Beocia

Segunda Guerra del Peloponeso (Quinta Parte)

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Expedición a Sicilia

Si bien Atenas nunca se había envuelto en los asuntos de Sicilia, existían lazos desde antes de la Guerra del Peloponeso. Para muchas pequeñas ciudades sicilianas, Atenas era un potencial contrincante para la poderosa ciudad de Siracusa, que era suficientemente fuerte para dominar la isla. Para los atenienses, esto significaba una gran amenaza, ya que eventualmente podían enviar ayuda a Esparta.

En el año 427 a.C., Atenas había enviado 20 barcos bajo el mando de Laques. Esta expedición se quedó en la región durante varios años, peleando junto a los aliados locales de Atenas contra Siracusa y sus partidarios, sin conseguir ninguna victoria significativa. En 425 a.C. planearon reforzar sus fuerzas enviando 40 navíos más, pero camino hacía allí se vieron envueltos en la Batalla de Pilos. Cuando finalmente llegaron, sus aliados ya se habían cansado de la guerra y acordaron negociar con Siracusa. En el Congreso de Gela, las ciudades sicilianas acordaron la paz bajo la premisa de «Sicilia para los sicilianos», y la flota ateniense regresó a casa.

Esta paz no duró demasiado; poco después del congreso, Siracusa intervino en un enfrentamiento civil entre democráticos y oligarcas en Lentini. Ante la idea de que Siracusa ganara el control de la ciudad, los dos partidos decidieron unirse para luchar contra ella. Atenas envió un emisario a Sicilia en el año 422 a.C para sondear las posibilidades de renovar la guerra contra Siracusa, pero no lograron nada. Sin embargo, en 416 a.C. otro suceso proveería a Atenas de la excusa para incluirse en el conflicto; la ciudad aliada de Segesta había entrado en guerra con Selinunte, y tras perder la batalla inicial, pidieron ayuda a Atenas sugiriendo también que podrían contener la expansión de Siracusa en Sicilia. Para lograr atraer su apoyo, los segestianos ofrecieron sufragar los gastos de la expedición y entregar 60 talentos de plata por adelantado. A los delegados que Atenas envió se les mostró el oro y elementos de valor la ciudad de manera que pareciera que este era solamente una parte del total que poseían. Los delegados informaron favorablemente sobre la capacidad económica de Segesta y los atenienses, en especial su general Alcibíades, fueron atraídos por la riqueza de la isla. Ayudando a su aliado sentían que podían ganar una posición en Sicilia que les permitiría lanzarse a una eventual conquista. Mientras Pericles aún vivía, había aconsejado a Atenas no extender demasiado su imperio, pero este consejo ya había sido olvidado por todos.

Los embajadores de Segesta presentaron su caso en la asamblea de Atenas, donde el debate sobre la propuesta dividió rápidamente a las facciones tradicionales. El consejo finalmente aprobó el envío de una expedición compuesta por 60 trirremes sin acompañamiento hoplita.

Alcibíades, Lámaco y Nicias fueron elegidos para dirigir la expedición, aunque este último no estaba interesado en ello. Cinco días después de ser elegidos hubo un debate en la Asamblea entre aquellos que estaban en contra de la expedición, dirigidos por Nicias, y los que la apoyaban, liderados por Alcibíades. Nicias argumentó que no debían ser arrastrados a una guerra en la que no estaban implicados y que Atenas no debía sentirse tan segura del tratado de paz que él había establecido con Esparta sólo unos pocos años antes.

Esparta aún era su enemiga y no podían permitirse malgastar tiempo, hombres y recursos luchando en una guerra lejana mientras sus enemigos estaban tan cerca. Nicias expresó que incluso conquistando Sicilia, sería imposible de gobernar, además de que los aliados más débiles y más pobres de Atenas estaban mucho más próximos y se rebelarían continuamente contra ella. Argumentó también que los sicilianos tendrían más temor de Atenas si ésta no era puesta a prueba en combate, de la misma manera que Atenas había tenido miedo de Esparta antes de derrotarlos en batalla. Finalmente, esperó a que sus conciudadanos no fueran persuadidos por el joven y arrogante Alcibíades, de quien opinaba que sólo buscaba gloria personal.

Hubo otros discursos, sobre todo a favor de la expedición, antes de que Alcibíades respondiera a Nicias. Tras defender su juventud y arrogancia, afirmó que la situación era similar a la que se enfrentó Atenas en su guerra contra Persia, mientras que ellos tenían los enemigos cerca de casa. Su victoria sobre los persas condujo a la gloria ateniense y a la fundación de la Liga de Delos, y esta expedición les traería los mismos resultados, contribuyendo también a mantener a Atenas activa en tiempos de paz, de modo que estarían preparados para futuros ataques espartanos.

Nicias pronunció, entonces, un segundo discurso. Dijo que Atenas necesitaría una flota y un ejército mucho más superior que las 60 naves que Segesta había ofrecido equipar, esperando que la perspectiva de la aprobación de un gasto tan grande resultara menos atractiva, pero en vez de eso, se volvieron aún más entusiastas. Advirtió renuente que precisarían al menos 100 trirremes, 5000 hoplitas, miles de tropas ligeras y otros suministros más.

Tras largos preparativos, la flota estaba lista para zarpar. La noche antes de la partida, alguien destruyó muchos de los hermas (representación en piedra con el busto del dios Hermes para señalar carreteras, fronteras y límites de las propiedades, colocados alrededor de la ciudad para la buena suerte). Esto fue considerado un mal presagio para la expedición y una clara evidencia de conspiración revolucionaria contra el gobierno. Según Plutarco, un enemigo político de Alcibíades había plantado un falso testigo para afirmar que él y sus amigos habían sido los responsables. Alcibíades se ofreció voluntariamente a ser sometido a juicio, pero sus enemigos temieron que el ejército se pusiera de su lado, por lo que consiguieron aplazarlo hasta que el general llegara a Sicilia. De esta manera, su principal fuente de apoyo estaría ausente.

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Ruinas en Selinunte

En la práctica, cada uno de los tres generales propuso una estrategia diferente. Nicias propuso que la flota debía navegar a Selinunte y forzar un acuerdo entre esta y Segesta. Después de eso, mostrar brevemente la bandera por Sicilia y luego volver a casa, a menos que Segesta estuviera dispuesta a pagar por el costo de una expedición más amplia. Alcibíades propuso primero intentar ganarse a los aliados en la isla a través de la diplomacia, y luego atacar Selinunte y Siracusa. Lámaco, por su parte, propuso aprovechar el factor sorpresa navegando directamente a Siracusa y dar batalla fuera de la ciudad. Tal ataque súbito, sintió, atraparía a los siracusanos con la guardia baja y posiblemente los induciría a una entrega rápida de la ciudad. Estas tres vías de acción se verían reducidas a una cuando Lámaco decide finalmente apoyar el plan de Alcibíades.

Muchas personas en Siracusa sintieron que los atenienses estaban yendo a atacarlos con el pretexto de ayudar a Segesta en su pequeña guerra. El general siracusano Hermócrates sugirió pedir ayuda a las demás ciudades sicilianas y a Cártago. También quería cruzarse a la flota ateniense en el mar Jónico antes de que llegara a Siracusa. Otros argumentaron que Atenas no era amenaza alguna para la ciudad, y hubo gente que no creyó que hubiera una flota en absoluto porque Atenas no sería tan estúpida para atacarlos mientras aún estaba en guerra con Esparta. Atenágoras acusó a Hermócrates y otros de intentar infundir temor en la población para derrocar al gobierno.

En junio del año 415 a. C. la flota zarpó de El Pireo hacia Córcira para embarcar al resto de la fuerza y de ahí se dividió en tres secciones, una por cada comandante. Desde allí zarparon a Sicilia en 134 trirremes (100 de las cuales eran de Atenas), 130 transportes, 5100 hoplitas (2200 atenienses), 1300 arqueros, lanzadores de jabalinas, honderos y 30 caballos. El ejército estaba formado en total por 27.000 hombres. Las tropas desembarcaron en Regio, donde recibieron la desagradable noticia de que el tesoro de Segesta no era el declarado y que los delegados atenienses habían sido engañados.

La flota prosiguió hasta Catania, y estando allí llegó un buque correo a buscar al general Alcibíades para que compareciera ante un tribunal en Atenas por el asunto de las hermas. Alcibíades se embarcó de regreso, pero en el viaje huyó y se refugió en Esparta. Políticamente era más bienvenido en la oligárquica Esparta que en la democrática Atenas y pronto comenzó a ofrecer consejo a los espartanos sobre cómo la situación en Siracusa podría beneficiarles. Al no asistir al juicio en Atenas, fue sentenciado a muerte; aparentemente, su culpabilidad estaba probada.

