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Segunda Guerra del Peloponeso (Quinta Parte)

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Expedición a Sicilia

Si bien Atenas nunca se había envuelto en los asuntos de Sicilia, existían lazos desde antes de la Guerra del Peloponeso. Para muchas pequeñas ciudades sicilianas, Atenas era un potencial contrincante para la poderosa ciudad de Siracusa, que era suficientemente fuerte para dominar la isla. Para los atenienses, esto significaba una gran amenaza, ya que eventualmente podían enviar ayuda a Esparta.

En el año 427 a.C., Atenas había enviado 20 barcos bajo el mando de Laques. Esta expedición se quedó en la región durante varios años, peleando junto a los aliados locales de Atenas contra Siracusa y sus partidarios, sin conseguir ninguna victoria significativa. En 425 a.C. planearon reforzar sus fuerzas enviando 40 navíos más, pero camino hacía allí se vieron envueltos en la Batalla de Pilos. Cuando finalmente llegaron, sus aliados ya se habían cansado de la guerra y acordaron negociar con Siracusa. En el Congreso de Gela, las ciudades sicilianas acordaron la paz bajo la premisa de «Sicilia para los sicilianos», y la flota ateniense regresó a casa.

Esta paz no duró demasiado; poco después del congreso, Siracusa intervino en un enfrentamiento civil entre democráticos y oligarcas en Lentini. Ante la idea de que Siracusa ganara el control de la ciudad, los dos partidos decidieron unirse para luchar contra ella. Atenas envió un emisario a Sicilia en el año 422 a.C para sondear las posibilidades de renovar la guerra contra Siracusa, pero no lograron nada. Sin embargo, en 416 a.C. otro suceso proveería a Atenas de la excusa para incluirse en el conflicto; la ciudad aliada de Segesta había entrado en guerra con Selinunte, y tras perder la batalla inicial, pidieron ayuda a Atenas sugiriendo también que podrían contener la expansión de Siracusa en Sicilia. Para lograr atraer su apoyo, los segestianos ofrecieron sufragar los gastos de la expedición y entregar 60 talentos de plata por adelantado. A los delegados que Atenas envió se les mostró el oro y elementos de valor la ciudad de manera que pareciera que este era solamente una parte del total que poseían. Los delegados informaron favorablemente sobre la capacidad económica de Segesta y los atenienses, en especial su general Alcibíades, fueron atraídos por la riqueza de la isla. Ayudando a su aliado sentían que podían ganar una posición en Sicilia que les permitiría lanzarse a una eventual conquista. Mientras Pericles aún vivía, había aconsejado a Atenas no extender demasiado su imperio, pero este consejo ya había sido olvidado por todos.

Los embajadores de Segesta presentaron su caso en la asamblea de Atenas, donde el debate sobre la propuesta dividió rápidamente a las facciones tradicionales. El consejo finalmente aprobó el envío de una expedición compuesta por 60 trirremes sin acompañamiento hoplita.

Alcibíades, Lámaco y Nicias fueron elegidos para dirigir la expedición, aunque este último no estaba interesado en ello. Cinco días después de ser elegidos hubo un debate en la Asamblea entre aquellos que estaban en contra de la expedición, dirigidos por Nicias, y los que la apoyaban, liderados por Alcibíades. Nicias argumentó que no debían ser arrastrados a una guerra en la que no estaban implicados y que Atenas no debía sentirse tan segura del tratado de paz que él había establecido con Esparta sólo unos pocos años antes.

Esparta aún era su enemiga y no podían permitirse malgastar tiempo, hombres y recursos luchando en una guerra lejana mientras sus enemigos estaban tan cerca. Nicias expresó que incluso conquistando Sicilia, sería imposible de gobernar, además de que los aliados más débiles y más pobres de Atenas estaban mucho más próximos y se rebelarían continuamente contra ella. Argumentó también que los sicilianos tendrían más temor de Atenas si ésta no era puesta a prueba en combate, de la misma manera que Atenas había tenido miedo de Esparta antes de derrotarlos en batalla. Finalmente, esperó a que sus conciudadanos no fueran persuadidos por el joven y arrogante Alcibíades, de quien opinaba que sólo buscaba gloria personal.

