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Segunda Guerra del Peloponeso (Segunda Parte)

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A la primera parte de la segunda Guerra del Peloponeso se la conoce como Guerra Arquidámica, esta comprende desde su estallido en 431 a.C. hasta la Paz de Nicias en 421 a.C. Su nombre deriva del rey de Esparta, Arquídamo II, quien pese a no ser un entusiasta de la guerra, dirigió las invasiones peloponesias al Ática hasta su muerte en 427 a.C.

Esparta y sus aliados, a excepción de Corinto, eran dominios con base predominante en tierra, capaces de convocar grandes ejércitos prácticamente invencibles gracias a las legendarias fuerzas espartanas. El Imperio Ateniense, pese a tener base terrestre en la península del Ática, se extendía a través de las islas del mar Egeo y obtenía su riqueza a partir de los tributos que estas pagaban, por lo que mantenía su imperio por medio de su poderío naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar una batalla decisiva entre sí.

Comienzo de la Guerra

Las acciones bélicas empezaron con el ataque de Tebas contra la ciudad de Platea, aliada de Atenas y hostil a la supremacía tebana en la Liga Beocia. En la primavera de 431 a.C., los tebanos, ayudados desde el interior de Platea por una facción pro-tebana, intentaron apoderarse de la ciudad por sorpresa. La tentativa fracasó, pero los platenses, asustados, mataron a los 330 prisioneros tebanos que se habían infiltrado en la ciudad y despertaron la furia de los beocios. Aunque la agresión tebana a un aliado ateniense abría tácitamente las hostilidades, el inicio «oficial» de la contienda no llegó hasta mayo, con la invasión peloponésica del Ática encabezada por el rey Arquídamo II.

La estrategia espartana durante este período consistía en invadir antes de la cosecha el territorio que rodeaba a Atenas para arrasar sus tierras y obligarla a presentar batalla en campo abierto, pero como los atenienses conservaban su acceso al mar, el impacto del asedio era menor. Muchos de los pobladores abandonaron sus granjas y se trasladaron dentro de los Muros Largos que conectaban Atenas con su puerto de El Pireo. Los espartanos ocupaban el Ática durante períodos intermitentes siguiendo la tradición del sistema hoplítico condicionados por las provisiones que llevaban consigo, por lo que no permanecían el tiempo suficiente como para causar daños irreparables. Además, los espartanos necesitaban mantener el control sobre sus esclavos, quienes no podían quedar sin supervisión por períodos prolongados. La invasión espartana más extensa, en 430 a.C., duró apenas cuarenta días.

En estos primeros años Atenas desplegó una intensa actividad militar que se manifestó, entre otros hechos, en invadir la región vecina de Megáride, expulsando a los eginetas de su propia isla para establecer en ella colonos, quienes, en virtud de un pacto entre Atenas y Esparta, se establecieron en la región de Tirea. También se lanzaron al control absoluto del Golfo de Corinto y de la ruta marítima al mediterráneo occidental.  Pericles aconsejaba a los atenienses evitar la batalla en terreno abierto contra los numerosos y bien entrenados hoplitas y depender de su flota. En el año 431 a.C., conforme a sus posibilidades y planes estratégicos, Pericles envió una escuadra de cien trirremes contra las costas del Peloponeso, que si bien fracasó en Metone (en la costa occidental de Mesenia y defendida por el brillante general espartano Brásidas), tuvo éxito en Élide.

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El noroeste continental griego fue un importante teatro de operaciones, región en la que Atenas, con la ayuda de sus aliados acarnanios, intentó eliminar la influencia corintia. Ese mismo año las 100 naves que habían circunnavegado el Peloponeso se apoderaron de la colonia corintia de Solio, y ganaron por medios diplomáticos la isla de Cefalonia.