En Catania (45 km al norte de Siracusa), el ejército quedó dividido en dos grupos, uno al mando de Nicias y el otro al de Lámaco. Los atenienses decidieron no atacar, por lo que los siracusanos decidieron atacarlos por sorpresa. Cuando éstos se pusieron en movimiento, Nicias y Lámaco fueron informados y decidieron embarcar a sus hombres. En la noche entraron en el Gran Puerto de Siracusa y desembarcaron en las llanuras de Anapo, al sur de la ciudad. Los siracusanos rápidamente regresaron y se prepararon para la batalla.

Primer Batalla de Siracusa

Los atenienses formaron filas de ocho hombres de profundidad con los argivos y los mantineos a la derecha y el resto de los aliados a la izquierda. Las filas de los siracusanos eran de dieciséis hombres de profundidad y contaban con 1200 jinetes. Si bien los atenienses aún no tenían caballería, el número de sus tropas era casi similar. Los atenienses atacaron primero, creyendo ser un ejército más fuerte y más experimentado. Después de una inesperada y fuerte resistencia, los argivos empujaron el ala izquierda siracusana provocando una huida masiva. La caballería siracusana evitó que los atenienses los persiguieran, pero igual perdieron cerca de 260 hombres, mientras que los atenienses solo 50. Tiempo después comenzó el invierno y los atenienses prefirieron regresar a Catania.

Los siracusanos reorganizaron su ejército y comenzaron a entrenar su infantería pesada. Enviaron también emisarios a Corinto y a Esparta pidiendo ayuda y emprendieron la tarea de amurallar el río Temerites para impedir que el enemigo construyera un muro de contravalación. Los atenienses solicitaron que para la primavera se les enviara una fuerza de caballería y pidieron ayuda a los cartagineses y a los etruscos.

Atenas y Siracusa intentaron conseguir apoyo de las ciudades griegas de Italia. En Corinto, representantes de Siracusa se reunieron con Alcibíades, quien estaba trabajando con Esparta. Alcibíades informó que habría una invasión del Peloponeso si Sicilia era conquistada y que, por lo tanto, debían acudir en auxilio de Siracusa y también fortificar Decelia, cerca de Atenas. Esparta no deseaba inmiscuirse en el conflicto, por lo que sólo se comprometió a enviar al general Gilipo para que tomara el mando del ejército siracusano.

En mayo de 414 a.C., los refuerzos que llegaron de Atenas consistían de 250 jinetes, 30 arqueros montados y 300 talentos de plata (equivalente a 180 millones dólares) para contratar 400 hombres más de caballería. Los siracusanos pusieron una fuerza de 600 guerreros al mando del general Diomilo para proteger los accesos del norte de la ciudad. La mañana en que éste estaba revistando sus contingentes, los atenienses atacaron: habían efectuado un movimiento nocturno con sus naves, desembarcando en León y tomando la puerta de Euríalo antes de que los siracusanos de Diomilo la pudieran proteger. Cuando este llegó, seguido por Hermócrates, se libró un combate en que los siracusanos fueron obligados a retroceder hacia el interior de la ciudad. Diomilo y 300 de sus hombres murieron.

Ambos bandos empezaron entonces a construir una serie de muros. El ateniense de circunvalación, conocido como El Círculo, para aislar Siracusa del resto de la isla, mientras que los siracusanos levantaron varios contramuros desde la ciudad a varios de sus fuertes. Una fuerza de 300 atenienses destruyó parte del primer contramuro, pero los siracusanos edificaron otro, esta vez con una zanja, impidiendo a los atenienses que ampliaran su muro hasta el mar. Otros 300 atenienses atacaron este nuevo muro y lo capturaron, pero fueron eliminados por un contraataque de los siracusanos en el cual Lámaco fue asesinado, quedando sólo Nicias de los tres comandantes originales. Los siracusanos destruyeron 300 metros del muro ateniense, pero no pudieron derruir el Círculo, que fue defendido por Nicias. Después de que este rechazara el ataque, los atenienses finalmente ampliaron su muro hasta el mar, bloqueando totalmente a Siracusa por tierra, y su flota entró en el Gran Puerto para bloquearlos desde el mar.

La situación de los siracusanos era tan desesperada, que pensaron iniciar negociaciones con Nicias y removieron a Hermócrates y Sicano como generales, sustituyéndolos por Heráclides, Eucles y Telias.

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Anfiteatro griego en Siracusa

Intervención Espartana

Poco después, el general espartano Gilipo arribó con sus refuerzos a la isla de Léucade, y continuó hacia Locri, en Calabria. Allí se enteró de que Siracusa no estaba cercada por completo, por lo que desembarca en Hímera con su ejército de 700 marinos, 1.000 hoplitas, 100 caballeros y 1.000 sicilianos. Inmediatamente comenzaron a construir otro contramuro en Epípolas, pero fueron obligados a retroceder por los atenienses. Sin embargo, en un segundo combate logra derrotarlos haciendo mejor uso de su caballería y jabalineros. De esta manera logra finalizar el contramuro, volviendo inútil la muralla ateniense. En ese momento llega al Gran Puerto la flota corintia, bajo el mando de Erasínides.

Nicias, agotado y enfermo, creía ya que capturar Siracusa era imposible. Envió un informe a Atenas en el que explicaba que en lo terrestre, ellos estaban cercados y no los siracusanos, que sus naves se estaban pudriendo y sus guerreros estaban muriendo en gran número. Que cada salida en búsqueda de combustible, forraje y agua significaba una batalla y que la situación era insostenible. Por estas razones sugería que le enviaran refuerzos masivos o que la expedición regresara a casa, deseando que se optara por esta última.

Atenas, pensando en su prestigio, decidió mandar una nueva expedición de refuerzo a las órdenes de Eurimedonte y Demóstenes. El primero partió inmediatamente con 10 barcos, mientras que el segundo zarpó poco después con una fuerza mucho mayor. Mientras Eurimedonte navegaba hacia Siracusa, los 80 navíos de Gilipo atacaron las 60 naves atenienses que se encontraban en el Gran Puerto. Simultáneamente comandó un ataque por tierra. En el agua, los atenienses salieron victoriosos, perdiendo solamente tres barcos contra once de Siracusa. Sin embargo, Gilipo los derrotó por tierra y capturó dos de sus fuertes. Luego de esto, logró convencer a todas las ciudades neutrales de Sicilia a que se le unan, pero los aliados de Atenas asesinan a 800 corintios incluidos todos los embajadores menos uno.

Los espartanos no se limitaron simplemente a enviar ayuda a Sicilia; también resolvieron llevar la guerra a territorio ateniense. Con el consejo de Alcibíades, fortificaron Decelia, cerca de Atenas, y evitaron que los atenienses pudieran utilizar sus tierras durante todo el año. La fortificación impidió el envío de suministros a Atenas por tierra, obligando a que fueran transportados por mar con un coste mayor. Lo peor de todo quizá fuera que el trabajo en las minas de plata cercanas fue completamente interrumpido, ya que unos veinte mil esclavos atenienses fueron liberados por los hoplitas espartanos. Con los mil talentos del tesoro y reservas de emergencia diluyéndose, los atenienses tuvieron que demandar mayores tributos a sus aliados, aumentando aún más la tensión y la amenaza de otra rebelión dentro del Imperio.

Llegan los refuerzos

En julio del año 413 a.C. llegan finalmente los refuerzos atenienses al mando de Demóstenes y Eurimedonte. Estos consistían en 73 trirremes, 5000 hoplitas y 3000 arqueros, los que sumados a los honderos y lanzadores de jabalina, totalizaban 15.000 hombres. En su llegada, 80 barcos siracusanos atacaron 75 naves atenienses en el puerto. Esta batalla se prolonga durante dos días sin ningún resultado, hasta que la flota de Siracusa simuló retirarse y atacó a los atenienses mientras comían. A pesar de esta maniobra, solo siete naves atenienses fueron hundidas.

Demóstenes desembarcó sus fuerzas y atacó el contramuro de Epipolas en una arriesgada maniobra nocturna. Si bien tuvo éxito abriendo una brecha en la muralla, fue derrotado por una fuerza de beocios del contingente espartano. Muchos atenienses cayeron por el acantilado, muriendo en la caída o asesinados luego.

La llegada de Demóstenes no fue un gran alivio para los atenienses. Su campamento estaba ubicado cerca de un pantano y muchos de ellos habían caído enfermos, incluido Nicias. Viendo esto, Demóstenes pensó que debían regresar a Atenas y defender el Ática contra la invasión espartana que había tomado Decelia. Nicias, que se había opuesto a la expedición desde el principio, no quería mostrar debilidad ante Siracusa o Esparta, o ante los atenienses, quienes probablemente le someterían a juicio por fracasar en la conquista de la isla. Esperaba que los siracusanos se quedaran pronto sin dinero, y también había sido informado de que había facciones proatenienses en Siracusa que estaban preparadas para entregarle la ciudad. Demóstenes y Eurimedonte acordaron reticentes que Nicias podría tener razón, pero cuando llegaron los refuerzos del Peloponeso, Nicias estuvo de acuerdo en que debían partir. Pero cuando las naves estuvieron listas para zarpar, el 27 de agosto de 413 a.C., ocurrió un eclipse de luna que los ateniense consideraron como un signo de desgracia, de manera que tanto las tropas como los marineros rehusaron a embarcarse, negativa que fue aprobada por Nicias, que era muy supersticioso.