Hubo otros discursos, sobre todo a favor de la expedición, antes de que Alcibíades respondiera a Nicias. Tras defender su juventud y arrogancia, afirmó que la situación era similar a la que se enfrentó Atenas en su guerra contra Persia, mientras que ellos tenían los enemigos cerca de casa. Su victoria sobre los persas condujo a la gloria ateniense y a la fundación de la Liga de Delos, y esta expedición les traería los mismos resultados, contribuyendo también a mantener a Atenas activa en tiempos de paz, de modo que estarían preparados para futuros ataques espartanos.

Nicias pronunció, entonces, un segundo discurso. Dijo que Atenas necesitaría una flota y un ejército mucho más superior que las 60 naves que Segesta había ofrecido equipar, esperando que la perspectiva de la aprobación de un gasto tan grande resultara menos atractiva, pero en vez de eso, se volvieron aún más entusiastas. Advirtió renuente que precisarían al menos 100 trirremes, 5000 hoplitas, miles de tropas ligeras y otros suministros más.

Tras largos preparativos, la flota estaba lista para zarpar. La noche antes de la partida, alguien destruyó muchos de los hermas (representación en piedra con el busto del dios Hermes para señalar carreteras, fronteras y límites de las propiedades, colocados alrededor de la ciudad para la buena suerte). Esto fue considerado un mal presagio para la expedición y una clara evidencia de conspiración revolucionaria contra el gobierno. Según Plutarco, un enemigo político de Alcibíades había plantado un falso testigo para afirmar que él y sus amigos habían sido los responsables. Alcibíades se ofreció voluntariamente a ser sometido a juicio, pero sus enemigos temieron que el ejército se pusiera de su lado, por lo que consiguieron aplazarlo hasta que el general llegara a Sicilia. De esta manera, su principal fuente de apoyo estaría ausente.

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Ruinas en Selinunte

En la práctica, cada uno de los tres generales propuso una estrategia diferente. Nicias propuso que la flota debía navegar a Selinunte y forzar un acuerdo entre esta y Segesta. Después de eso, mostrar brevemente la bandera por Sicilia y luego volver a casa, a menos que Segesta estuviera dispuesta a pagar por el costo de una expedición más amplia. Alcibíades propuso primero intentar ganarse a los aliados en la isla a través de la diplomacia, y luego atacar Selinunte y Siracusa. Lámaco, por su parte, propuso aprovechar el factor sorpresa navegando directamente a Siracusa y dar batalla fuera de la ciudad. Tal ataque súbito, sintió, atraparía a los siracusanos con la guardia baja y posiblemente los induciría a una entrega rápida de la ciudad. Estas tres vías de acción se verían reducidas a una cuando Lámaco decide finalmente apoyar el plan de Alcibíades.

Muchas personas en Siracusa sintieron que los atenienses estaban yendo a atacarlos con el pretexto de ayudar a Segesta en su pequeña guerra. El general siracusano Hermócrates sugirió pedir ayuda a las demás ciudades sicilianas y a Cártago. También quería cruzarse a la flota ateniense en el mar Jónico antes de que llegara a Siracusa. Otros argumentaron que Atenas no era amenaza alguna para la ciudad, y hubo gente que no creyó que hubiera una flota en absoluto porque Atenas no sería tan estúpida para atacarlos mientras aún estaba en guerra con Esparta. Atenágoras acusó a Hermócrates y otros de intentar infundir temor en la población para derrocar al gobierno.

En junio del año 415 a. C. la flota zarpó de El Pireo hacia Córcira para embarcar al resto de la fuerza y de ahí se dividió en tres secciones, una por cada comandante. Desde allí zarparon a Sicilia en 134 trirremes (100 de las cuales eran de Atenas), 130 transportes, 5100 hoplitas (2200 atenienses), 1300 arqueros, lanzadores de jabalinas, honderos y 30 caballos. El ejército estaba formado en total por 27.000 hombres. Las tropas desembarcaron en Regio, donde recibieron la desagradable noticia de que el tesoro de Segesta no era el declarado y que los delegados atenienses habían sido engañados.