En la primavera de 430 a.C., 4000 hoplitas y 300 caballeros a bordo de 150 naves de transporte atenienes y aliadas, arrasaron la campiña de Epidauro e intentaron un asalto sobre la ciudad. Si bien este fracasó, lograron devastar los campos de Trecén, Halias y Hermíone, ciudades situadas en la península de Acté, en el noroeste de la península peloponesia. Esta expedición terminó con la conquista y saqueo de Prasias. La devastación de estas tres ciudades, además de minar la moral espartana, constituyó una llamada de atención a Argos para que abandonase su neutralidad y encabezara la oposición a Esparta en el Peloponeso. Por otra parte, Prasias, situada al sur de Cinuria, era un punto caliente del ancestral conflicto entre espartanos y argivos por la posesión de esta región fronteriza entre Laconia y la Argólida, querella que se recrudeció cuando los espartanos asentaron allí a los eginetas expulsados de su isla por los atenienses.

En el verano del mismo año se produjo un intento de acercamiento diplomático de Esparta a Persia mediante el envío de una embajada que tenía como principal misión lograr el apoyo financiero del Gran Rey a la Liga del Peloponeso. La presencia en esta delegación de al menos dos espartiatas de alto linaje como eran Aneristo y Nicolao, descendientes de Espertias y Bulis (dos nobles que habían ofrecido sus vidas a Jerjes I para expiar el crimen cometido contra los mensajeros del rey persa durante la Segunda Guerra Médica) ratificaba la disposición espartana a continuar la guerra hasta la desintegración del imperio ateniense a cualquier precio, precisamente en un momento en que Atenas buscaba una solución pacífica al conflicto. De camino a Persia, los embajadores aprovecharon para persuadir al rey odrisio Sitalces de que abandonara la alianza con Atenas pero casualmente se hallaban en la corte de Sitalces dos embajadores atenienses que convencieron a Sádoco, hijo del soberano (que además acababa de recibir la ciudadanía ateniense) que les entregara los enviados peloponesios. Los integrantes de la embajada fueron apresados, conducidos a Atenas y ejecutados sin juicio previo. El historiador Tucídides explica que la violación de la ley (que permitía a cualquier individuo defenderse públicamente) fue por el temor que despertaba el general corintio Aristeo, miembro de la embajada, quien fue acusado de todos los males sobrevenidos en Potidea y Tracia.

A finales del verano de 430 a.C., los espartanos y sus aliados enviaron una expedición de 100 naves con 1000 hoplitas a bordo contra la isla de Zacinto, situada frente a Élide y aliada de Atenas. Al mando de Cnemo, desembarcaron y devastaron la mayor parte de la isla pero al no lograr vencer a los zacintios, regresan al Peloponeso. Zacinto era de una gran importancia estratégica por su ubicación frente a las costas de Élide, no lejos de la base naval peloponesia de Cilene. Esta expedición se produjo poco después de que Atenas entablara negociaciones para terminar la guerra; conversaciones que no conocemos porque Tucídides ni siquiera las esboza, poco preocupado por los frustrados intentos de paz. No se sabe qué condiciones ponía Esparta pero no debieron ser muy diferentes a las exigidas antes del estallido del conflicto porque el silencio del historiador ateniense sugiere una intransigencia por ambos bandos y un escaso fruto de la vía diplomática.

La Plaga de Atenas

Una epidemia, originada en Etiopía, fue introducida por el puerto de El Pireo en el año 430 a.C. y rápidamente se propagó por Atenas, cuya densa población vivía amontonada dentro de las murallas debido a las invasiones peloponesas en el Ática. Pese a que Tucídides describe con precisión los síntomas, la naturaleza de la enfermedad sigue siendo objeto de debate. Atenas perdió posiblemente un tercio de la población que resguardaba tras sus muros. La visión de las piras funerarias ardiendo hizo que el ejército espartano se retirara por temor a la enfermedad. La plaga mató a gran parte de la infantería ateniense, algunos de sus marinos más expertos y a su líder, Pericles, que murió en uno de los brotes posteriores. 

El vacío de poder que dejó fue ocupado por el aristócrata Nicias y el demagogo Cleón, el primero partidario de un entendimiento con Esparta que pusiera fin al conflicto, y el segundo proclive a una guerra a ultranza y sin concesiones. Esta lucha interna afectó la política exterior ateniense, que experimentó continuos vaivenes según el pueblo se dejaba persuadir por uno u otro. La herencia política de Pericles recayó además en Éucrates y Lisicles; ninguno de estos personajes supo aprovechar las oportunidades que se presentaron a los atenienses para salir victoriosa de una guerra tan compleja.