Segunda Batalla de Siracusa

Cuando Gilipo supo la decisión de los atenienses, pensó aprovecharla atacando con sus naves. En el combate murió el general Eurimedonte y la flota ateniense fue obligada a retroceder hacia el interior del Gran Puerto, donde Gilipo los estaba esperando. Logró capturar 18 barcos, pero una fuerza de atenienses y etruscos lo obligó a retroceder. Gilipo ordenó entonces bloquear la entrada colocando una hilera de trirremes y naves mercantes, ancladas y amarradas unas a otras.

Después del eclipse lunar, los atenienses decidieron que la única salida a tan desesperada situación era forzar la salida del puerto en una última batalla. Cargaron sus trirremes con el máximo de soldados que podían contener y se lanzaron contra la barrera de naves siracusanas que tapaban la entrada del puerto. Estaban dispuestos a morir en el intento y si se salvaban, dirigirse a Catania. Cada bando poseía aproximadamente 100 naves.

El 10 de septiembre del año 413 a. C. los atenienses zarparon en su desesperada acción y navegaron en línea recta hacia la salida del puerto. La batalla fue caótica por el reducido espacio para maniobrar y la cantidad de naves.

La batalla se prolongó durante algún tiempo sin un vencedor claro, pero los siracusanos finalmente empujaron las naves atenienses hacia la costa y los tripulantes atenienses huyeron al campo detrás del muro. Demóstenes sugirió embarcarse de nuevo y tratar de forzar su salida, ya que ahora ambas flotas habían perdido cerca de la mitad de sus naves. Los hombres mismos no quisieron subir a bordo por el miedo y decidieron retirarse por tierra. Hermócrates envió informadores falsos a los atenienses para que les comunicaran que había espías y bloqueos tierra adentro para que estos creyeran que era más seguro no marcharse. Gilipo utilizó este retraso para construir estos bloqueos que todavía no existían, y los siracusanos quemaron o remolcaron el resto de los barcos atenienses para que estos no pudieran escapar de la isla.

El 13 de septiembre, los atenienses abandonaron el campamento dejando atrás a sus heridos y sin enterrar sus muertos. Los sobrevivientes, incluyendo todos los no combatientes, sumaban 40.000 personas. Mientras marchaban derrotaron a una pequeña fuerza que protegía el río Anapo, pero la caballería de Siracusa y sus tropas ligeras los acosaban continuamente. Cerca del río Erineus, Nicias y Demóstenes se separaron, este último fue rodeado y apresado; 20.000 de sus hombres murieron y unos 6000 se rindieron. El resto de los siracusanos siguió a Nicias hasta el río Assinarus, donde las tropas atenienses se desorganizaron en el afán de encontrar agua potable. Muchos atenienses murieron aplastados y otros en combate. En el otro lado del río una fuerza siracusana los estaba esperando, y los atenienses fueron casi completamente masacrados. Por mucho, la peor derrota de toda la expedición en términos de vidas perdidas. Nicias se entregó personalmente a Gilipo, esperando que el espartano recordara su papel en el tratado de paz de 421 a.C. Los pocos que escaparon encontraron refugio en Catana.

Los prisioneros, a esta altura solo 7.000, fueron llevados a las canteras de piedra cerca de Siracusa, ya que no había ningún otro sitio para ellos. En contra de las órdenes de Gilipo, Demóstenes y Nicias fueron ejecutados. El resto pasó diez semanas en condiciones horribles en su prisión provisional, hasta que todos, excepto atenienses, italianos y sicilianos, fueron vendidos como esclavos. Los atenienses restantes fueron dejados en las canteras a morir lentamente de hambre y enfermedad. Al final algunos de los últimos supervivientes lograron escapar y finalmente llegaron a Atenas, con noticias de primera mano de la catástrofe.

Reacción Ateniense

Se dice que los atenienses no creían en su pérdida, en gran medida debido a la primera persona que les trajo noticias de ella. Un extraño llegó a El Pireo, y sentado en una barbería, empezó a hablar como si los atenienses ya supieran todo lo que había sucedido. El barbero corrió hacia la ciudad tan rápido como pudo, buscó a los gobernantes y les informó lo que había escuchado. El terror y la consternación invadió a los ciudadanos y una asamblea general fue convocada, en la cual se le preguntó al extraño de dónde había obtenido esa información. Y él, sin dar ninguna explicación satisfactoria, fue juzgado por perturbar el orden de la ciudad y condenado a girar en el aire atado a una rueda, hasta que otros mensajeros llegaron con noticias similares; efectivamente, el ejército ateniense había sido destruido.

La derrota causó un cambio inmenso en la política de muchos otros estados, que habiendo sido neutrales, se unieron a Esparta imaginando que la derrota de Atenas era inminente. Asimismo se rebelaron numerosos aliados de la liga de Delos, y aunque la ciudad comenzó inmediatamente a reconstruir su flota, había poco que pudiera hacer para aliviar las revueltas. La expedición y el desastre consiguiente dejaron a Atenas al borde del abismo.

Aproximadamente 10.000 hoplitas habían fallecido, y aunque esto era un golpe, la auténtica preocupación era la pérdida de la enorme flota enviada a Sicilia. Los trirremes podían ser reemplazados, pero los 25.000 marineros experimentados caídos eran irreemplazables, y Atenas tuvo que depender de esclavos mal preparados para formar la columna vertebral de su nueva flota, dando comienzo al principio del fin.

 

Segunda Guerra del Peloponeso (Cuarta Parte)

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Batalla de Delio

El éxito de Esfacteria había llevado al partido belicista de Atenas, dirigido por Cleón, a un programa de acciones terrestres que distaba de la política naval de Pericles. La conquista de la isla de Citera en 424 a.C. por Nicias permitió a los atenienses apoderarse del puerto de Nisea, acarreando graves perjuicios al comercio peloponesio.

Durante el verano del 424 a.C. Demóstenes iza velas con 40 navíos hacia Naupacto, base naval ateniense que controla la entrada del Golfo de Corinto, y hacia el Golfo de Ambracia para reclutar fuerzas y hacer aliados. En invierno, el convoy pone rumbo a Sifas pero, por un error de coordinación, se presenta en Delio con antelación, no habiendo Hipócrates alcanzado aún la ciudad. El proyecto es denunciado por un focidio llamado Nicómaco, permitiendo a los beocios ocupar Sifes y Queronea antes del comienzo de las operaciones atenienses, las cuales no tienen más opción que rendirse sabiendo que Hipócrates no ha llegado aún a Beocia.

Cuando Hipocrátes alcanza Delio, las fuerzas beocias habían dejado ya Sifas y marchaban hacia él. Cinco días tardaron los atenienses en fortificar la ciudad, cavando un foso alrededor del santuario, otro alrededor del templo, y elevando una muralla. Terminadas las obras, Hipócrates envía el ejército de vuelta hacia Atenas. Los hoplitas se detienen a casi dos kilómetros para esperarlo mientras termina de organizar la guardia. Es durante estos días que las fuerzas tebanas procedentes de Sifas llegan a Tanagra, donde se reunen con todas las fuerzas venidas de Beocia. Enterado que las tropas atenienses se preparan para volver al Ática, Pagondas, comandante del ejército tebano, exhorta a cada contingente y a sus respectivos jefes a no dejar partir a los atenienses.

Habiendo convencido a los otros beotarcas, Pagondas pone en marcha al ejército hasta una posición cercana a las tropas atenienses y lo despliega en línea de combate, oculto por una colina. La falange de 7.000 hoplitas beocios estaba compuesta, en su ala derecha, por tebanos y pueblos aliados; el centro, por tropas provenientes de Haliarto, Coronea, Copas y ciudades vecinas; y en el ala izquierda combatientes de Tespias, Tanagra y Orcómeno. Los tebanos se organizaron con una profundidad de 25 filas de soldados, formación inhabitual considerando que lo normal era de 8, y que sería la marca de su ejército (conocida como falange oblicua). En las alas posicionó 1.000 caballeros, 10.000 guerreros de infantería ligera y 500 peltastas. Se cree que estos contingentes, de numero importante, representaban alrededor de dos tercios de las fuerzas totales de Beocia.

