puerto de Eyón el mismo día que la ciudad se rendía, e intentó defenderla con la ayuda de aquellos que decidieron quedarse. 

Mientras tanto, Brásidas buscaba alianzas con otras ciudades tracias y con Pérdicas de Macedonia. Luego comenzó el ataque a otras ciudades de la región, como Torone. Los atenienses temían que sus otros aliados capitularan rápidamente si Brásidas les ofrecía términos de paz favorables. La situación de Atenas en Tracia se iba debilitando, lo que los obligó a subir las cuotas de los tributos, lo cual provocaría la defección de otras ciudades aliadas.

Tucídides es con frecuencia considerado parcial o enteramente responsable de la caída de Anfípolis. Algunos han visto sus acciones gravemente negligentes, aunque él afirma que fue incapaz de llegar a tiempo para salvar la ciudad. Fue luego llamado a Atenas donde fue juzgado y exiliado.

En respuesta a la caída de la ciudad, Atenas y Esparta firmaron un armisticio de un año. Atenas tenía la esperanza de poder fortificar más ciudades en preparación a futuros ataques y los espartanos de que Atenas finalmente les devolviera los prisioneros tomados en la Batalla de Esfacteria. Según los términos de la tregua, se propuso que cada bando permanecería en su propio territorio, ocupando las tierras que ahora ocupaban. Mientras las negociaciones estaban en marcha, Brásidas capturó Escione y se negó a devolverla cuando las noticias del tratado llegaron, y el líder ateniense Cleón envió una fuerza para recuperarla.

Cuando el armisticio terminó en 422 a.C., Cleón llegó a Tracia con una fuerza de 30 barcos, 1200 hoplitas, 300 jinetes y muchas otras tropas de aliados de Atenas. Volvió a capturar Torone y Escione; en esta última, el comandante espartano Pasitélidas fue muerto. Cleón ocupó su posición en Eyón, mientras Brásidas ocupaba la suya en Cerdilio. Si bien este último tenía 2000 hoplitas, 300 caballeros y algunas tropas de Anfípolis, no sentía que pudiera derrotar a Cleón en una batalla en cambo abierto, por lo que regresa a Anfípolis. Cleón se trasladó hacia la ciudad para la preparación de la batalla, pero cuando Brásidas no salió, supuso que no habría ataque, por lo que empezó a regresar con sus soldados a Eyón.

Al ver esto, Brásidas movió sus fuerzas de nuevo en Anfípolis y se preparó para atacar; cuando Cleón se dio cuenta de la ofensiva que se aproximaba, y sin intención de luchar antes de que los refuerzos llegaran, comenzó a retirarse. El retiro fue mal organizado y Brásidas atacó con valentía contra el enemigo. En la debacle que siguió, Brásidas fue herido de muerte, aunque los atenienses no se dieron cuenta de ello. Cleón murió cuando fue atacado por el comandante espartano Cleáridas. El ejército ateniense entero huyó a Eyón, aunque aproximadamente 600 de ellos fueron asesinados antes de alcanzar el puerto. Sólo siete espartanos murieron.

Brásidas vivió lo suficiente para enterarse de su victoria y fue enterrado en Anfípolis, donde sería recordado como héroe y fundador de la ciudad. Tras la batalla, ni atenienses ni espartanos quisieron continuar la guerra, y en 421 a.C. se firmó la paz.

Paz de Nicias

Las negociaciones fueron iniciadas por el rey de Esparta Plistoanacte y el general ateniense Nicias. Ambos decidieron la devolución de todo lo que habían conquistado en la guerra, excepto Nisea, que quedaría en manos atenienses, y Platea, que permanecería bajo el control de Tebas. En particular, Anfípolis sería devuelta a Atenas, y los atenienses deberían liberar a los prisioneros tomados en Esfacteria. Templos de toda Grecia serían abiertos a los fieles de todas las ciudades y el oráculo de Delfos recuperaría su autonomía. Atenas podía continuar recaudando el tributo de los estados que lo habían hecho desde la época de Arístides, pero no podía forzarlos a que se hicieran aliados. Atenas también aceptó prestar ayuda a Esparta si los hilotas se rebelaban. Todos los aliados de Esparta acordaron firmar la paz, menos los beocios, Corinto, Elis y Megara. Diecisiete representantes de cada bando juraron mantener el tratado, que se pretendía durara al menos quince años.

No obstante, esta fue una época de escaramuzas constantes en el interior e inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del Peloponeso que había permanecido independiente de Esparta. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía ciudades importantes como Mantinea y Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron y el liderazgo del rey Agis II comenzó a cuestionarse. Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar Tegea, cercana a Esparta, donde una facción estaba lista para entregar la ciudad.

Batalla de Mantinea

Tegea era muy importante por su ubicación ya que controlaba la entrada de Esparta. El control de la ciudad por parte del enemigo significaría que los espartanos no podrían salir, poniendo fin a la coalición peloponesia. Agis puso en movimiento a todo el ejército espartano, junto con los neodamodes (soldados liberados) y cualquier persona que pudiese pelear, y se dirigió a Tegea. Allí se reunió con sus aliados de Arcadia y pidió ayuda a sus aliados del norte; Corinto, Beocia, Fócida y Lócrida. No obstante, este ejército se demoró en llegar puesto que no esperaban ser convocados y debían atravesar territorio enemigo.

Entre tanto, los eleanos decidieron atacar Lepreon, una ciudad en disputa ubicada en la frontera con Esparta, para lo cual decidieron retirar su contingente de 3.000 hoplitas. Agis aprovechó la situación y envió de regreso a casa a una sexta parte de su ejército, conformada por los hoplitas más jóvenes y más viejos, para así proteger Esparta. Al poco tiempo fueron llamados de vuelta, puesto que Agis se dió cuenta que los eleanos volverían pronto al bando de los argivos, pero esta fracción de su ejército no llegaría a tiempo para la batalla.

Agis podría haber permanecido dentro de los muros de Tegea, aguardando a sus aliados del norte. Sin embargo, ya había sido desacreditado y no podía dar la más leve señal de querer evitar un enfrentamiento. En consecuencia invadió y causó estragos en el territorio que rodeaba Mantinea, unos dieciséis kilómetros al norte de Tegea y miembro de la alianza argiva, para de esta manera forzar la batalla contra el enemigo, pero el ejército argivo estaba ubicado en un terreno empinado y de difícil acceso. Sin embargo, Agis ordenó embestir contra ellos, desesperado por conseguir una victoria que lo redimiera, pero cuando los ejércitos se encontraban a una distancia equivalente a un tiro de piedra, un viejo hoplita llamado Farax le dijo que no remediara un mal con otro dirigiendo su ejército a una derrota asegurada. Los espartanos se retiraron y se dedicaron a buscar el modo de atraer a los argivos. Para eso, desviaron el río Sarandapotamos hacia la cuenca del riachuelo Zanovistas, o rellenaron los sumideros por los que corría el Zanovistas, para inundar el territorio de Mantinea.