En el verano del año 429 a.C., los espartanos pusieron en práctica un vasto y ambicioso plan en el noroeste que aspiraba a la dominación no sólo de Acarnania, sino también de las islas de Zacinto, Cefalonia e incluso de Naupacto, donde los atenienses habían situado una flota bajo el mando de Formión que acrecentaba su control del Golfo de Corinto. El plan espartano dificultaría extremadamente a los atenienses la circunnavegación del Peloponeso y el bloqueo del golfo por falta de puertos en donde estacionar sus naves. Pero la campaña acarnania acabaría en otro descalabro debido a la mala coordinación entre los intervinientes y la inconstancia en el liderazgo de los espartanos, más dispuestos a retirarse ante cualquier eventualidad o contratiempo que a empeñarse en una empresa lejana de la que no eran beneficiarios directos. Las 47 naves peloponesas que constituían la flota de apoyo se vieron obligadas a combatir en la entrada del Golfo de Corinto al no poder eludir la vigilancia de Formión, quien, a pesar de tener una desventaja numérica de naves de casi 4 a 1, consiguió encerrar en el golfo a una gran parte de la escuadra peloponesia. Esto impidió a la Liga del Peloponeso participar en la defensa de sus costas pues la consecuencia de la derrota fue desastrosa para ella.

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Ruinas Corintias

Después, Formión dio un rodeo por Acarnania y regresó a Atenas por Naupacto, logrando dificultar el suministro de trigo de la Magna Grecia al Peloponeso. A pesar de sus éxitos, se le acusó ante los tribunales y fue condenado a pagar una multa que al no poder satisfacer, significó la perdida de su ciudadanía. Debido a esto, no pudo volver a desempeñar ningún cargo público. En el plano militar, Atenas conservó Naupacto mientras que casi un cuarto de la flota peloponesia había quedado desmantelada y sus tripulaciones capturadas o muertas. Otro hecho no menos importante fue el afianzamiento naval del poder ateniense en el noroeste continental de Grecia en detrimento de los corintios, como demostrarían poco después las expediciones a Acarnania de Formión y de su hijo Asopio.

Revuelta de Mitilene

El gobierno oligárquico de Mitilene había considerado rebelarse contra Atenas desde antes del estallido de la guerra. Sin embargo, cuando se acercaron a Esparta en la década de 430 a.C., no fueron aceptados en la Liga del Peloponeso. Sin el necesario apoyo de Esparta, el plan de Mitilene quedó en la nada. No obstante, en el año 428 a.C. los líderes mitileneos juzgaron que era el momento propicio para rebelarse y tanto Esparta como Beocia participaron en los planes de la rebelión. La principal motivación para la revuelta fue que los mitileneos deseaban tomar el control de toda la isla de Lesbos; como a Atenas no le gustaba la creación de subunidades dentro de su imperio, seguramente no hubiera permitido que Lesbos se unificara. 

Además, el estatus de privilegio de Mitilene, al ser un Estado independiente dentro del Imperio Ateniense que comandaba su propia flota, aventuraba que en el futuro Atenas habría de enfrentarse a esta y someterla como un estado tributario como había hecho con la mayoría de sus aliados. Por lo tanto, los mitileneos comenzaron a reforzar sus fortificaciones y a adquirir mercenarios y suministros. Sin embargo, la noticia de los preparativos llegó a oídos de los atenienses gracias a varios de los enemigos de Mitilene en la región y a un grupo de ciudadanos mitileneos que representaban los intereses de Atenas en la ciudad.