Hipócrates, estudiando la aproximación tebana, manda a sus hoplitas a tomar sus posiciones dejando en el lugar 300 jinetes para guardar el fuerte y eventualmente intervenir en el combate. Esta fuerza no podrá ser utilizada, pues los tebanos se anticipan y sitúan tropas en las proximidades del santuario para bloquearlos. Los atenienses poseían un número similar de hoplitas y jinetes, pero muchas menos tropas ligeras. Hipócrates intenta ordenar a su ejército de 7.000 hoplitas alineados en ocho filas de profundidad y cerca de 1.000 jinetes en las alas. Debido a su asimetría, el ala derecha tebana tenía la victoria asegurada, pero debido a ese despliegue, la línea de hoplitas ateniense era más larga y podía flanquear a la línea izquierda beocia.

Los beocios cargaron inesperadamente hacia su enemigo mientras Hipócrates les daba un discurso a sus tropas. Las lineas del centro tuvieron la parte más pesada de la batalla. Efectivamente, el ala izquierda tebana fue rodeada y vencida, quedando solamente de pie el contigente de Tespias. Al rodearlos, algunos de los hoplitas atenienses se mataron entre ellos al encontrarse al final del círculo, confundiendo a sus aliados por enemigos. Pagondas envió dos escuadrones de caballería al ala izquierda para frenar al enemigo. Su aparición repentina desconcertó el ala victoriosa ateniense, que creyó que otro ejército marchaba sobre ellos, por lo que retrocede y después huye, imitada por el resto del ejército. La caballería beocia, apoyada por la de Lócrida (que acababa de llegar) se lanza en persecución de los fugitivos y los masacra, pero la caída de la noche permite a la mayoría de éstos escapar. Hipócrates encuentra la muerte junto con 1.000 de sus soldados.

Sócrates combatió como hoplita ateniense en esa batalla. Platón escribió las palabras de Alcibiades, que se lo cruzó empezada la huida: «Caminaba de la misma manera que lo hacía en Atenas, acechando como un pelícano, sus ojos iban de lado a lado en silencio en busca de amigos y enemigos, dejando en claro a todo el mundo, incluso a la distancia, que si alguien se atrevía a tocarlo, él se defendería vigorosamente. En consecuencia, se fue con seguridad, porque cuando en guerra uno se comporta de esta manera, probablemente no se le acerquen; en cambio persiguen a los que huyen de forma precipitada.»

El día siguiente de la batalla, habiendo encontrado refugio las tropas atenienses en Delio u Oropos, embarcan y vuelven por mar al Ática, dejando una guardia en cada puesto. Los beocios levantan un trofeo, se llevan a sus muertos y dejan una guarnición antes de volver a Tanagra. Se envía un heraldo a Delio, alegando que los atenienses han violado el santuario, lugar sagrado, fortificándolo y utilizando para uso corriente el agua reservada para rituales, y que por lo tanto, deben abandonar el lugar.

Los atenienses reclaman sus muertos por medio de una tregua, como es costumbre en Grecia, y no bajo la condición de una retirada del santuario. La respuesta beocia está en la misma línea de juegos dialécticos y las negociaciones quedan sin resultado. Después de dos semanas sin ninguna acción, las tropas beocias, habiendo recibido refuerzos de 2.000 hoplitas corintios, arqueros, honderos venidos del Golfo Maliaco, y una guarnición peloponesia procedente de Nisea (que había sido evacuada y sometida por los megarenses), se deciden a atacar el campo ateniense del santuario. Después de varios asaltos infructuosos, los beocios construyen una máquina similar a un lanzallamas capaz de proyectar fuego y restos incandescentes hacia las murallas, que en parte estaban hechas de madera.

El fuerte es capturado, algunos defensores son muertos y 200 son hechos prisioneros, permitiendo al resto embarcar y escaparse. Habiendo recuperado la ciudad, los beocios devuelven sus muertos a los atenienses sin ninguna condición. En ese momento llegan Demóstenes y sus fuerzas, pero debido a la falta de comunicación que tenía con Hipócrates, y teniendo en cuenta que Delio ya había sido recuperada, su presencia era inútil. Intenta un desembarco en Sición, pero es rechazado y perseguido por mar donde sufre algunas bajas.

Además de mostrar un uso innovador de una nueva tecnología, Pagondas fue uno de los primeros generales de la historia documentada en hacer uso de tácticas planeadas de guerra. En los siglos anteriores, las batallas entre las polis griegas eran relativamente simples encuentros entre formaciones de hoplitas, donde la caballería no desempeñaba ningún papel importante y todo dependía de la unidad y la fuerza de las filas de infantería. En Delio, Pagondas hizo uso de filas más profundas, intervenciones de caballería, reservas, infantería ligera y cambios graduales en las tácticas durante la batalla. En el siglo siguiente, estas novedades serán utilizadas en las más famosas victorias tebanas de la mano de Epaminondas.

Este fracaso atenienses dejó en evidencia algunos puntos: una mala coordinación en el tiempo que arruina finalmente las posibilidades de éxito de la campaña terrestre, permitiendo a los beocios mantener el ejército en un solo grupo que se ocupa sucesivamente de Demóstenes y luego de Hipócrates. También demuestra las lagunas en el entrenamiento colectivo y la disciplina de las tropas, que se ven desconcertadas por la aparición de la caballería beocia en su retaguardia. Finalmente, la debilidad de la falange como formación de combate, incapaz de maniobrar en orden y adaptarse a las circunstancias de la batalla. Además los atenienses, por sus proyectos en Beocia, no prestaron atención a los movimientos del general espartano Brásidas y su ejército.

Batalla de Anfípolis

Mientras tanto, Brásidas atraviesa el istmo de Corinto, Beocia, Tesalia y se presenta en Calcídica donde incita a sus habitantes a la sublevación. Continúa en dirección a Tracia donde consigue la defección de algunas ciudades del norte de Grecia, como Acanto y Estagira. De este modo, Brásidas daba a los atenienses un golpe considerable en una zona en la que su imperio parecía estar muy seguro.

En el invierno de 424/3 toma Anfípolis, una colonia ateniense junto al río Estrimón. La ciudad fue defendida por el general Eucles, quien pidió ayuda a Tucídides, que estaba estacionado en Tasos con siete trirremes. Para capturar la ciudad antes de que llegaran los refuerzos, Brásidas ofreció dejar a todos los que desearan quedarse a cuidar su propiedad, y el paso franco a aquellos que quisieran partir. A pesar de las protestas de Eucles, Anfípolis se rindió. Tucídides llegó al cercano puerto de Eyón el mismo día que la ciudad se rendía, e intentó defenderla con la ayuda de aquellos que decidieron quedarse. 

Mientras tanto, Brásidas buscaba alianzas con otras ciudades tracias y con Pérdicas de Macedonia. Luego comenzó el ataque a otras ciudades de la región, como Torone. Los atenienses temían que sus otros aliados capitularan rápidamente si Brásidas les ofrecía términos de paz favorables. La situación de Atenas en Tracia se iba debilitando, lo que los obligó a subir las cuotas de los tributos, lo cual provocaría la defección de otras ciudades aliadas.

Tucídides es con frecuencia considerado parcial o enteramente responsable de la caída de Anfípolis. Algunos han visto sus acciones gravemente negligentes, aunque él afirma que fue incapaz de llegar a tiempo para salvar la ciudad. Fue luego llamado a Atenas donde fue juzgado y exiliado.

En respuesta a la caída de la ciudad, Atenas y Esparta firmaron un armisticio de un año. Atenas tenía la esperanza de poder fortificar más ciudades en preparación a futuros ataques y los espartanos de que Atenas finalmente les devolviera los prisioneros tomados en la Batalla de Esfacteria. Según los términos de la tregua, se propuso que cada bando permanecería en su propio territorio, ocupando las tierras que ahora ocupaban. Mientras las negociaciones estaban en marcha, Brásidas capturó Escione y se negó a devolverla cuando las noticias del tratado llegaron, y el líder ateniense Cleón envió una fuerza para recuperarla.

Cuando el armisticio terminó en 422 a.C., Cleón llegó a Tracia con una fuerza de 30 barcos, 1200 hoplitas, 300 jinetes y muchas otras tropas de aliados de Atenas. Volvió a capturar Torone y Escione; en esta última, el comandante espartano Pasitélidas fue muerto. Cleón ocupó su posición en Eyón, mientras Brásidas ocupaba la suya en Cerdilio. Si bien este último tenía 2000 hoplitas, 300 caballeros y algunas tropas de Anfípolis, no sentía que pudiera derrotar a Cleón en una batalla en cambo abierto, por lo que regresa a Anfípolis. Cleón se trasladó hacia la ciudad para la preparación de la batalla, pero cuando Brásidas no salió, supuso que no habría ataque, por lo que empezó a regresar con sus soldados a Eyón.