El ejército argivo se movilizó más rápido que lo anticipado porque sus soldados estaban furiosos por el hecho que sus generales no persiguieran al enemigo cuando este se retiraba. Los espartanos fueron sorprendidos mientras salían de un bosque cercano, pero se organizaron velozmente, ya sin tiempo de esperar la llegada de sus aliados. Los veteranos del difunto Brásidas y los esquiritas  conformaron el flanco izquierdo; los espartanos, arcadios, hereos y mainalones la parte central; y los tegeos, que luchaban por su patria, ocuparon la posición de honor en el flanco derecho. Las líneas argivas estaban formados por los mantineanos a la derecha, los argivos en el centro y los atenienses a la izquierda.

Al comenzar la batalla, el ala derecha de cada lado empezó a flanquear al ala que tenía en frente, debido a los movimientos erráticos de cada hoplita que trataban de cubrirse con el escudo del hombre que tenían al lado. Agis intentó fortalecer la línea ordenando a los esquiritas y su sector izquierdo que rompiesen contacto con el resto del ejército e igualaran en longitud a la línea de frente argivo. Para cubrir el espacio que se había creado, ordenó a las compañías de Hiponoidas y Aristocles abandonar sus posiciones en el centro para cubrir la formación. Sin embargo, esto no pudo lograrse, ya que ambos capitanes no pudieron o no quisieron completar la orden con tan poco aviso previo. Este tipo de maniobra no tenía precedentes en la historia militar griega. Algunos historiadores consideran este movimiento muy desatinado y alaban a los dos capitanes por desobedecer unas órdenes que posiblemente hubieran hecho perder la batalla a los espartanos. Otros suponen que la maniobra pudo haber sido un éxito.

En cualquier caso, los mantineos y el sector derecho de los argivos entraron por el espacio vacío y derrotaron a los veteranos de Brásidas y a los esquiritas, persiguiéndolos un gran trecho. Mientras tanto, los tegeos y el ejército regular espartano vencían a los atenienses y los arcadios que formaban el flanco izquierdo del ejército enemigo. La mayoría de ellos ni siquiera se plantaron para la pelea, sino que huyeron cuando los espartanos se aproximaban; algunos incluso fueron pisoteados en la prisa por escapar antes que los alcanzaran.

Luego, los espartanos giraron hacia la izquierda y rompieron el flanco derecho argivo, que huyó en completo desorden. Los espartanos no persiguieron demasiado al enemigo: ya habían ganado la batalla.

Argos perdió aproximadamente 1.100 hombres; 700 argivos y arcadios, 200 atenienses y 200 mantineos. Los espartanos, unos 300. Esparta envió una embajada y los argivos aceptaron una tregua según la cual entregaban Orcómeno, todos sus prisioneros y se unían al bando espartano para desalojar a los atenienses de Epidauro. Además, renunciaban a su alianza con Elis y Atenas. Tras derribar al gobierno democrático de Sición, realizaron un golpe de estado contra el gobierno de Argos, donde la moral de los demócratas era baja debido al mal desempeño del ejército junto a los atenienses en la batalla. Por otro lado, la batalla aumentó en forma considerable la moral y el prestigio espartano, quienes, luego del desastre de Pilos, eran juzgados como cobardes e incompetentes en combate. Su éxito en Mantinea marcó un cambio de opinión y el reconocimiento de los griegos hacia ellos.

Batalla de Milo

Tras firmar la Paz de Nicias, los atenienses y espartanos dejaron de enfrentarse directamente, lo que fue aprovechado por los atenienses para someter a polis neutrales o miembros desleales de la Liga de Delos. Así, en 416 a.C., una flota de 20 trirremes al mando de Alcibíades fue contra Argos y apresó a todos los sospechosos de favorecer a los espartanos. Después reunió una fuerza de 30 naves atenienses, 6 de Quíos y 2 de Lesbos. En ellas se transportaban 1.200 hoplitas propios, 1.500 de sus aliados, 300 arqueros y 20 jinetes. Su objetivo era Milo, una antigua colonia espartana fundada siete siglos atrás. Según la versión tradicionalmente aceptada, la isla se había negado a continuar rindiendo tributos a los atenienses tratando de mantener una posición neutral, pero como los atenienses los amenazaban, se habían vuelto abiertamente hostiles.

La expedición iba dirigida por los generales Cleómedes y Tisias. Ambos enviaron emisarios antes de comenzar los combates, pero según Tucídides estos se negaron a hablar con la Asamblea y pidieron tratar directamente con la nobleza local, alegando que no deseaban desperdiciar su tiempo en largos discursos sino exponer sus argumentos de forma simple y frontal. Rápidamente dejaron en claro a los melios que podían pagar tributo y sobrevivir, o pelear y ser inevitablemente vencidos. Los melios respondieron argumentando que debía respetarse su neutralidad y que las leyes internacionales garantizaban el derecho a mantener dicha posición. También presentaron varios contraargumentos, específicamente, que mostrar misericordia hacia Milo haría que los atenienses ganen más amigos, que los espartanos acudirían en ayuda y, finalmente, que los dioses protegerían la isla. Sin embargo, los atenienses rechazaron discutir la justicia de sus demandas o cualquier otro argumento; en cambio, formularon una frase de realismo duro, aguda, simple y citada hoy en día con frecuencia: «El débil debe ceder cuanto le obliguen sus debilidades y el fuerte puede tomar cuanto le permita su fortaleza». Los atenienses incluso sugieren que los espartanos no desconocían tal principio y, por lo tanto, no auxiliarían a los débiles melios si hacerlo era desventajoso para Esparta. En esa reunión no se discutía sobre justicia, sino sobre la salvación o perdición de la isla.

Los atenienses reconocieron que los atacaban a ellos para no hacer la guerra directamente contra Esparta, acabando con posibles aliados de estos. Era preferible tener a los melios como aliados para fortalecer su imagen y posición, pero definitivamente los isleños no podían seguir siendo neutrales, pues sería una señal de debilidad para los vasallos de Atenas y eso no les convenía. La tercera opción, someterlos por la fuerza, sería una prueba de su poder y para ellos era aceptable. Darse una imagen de abusivos pero fuertes era mejor que pacíficos y débiles. Después de esto, los melios se reunieron a discutir entre ellos y resolvieron presentar batalla confiados de la ayuda espartana. Tras la respuesta, los embajadores atenienses volvieron a su campamento y sus comandantes decidieron construir un muro alrededor de la pequeña ciudad y así comenzar el asedio. Luego zarparon con la mayoría de sus fuerzas dejando una guarnición propia y aliada para continuar el bloqueo terrestre y naval. Poco después los melios atacaron la parte vigiliada del muro por los atenienses, tomaron víveres, armas y volvieron a su ciudad. Los atenienses respondieron mejorando la guardia.

Pasó el verano y llegó el invierno. Los melios lanzaron otra vez un ataque exitoso contra la sección del muro defendida por los atenienses. Poco después llegaron refuerzos al mando de Filócrates, hijo de Demeas. Finalmente, tras un duro asedio, la ciudad fue conquistada gracias a un traidor local. La crítica histórica considera la expedición contra Milo como una encarnación brutal de la voluntad de poder ateniense. Alcibíades fue el autor de los decretos que imponían estos bárbaros castigos a los isleños, y él mismo se compró una mujer de la isla con la que tuvo un hijo. Alcibíades, o quien quiera que aconsejara la masacre de los melios, no prestó a Atenas ningún buen servicio, sino que cubrió de vergüenza a su ciudad y a las armas que en su día forjara Pericles para su defensa.