Los atenienses, que aún sufrían de la plaga y se encontraban bajo una gran presión financiera debido a la prolongación inesperada de la guerra, intentaron negociar para así evitar verse envueltos en otra contienda militar. Sin embargo, cuando Mitilene se negó a abandonar sus planes para unificar la isla, Atenas se resignó ante la necesidad de una respuesta militar y despachó una flota rumbo a Lesbos. El plan inicial era que la escuadra llegara durante un festival religioso, por lo que todos los habitantes de Mitilene se hallarían fuera de la ciudad, facilitando la conquista de las fortificaciones por las tropas atenienses. No obstante, puesto que el plan se trazó en una asamblea abierta, resultó imposible mantenerlo en secreto, y Mitilene recibió una advertencia sobre el acercamiento de los navíos. El día del festival, la población permaneció en la ciudad y la guardia en los puntos más débiles de la muralla había sido redoblada. Los atenienses, que se encontraron con la ciudad bien defendida, ordenaron a los mitileneos que rindiesen su flota y derribaran las murallas. Mitilene rechazó estas exigencias e incluso envió a su contingente naval a combatir contra la flota ateniense en las afueras del puerto. Pero cuando la derrota era inminente y los navíos mitileneos se replegaban hacia el puerto, la ciudad aceptó velozmente negociar un armisticio y despachar representantes hacia Atenas. No obstante, la intención del gobierno de Mitilene no era llegar a un acuerdo con esta, sino más bien ganar tiempo para que sus negociaciones con Esparta y Beocia dieran sus frutos. Mientras los representantes se encaminaban hacia Atenas, se envió un segundo grupo rumbo a Esparta para obtener su apoyo en la rebelión.

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Mitilene

Las negociaciones en Atenas fueron breves e infructuosas. Los mitileneos ofrecieron mantenerse leales a cambio de que los atenienses retiraran su flota de Lesbos. Dentro de la propuesta se hallaba implícito el hecho de que Atenas abandonara la ciudad vecina de Metimna, algo que los atenienses no podían efectuar, ya que el no proteger a una ciudad sujeta a su imperio ante un ataque minaría su autoridad al frente del mismo. En consecuencia, Atenas rechazó la oferta.

Cuando los embajadores regresaron a Lesbos y dieron a conocer el resultado de las negociaciones, todas las ciudades de la isla salvo Metimna declararon abiertamente la guerra a Atenas. Mitilene reunió un ejército y avanzó hacia el campamento ateniense. Pese a que el resultado de la batalla le fue levemente favorable, los mitileneos no quisieron forzar su ventaja y se retiraron detrás de sus fortificaciones antes de que cayera la noche. Por su parte, los atenienses, animados por la falta de iniciativa de sus enemigos, convocaron a las tropas de sus aliados. Cuando estas llegaron, construyeron dos campamentos fortificados, uno a cada lado del puerto de Mitilene. Desde aquellas posiciones impusieron un bloqueo naval sobre la ciudad, mientras que Mitilene y sus aliados siguieron controlando todo el territorio situado fuera de las fortificaciones atenienses.

Inmediatamente después del ataque, un trirreme con embajadores de Esparta y Beocia logró esquivar el bloqueo y entrar en Mitilene. Una vez allí, los emisarios convencieron a los habitantes de la ciudad de que enviaran a un segundo grupo de embajadores para solicitar la intervención de Esparta (los espartanos y beocios habían partido antes de la revuelta y desde hacía tiempo se les había imposibilitado la entrada a la ciudad). Esta segunda delegación de negociadores llegó a su destino menos de una semana después que el primero, pero ninguno consiguió la ayuda inmediata por parte de Esparta. Sus ciudadanos delegaron la decisión de como proseguir a la Liga del Peloponeso, la cual se reuniría en Olimpia un tiempo más tarde ese mismo verano. Durante la reunión, los embajadores mitileneos pronunciaron un discurso justificando su revuelta, enfatizaron la debilidad de Atenas e hicieron hincapié en la importancia de atacar a los atenienses dentro de su imperio. Tras dicha exposición, los espartanos y sus aliados aceptaron mediante votación incluir a los habitantes de Lesbos dentro de su alianza y atacar a Atenas con toda urgencia.

Los planes trazados en Olimpia determinaron que todos los Estados aliados enviaran sus contingentes al istmo de Corinto para unirse y preparar el avance hacia Atenas. El contingente espartano fue el primero en llegar y se dispuso a recorrer el istmo lentamente con navíos para así poder atacar en forma simultánea por tierra y por mar. No obstante, mientras los espartanos se dedicaban con entusiasmo a dicha labor, el resto de los aliados se demoraba en enviar a sus contingentes; el período de cosecha había iniciado y los aliados estaban cansados del constante servicio militar. Entretanto, conscientes de que el alistamiento de tropas peloponesias se debía en parte a la afirmación de los mitileneos de que Atenas se hallaba sumamente debilitada, los atenienses prepararon una flota de 100 navíos para realizar ataques en las costas del Peloponeso. La preparación del contingente naval requirió la toma de medidas extremas, puesto que los recursos del Estado ya eran muy escasos. La flota ateniense efectuó incursiones a voluntad contra las costas peloponesias, y los espartanos, a quienes se les había prometido que los cuarenta navíos atenienses en Mitilene y otros cuarenta que habían circunnavegado el Peloponeso a comienzos del verano constituían la totalidad de las fuerzas navales que Atenas podía reunir, llegaron a la conclusión de que habían sido engañados y cancelaron sus planes de lanzar un ataque durante ese verano.