Al ver esto, Brásidas movió sus fuerzas de nuevo en Anfípolis y se preparó para atacar; cuando Cleón se dio cuenta de la ofensiva que se aproximaba, y sin intención de luchar antes de que los refuerzos llegaran, comenzó a retirarse. El retiro fue mal organizado y Brásidas atacó con valentía contra el enemigo. En la debacle que siguió, Brásidas fue herido de muerte, aunque los atenienses no se dieron cuenta de ello. Cleón murió cuando fue atacado por el comandante espartano Cleáridas. El ejército ateniense entero huyó a Eyón, aunque aproximadamente 600 de ellos fueron asesinados antes de alcanzar el puerto. Sólo siete espartanos murieron.

Brásidas vivió lo suficiente para enterarse de su victoria y fue enterrado en Anfípolis, donde sería recordado como héroe y fundador de la ciudad. Tras la batalla, ni atenienses ni espartanos quisieron continuar la guerra, y en 421 a.C. se firmó la paz.

Paz de Nicias

Las negociaciones fueron iniciadas por el rey de Esparta Plistoanacte y el general ateniense Nicias. Ambos decidieron la devolución de todo lo que habían conquistado en la guerra, excepto Nisea, que quedaría en manos atenienses, y Platea, que permanecería bajo el control de Tebas. En particular, Anfípolis sería devuelta a Atenas, y los atenienses deberían liberar a los prisioneros tomados en Esfacteria. Templos de toda Grecia serían abiertos a los fieles de todas las ciudades y el oráculo de Delfos recuperaría su autonomía. Atenas podía continuar recaudando el tributo de los estados que lo habían hecho desde la época de Arístides, pero no podía forzarlos a que se hicieran aliados. Atenas también aceptó prestar ayuda a Esparta si los hilotas se rebelaban. Todos los aliados de Esparta acordaron firmar la paz, menos los beocios, Corinto, Elis y Megara. Diecisiete representantes de cada bando juraron mantener el tratado, que se pretendía durara al menos quince años.

No obstante, esta fue una época de escaramuzas constantes en el interior e inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del Peloponeso que había permanecido independiente de Esparta. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía ciudades importantes como Mantinea y Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron y el liderazgo del rey Agis II comenzó a cuestionarse. Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar Tegea, cercana a Esparta, donde una facción estaba lista para entregar la ciudad.

Batalla de Mantinea

Tegea era muy importante por su ubicación ya que controlaba la entrada de Esparta. El control de la ciudad por parte del enemigo significaría que los espartanos no podrían salir, poniendo fin a la coalición peloponesia. Agis puso en movimiento a todo el ejército espartano, junto con los neodamodes (soldados liberados) y cualquier persona que pudiese pelear, y se dirigió a Tegea. Allí se reunió con sus aliados de Arcadia y pidió ayuda a sus aliados del norte; Corinto, Beocia, Fócida y Lócrida. No obstante, este ejército se demoró en llegar puesto que no esperaban ser convocados y debían atravesar territorio enemigo.

Entre tanto, los eleanos decidieron atacar Lepreon, una ciudad en disputa ubicada en la frontera con Esparta, para lo cual decidieron retirar su contingente de 3.000 hoplitas. Agis aprovechó la situación y envió de regreso a casa a una sexta parte de su ejército, conformada por los hoplitas más jóvenes y más viejos, para así proteger Esparta. Al poco tiempo fueron llamados de vuelta, puesto que Agis se dió cuenta que los eleanos volverían pronto al bando de los argivos, pero esta fracción de su ejército no llegaría a tiempo para la batalla.

Agis podría haber permanecido dentro de los muros de Tegea, aguardando a sus aliados del norte. Sin embargo, ya había sido desacreditado y no podía dar la más leve señal de querer evitar un enfrentamiento. En consecuencia invadió y causó estragos en el territorio que rodeaba Mantinea, unos dieciséis kilómetros al norte de Tegea y miembro de la alianza argiva, para de esta manera forzar la batalla contra el enemigo, pero el ejército argivo estaba ubicado en un terreno empinado y de difícil acceso. Sin embargo, Agis ordenó embestir contra ellos, desesperado por conseguir una victoria que lo redimiera, pero cuando los ejércitos se encontraban a una distancia equivalente a un tiro de piedra, un viejo hoplita llamado Farax le dijo que no remediara un mal con otro dirigiendo su ejército a una derrota asegurada. Los espartanos se retiraron y se dedicaron a buscar el modo de atraer a los argivos. Para eso, desviaron el río Sarandapotamos hacia la cuenca del riachuelo Zanovistas, o rellenaron los sumideros por los que corría el Zanovistas, para inundar el territorio de Mantinea.

El ejército argivo se movilizó más rápido que lo anticipado porque sus soldados estaban furiosos por el hecho que sus generales no persiguieran al enemigo cuando este se retiraba. Los espartanos fueron sorprendidos mientras salían de un bosque cercano, pero se organizaron velozmente, ya sin tiempo de esperar la llegada de sus aliados. Los veteranos del difunto Brásidas y los esquiritas  conformaron el flanco izquierdo; los espartanos, arcadios, hereos y mainalones la parte central; y los tegeos, que luchaban por su patria, ocuparon la posición de honor en el flanco derecho. Las líneas argivas estaban formados por los mantineanos a la derecha, los argivos en el centro y los atenienses a la izquierda.

Al comenzar la batalla, el ala derecha de cada lado empezó a flanquear al ala que tenía en frente, debido a los movimientos erráticos de cada hoplita que trataban de cubrirse con el escudo del hombre que tenían al lado. Agis intentó fortalecer la línea ordenando a los esquiritas y su sector izquierdo que rompiesen contacto con el resto del ejército e igualaran en longitud a la línea de frente argivo. Para cubrir el espacio que se había creado, ordenó a las compañías de Hiponoidas y Aristocles abandonar sus posiciones en el centro para cubrir la formación. Sin embargo, esto no pudo lograrse, ya que ambos capitanes no pudieron o no quisieron completar la orden con tan poco aviso previo. Este tipo de maniobra no tenía precedentes en la historia militar griega. Algunos historiadores consideran este movimiento muy desatinado y alaban a los dos capitanes por desobedecer unas órdenes que posiblemente hubieran hecho perder la batalla a los espartanos. Otros suponen que la maniobra pudo haber sido un éxito.

En cualquier caso, los mantineos y el sector derecho de los argivos entraron por el espacio vacío y derrotaron a los veteranos de Brásidas y a los esquiritas, persiguiéndolos un gran trecho. Mientras tanto, los tegeos y el ejército regular espartano vencían a los atenienses y los arcadios que formaban el flanco izquierdo del ejército enemigo. La mayoría de ellos ni siquiera se plantaron para la pelea, sino que huyeron cuando los espartanos se aproximaban; algunos incluso fueron pisoteados en la prisa por escapar antes que los alcanzaran.

Luego, los espartanos giraron hacia la izquierda y rompieron el flanco derecho argivo, que huyó en completo desorden. Los espartanos no persiguieron demasiado al enemigo: ya habían ganado la batalla.

Argos perdió aproximadamente 1.100 hombres; 700 argivos y arcadios, 200 atenienses y 200 mantineos. Los espartanos, unos 300. Esparta envió una embajada y los argivos aceptaron una tregua según la cual entregaban Orcómeno, todos sus prisioneros y se unían al bando espartano para desalojar a los atenienses de Epidauro. Además, renunciaban a su alianza con Elis y Atenas. Tras derribar al gobierno democrático de Sición, realizaron un golpe de estado contra el gobierno de Argos, donde la moral de los demócratas era baja debido al mal desempeño del ejército junto a los atenienses en la batalla. Por otro lado, la batalla aumentó en forma considerable la moral y el prestigio espartano, quienes, luego del desastre de Pilos, eran juzgados como cobardes e incompetentes en combate. Su éxito en Mantinea marcó un cambio de opinión y el reconocimiento de los griegos hacia ellos.

Batalla de Milo

Tras firmar la Paz de Nicias, los atenienses y espartanos dejaron de enfrentarse directamente, lo que fue aprovechado por los atenienses para someter a polis neutrales o miembros desleales de la Liga de Delos. Así, en 416 a.C., una flota de 20 trirremes al mando de Alcibíades fue contra Argos y apresó a todos los sospechosos de favorecer a los espartanos. Después reunió una fuerza de 30 naves atenienses, 6 de Quíos y 2 de Lesbos. En ellas se transportaban 1.200 hoplitas propios, 1.500 de sus aliados, 300 arqueros y 20 jinetes. Su objetivo era Milo, una antigua colonia espartana fundada siete siglos atrás. Según la versión tradicionalmente aceptada, la isla se había negado a continuar rindiendo tributos a los atenienses tratando de mantener una posición neutral, pero como los atenienses los amenazaban, se habían vuelto abiertamente hostiles.