Los atenienses asesinaron a todos los varones adultos de Milo y esclavizaron a las mujeres y los niños. Tiempo después repoblarían la isla con 500 colonos propios. Más tarde los atenienses lanzarían otra expedición expansionista, esta vez contra Sicilia, la que acabaría cambiando su historia para siempre.

Segunda Guerra del Peloponeso (Tercera Parte)

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El final de Platea

En 427 a.C. la ciudad de Platea llevaba dos años bajo asedio. Aliada de Atenas, esta era una espina clavada en el corazón de la Liga Beocia, liderada por Tebas. Con el objetivo de darle fin al conflicto, un ejército formado por Esparta y sus aliados marchó hacia la ciudad. Platea había sido evacuada y para ese momento contaba solamente con 225 defensores (de los cuales 25 eran atenienses) y 110 mujeres como auxiliares. La ciudad fue destruida, los defensores ejecutados, las mujeres esclavizadas y las tierras y comunidades pequeñas que dependían de ella fueron anexionadas por los tebanos, que vieron su poder político y económico incrementado dentro de la confederación

Guerra Civil de Córcira

La Guerra civil que estalló en Córcira representó el primer incidente de consecuencias dramáticas para la política interna de una ciudad como consecuencia de la intromisión de dos potencias que se disputaban la hegemonía. Mientras que el partido popular se inclinaba por Atenas, el partido aristocrático era favorable a Corinto (aliada de Esparta). Este ultimo acusó a Pitias, jefe del partido popular, de querer hacer a Corcira esclava de Atenas. Pero este fue absuelto y demandó por su parte a los cinco miembros más ricos del partido aristocrático por sacrilegio, aduciendo que habían cortado rodrigones del santuario de Zeus y Alcínoo. Estos fueron condenados y obligados a pagar una multa tan grande que acudieron a los templos como suplicantes para que les permitieran pagar a plazos. Pitias, que era un personaje bastante influyente del Consejo, insistió para que la multa fuera pagada. Los aristócratas, sin escapatoria ante la ley, se reunieron y empuñando sus puñales irrumpieron de repente en la sede del Consejo, donde mataron a Pitias y otros senadores. Los partidarios restantes, que eran muy pocos, se refugiaron en un trirreme ateniense.

Los aristócratas convocaron la Asamblea de los ciudadanos, a la que hicieron votar la neutralidad de la ciudad en la guerra. Un trirreme corintio que transportaba a emisarios de Esparta atracó en Córcira y poco tiempo después, el partido aristocrático lanzó un nuevo ataque contra el democrático, el cual resultó vencido. Al día siguiente tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en el que vencieron los demócratas. Para evitar la toma del arsenal, los aristócratas incendiaron los edificios en torno al ágora.

El estratego ateniense Nicóstrato llegó la jornada siguiente con 12 barcos y 500 hoplitas mesenios. Obligó a los diferentes partidos a aceptar su arbitraje, pero los aristócratas responsables de la rebelión huyeron antes de poder ser juzgados por sus actos, y una amnistía fue declarada para el resto. Los demócratas pensaron que podrían deshacerse de sus adversarios políticos entregándoselos a Nicóstrato, pero antes de embarcar, los aristócratas, que eran cerca de cuatrocientos, se refugiaron en los templos de los Dioscuros y de Hera. Luego fueron persuadidos a partir y exiliados en un islote situado enfrente del templo de la diosa.

Cuatro o cinco días después se presentó, bajo el mando de Álcidas, una flota peloponesia de 53 naves. Corcira poseía la tercera mayor flota de la época, que de caer en manos de los peloponesios inclinaría la balanza del equilibrio naval. Además, la isla tenía un gran valor estratégico por su localización en la ruta marítima a la península itálica y Sicilia, a donde Atenas envió ese mismo año su primera expedición para cortar el aprovisionamiento de grano al Peloponeso y la probabilidad de hacerse con el control de la isla.

Ante la amenaza, Córcira se aprestó a equipar 70 trirremes con urgencia y a medida que estaban listos los enviaban contra el adversario, ignorando el pedido ateniense de enviarlos todos juntos detrás de sus naves. Llegaron frente a los navíos enemigos en formación abierta y sin ningún orden. En ese momento los peloponesios enviaron veinte naves contra los corcirenses y el resto contra los doce barcos atenienses, quienes temiendo ser cercados por la multitud de barcos enemigos, se pusieron en formación de caracol procurando desconcertarlos. Viendo lo que estaba sucediendo, las veinte naves peloponesias que habían ido contra la flota corcirense, acudieron en socorro de sus compañeros temiendo que les ocurriera lo mismo que les había sucedido en la pasada batalla de Naupacto. Una vez reunidos, los trirremes peloponesios lanzaron un ataque coordinado contra los atenienses, quienes empezaron a retirarse lentamente para atraer sobre ellos el ataque de la formación enemiga con el fin de que las naves corcirenses pudieran ponerse a salvo. Los atenienses no pudieron impedir la derrota de los corcirenses que se batieron en retirada, después de haber perdido trece navíos.

Los partidarios aristócratas fueron repatriados del islote para que no pudieran ser socorridos por la flota peloponesia. Demócratas y aristócratas negociaron entonces la reconciliación. Se trataba, para todos, de defender la ciudad como principal prioridad. Los aristócratas aceptaron servir a bordo de las naves de guerra. Córcira se preparó para un asedio, pero no fue atacada. Los peloponesios se contentaron con asolar el Cabo Leucimna y después se replegaron. Llegaron entonces sesenta barcos atenienses de refuerzo. Los demócratas masacraron a todos los aristócratas que se habían quedado en tierra. Los que se habían refugiado en los templos fueron convencidos para que salieran, y fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos prefirieron suicidarse. Los supervivientes, cerca de 500, se adueñaron de los territorios continentales, desde donde empezaron a hacer incursiones contra la isla. Causaron tantos estragos que el hambre se apoderó de la ciudad. Como no consiguieron convencer ni a Corinto ni a Esparta de que les prestaran ayuda, reclutaron mercenarios. Quemaron sus naves para no poder retroceder y se instalaron en el monte Istone, desde el cual reemprendieron las incursiones y rápidamente tomaron el control de los campos.

En 425 a. C., Atenas envió una flota para ayudar a sus partidarios en Córcira con la idea de asegurar la ruta hacia Sicilia. Los demócratas, auxiliados por hoplitas atenienses y encabezados por los estrategos Eurimedonte y Sófocles, ocuparon la fortificación desde la que los aristócratas hostigaban a sus rivales políticos, y concluyeron un acuerdo por el que los mercenarios debían entregarse y los oligarcas correrían la suerte que decidiera el pueblo ateniense. Temiendo que los tribunales de Atenas no condenaran a muerte a sus enemigos, los demócratas convencieron a los aristócratas de que intentaran fugarse, de esta manera se rompería el acuerdo con Atenas, y como los estrategos atenienses debían continuar hacia Sicilia, no les importó deshacerse de los prisioneros. Los demócratas masacraron salvajemente a sus enemigos y vendieron a las mujeres como esclavas. La guerra civil llegó así a su final, con la desaparición casi completa del partido pro-Corinto (aliada de Esparta).