Mientras tanto, Mitilene y sus aliados atacaron Metimna por tierra, esperando que les fuera entregada a traición. Sin embargo, la traición prometida no ocurrió, y tras lanzar una ofensiva contra la ciudad que no tuvo el éxito esperado, se retiraron. Los mitileneos regresaron a casa, deteniéndose durante el camino para reforzar las fortificaciones de varios de sus aliados cerca de Metimna. Una vez que los mitileneos hubieron desaparecido, las tropas de Metimna avanzaron sobre la ciudad de Antisa, pero fueron derrotadas por los defensores y sus mercenarios en un combate fuera de las murallas de la ciudad. Un gran número de metimneos y sus auxiliares murieron  y los supervivientes emprendieron la retirada a su ciudad. En ese momento, los atenienses se dieron cuenta de que su ejército en Lesbos era insuficiente para lidiar con Mitilene, por lo que otros 1000 hoplitas fueron despachados a la isla, bajo el mando de Paques, hijo de Epicuro. Gracias al incremento en el número de sus tropas, los atenienses en Lesbos lograron hacerse con el control de las tierras que rodeaban Mitilene y construyeron una muralla circunvalando la ciudad por los tres lados que miraban a tierra, completando así el bloqueo contra ésta.

El asedio

A fin de pagar los gastos del asedio durante su crítica situación financiera, Atenas se vio obligada a recurrir a dos medidas extremas. En primer lugar, impuso el pago de una eisphora, o impuesto directo, a sus propios ciudadanos. Los antiguos griegos eran sumamente reacios a tomar este tipo de medidas, las cuales consideraban un abuso sobre sus libertades personales, y es posible que esta haya sido la primera ocasión en que se haya obligado el pago de este impuesto en Atenas. El segundo mandato consistió en anunciar un aumento del tributo exigible a sus Estados sujetos, enviando doce naves para cobrar el nuevo gravamen varios meses antes de la fecha habitual, lo que desató claras situaciones de descontento, y uno de los generales que comandaba uno de los trirremes fue asesinado mientras intentaba cobrar el tributo en Caria.

En el verano de 427 a.C., los espartanos y sus aliados planificaron un esfuerzo conjunto por tierra y mar para desgastar los recursos de Atenas y aliviar el asedio sobre Mitilene. La invasión anual del Ática correspondiente a ese año fue la segunda más prolongada de la guerra arquidámica. Mientras se llevaba a cabo esta invasión, se enviaron 42 barcos al mando del navarco Álcidas hacia Mitilene. El objetivo era que los atenienses estuviesen preocupados por la invasión y no pudieran dedicar toda su atención a Álcidas y su flota.

Sin embargo, en Mitilene el tiempo para un rescate se estaba agotando. Un representante espartano, Saleto, había ingresado sigilosamente en la ciudad a bordo de un trirreme a fines del invierno con noticias del plan de socorro y había tomado el mando de las defensas del lugar anticipándose a la llegada de la flota. No obstante, las provisiones de alimento de Mitilene se acabaron en algún momento de ese verano y, como el contingente naval aún debía aparecer, Saleto debió apostar por intentar romper el bloqueo. Todos los ciudadanos, de los cuales la mayoría había combatido hasta el momento en las tropas ligeras, recibieron una armadura hoplítica como parte de los preparativos. Aun así, una vez que la población estuvo armada, esta se negó a obedecer al gobierno de la ciudad y exigió que las autoridades distribuyeran el resto de las provisiones de comida, amenazando con pactar con los atenienses si esto no se cumplía. Al ver que el problema era insalvable y que cualquier acuerdo de paz en el que no estuviesen involucrados tendría seguramente consecuencias fatales para ellos, los funcionarios del gobierno se pusieron en contacto con el comandante ateniense y se rindieron con la condición de que ningún habitante de Mitilene fuera hecho prisionero, esclavizado o ejecutado hasta que los representantes de la ciudad hubiesen expuesto su caso ante Atenas.