La flota prosiguió hasta Catania, y estando allí llegó un buque correo a buscar al general Alcibíades para que compareciera ante un tribunal en Atenas por el asunto de las hermas. Alcibíades se embarcó de regreso, pero en el viaje huyó y se refugió en Esparta. Políticamente era más bienvenido en la oligárquica Esparta que en la democrática Atenas y pronto comenzó a ofrecer consejo a los espartanos sobre cómo la situación en Siracusa podría beneficiarles. Al no asistir al juicio en Atenas, fue sentenciado a muerte; aparentemente, su culpabilidad estaba probada.

En Catania (45 km al norte de Siracusa), el ejército quedó dividido en dos grupos, uno al mando de Nicias y el otro al de Lámaco. Los atenienses decidieron no atacar, por lo que los siracusanos decidieron atacarlos por sorpresa. Cuando éstos se pusieron en movimiento, Nicias y Lámaco fueron informados y decidieron embarcar a sus hombres. En la noche entraron en el Gran Puerto de Siracusa y desembarcaron en las llanuras de Anapo, al sur de la ciudad. Los siracusanos rápidamente regresaron y se prepararon para la batalla.

Primer Batalla de Siracusa

Los atenienses formaron filas de ocho hombres de profundidad con los argivos y los mantineos a la derecha y el resto de los aliados a la izquierda. Las filas de los siracusanos eran de dieciséis hombres de profundidad y contaban con 1200 jinetes. Si bien los atenienses aún no tenían caballería, el número de sus tropas era casi similar. Los atenienses atacaron primero, creyendo ser un ejército más fuerte y más experimentado. Después de una inesperada y fuerte resistencia, los argivos empujaron el ala izquierda siracusana provocando una huida masiva. La caballería siracusana evitó que los atenienses los persiguieran, pero igual perdieron cerca de 260 hombres, mientras que los atenienses solo 50. Tiempo después comenzó el invierno y los atenienses prefirieron regresar a Catania.

Los siracusanos reorganizaron su ejército y comenzaron a entrenar su infantería pesada. Enviaron también emisarios a Corinto y a Esparta pidiendo ayuda y emprendieron la tarea de amurallar el río Temerites para impedir que el enemigo construyera un muro de contravalación. Los atenienses solicitaron que para la primavera se les enviara una fuerza de caballería y pidieron ayuda a los cartagineses y a los etruscos.

Atenas y Siracusa intentaron conseguir apoyo de las ciudades griegas de Italia. En Corinto, representantes de Siracusa se reunieron con Alcibíades, quien estaba trabajando con Esparta. Alcibíades informó que habría una invasión del Peloponeso si Sicilia era conquistada y que, por lo tanto, debían acudir en auxilio de Siracusa y también fortificar Decelia, cerca de Atenas. Esparta no deseaba inmiscuirse en el conflicto, por lo que sólo se comprometió a enviar al general Gilipo para que tomara el mando del ejército siracusano.

En mayo de 414 a.C., los refuerzos que llegaron de Atenas consistían de 250 jinetes, 30 arqueros montados y 300 talentos de plata (equivalente a 180 millones dólares) para contratar 400 hombres más de caballería. Los siracusanos pusieron una fuerza de 600 guerreros al mando del general Diomilo para proteger los accesos del norte de la ciudad. La mañana en que éste estaba revistando sus contingentes, los atenienses atacaron: habían efectuado un movimiento nocturno con sus naves, desembarcando en León y tomando la puerta de Euríalo antes de que los siracusanos de Diomilo la pudieran proteger. Cuando este llegó, seguido por Hermócrates, se libró un combate en que los siracusanos fueron obligados a retroceder hacia el interior de la ciudad. Diomilo y 300 de sus hombres murieron.