Tanagra y la Campaña de Etolia

Durante el verano de 426 a. C., Atenas, que ya había eliminado la amenaza inmediata a su seguridad al reprimir la revuelta de Mitilene el año anterior, tomó una posición más agresiva que en las campañas previas. La isla de Milo rehusaba a unirse a la Liga de Delos, por lo que los atenienses enviaron a la ciudad una flota de 60 trirremes y 2000 hoplitas, con el strategos Nicias al mando. Si bien los atenienses pudieron saquear la isla, no lograron conquistarla, por lo que siguieron hacia Oropo, una polis de la costa de Beocia. Los hoplitas desembarcaron y marcharon hacia Tanagra, donde se unieron al cuerpo principal del ejército ateniense, comandado por Hipónico y Eurimedonte. Después de saquear la zona se enfrentaron a un ejército compuesto de tanagreos y tebanos en la batalla de Tanagra, en la cual salieron victoriosos.

Mientras tanto,  Demóstenes y Procles, con una flota de 30 trirremes, zarparon para circunnavegar el Peloponeso, el golfo de Corinto y la zona noroeste de Grecia. Al llegar a su destino, esta fuerza ateniense relativamente pequeña aumentó sustancialmente con la adición de hoplitas mesenios de Naupacto, 15 trirremes de Córcira, un gran número de soldados acarnianos, y varios contingentes provenientes de distintos aliados de la región. Con esta fuerza formidable, Demóstenes destruyó una guarnición de tropas de Leucade y después atacó y bloqueó a la ciudad. Esta era una importante ciudad peloponesia en la zona, y los acarnianos apoyaron con entusiasmo el sitio y la toma de la misma. Sin embargo, Demóstenes optó por seguir el consejo de los mesenios, quienes deseaban atacar y someter a las tríbus etolias que, según aseveraban, amenazaban Naupacto.

Los historiadores indican que Demóstenes tomó esta decisión en parte para complacer a sus aliados mesenios, pero también afirman que deseaba atravesar Etolia, incrementando su ejército sobre la marcha sumando los hombres de Fócida, y atacar Beocia desde el oeste ya que estaba menos protegida. Además, como al mismo tiempo Nicias realizaba operaciones en la zona oriental de Beocia, Demóstenes podría haber tenido en cuenta la posibilidad de obligar a los beocios a combatir en dos frentes. Sin embargo, su ejército disminuyó considerablemente debido a la partida de varios contingentes importantes; los acarnanios, molestos por el menosprecio con que había sido tratada su idea de tomar Léucade, y los navíos corcireos, aparentemente por falta de voluntad en participar en una operación que no les ofrecía ningún beneficio directo

Si Demóstenes se vio afectado por tales rupturas dentro de su coalición, no lo demostró con sus acciones inmediatas. Luego de establecer una base en la ciudad de Eneón en Lócrida, comenzó a avanzar sobre Etolia. Su ejército marchó sin obstáculos durante tres días hasta llegar al pueblo de Tiquio. Allí Demóstenes hizo un alto, mientras el botín que había sido capturado hasta entonces era transportado de regreso a su base de Eupalio. Algunos historiadores modernos también sugieren que las unidades locrias con las que tenía planificado encontrarse debían reunirse con él en Tiquio o antes, y que el retraso de Demóstenes en continuar su marcha se debió en parte a su preocupación porque estas fuerzas no llegaban. Los locrios llevaban a cabo un estilo de guerra similar al de sus vecinos etolios y pudieron haber provisto a Demóstenes de hábiles lanzadores de jabalinas; pero en su ausencia, el ejército de los atenienses era muy deficitario en unidades ligeras de armas arrojadizas, mientras que en este aspecto sus oponentes eran más fuertes.

No obstante, Demóstenes siguió adelante. Su confianza estaba reforzada por los mesenios, quienes le aseguraron que el elemento sorpresa garantizaba el éxito siempre y cuando continuase atacando antes que los etolios tuvieran la oportunidad de combinar sus fuerzas. Pero el consejo llegó tarde; los etolios conocían los planes de Demóstenes desde antes que llegara y ya habían reunido un ejército considerable. Los atenienses avanzaron hacia el pueblo de Egitio, al que capturaron con facilidad, pero no pudieron seguir adelante. Los habitantes de la ciudad retrocedieron a las colinas que circundaban el pueblo para unirse al ejército etolio, y de pronto Demóstenes y sus fuerzas se encontraron bajo asalto desde la superficie elevada. Trasladándose con relativa sencillez en el difícil terreno, los lanzadores de jabalinas etolios conseguían descargar sus armas y retirarse antes que los sobrecargados hoplitas atenienses pudiesen alcanzarlos. Sin los locrios, Demóstenes solamente podía emplear un contingente de arqueros para mantener a raya a los atacantes. Cuando el capitán de los arqueros fue muerto, sus hombres huyeron y el resto del ejército los siguió al poco tiempo. A continuación se produjo un baño de sangre; Procles (el comandante de Demóstenes) y el guía mesenio murieron. Sin líderes, los soldados se dirigían a cañones sin salida o se perdían en el campo de batalla, mientras que los veloces etolios iban tras ellos abatiéndolos; el mayor contingente que huyó se perdió en un bosque al que los etolios prendieron fuego.

De los 300 atenienses que marchaban con Demóstenes, 120 fueron muertos; se desconoce la cantidad de bajas entre los aliados, pero se presume que fue una proporción similar. Semejantes pérdidas eran exorbitantes si se las compara con el número habitual de bajas de una batalla de hoplitas, en la que una tasa de víctimas superior al 10% era inusual.

Luego de regresar a Naupacto, los atenienses navegaron rumbo a casa dejando atrás una situación estrategicamente precaria y un comandante cuya reputación se tambaleaba con gravedad. Los etolios, animados por su victoria, comenzaban a preparar una ofensiva contra Naupacto, y Demóstenes estaba tan preocupado por cómo lo recibirían en Atenas (donde la asamblea tenía la reputación de tratar con dureza a los generales en desgracia) que decidió no volver junto con su flota. Sin embargo, en los meses siguientes, la situación volvería a estabilizarse.

Batalla de Olpas

Ese mismo año, 3000 hoplitas de Ambracia invadieron Argos Anfiloquia en Acarnania, situada en un golfo del mar Jónico y tomaron la fortaleza de Olpas. Los acarnanios pidieron ayuda al general ateniense Demóstenes y a 20 trirremes atenienses que estaban situadas cerca. Los ambraciotas pidieron ayuda a Euríloco de Esparta, quien se las arregló para sobrepasar a los acarnanios con su ejército sin ser visto. Después de esto, Demóstenes llegó al golfo de Arta, al sur de Olpas, con sus barcos, hoplitas y arqueros. Se unió con el ejército acarnanio y estableció un campamento enfrente de Euríloco, donde ambas partes realizaron preparativos durante cinco días. Como los ambraciotas y los peloponesios tenían un ejército mayor, Demóstenes preparó una emboscada con 400 hoplitas de Acarnania para que entraran en acción cuando la batalla comenzara.