Al mismo tiempo que sucedían estos acontecimientos, el almirante espartano Álcidas avanzaba con sus barcos lenta y cautelosamente, demorando demasiado en rodear el Peloponeso. Pese a que consiguió evitar a los atenienses y llegar a Delos sin ser descubierto, alcanzó la ciudad de Eritras, situada en la costa de Jonia, sólo para enterarse de que Mitilene ya había caído. En aquel instante, el comandante del contingente de Elis propuso lanzar un ataque contra los atenienses en Mitilene, sosteniendo que dado que la captura de la ciudad era muy reciente, los tomarían por sorpresa y vulnerables. Álcidas no deseaba efectuar un movimiento tan atrevido y rechazó la idea, al igual que otro plan para tomar una ciudad jonia como base desde la cual fomentar rebeliones dentro del imperio. De hecho, tras saber que Mitilene se había rendido, el objetivo principal de Álcidas fue regresar a casa sin tener que enfrentarse a la flota de Atenas, por lo que navegó hacia el sur siguiendo la costa de Jonia. Los trirremes atenienses pudieron verlo fuera de Claros, y la flota ateniense fue enviada desde Mitilene en su persecución. Sin embargo, Álcidas zarpó desde Éfeso a toda vela de vuelta al Peloponeso sin detenerse hasta encontrarse seguro dentro de las fronteras de su patria, logrando escapar así de sus perseguidores. Luego de esto, los atenienses regresaron a Lesbos y sometieron a las últimas ciudades rebeldes de la isla.

Debate en Atenas

Tras terminar de someter a Mitilene, el strategos ateniense Paques envió a la mayor parte del ejército de regreso a Atenas y, junto con él, a los mitileneos que habían sido identificados como culpables de la revuelta, así como al general espartano Saleto, quien fue ejecutado de inmediato a pesar de que había señalado que, a cambio de su vida, haría retirar las tropas espartanas que asediaban Platea. Luego, la asamblea centró su atención en la cuestión de qué hacer con los prisioneros en Atenas y con el resto de los mitileneos en Lesbos. A continuación se produjo uno de los debates más famosos de la historia de la democracia ateniense y una de las tan sólo dos ocasiones en que Tucídides registró el contenido del cruce de discursos que se llevó a cabo en la Asamblea. Debido a ello, el debate ha sido materia de muchos análisis en el campo académico, apuntando a dilucidar tanto las circunstancias de la revuelta como la política interna ateniense de la época. Según sus escritos, el debate se prolongó durante dos días. Durante el primero, los atenienses, furiosos, condenaron a muerte a la totalidad de la población masculina de Mitilene, y a la esclavitud a las mujeres y niños. Los ciudadanos estaban especialmente afectados por el hecho de que la revuelta hubiese traído a una flota desde Esparta a aguas jonias, algo que jamás habría ocurrido en circunstancias normales, ya que ninguna flota enemiga había surcado dichas aguas en 20 años. Tras la decisión tomada por la Asamblea, se despachó un trirreme a Mitilene con la orden de que Paques ejecutara a todos los hombres mitileneos.

No obstante, al día siguiente y después de que los atenienses ponderasen la severidad de lo que acababan de decidir, varios ciudadanos comenzaron a arrepentirse. Conscientes de tal situación, los delegados de Mitilene que habían llegado a Atenas para presentar su caso solicitaron que los pritanos reuniesen la Asamblea. En la nueva reunión se produjo un debate entre quienes sostenían el decreto del día anterior y los que abogaban por un castigo más suave. Una vez concluidos los discursos, la asamblea votó, por escaso margen, eliminar el decreto del día anterior. De inmediato se despachó un navío a Mitilene para anular la orden de ejecución del día previo. Los representantes mitileneos en Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a tiempo para evitar las ejecuciones. Remando día y noche, durmiendo por turnos y comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, logrando impedir su aplicación.