Ambos bandos empezaron entonces a construir una serie de muros. El ateniense de circunvalación, conocido como El Círculo, para aislar Siracusa del resto de la isla, mientras que los siracusanos levantaron varios contramuros desde la ciudad a varios de sus fuertes. Una fuerza de 300 atenienses destruyó parte del primer contramuro, pero los siracusanos edificaron otro, esta vez con una zanja, impidiendo a los atenienses que ampliaran su muro hasta el mar. Otros 300 atenienses atacaron este nuevo muro y lo capturaron, pero fueron eliminados por un contraataque de los siracusanos en el cual Lámaco fue asesinado, quedando sólo Nicias de los tres comandantes originales. Los siracusanos destruyeron 300 metros del muro ateniense, pero no pudieron derruir el Círculo, que fue defendido por Nicias. Después de que este rechazara el ataque, los atenienses finalmente ampliaron su muro hasta el mar, bloqueando totalmente a Siracusa por tierra, y su flota entró en el Gran Puerto para bloquearlos desde el mar.

La situación de los siracusanos era tan desesperada, que pensaron iniciar negociaciones con Nicias y removieron a Hermócrates y Sicano como generales, sustituyéndolos por Heráclides, Eucles y Telias.

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Anfiteatro griego en Siracusa

Intervención Espartana

Poco después, el general espartano Gilipo arribó con sus refuerzos a la isla de Léucade, y continuó hacia Locri, en Calabria. Allí se enteró de que Siracusa no estaba cercada por completo, por lo que desembarca en Hímera con su ejército de 700 marinos, 1.000 hoplitas, 100 caballeros y 1.000 sicilianos. Inmediatamente comenzaron a construir otro contramuro en Epípolas, pero fueron obligados a retroceder por los atenienses. Sin embargo, en un segundo combate logra derrotarlos haciendo mejor uso de su caballería y jabalineros. De esta manera logra finalizar el contramuro, volviendo inútil la muralla ateniense. En ese momento llega al Gran Puerto la flota corintia, bajo el mando de Erasínides.

Nicias, agotado y enfermo, creía ya que capturar Siracusa era imposible. Envió un informe a Atenas en el que explicaba que en lo terrestre, ellos estaban cercados y no los siracusanos, que sus naves se estaban pudriendo y sus guerreros estaban muriendo en gran número. Que cada salida en búsqueda de combustible, forraje y agua significaba una batalla y que la situación era insostenible. Por estas razones sugería que le enviaran refuerzos masivos o que la expedición regresara a casa, deseando que se optara por esta última.

Atenas, pensando en su prestigio, decidió mandar una nueva expedición de refuerzo a las órdenes de Eurimedonte y Demóstenes. El primero partió inmediatamente con 10 barcos, mientras que el segundo zarpó poco después con una fuerza mucho mayor. Mientras Eurimedonte navegaba hacia Siracusa, los 80 navíos de Gilipo atacaron las 60 naves atenienses que se encontraban en el Gran Puerto. Simultáneamente comandó un ataque por tierra. En el agua, los atenienses salieron victoriosos, perdiendo solamente tres barcos contra once de Siracusa. Sin embargo, Gilipo los derrotó por tierra y capturó dos de sus fuertes. Luego de esto, logró convencer a todas las ciudades neutrales de Sicilia a que se le unan, pero los aliados de Atenas asesinan a 800 corintios incluidos todos los embajadores menos uno.

Los espartanos no se limitaron simplemente a enviar ayuda a Sicilia; también resolvieron llevar la guerra a territorio ateniense. Con el consejo de Alcibíades, fortificaron Decelia, cerca de Atenas, y evitaron que los atenienses pudieran utilizar sus tierras durante todo el año. La fortificación impidió el envío de suministros a Atenas por tierra, obligando a que fueran transportados por mar con un coste mayor. Lo peor de todo quizá fuera que el trabajo en las minas de plata cercanas fue completamente interrumpido, ya que unos veinte mil esclavos atenienses fueron liberados por los hoplitas espartanos. Con los mil talentos del tesoro y reservas de emergencia diluyéndose, los atenienses tuvieron que demandar mayores tributos a sus aliados, aumentando aún más la tensión y la amenaza de otra rebelión dentro del Imperio.