Demóstenes formó el flanco derecho del ejército con tropas atenienses y mesenias, mientras que el centro y el flanco izquierdo estaba formado por anfílocos y acarnanios. Euríloco se situó en el flanco izquierdo de su ejército, encarando directamente a Demóstenes. Cuando estaba a punto de rodear a los acarnanios, empezó la emboscada; el pánico invadió sus tropas y Euríloco fue asesinado. Los ambraciotas derrotaron al flanco izquierdo de los acarnanios y anfílocos y los persigueron hasta Argos, pero fueron derrotados por el resto de los acarnanios cuando regresaban. Demóstenes perdió alrededor de 300 hombres, pero logró salir victorioso cuando la batalla finalizó esa noche.

Al día siguiente, Menedao, que había tomado el control cuando Euríloco murió, intentó llegar a un acuerdo con Demóstenes, quien sólo permitió escapar a los líderes del ejército. De todas formas, algunos de los ambraciotas intentaron partir con Menedao pero fueron alcanzados por los acarnanios, que permitieron a Menedao escapar según lo prometido y mataron al resto.

Demóstenes vio que había un segundo ejército de Ambracia marchando hacia Olpas. Estos ambraciotas acamparon en el camino hacia la fortaleza de Idomene, sin conocimiento de la derrota del día anterior. Demóstenes los sorprendió por la noche haciéndose pasar por otro ejército ambraciota y mató a la mayor parte de ellos; el resto escapó a las colinas o hacia el mar, donde fueron capturados por los barcos atenienses. Aunque Demóstenes podía haber conquistado fácilmente Ambracia, no lo hizo, y los acarnanios y ambraciotas firmaron un tratado de paz de 100 años con ellos

Batalla de Pilos

En medio de los éxitos y fracasos de cada uno, la guerra iba a tomar un sesgo nuevo e inesperado favorable a Atenas. Esta decidió llevar a cabo una intensa actividad naval en el Mar Jónico con el fin de atacar a los aliados de Esparta y con la pretensión de extender su hegemonía a Sicilia y Magna Grecia. Atenas destacó allí su flota con dos objetivos concretos: aislar al Peloponeso de las ricas colonias de Italia y Sicilia, en especial de Siracusa, e imponer su hegemonía política sobre las colonias griegas de Occidente. La intervención se apoyó en las viejas rivalidades que venían enfrentando secularmente a los griegos de estas colonias.

Desde mucho tiempo antes, Siracusa amenazaba a Segesta, Leontino y Regio, por lo que Pericles había pactado con ellas en contra de Siracusa y sus aliados (Gela, Selinunte, Hímera y Locri). Al mando de Laques hicieron aparición 40 naves que regresaron a Atenas sin ningún éxito real, debido a que los griegos de Sicilia acordaron firmar la paz entre sí al adivinar las intenciones anexionistas de Atenas. Pero la ekklesía (asamblea) ateniense, obedeciendo a dirigentes belicistas y megalómanos, condenó al exilio a los tres estrategos de la escuadra y les acusó de haber sido corrompidos para renunciar a la conquista.

En el verano de 425 a.C., una flota ateniense comandada por los generales Eurimedonte y Sófocles, con Demóstenes como asesor, partió de Atenas. Si bien Demóstenes no desempeñaba ningún cargo oficial en el momento, había sido electo como estratego y los dos generales habían sido instruidos para que le permitieran utilizar la flota alrededor del Peloponeso si lo deseaba. Una vez en el mar, Demóstenes reveló el plan que previamente había mantenido en secreto; su deseo era fortificar Pilos, que él creía era un sitio particularmente prometedor para un puesto de avanzada ya que estaba a una buena distancia a marcha de Esparta y poseía un excelente puerto natural en la bahía de Navarino. De esta manera podría poner el pie en el Peloponeso y alentar una rebelión de los hilotas

Los dos generales rechazaron su plan, pero Demóstenes tuvo un golpe de suerte cuando una tormenta condujo a la flota a la orilla de Pilos. Incluso entonces los generales se negaron a ordenar la fortificación del promontorio, y también fue rechazado de manera similar cuando intentó apelar directamente a las tropas y comandantes subordinados. Sólo cuando el aburrimiento de la espera de la tormenta se sobrepuso, los atenienses se pusieron a trabajar. Las fortificaciones fueron acabadas en seis días y la flota zarpó hacia Corcira, donde una flota espartana de 60 barcos los esperaba, dejando Demóstenes con cinco naves y sus complementos de marineros y soldados para defender el nuevo fuerte.

El gobierno espartano fue inicialmente indiferente a la presencia de los atenienses en Pilos, en el supuesto de que pronto partirían. Una vez que los planes de Demóstenes quedaron en claro, el rey Agis, que estaba a la cabeza de un ejército que asolaba el Ática, se dirigió hacia allí. Demóstenes anticipó las acciones espartanas y envió dos de sus barcos a llamar a la flota ateniense. El puerto de Pilos estaba en una gran bahía cuya entrada estaba casi completamente bloqueada por la isla de Esfacteria: no existía más que un paso estrecho por cada lado de la isla para entrar en la bahía. Los espartanos tenían previsto bloquear por tierra y mar la fortaleza de Pilos, y controlar las dos entradas del puerto a fin de impedir a la flota ateniense entrar y desembarcar en la isla. El espartano Epitadas y una tropa de 440 hoplitas fueron desembarcados en Esfacteria, mientras que el resto del ejército espartano se preparaba para tomar al asalto las fortificaciones atenienses de Pilos. Si el primer ataque fracasaba, se verían obligados a preparar un largo asedio. Demóstenes disponía de pocos hoplitas y la mayoría de sus tropas eran marinos desarmados de las trirremes restantes. Apostó sesenta hoplitas en el punto más débil de las fortificaciones de la plaza pensando que los espartanos querrían desembarcar allí. El resto de sus tropas estaba en las murallas, tierra adentro.

Los espartanos asaltaron las fortificaciones por tierra y mar. El ataque por mar sucedió exactamente donde Demóstenes había previsto. Por las condiciones del terreno, el desembarco era complicado, y si bien los espartanos acercaron a la playa todos los trirremes que pudieron, entre la costa rocosa y los atenienses protegiéndola, no pudieron romper las defensas. Luego de un día y medio, los espartanos se resignaron y enviaron a sus barcos a buscar madera para construir armas de asedio.