Aunque se perdonó la vida a los ciudadanos de Mitilene, los habitantes de Lesbos recibieron un castigo severo. Todos los terrenos de labranza de la isla, salvo los pertenecientes a Metimna, fueron confiscados y divididos en 3000 lotes que fueron arrendados anualmente. De estos lotes, 300 fueron dedicados a los dioses, y los 10 talentos que se recaudaban al año por ellos pasaban a formar parte del tesoro de Atenas; el resto financiaba una guarnición de colonos atenienses. Atenas confiscó todas las posesiones mitileneas en Jonia continental, sus navíos e hizo derribar sus murallas. La guarnición regresó a casa a mediados de los años 420 a. C.,pero al parecer se habían equivocado al creer que la isla era segura: en 412 a. C., Lesbos fue una de las primeras islas que comenzaron a complotar contra la debilitada Atenas.

 

Segunda Guerra Médica

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Tras la muerte de Darío, su hijo Jerjes asumió el poder, ocupándose los primeros años de su reinado en reprimir revueltas en Egipto y Babilonia, y preparándose a continuación para atacar a los griegos. Antes había enviado a Grecia embajadores a todas las ciudades para pedirles tierra y agua, símbolos de sumisión. Muchas islas y ciudades aceptaron, pero Atenas y Esparta no. Se cuenta que en estas dos ciudades, ignorando la inmunidad diplomática de los embajadores, les respondieron: «Tendréis toda la tierra y el agua que queráis», y acto seguido los arrojaron a un pozo. Era una declaración de guerra definitiva.

Sin embargo, en Esparta se empezaron a dar pésimos augurios, los cuales se creían causados por la ira de los dioses como consecuencia de sus actos. Se hizo un llamado a los ciudadanos espartanos para solicitar si alguno era capaz de sacrificarse para satisfacer a los dioses y así aplacar su ira. Dos ricos espartanos, Espertias y Bulis, ofrecieron entregarse al rey persa y se encaminaron hacia Susa donde fueron recibidos por Jerjes, quien los obligó a postrarse ante él. Sin embargo, los emisarios espartanos se resistieron, y le respondieron: «Rey de los medos, los lacedemonios nos han enviado para que puedas vengar en nosotros la muerte dada a tus embajadores en Esparta». Jerjes les respondió que no iba a hacerse cometedor del mismo crimen ni creía que con su muerte los liberaría de la deshonra.

Las Termópilas

En el año 480 a.C., el poderoso ejército de Jerjes, que se estima en alrededor de 500.000 hombres (sin embargo, hoy en día se considera que la logística de la época sólo podría haber alcanzado para unos 250.000), estaba mejor equipado que aquel bajo el mando de Darío.

Para cruzar el Helesponto, en un pasaje de Heródoto se nos cuenta cómo se construyó un imponente puente de barcas por el cual el ejército de Jerjes debía atravesar el mar, pero al ser destruído por una tormenta, Jerjes culpó al océano y ordenó a sus torturadores que le dieran mil latigazos al agua como castigo.

Finalmente cruzó el mar y siguiendo la ruta de la costa se adentró en la península. Paralelamente, la flota avanzaba bordeando la costa, para lo cual se construyó también un canal para evitar el tempestuoso cabo del Monte Athos. Las tropas griegas, que conocían estos movimientos, decidieron detenerlos el máximo tiempo posible en el desfiladero de las Termópilas (que significa Puertas Ardientes).

En este lugar, el rey espartano Leónidas I situó unos 300 soldados espartanos y 1000 más de otras regiones. Jerjes le envió un mensaje exhortándoles a entregar las armas, a lo que respondieron: «Ven a tomarlas». Tras cinco días de espera, y viendo que su superioridad numérica no hacía huir al enemigo, los persas atacaron. El ejército griego se basaba en el núcleo de la infantería pesada de los hoplitas, soldados de infantería con un gran escudo (hoplon, de ahí su nombre), una lanza, coraza y grebas de protección. Formaban en falange, presentando un muro de bronce y hierro impenetrable con el objetivo de detener a los enemigos en la lucha cuerpo a cuerpo.