Llegan los refuerzos

En julio del año 413 a.C. llegan finalmente los refuerzos atenienses al mando de Demóstenes y Eurimedonte. Estos consistían en 73 trirremes, 5000 hoplitas y 3000 arqueros, los que sumados a los honderos y lanzadores de jabalina, totalizaban 15.000 hombres. En su llegada, 80 barcos siracusanos atacaron 75 naves atenienses en el puerto. Esta batalla se prolonga durante dos días sin ningún resultado, hasta que la flota de Siracusa simuló retirarse y atacó a los atenienses mientras comían. A pesar de esta maniobra, solo siete naves atenienses fueron hundidas.

Demóstenes desembarcó sus fuerzas y atacó el contramuro de Epipolas en una arriesgada maniobra nocturna. Si bien tuvo éxito abriendo una brecha en la muralla, fue derrotado por una fuerza de beocios del contingente espartano. Muchos atenienses cayeron por el acantilado, muriendo en la caída o asesinados luego.

La llegada de Demóstenes no fue un gran alivio para los atenienses. Su campamento estaba ubicado cerca de un pantano y muchos de ellos habían caído enfermos, incluido Nicias. Viendo esto, Demóstenes pensó que debían regresar a Atenas y defender el Ática contra la invasión espartana que había tomado Decelia. Nicias, que se había opuesto a la expedición desde el principio, no quería mostrar debilidad ante Siracusa o Esparta, o ante los atenienses, quienes probablemente le someterían a juicio por fracasar en la conquista de la isla. Esperaba que los siracusanos se quedaran pronto sin dinero, y también había sido informado de que había facciones proatenienses en Siracusa que estaban preparadas para entregarle la ciudad. Demóstenes y Eurimedonte acordaron reticentes que Nicias podría tener razón, pero cuando llegaron los refuerzos del Peloponeso, Nicias estuvo de acuerdo en que debían partir. Pero cuando las naves estuvieron listas para zarpar, el 27 de agosto de 413 a.C., ocurrió un eclipse de luna que los ateniense consideraron como un signo de desgracia, de manera que tanto las tropas como los marineros rehusaron a embarcarse, negativa que fue aprobada por Nicias, que era muy supersticioso.

Segunda Batalla de Siracusa

Cuando Gilipo supo la decisión de los atenienses, pensó aprovecharla atacando con sus naves. En el combate murió el general Eurimedonte y la flota ateniense fue obligada a retroceder hacia el interior del Gran Puerto, donde Gilipo los estaba esperando. Logró capturar 18 barcos, pero una fuerza de atenienses y etruscos lo obligó a retroceder. Gilipo ordenó entonces bloquear la entrada colocando una hilera de trirremes y naves mercantes, ancladas y amarradas unas a otras.

Después del eclipse lunar, los atenienses decidieron que la única salida a tan desesperada situación era forzar la salida del puerto en una última batalla. Cargaron sus trirremes con el máximo de soldados que podían contener y se lanzaron contra la barrera de naves siracusanas que tapaban la entrada del puerto. Estaban dispuestos a morir en el intento y si se salvaban, dirigirse a Catania. Cada bando poseía aproximadamente 100 naves.

El 10 de septiembre del año 413 a. C. los atenienses zarparon en su desesperada acción y navegaron en línea recta hacia la salida del puerto. La batalla fue caótica por el reducido espacio para maniobrar y la cantidad de naves.