En el día después del cese de los ataques, llegó el resto de la flota ateniense desde Zante. Como era demasiado tarde para atacar, pasaron la noche en una isla cercana con el objetivo de atraer a los espartanos a una batalla en mar abierto, pero no funcionó. Al día siguiente, los atenienses navegaron en ambos accesos al puerto, que los espartanos habían fallado en proteger, y rápidamente derrotaron a la flota espartana, que pensaba que la estrechez de la bahía compensaría las mayores cualidades marinas de los atenienses (se ha sugerido que el fracaso de los espartanos para bloquear las entradas indica que no podían hacerlo, y que su plan era por lo tanto fatalmente defectuoso desde el principio). La persecusión fue limitada por el tamaño de la bahía, pero los atenienses lograron capturar algunas trirremes en el mar. Al final de la batalla, los atenienses controlaban el puerto y eran capaces de navegar libremente por la isla de Esfacteria, donde aún estaban los hoplitas espartanos totalmente aislados. Las naves atenienses establecieron una vigilancia cercana para impedir que huyeran. Los espartanos, incapaces de organizar una expedición de socorro para sus tropas, pidieron un armisticio y enviaron embajadores a Atenas a fin de negociar el regreso de la guarnición de la isla. Los atenienses permanecieron 72 días en Pilos, periodo durante el cual los embajadores fracasaron en conseguir la paz, por lo que otra batalla era inminente.

Batalla de Esfacteria

Para obtener el derecho de aprovisionar a las tropas de Esfacteria, Esparta debía entregar 60 trirremes. El demagogo Cleón hizo encallar las negociaciones reclamando además los puertos de Megara, Trecén y Acaya. Los espartanos no aceptaron las condiciones atenienses y llegaron a abastecer a Esfacteria con la ayuda de nadadores. Cleón, desafiado por sus conciudadanos para lograr la victoria, se unió a Demóstenes llevando con él un contingente de peltastas y de arqueros, jactándose de que lograría la victoria en veinte días.

Demóstenes examinó la isla y descubrió que solamente treinta espartanos vigilaban la parte sur. Durante la noche, desembarcó con 800 hoplitas que sigilosamente fueron rodeando el campamento. Los espartanos, creyendo que los barcos atenienses que estaban merodeando cerca suyo estaban siguiendo su ruta de vigilancia habitual, fueron atrapados desprevenidos y luego masacrados.

El resto de las tropas desembarcaron antes del alba. Los hoplitas espartanos no podían entablar batalla contra los hoplitas atenienses por temor a que los peltastas enemigos atacaran sus flancos y su retaguardia. Este tipo de soldado, que no portaba ni armadura ni escudos pesados, podía esquivar fácilmente la carga de los hoplitas. Éstos eran hostigados sin descanso bajo una lluvia de proyectiles de hondas, de flechas y de jabalinas, todos lanzados desde menos de 50 metros. Su comandante, Epitadas, fue asesinado y su segundo, Estifón, fue herido.

Los espartanos se retiraron a un fuerte abandonado que utilizaban como puesto avanzado. Un comandante mesenio condujo a sus tropas a lo largo de la arista de un acantilado y desembocó en la retaguardia de los espartanos. Cercados y agotados, estos capitularon. 292 hoplitas fueron hechos prisioneros, de los cuales 120 eran espartiatas. Los atenienses perdieron alrededor de 50 hombres.

Los acontecimientos de Esfacteria provocaron una gran conmoción en Grecia: por primera vez, los espartanos preferían entregarse antes que morir. Una grave crisis sacudió la ciudad, y desmoralizada, condujo a la matanza de 20.000 esclavos hilotas. La presencia de una guarnición formada por mesenios de Naupacto y atenienses en Pilos ponía en peligro el conjunto del territorio mesenio, obligando a Esparta a inmovilizar tropas en la región. Al final, Atenas amenazó con matar a los prisioneros de Esfacteria si los espartanos no suspendían sus invasiones anuales al Ática.

La batalla demostró de manera brillante el valor de las tropas ligeras, pues los espartanos fueron vencidos sin que los hoplitas entraran en combate. El tiempo que estuvieron aislados en la isla fue de 72 días en total. La victoria final en Esfacteria tuvo lugar el 10 de agosto de 425 a. C.

 

Epaminondas (Segunda Parte)

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Primera invasión

A medida que viajaban a socorrer Mantinea, a los tebanos se les fueron uniendo distintos contingentes armados procedentes de muchos de los antiguos aliados de Esparta que les permitieron incrementar sus fuerzas hasta 60.000 hombres. Epaminondas forzó el paso a través de las fortificaciones en el istmo de Corinto y marchó al sur hacia Esparta, enfrentándose a contingentes espartanos y de sus aliados a lo largo del camino. Una vez en Arcadia, expulsó al ejército espartano y luego supervisó la fundación de una nueva ciudad llamada Megalópolis y la formación de una Liga Arcadia modelada a imagen de la Liga de Beocia, como nuevo centro de poder opuesto a Esparta.

Luego cruzó el río Eurotas, frontera de Esparta, que ningún ejército hostil había llegado a atravesar antes en la historia. Los espartanos, que no deseaban enfrentarse en batalla campal a un ejército de tan masivas dimensiones, se refugiaron tras los muros de su ciudad y se limitaron a defenderla, si bien los tebanos tampoco intentaron capturarla y se dedicaron, junto con sus aliados, al saqueo de la región. Epaminondas retornó durante un breve espacio de tiempo a Arcadia y luego volvió a marchar hacia el sur, esta vez a Mesenia, territorio que había sido conquistado por Esparta hacía ya unos 200 años. Ahí reconstruyó la antigua ciudad de Mesene sobre el monte Itome con fortificaciones que rivalizaban con las más fuertes de Grecia y liberó a los hilotas. Después envió una llamada a todos los exiliados mesenios esparcidos por toda Grecia para que volviesen y reconstruyesen su país. La pérdida de Mesenia fue particularmente dañina para los espartanos, dado que su territorio comprendía un tercio del total de Esparta, y contenía a la mitad de su población de esclavos (los cuáles les permitían vivir como soldados profesionales sin dedicarse a otros labores).

Esta campaña de Epaminondas ha sido descrita como un ejemplo de la «gran estrategia de la aproximación indirecta», que iba encaminada a dañar las raíces económicas de la supremacía militar espartana. En pocos meses, Epaminondas había creado dos nuevos estados enemigos de Esparta, había atacado los cimientos de su economía y había devastado su prestigio. Una vez cumplido todo esto, dirigió a su ejército victorioso de vuelta a casa. Pero al volver no se encontró con una bienvenida propia de un héroe, sino con un juicio preparado por sus enemigos políticos. El cargo del que se le acusaba era de haber retenido su puesto de Beotarca en frente del ejército más tiempo del que se permitía constitucionalmente, lo cual era cierto. Epaminondas había convencido al resto de Beotarcas para permanecer en el campo de batalla varios meses más después de que su cargo hubiese expirado, aunque lo había hecho para poder cumplir todo lo que se había propuesto en el Peloponeso.