La expedición iba dirigida por los generales Cleómedes y Tisias. Ambos enviaron emisarios antes de comenzar los combates, pero según Tucídides estos se negaron a hablar con la Asamblea y pidieron tratar directamente con la nobleza local, alegando que no deseaban desperdiciar su tiempo en largos discursos sino exponer sus argumentos de forma simple y frontal. Rápidamente dejaron en claro a los melios que podían pagar tributo y sobrevivir, o pelear y ser inevitablemente vencidos. Los melios respondieron argumentando que debía respetarse su neutralidad y que las leyes internacionales garantizaban el derecho a mantener dicha posición. También presentaron varios contraargumentos, específicamente, que mostrar misericordia hacia Milo haría que los atenienses ganen más amigos, que los espartanos acudirían en ayuda y, finalmente, que los dioses protegerían la isla. Sin embargo, los atenienses rechazaron discutir la justicia de sus demandas o cualquier otro argumento; en cambio, formularon una frase de realismo duro, aguda, simple y citada hoy en día con frecuencia: «El débil debe ceder cuanto le obliguen sus debilidades y el fuerte puede tomar cuanto le permita su fortaleza». Los atenienses incluso sugieren que los espartanos no desconocían tal principio y, por lo tanto, no auxiliarían a los débiles melios si hacerlo era desventajoso para Esparta. En esa reunión no se discutía sobre justicia, sino sobre la salvación o perdición de la isla.

Los atenienses reconocieron que los atacaban a ellos para no hacer la guerra directamente contra Esparta, acabando con posibles aliados de estos. Era preferible tener a los melios como aliados para fortalecer su imagen y posición, pero definitivamente los isleños no podían seguir siendo neutrales, pues sería una señal de debilidad para los vasallos de Atenas y eso no les convenía. La tercera opción, someterlos por la fuerza, sería una prueba de su poder y para ellos era aceptable. Darse una imagen de abusivos pero fuertes era mejor que pacíficos y débiles. Después de esto, los melios se reunieron a discutir entre ellos y resolvieron presentar batalla confiados de la ayuda espartana. Tras la respuesta, los embajadores atenienses volvieron a su campamento y sus comandantes decidieron construir un muro alrededor de la pequeña ciudad y así comenzar el asedio. Luego zarparon con la mayoría de sus fuerzas dejando una guarnición propia y aliada para continuar el bloqueo terrestre y naval. Poco después los melios atacaron la parte vigiliada del muro por los atenienses, tomaron víveres, armas y volvieron a su ciudad. Los atenienses respondieron mejorando la guardia.

Pasó el verano y llegó el invierno. Los melios lanzaron otra vez un ataque exitoso contra la sección del muro defendida por los atenienses. Poco después llegaron refuerzos al mando de Filócrates, hijo de Demeas. Finalmente, tras un duro asedio, la ciudad fue conquistada gracias a un traidor local. La crítica histórica considera la expedición contra Milo como una encarnación brutal de la voluntad de poder ateniense. Alcibíades fue el autor de los decretos que imponían estos bárbaros castigos a los isleños, y él mismo se compró una mujer de la isla con la que tuvo un hijo. Alcibíades, o quien quiera que aconsejara la masacre de los melios, no prestó a Atenas ningún buen servicio, sino que cubrió de vergüenza a su ciudad y a las armas que en su día forjara Pericles para su defensa.

Los atenienses asesinaron a todos los varones adultos de Milo y esclavizaron a las mujeres y los niños. Tiempo después repoblarían la isla con 500 colonos propios. Más tarde los atenienses lanzarían otra expedición expansionista, esta vez contra Sicilia, la que acabaría cambiando su historia para siempre.

Filipo II de Macedonia

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Filipo II  fue rey de Macedonia desde el año 359 a.C. hasta su muerte. Fue el padre de Alejandro Magno, y sus hazañas allanaron el camino de gloria recorrido por su hijo.

Nacido en Pella, permaneció durante tres años como rehén en Tebas, por entonces la polis hegemónica en Grecia. En esa época Filipo recibió educación militar y diplomática de Epaminondas y vivió con Pamenes, un entusiasta defensor del Batallón Sagrado de Tebas. En sus tres años de estancia allí, Filipo estudió de cerca los ejércitos griegos y su política. Se dio cuenta de que la táctica de ruptura que se enseñaba a los soldados, basada íntegramente en la falange, podía mejorarse mucho. La idea de este rey era llegar a la unidad política de todos los pueblos griegos bajo su mando.

En el año 364 a.C. Filipo volvió a Macedonia, donde empezó a participar en los asuntos de gobierno. A raíz de la muerte de sus hermanos mayores, se convirtió en gobernante de facto con tan solo 22 años.

Ejército

Su primer paso fue organizar un buen ejército, competente, disciplinado y numeroso, capaz de enfrentarse con los más grandes pueblos de aquel mundo conocido para poder dominarlo. Filipo preparó el ejército no con mercenarios, sino con sus súbditos, de la misma manera que Cayo Mario preparó en Roma el ejército que haría triunfar al César.

Al principio este ejército lo componían 10 000 soldados. Poco a poco fue engrosando en número y alcanzó los 30 000. Llegó a ser muy superior a todos los demás ejércitos griegos, superandolos no solo en número, sino en la organización y la disciplina. Filipo sabía que los griegos se habían ido relajando en sus costumbres y por lo tanto trató de corregir los fallos y errores. Los soldados griegos temían las grandes marchas, nunca se ponían en campaña si no era primavera, llevaban muchos carros y sirvientes, lo que hacía que se retrasaran las marchas. Desde el principio, Filipo obligó a sus soldados a caminar 50 km diarios llevando sus armas y vestimentas, prohibió llevar vehículos, solo permitió un sirviente por cada diez hombres y uno para cada jinete. Y además implementó las campañas de invierno. Era muy rígido y contaba con la disciplina por encima de todo.

Para la lucha en el campo de batalla se colocaban en falange. Esta no era un invento de Filipo, ya existía entre los griegos, pero él supo perfeccionarla. La falange macedonia constaba de 16 filas de hombres armados con sarissas (lanza de seis metros y medio). Las primeras seis filas sostenían con las dos manos la lanza en dirección al enemigo. Por delante de ellos iban asomando las lanzas de las filas de los que estaban detrás.

Las últimas filas sostenían su lanza hacia arriba, se mantenían a la expectativa y cubrían las bajas. En caso necesario, las ocho últimas filas hacían frente al lado opuesto, volviendo la espalda a sus compañeros. Entonces se formaba una agrupación impenetrable. La falange era una masa pesada, de movimientos lentos, que solo podía maniobrar en terrenos llanos. Para movimientos rápidos, escalar alturas y atrincheramientos, Filipo contaba con infantes que llevaban un escudo pequeño y armas ligeras. Otra cuestión de la que se ocupó el rey fue de la maquinaria de guerra, que llegó a ser la más completa que los historiadores hayan conocido hasta ahora. Se empleaba para sitiar ciudades y constaba de catapultas y torres móviles de asedio para alcanzar las murallas.

Filipo llegó a conquistar toda Grecia a excepción de Esparta, que se mantuvo neutral. También conquistó Tesalia, Tracia, llegando hasta Bizancio, la uníon con el imperio Persa. Entre sus victorias se destaca la Batalla de Queronea, en la cuál Filipo, 27 años después de la muerte de Epaminondas, penetró en la Grecia central y venció a los beocios y atenienses juntos. Tras la victoria Filipo erigió un león de mármol en memoria del Batallón Sagrado de Tebas por su valentía en la batalla.

Muerte

En el año 337 a. C., Filipo se divorcia de Olimpia. Su intención era volverse a casar con una noble macedonia llamada Eurídice. Para aplacar el descontento de los nobles de Molosia (de donde pertenecía Olimpia), armó un matrimonio de conveniencia entre su propia hija Cleopatra y el hermano de Olimpia, Alejandro de Epiro, que era rey vasallo en Molosia.

Para la boda se organizaron grandes fiestas en Egas (primera capital de la antigua Macedonia). Desde el amanecer avanzaban en procesión solemne las estatuas de los doce dioses sentados en tronos lujosos muy adornados. Una estatua hacía la número trece: era la efigie del gran Filipo. Hubo un gran banquete y a continuación todos se dirigieron al teatro para terminar allí el festejo. Llegó Filipo, que se había vestido de blanco para la ocasión, y cuando se disponía a entrar en el recinto sin guardaespaldas (resaltando ante los diplomáticos griegos ahí presentes su cercanía al pueblo), se le abalanzó un joven noble macedonio y le clavo una daga en un costado. Filipo murió allí mismo.