La batalla se prolongó durante algún tiempo sin un vencedor claro, pero los siracusanos finalmente empujaron las naves atenienses hacia la costa y los tripulantes atenienses huyeron al campo detrás del muro. Demóstenes sugirió embarcarse de nuevo y tratar de forzar su salida, ya que ahora ambas flotas habían perdido cerca de la mitad de sus naves. Los hombres mismos no quisieron subir a bordo por el miedo y decidieron retirarse por tierra. Hermócrates envió informadores falsos a los atenienses para que les comunicaran que había espías y bloqueos tierra adentro para que estos creyeran que era más seguro no marcharse. Gilipo utilizó este retraso para construir estos bloqueos que todavía no existían, y los siracusanos quemaron o remolcaron el resto de los barcos atenienses para que estos no pudieran escapar de la isla.

El 13 de septiembre, los atenienses abandonaron el campamento dejando atrás a sus heridos y sin enterrar sus muertos. Los sobrevivientes, incluyendo todos los no combatientes, sumaban 40.000 personas. Mientras marchaban derrotaron a una pequeña fuerza que protegía el río Anapo, pero la caballería de Siracusa y sus tropas ligeras los acosaban continuamente. Cerca del río Erineus, Nicias y Demóstenes se separaron, este último fue rodeado y apresado; 20.000 de sus hombres murieron y unos 6000 se rindieron. El resto de los siracusanos siguió a Nicias hasta el río Assinarus, donde las tropas atenienses se desorganizaron en el afán de encontrar agua potable. Muchos atenienses murieron aplastados y otros en combate. En el otro lado del río una fuerza siracusana los estaba esperando, y los atenienses fueron casi completamente masacrados. Por mucho, la peor derrota de toda la expedición en términos de vidas perdidas. Nicias se entregó personalmente a Gilipo, esperando que el espartano recordara su papel en el tratado de paz de 421 a.C. Los pocos que escaparon encontraron refugio en Catana.

Los prisioneros, a esta altura solo 7.000, fueron llevados a las canteras de piedra cerca de Siracusa, ya que no había ningún otro sitio para ellos. En contra de las órdenes de Gilipo, Demóstenes y Nicias fueron ejecutados. El resto pasó diez semanas en condiciones horribles en su prisión provisional, hasta que todos, excepto atenienses, italianos y sicilianos, fueron vendidos como esclavos. Los atenienses restantes fueron dejados en las canteras a morir lentamente de hambre y enfermedad. Al final algunos de los últimos supervivientes lograron escapar y finalmente llegaron a Atenas, con noticias de primera mano de la catástrofe.

Reacción Ateniense

Se dice que los atenienses no creían en su pérdida, en gran medida debido a la primera persona que les trajo noticias de ella. Un extraño llegó a El Pireo, y sentado en una barbería, empezó a hablar como si los atenienses ya supieran todo lo que había sucedido. El barbero corrió hacia la ciudad tan rápido como pudo, buscó a los gobernantes y les informó lo que había escuchado. El terror y la consternación invadió a los ciudadanos y una asamblea general fue convocada, en la cual se le preguntó al extraño de dónde había obtenido esa información. Y él, sin dar ninguna explicación satisfactoria, fue juzgado por perturbar el orden de la ciudad y condenado a girar en el aire atado a una rueda, hasta que otros mensajeros llegaron con noticias similares; efectivamente, el ejército ateniense había sido destruido.

La derrota causó un cambio inmenso en la política de muchos otros estados, que habiendo sido neutrales, se unieron a Esparta imaginando que la derrota de Atenas era inminente. Asimismo se rebelaron numerosos aliados de la liga de Delos, y aunque la ciudad comenzó inmediatamente a reconstruir su flota, había poco que pudiera hacer para aliviar las revueltas. La expedición y el desastre consiguiente dejaron a Atenas al borde del abismo.

Aproximadamente 10.000 hoplitas habían fallecido, y aunque esto era un golpe, la auténtica preocupación era la pérdida de la enorme flota enviada a Sicilia. Los trirremes podían ser reemplazados, pero los 25.000 marineros experimentados caídos eran irreemplazables, y Atenas tuvo que depender de esclavos mal preparados para formar la columna vertebral de su nueva flota, dando comienzo al principio del fin.