En su defensa, Epaminondas únicamente solicitó que, si iba a ser ejecutado, la inscripción en la que apareciese el veredicto dijera: «Epaminondas fue castigado con la muerte por los tebanos, porque los obligó a derrotar en Leuctra a los espartanos, los cuales, antes de que él fuese general, ninguno de los beocios se atrevía a enfrentar en el campo de batalla, y porque él no sólo rescató a Tebas de la destrucción, sino que también aseguró la libertad de toda Grecia y trajo tal poder a su gente al punto que los tebanos atacaron Esparta, y los espartanos estaban tan satisfechos con el solo hecho de haber salvado sus vidas; y no cesó la guerra hasta que, tras reconstruir Mesenia, encerró a Esparta en un duro asedio.»

El jurado rompió a reir, retiró los cargos y Epaminondas fue reelegido Beotarca al año siguiente.

Segunda invasión

En 369 a. C. Argos, Elea y Arcadia volvieron a solicitar el apoyo tebano para continuar con su guerra contra Esparta, la cuál ahora contaba con el apoyo de varias ciudades griegas, incluidas Corinto, Megara, Pelene, Sición y Atenas. Epaminondas, en un momento de gran prestigio político, volvió a dirigir una fuerza de invasión dirigida hacia el Peloponeso. A llegar al Istmo de Corinto, los tebanos lo encontraron fuertemente defendido. Epaminondas decidió atacar el punto más débil, defendido por los lacedemonios, en un ataque en el que logró atravesar las posiciones espartanas y unirse a sus aliados peloponesios. Con ello, los tebanos lograron una fácil victoria que les permitió atravesar el Istmo, en una acción que Diodoro define como «un logro no inferior en inteligencia a sus grandes hazañas».

Sin embargo, esta vez sus logros fueron mucho más limitados. Consiguió que Sición y Pelene cambiasen su lealtad hacia la alianza con Tebas, y saquearon las regiones deTrecén y Epidauro, pero no lograron tomar las ciudades. Cuando volvió a Tebas de nuevo se encontró con un juicio, y una vez más fue declarado inocente. Tras un ataque abortivo sobre Corinto y la llegada de una fuerza de ayuda enviada por Dionisio I de Siracusa para ayudar a Esparta, los tebanos decidieron volver a casa.

Cuando Epaminondas volvió a Tebas, continuó siendo acosado por sus enemigos políticos, que le volvieron a llevar a juicio por segunda vez. Si bien no tuvieron éxito en la vía judicial, sí fueron capaces de evitar su reelección como beotarca durante el año siguiente.

En el 366 a.C., los tebanos obtuvieron de Persia el reconocimiento de su hegemonía en Grecia y el mismo año, Pelópidas y su lugarteniente Ismenio, fueron a Tesalia para obligar a Alejandro de Feras y a las ciudades que le eran fieles a reconocer esta hegemonía, pero Alejandro les atacó cerca de Farsalia y los hizo prisioneros.

Epaminondas sirvió en el ejército como simple soldado cuando el ejército marchó hacia Tesalia para rescatar a Pelópidas y a Ismenias. Los generales que dirigieron la expedición fueron superados y forzados a retirarse para salvar a su ejército, encontrando serias dificultades en su retirada que Epaminondas, que asumió el mando a petición de los soldados, logró solventar. De vuelta en Tebas fue reinstaurado como Beotarca y a comienzos del año 367 a.C. llevó al ejército de vuelta a Tesalia, en donde superó tácticamente a los tesalios y obligó a la liberación de Pelópidas sin haber ni siquiera necesitado entablar combate.

Tercera Invasión

Ese mismo año se había intentado llevar a cabo un nuevo tratado de paz entre todas las polis griegas en una conferencia en Tebas, pero las negociaciones no lograron superar la hostilidad entre esta y los otros estados que estaban resentidos por su poder y hegemonía. La paz no se llegó a aceptar nunca de forma completa, y pronto se reanudó la guerra. En esa nueva invasión, el ejército de Argos capturó parte del istmo de Corinto a solicitud de Epaminondas, permitiendo al ejército tebano penetrar en el Peloponeso sin obstrucción.

En esta ocasión Epaminondas buscaba asegurarse la lealtad de los estados de Acaya. Ningún ejército se atrevió a hacerle frente en campo abierto, por lo que las oligarquías de la zona aceptaron la solicitud de alianza con Tebas. Pero esta desencadenaron las protestas de Arcadia (ya que eran rivales), por lo que los acuerdos adoptados pronto se vieron modificados: se obligó a establecer democracias y los oligarcas fueron exiliados. Sin embargo, los gobiernos democráticos que fueron establecidos tuvieron vidas muy cortas, porque los oligarcas pro-espartanos que huían de la ciudad pronto se aliaron entre ellos, y atacaron las ciudades una a una, restableciendo las oligarquías.

Resistencia frente a Tebas

Entre los años 366 y 365 a. C. se llevó a cabo un nuevo intento para alcanzar una paz general, esta vez con el rey persa Artajerjes II (ver Los Diez Mil) actuando como árbitro y garante de la misma. Tebas organizó una conferencia en la que intentó la aceptación de los términos del tratado, pero su iniciativa diplomática fracasó: las negociaciones no fueron capaces de resolver la hostilidad entre Tebas y otros estados resentidos por su creciente influencia (como en el caso de Licomedes, líder de Arcadia, que discutía el derecho de los tebanos para ser los anfitriones de la propia conferencia). La paz nunca llegó a ser aceptada totalmente, y la lucha pronto volvió a retomarse.

Durante los diez años posteriores a la Batalla de Leuctra, numerosos aliados de Tebas fueron cambiando sus alianzas y acercándose a Esparta. Incluso algunas de las ciudades de Arcadia (cuya Liga Epaminondas había ayudado a crear) se habían vuelto en su contra. Al mismo tiempo, Epaminondas había logrado desmantelar la Liga del Peloponeso: Corinto, Epidauro y Fliunte firmaron la paz con Tebas y Argos, y Mesenia permaneció independiente y firmemente leal a Tebas.

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Los ejércitos de Beocia lucharon a lo largo y ancho de Grecia a medida que aparecían oponentes por todos los frentes. Epaminondas llegó incluso a dirigir a su estado contra Atenas por mar. Los tebanos enviaron una flota de cien trirremes para lanzarse a la conquista de Rodas, Quíos y Bizancio que partió de Tebas en 364 a.C., aunque los estudiosos modernos creen que Epaminondas no consiguió ningún logro duradero en este viaje.

En 364 a.C., Alejandro de Feras atacó a los estados de Magnesia y Ftiótide y algunas ciudades pidieron a Tebas que interviniera. Pelópidas fue enviado de nuevo al país con un ejército tebano, pero murió en combate en la batalla de Cinoscéfalas. Los tebanos enviaron un ejército más poderoso que derrotó a Alejandro, vengando la muerte de Pelópidas y obligándo a Alejandro a reconocer la hegemonía tebana sobre Tesalia. Para Epaminondas su muerte supuso la pérdida de su mayor aliado político.

Cuarta invasión

En medio de esta oposición creciente al dominio tebano, Epaminondas envió su última expedición al Peloponeso en el año 362 a.C. El principal objetivo era someter Mantinea, que se había opuesto a la influencia tebana en la región. Para ello Epaminondas se puso al frente de un ejército reclutado en Beocia, Tesalia, Eubea, Tegea, Mantinea, Argos, Mesenia y parte de Arcadia. Mantinea, por su parte, solicitó la ayuda de Esparta, Atenas, Aquea y el resto de Arcadia, por lo que prácticamente toda Grecia se vio representada en uno u otro bando.