El asesino se llamaba Pausanias, uno de sus siete guardaespaldas. Inmediatamente intentó escapar y alcanzar a sus compañeros de conspiración, que lo esperaban con caballos en la entrada de la ciudad, pero fue perseguido por tres guardaespaldas de Filipo y murió en sus manos.

Un año despúes, Alejandro Magno era el nuevo rey de Macedonia, y futuro conquistador del mundo conocido.

Epaminondas (Segunda Parte)

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Primera invasión

A medida que viajaban a socorrer Mantinea, a los tebanos se les fueron uniendo distintos contingentes armados procedentes de muchos de los antiguos aliados de Esparta que les permitieron incrementar sus fuerzas hasta 60.000 hombres. Epaminondas forzó el paso a través de las fortificaciones en el istmo de Corinto y marchó al sur hacia Esparta, enfrentándose a contingentes espartanos y de sus aliados a lo largo del camino. Una vez en Arcadia, expulsó al ejército espartano y luego supervisó la fundación de una nueva ciudad llamada Megalópolis y la formación de una Liga Arcadia modelada a imagen de la Liga de Beocia, como nuevo centro de poder opuesto a Esparta.

Luego cruzó el río Eurotas, frontera de Esparta, que ningún ejército hostil había llegado a atravesar antes en la historia. Los espartanos, que no deseaban enfrentarse en batalla campal a un ejército de tan masivas dimensiones, se refugiaron tras los muros de su ciudad y se limitaron a defenderla, si bien los tebanos tampoco intentaron capturarla y se dedicaron, junto con sus aliados, al saqueo de la región. Epaminondas retornó durante un breve espacio de tiempo a Arcadia y luego volvió a marchar hacia el sur, esta vez a Mesenia, territorio que había sido conquistado por Esparta hacía ya unos 200 años. Ahí reconstruyó la antigua ciudad de Mesene sobre el monte Itome con fortificaciones que rivalizaban con las más fuertes de Grecia y liberó a los hilotas. Después envió una llamada a todos los exiliados mesenios esparcidos por toda Grecia para que volviesen y reconstruyesen su país. La pérdida de Mesenia fue particularmente dañina para los espartanos, dado que su territorio comprendía un tercio del total de Esparta, y contenía a la mitad de su población de esclavos (los cuáles les permitían vivir como soldados profesionales sin dedicarse a otros labores).

Esta campaña de Epaminondas ha sido descrita como un ejemplo de la «gran estrategia de la aproximación indirecta», que iba encaminada a dañar las raíces económicas de la supremacía militar espartana. En pocos meses, Epaminondas había creado dos nuevos estados enemigos de Esparta, había atacado los cimientos de su economía y había devastado su prestigio. Una vez cumplido todo esto, dirigió a su ejército victorioso de vuelta a casa. Pero al volver no se encontró con una bienvenida propia de un héroe, sino con un juicio preparado por sus enemigos políticos. El cargo del que se le acusaba era de haber retenido su puesto de Beotarca en frente del ejército más tiempo del que se permitía constitucionalmente, lo cual era cierto. Epaminondas había convencido al resto de Beotarcas para permanecer en el campo de batalla varios meses más después de que su cargo hubiese expirado, aunque lo había hecho para poder cumplir todo lo que se había propuesto en el Peloponeso.

En su defensa, Epaminondas únicamente solicitó que, si iba a ser ejecutado, la inscripción en la que apareciese el veredicto dijera: «Epaminondas fue castigado con la muerte por los tebanos, porque los obligó a derrotar en Leuctra a los espartanos, los cuales, antes de que él fuese general, ninguno de los beocios se atrevía a enfrentar en el campo de batalla, y porque él no sólo rescató a Tebas de la destrucción, sino que también aseguró la libertad de toda Grecia y trajo tal poder a su gente al punto que los tebanos atacaron Esparta, y los espartanos estaban tan satisfechos con el solo hecho de haber salvado sus vidas; y no cesó la guerra hasta que, tras reconstruir Mesenia, encerró a Esparta en un duro asedio.»

El jurado rompió a reir, retiró los cargos y Epaminondas fue reelegido Beotarca al año siguiente.

Segunda invasión

En 369 a. C. Argos, Elea y Arcadia volvieron a solicitar el apoyo tebano para continuar con su guerra contra Esparta, la cuál ahora contaba con el apoyo de varias ciudades griegas, incluidas Corinto, Megara, Pelene, Sición y Atenas. Epaminondas, en un momento de gran prestigio político, volvió a dirigir una fuerza de invasión dirigida hacia el Peloponeso. A llegar al Istmo de Corinto, los tebanos lo encontraron fuertemente defendido. Epaminondas decidió atacar el punto más débil, defendido por los lacedemonios, en un ataque en el que logró atravesar las posiciones espartanas y unirse a sus aliados peloponesios. Con ello, los tebanos lograron una fácil victoria que les permitió atravesar el Istmo, en una acción que Diodoro define como «un logro no inferior en inteligencia a sus grandes hazañas».

Sin embargo, esta vez sus logros fueron mucho más limitados. Consiguió que Sición y Pelene cambiasen su lealtad hacia la alianza con Tebas, y saquearon las regiones deTrecén y Epidauro, pero no lograron tomar las ciudades. Cuando volvió a Tebas de nuevo se encontró con un juicio, y una vez más fue declarado inocente. Tras un ataque abortivo sobre Corinto y la llegada de una fuerza de ayuda enviada por Dionisio I de Siracusa para ayudar a Esparta, los tebanos decidieron volver a casa.

Cuando Epaminondas volvió a Tebas, continuó siendo acosado por sus enemigos políticos, que le volvieron a llevar a juicio por segunda vez. Si bien no tuvieron éxito en la vía judicial, sí fueron capaces de evitar su reelección como beotarca durante el año siguiente.

En el 366 a.C., los tebanos obtuvieron de Persia el reconocimiento de su hegemonía en Grecia y el mismo año, Pelópidas y su lugarteniente Ismenio, fueron a Tesalia para obligar a Alejandro de Feras y a las ciudades que le eran fieles a reconocer esta hegemonía, pero Alejandro les atacó cerca de Farsalia y los hizo prisioneros.

Epaminondas sirvió en el ejército como simple soldado cuando el ejército marchó hacia Tesalia para rescatar a Pelópidas y a Ismenias. Los generales que dirigieron la expedición fueron superados y forzados a retirarse para salvar a su ejército, encontrando serias dificultades en su retirada que Epaminondas, que asumió el mando a petición de los soldados, logró solventar. De vuelta en Tebas fue reinstaurado como Beotarca y a comienzos del año 367 a.C. llevó al ejército de vuelta a Tesalia, en donde superó tácticamente a los tesalios y obligó a la liberación de Pelópidas sin haber ni siquiera necesitado entablar combate.

Tercera Invasión

Ese mismo año se había intentado llevar a cabo un nuevo tratado de paz entre todas las polis griegas en una conferencia en Tebas, pero las negociaciones no lograron superar la hostilidad entre esta y los otros estados que estaban resentidos por su poder y hegemonía. La paz no se llegó a aceptar nunca de forma completa, y pronto se reanudó la guerra. En esa nueva invasión, el ejército de Argos capturó parte del istmo de Corinto a solicitud de Epaminondas, permitiendo al ejército tebano penetrar en el Peloponeso sin obstrucción.

En esta ocasión Epaminondas buscaba asegurarse la lealtad de los estados de Acaya. Ningún ejército se atrevió a hacerle frente en campo abierto, por lo que las oligarquías de la zona aceptaron la solicitud de alianza con Tebas. Pero esta desencadenaron las protestas de Arcadia (ya que eran rivales), por lo que los acuerdos adoptados pronto se vieron modificados: se obligó a establecer democracias y los oligarcas fueron exiliados. Sin embargo, los gobiernos democráticos que fueron establecidos tuvieron vidas muy cortas, porque los oligarcas pro-espartanos que huían de la ciudad pronto se aliaron entre ellos, y atacaron las ciudades una a una, restableciendo las oligarquías.

Resistencia frente a Tebas

Entre los años 366 y 365 a. C. se llevó a cabo un nuevo intento para alcanzar una paz general, esta vez con el rey persa Artajerjes II (ver Los Diez Mil) actuando como árbitro y garante de la misma. Tebas organizó una conferencia en la que intentó la aceptación de los términos del tratado, pero su iniciativa diplomática fracasó: las negociaciones no fueron capaces de resolver la hostilidad entre Tebas y otros estados resentidos por su creciente influencia (como en el caso de Licomedes, líder de Arcadia, que discutía el derecho de los tebanos para ser los anfitriones de la propia conferencia). La paz nunca llegó a ser aceptada totalmente, y la lucha pronto volvió a retomarse.