Atenas decidió dar su apoyo a Esparta pues estaba recelosa del poder tebano. Los atenienses también recordaban que, al final de la guerra del Peloponeso, los tebanos habían demandado que Atenas fuera destruida y sus habitantes esclavizados. Un ejército ateniense fue mandado por mar para juntarse con las fuerzas expedicionarias espartanas, con el fin de evitar que fuera interceptado en tierra por el ejército tebano.

Epaminondas marchó con sus tropas a Mantinea, pero no por el camino más corto, sino siguiendo la cadena montañosa que se encuentra al oeste de Tegea. Al llegar junto a la ciudad de Mantinea, descendió por la ladera del monte y formó en el llano frente a los enemigos.

Al ver que la presencia del ejército no era suficiente para reprimir la oposición y sabiendo que los espartanos habían enviado una gran fuerza militar hacia Mantinea dejando a Esparta indefensa, Epaminondas planeó un audaz ataque contra la propia Esparta. Pero la noticia llegó a los espartanos y cuando los tebanos llegaron, se encontraron con una ciudad bien defendida. En ese momento, esperando que sus adversarios hubiesen dejado la defensa Mantinea en su prisa por defender Esparta, volvió a marchar hacia allí, pero un encuentro con la caballería ateniense fuera de las murallas también frustró este intento. Viendo que se acababa el tiempo dedicado a la campaña militar anual, y razonando que en el caso de que partiese sin derrotar a sus enemigos de Tegea la influencia tebana en el Peloponeso quedaría destruida, decidió arriesgarlo todo a una sola batalla campal.

Batalla de Mantinea

Los acontecimientos que se sucedieron en la llanura ubicada en frente de Mantinea fueron la mayor batalla hoplita de la historia de Grecia, participando casi todos los estados griegos en un bando o en otro. Epaminondas contaba con el mayor ejército, con 30.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería, mientras que sus oponentes contaban con 20.000 de infantería y 2.000 de caballería.

Epaminondas desplegó al ejército en orden de batalla y luego marchó en una columna paralela, de manera que pareciese que el ejército marchaba a algún otro lugar y que no tenía intención de luchar ese día. Habiendo llegado a un punto concreto de la marcha, hizo que el ejército bajase las armas para que pareciese que se preparaba para acampar. Se sugiere que con esta actuación provocó que la mayor parte de los enemigos relajasen su concentración al perder la expectativa de una batalla inminente, y que por lo tanto también relajaran su preparación de cara a la batalla.

Epaminondas dio entonces la orden de avanzar, cogiendo al enemigo con la guardia baja y provocando bastante confusión en el campo de batalla. Esta se desarrolló como Epaminondas había planeado, las fuerzas de los flancos hicieron retroceder a la caballería contraria y comenzaron a atacar los flancos de la falange enemiga. La caballería ateniense, aunque no era inferior en calidad a la beocia, no pudo aguantar las armas arrojadizas que lanzaba la infantería ligera que Epaminondas había colocado entre su propia caballería. Mientras tanto, la falange tebana avanzaba. Epaminondas sabia que si era capaz de golpear y atravesar las líneas enemigas en cualquier lugar, destruiría al ejército completo de sus adversarios

La batalla se desarrolló como era de prever; si bien entre los hoplitas hubo un breve equilibrio inicial, la caballería que sus enemigos habían dispuesto en primera línea fue barrida y luego las líneas de infantería no pudieron resistir el empuje de las tropas de élite beocias, que deshicieron el frente y los pusieron en fuga. Ya era una victoria decisiva de Tebas, pero cuando los victoriosos tebanos se lanzaron en persecución de sus enemigos, llegó la noticia de que Epaminondas había muerto; este había sido alcanzado en el pecho por una lanza, provocándole una herida mortal. A medida que las noticias se extendían en el campo de batalla, los aliados cesaron en su persecución del ejército derrotado, en una prueba de la importancia central de Epaminondas en la guerra.

Jenofonte, que termina su relato con la batalla de Mantinea, hace el siguiente comentario sobre los resultados de la batalla:

«Cuando todas estas cosas habían ocurrido, pasó lo contrario de lo que todos los hombres creían que iba a pasar. Puesto que cuando todas las personas de Grecia se habían juntado y formado en líneas contrarias, no había nadie que no pensase que si la batalla fuese a tener lugar, aquellos que se demostrasen victoriosos fuesen a ser los nuevos líderes y los derrotados sus sometidos; pero la deidad ordenó que ambas partes se llevasen un trofeo como si hubiesen salido victoriosos y ninguno trató de estorbar a los otros; ambos devolvieron a los muertos bajo una tregua como si fueran victoriosos, y ambos recibieron a sus muertos bajo una tregua como si fueran derrotados, y mientras que ambas partes clamaban su victoria, ninguno demostró ser mejor que el otro, ni obtuvo territorios, ciudades o dominios que antes de la batalla no tuviese; e incluso hubo más confusión y desorden en Grecia después de la batalla que antes.»

Se sugiere que los espartanos estuvieron apuntando deliberadamente a Epaminondas en el intento de acabar con su vida para con ello desmoralizar a los tebanos. La lanza se partió, dejando la punta de hierro dentro de su cuerpo, y Epaminondas colapsó. Los tebanos que le circundaban lucharon de forma desesperada para evitar que los espartanos se hicieran con su cuerpo y, mientras le llevaban de vuelta al campamento todavía con vida, preguntó qué bando había resultado victorioso. Cuando le informaron que habían ganado los beocios ,respondió: «He vivido lo suficiente, puesto que muero invicto». Cuando se retiró la punta de la lanza, Epaminondas murió rápidamente. De acuerdo con la costumbre griega, fue enterrado en el mismo campo de batalla.

Legado

Con Epaminondas fuera de escena, los tebanos volvieron a su tradicional política defensiva, y unos años después Atenas les reemplazó en el liderazgo del sistema político griego. Nadie volvió a someter a Beocia de la misma forma en que se había visto sometida durante la hegemonía espartana, pero la influencia de Tebas se fue difuminando rápidamente en el resto de Grecia.

Finalmente, en la Batalla de Queronea, las fuerzas combinadas de Tebas y Atenas, juntas en un intento desesperado de aguantar ante Filipo II de Macedonia, fueron derrotadas de forma aplastante, y la independencia de Tebas llegó a su fin. Tres años después, trás la muerte de Filipo II, los tebanos se rebelaron, creyendo que su hijo Alejandro de tan solo 20 años no asumiría al poder. Pero Alejandro Magno aplastó la revuelta y destruyó la ciudad, asesinando o reduciendo a la esclavitud a todos sus ciudadanos.

Sólo 27 años después de la muerte de Epaminondas, el hombre que la había hecho preeminente en toda Grecia, la ciudad de Tebas fue borrada de la faz de la tierra. Su historia, que había durado un milenio, finalizó en sólo unos pocos días.