Durante los diez años posteriores a la Batalla de Leuctra, numerosos aliados de Tebas fueron cambiando sus alianzas y acercándose a Esparta. Incluso algunas de las ciudades de Arcadia (cuya Liga Epaminondas había ayudado a crear) se habían vuelto en su contra. Al mismo tiempo, Epaminondas había logrado desmantelar la Liga del Peloponeso: Corinto, Epidauro y Fliunte firmaron la paz con Tebas y Argos, y Mesenia permaneció independiente y firmemente leal a Tebas.

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Los ejércitos de Beocia lucharon a lo largo y ancho de Grecia a medida que aparecían oponentes por todos los frentes. Epaminondas llegó incluso a dirigir a su estado contra Atenas por mar. Los tebanos enviaron una flota de cien trirremes para lanzarse a la conquista de Rodas, Quíos y Bizancio que partió de Tebas en 364 a.C., aunque los estudiosos modernos creen que Epaminondas no consiguió ningún logro duradero en este viaje.

En 364 a.C., Alejandro de Feras atacó a los estados de Magnesia y Ftiótide y algunas ciudades pidieron a Tebas que interviniera. Pelópidas fue enviado de nuevo al país con un ejército tebano, pero murió en combate en la batalla de Cinoscéfalas. Los tebanos enviaron un ejército más poderoso que derrotó a Alejandro, vengando la muerte de Pelópidas y obligándo a Alejandro a reconocer la hegemonía tebana sobre Tesalia. Para Epaminondas su muerte supuso la pérdida de su mayor aliado político.

Cuarta invasión

En medio de esta oposición creciente al dominio tebano, Epaminondas envió su última expedición al Peloponeso en el año 362 a.C. El principal objetivo era someter Mantinea, que se había opuesto a la influencia tebana en la región. Para ello Epaminondas se puso al frente de un ejército reclutado en Beocia, Tesalia, Eubea, Tegea, Mantinea, Argos, Mesenia y parte de Arcadia. Mantinea, por su parte, solicitó la ayuda de Esparta, Atenas, Aquea y el resto de Arcadia, por lo que prácticamente toda Grecia se vio representada en uno u otro bando.

Atenas decidió dar su apoyo a Esparta pues estaba recelosa del poder tebano. Los atenienses también recordaban que, al final de la guerra del Peloponeso, los tebanos habían demandado que Atenas fuera destruida y sus habitantes esclavizados. Un ejército ateniense fue mandado por mar para juntarse con las fuerzas expedicionarias espartanas, con el fin de evitar que fuera interceptado en tierra por el ejército tebano.

Epaminondas marchó con sus tropas a Mantinea, pero no por el camino más corto, sino siguiendo la cadena montañosa que se encuentra al oeste de Tegea. Al llegar junto a la ciudad de Mantinea, descendió por la ladera del monte y formó en el llano frente a los enemigos.

Al ver que la presencia del ejército no era suficiente para reprimir la oposición y sabiendo que los espartanos habían enviado una gran fuerza militar hacia Mantinea dejando a Esparta indefensa, Epaminondas planeó un audaz ataque contra la propia Esparta. Pero la noticia llegó a los espartanos y cuando los tebanos llegaron, se encontraron con una ciudad bien defendida. En ese momento, esperando que sus adversarios hubiesen dejado la defensa Mantinea en su prisa por defender Esparta, volvió a marchar hacia allí, pero un encuentro con la caballería ateniense fuera de las murallas también frustró este intento. Viendo que se acababa el tiempo dedicado a la campaña militar anual, y razonando que en el caso de que partiese sin derrotar a sus enemigos de Tegea la influencia tebana en el Peloponeso quedaría destruida, decidió arriesgarlo todo a una sola batalla campal.

Batalla de Mantinea

Los acontecimientos que se sucedieron en la llanura ubicada en frente de Mantinea fueron la mayor batalla hoplita de la historia de Grecia, participando casi todos los estados griegos en un bando o en otro. Epaminondas contaba con el mayor ejército, con 30.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería, mientras que sus oponentes contaban con 20.000 de infantería y 2.000 de caballería.

Epaminondas desplegó al ejército en orden de batalla y luego marchó en una columna paralela, de manera que pareciese que el ejército marchaba a algún otro lugar y que no tenía intención de luchar ese día. Habiendo llegado a un punto concreto de la marcha, hizo que el ejército bajase las armas para que pareciese que se preparaba para acampar. Se sugiere que con esta actuación provocó que la mayor parte de los enemigos relajasen su concentración al perder la expectativa de una batalla inminente, y que por lo tanto también relajaran su preparación de cara a la batalla.

Epaminondas dio entonces la orden de avanzar, cogiendo al enemigo con la guardia baja y provocando bastante confusión en el campo de batalla. Esta se desarrolló como Epaminondas había planeado, las fuerzas de los flancos hicieron retroceder a la caballería contraria y comenzaron a atacar los flancos de la falange enemiga. La caballería ateniense, aunque no era inferior en calidad a la beocia, no pudo aguantar las armas arrojadizas que lanzaba la infantería ligera que Epaminondas había colocado entre su propia caballería. Mientras tanto, la falange tebana avanzaba. Epaminondas sabia que si era capaz de golpear y atravesar las líneas enemigas en cualquier lugar, destruiría al ejército completo de sus adversarios

La batalla se desarrolló como era de prever; si bien entre los hoplitas hubo un breve equilibrio inicial, la caballería que sus enemigos habían dispuesto en primera línea fue barrida y luego las líneas de infantería no pudieron resistir el empuje de las tropas de élite beocias, que deshicieron el frente y los pusieron en fuga. Ya era una victoria decisiva de Tebas, pero cuando los victoriosos tebanos se lanzaron en persecución de sus enemigos, llegó la noticia de que Epaminondas había muerto; este había sido alcanzado en el pecho por una lanza, provocándole una herida mortal. A medida que las noticias se extendían en el campo de batalla, los aliados cesaron en su persecución del ejército derrotado, en una prueba de la importancia central de Epaminondas en la guerra.

Jenofonte, que termina su relato con la batalla de Mantinea, hace el siguiente comentario sobre los resultados de la batalla:

«Cuando todas estas cosas habían ocurrido, pasó lo contrario de lo que todos los hombres creían que iba a pasar. Puesto que cuando todas las personas de Grecia se habían juntado y formado en líneas contrarias, no había nadie que no pensase que si la batalla fuese a tener lugar, aquellos que se demostrasen victoriosos fuesen a ser los nuevos líderes y los derrotados sus sometidos; pero la deidad ordenó que ambas partes se llevasen un trofeo como si hubiesen salido victoriosos y ninguno trató de estorbar a los otros; ambos devolvieron a los muertos bajo una tregua como si fueran victoriosos, y ambos recibieron a sus muertos bajo una tregua como si fueran derrotados, y mientras que ambas partes clamaban su victoria, ninguno demostró ser mejor que el otro, ni obtuvo territorios, ciudades o dominios que antes de la batalla no tuviese; e incluso hubo más confusión y desorden en Grecia después de la batalla que antes.»

Se sugiere que los espartanos estuvieron apuntando deliberadamente a Epaminondas en el intento de acabar con su vida para con ello desmoralizar a los tebanos. La lanza se partió, dejando la punta de hierro dentro de su cuerpo, y Epaminondas colapsó. Los tebanos que le circundaban lucharon de forma desesperada para evitar que los espartanos se hicieran con su cuerpo y, mientras le llevaban de vuelta al campamento todavía con vida, preguntó qué bando había resultado victorioso. Cuando le informaron que habían ganado los beocios ,respondió: «He vivido lo suficiente, puesto que muero invicto». Cuando se retiró la punta de la lanza, Epaminondas murió rápidamente. De acuerdo con la costumbre griega, fue enterrado en el mismo campo de batalla.

Legado

Con Epaminondas fuera de escena, los tebanos volvieron a su tradicional política defensiva, y unos años después Atenas les reemplazó en el liderazgo del sistema político griego. Nadie volvió a someter a Beocia de la misma forma en que se había visto sometida durante la hegemonía espartana, pero la influencia de Tebas se fue difuminando rápidamente en el resto de Grecia.

Finalmente, en la Batalla de Queronea, las fuerzas combinadas de Tebas y Atenas, juntas en un intento desesperado de aguantar ante Filipo II de Macedonia, fueron derrotadas de forma aplastante, y la independencia de Tebas llegó a su fin. Tres años después, trás la muerte de Filipo II, los tebanos se rebelaron, creyendo que su hijo Alejandro de tan solo 20 años no asumiría al poder. Pero Alejandro Magno aplastó la revuelta y destruyó la ciudad, asesinando o reduciendo a la esclavitud a todos sus ciudadanos.

Sólo 27 años después de la muerte de Epaminondas, el hombre que la había hecho preeminente en toda Grecia, la ciudad de Tebas fue borrada de la faz de la tierra. Su historia, que había durado un milenio, finalizó en sólo unos pocos días.