Las técnicas persas se basaban en una infantería ligera, sin corazas y generalmente con armas arrojadizas, además de la famosa caballería de arqueros y carros. El único cuerpo de élite persa eran los llamados «Inmortales», soldados de infantería pesada que constituían la guardia personal del rey. Sin embargo, en aquel desfiladero tan estrecho los persas no podían usar su famosa caballería, y su superioridad numérica quedaba bloqueada, pues sus lanzas eran más cortas que las griegas. La estrechez del paso les hacía combatir con similar número de efectivos en cada oleada persa, por lo que no les quedó más opción que replegarse después de dos días de batalla.

Pero ocurrió que un traidor, llamado Efialtes, condujo a Jerjes a través de los bosques para llegar por la retaguardia a la salida de las Termópilas. La protección del camino había sido encomendada a 1.000 focidios, que tenían excelentes posiciones defensivas, pero éstos se acobardaron ante el avance persa y huyeron. Al conocer la noticia, algunos griegos hicieron ver lo arriesgado de su situación para evitar una matanza, por lo que Leónidas decidió dejar partir a los que quisieran marcharse, quedándose él, su ejército de 300 espartanos y 700 hoplitas de Tespias firmes en sus puestos.

Atacados por el frente y la espalda, los espartanos y los tespias sucumbieron después de haber aniquilado a 10.000 persas. Posteriormente se levantaría en ese lugar una inscripción: «Extranjero, informa a los espartanos que aquí yacemos obedeciendo a sus preceptos». Lo que se busca en la petición es que el visitante, una vez deje el lugar, vaya y les anuncie a los espartanos que los muertos siguen aún en las Termópilas, manteniéndose fieles hasta el fin, de acuerdo a las órdenes de su rey y su gente.

Salamina

Con el paso de las Termópilas conquistado, toda la Grecia central estaba a los pies del rey persa. Tras la derrota de Leónidas, la flota griega abandonó sus posiciones en Eubea y evacuó Atenas, buscando refugio para las mujeres y los niños en las cercanías de la isla de Salamina. Desde ese lugar presenciaron el saqueo e incendio de la Acrópolis por las tropas persas dirigidas por Mardonio. A pesar de ello, Temístocles aún tenía un plan: atraer a la flota persa y entablar batalla en Salamina con una estrategia que lograría vencer. Se cuenta que Temístocles envió a su esclavo Sicino, haciéndose pasar por traidor ante el rey de Persia, contándole que parte de la armada griega escaparía de noche, incitando de este modo a Jerjes para que dividiera su flota enviando parte a cerrar el canal por el otro lado.

Lo cierto es que Jerjes, que deseaba un combate definitivo. cayó en la trampa y entabló un combate naval, utilizando un gran número de barcos, muchos de ellos fenicios. Sin embargo, la flota persa no tenía coordinación para atacar, mientras que los griegos tenían perfilada su estrategia: sus costados envolverían a los navíos persas y los empujarían unos contra otros para privarlos de movimiento. Su plan resultó, y el caos dominó la flota persa con un nefasto resultado: sus barcos se chocaron entre sí, yéndose a pique muchos de ellos. Además, los persas no eran buenos nadadores, mientras que los griegos al caer al mar podían nadar hasta la playa. La noche puso fin al combate, tras el cual se retiró destruida la otrora poderosa armada persa. Jerjes presenció impotente la batalla desde lo alto de una colina, y luego se retiró a Asia junto con gran parte de su ejército, dejando a su general Mardonio y a sus mejores tropas para intentar completar la conquista de Grecia.

Batalla de Platea

Temístocles quiso llevar la guerra a Asia Menor, enviar allí la flota y sublevar las colonias jónicas contra el rey de Persia, pero Esparta se opuso, por el temor de dejar desprotegido el Peloponeso.

La guerra continuó un año después al volver el ejército persa para invadir el Ática comandado por Mardonio. Este ofreció la libertad a los griegos si firmaban la paz, pero el único miembro del consejo de Atenas que votó a favor fue condenado a muerte por sus compañeros. De esta forma, los atenienses volvieron nuevamente a buscar refugio en Salamina, y Atenas fue incendiada por segunda vez.

Al enterarse de que el ejército espartano se dirigía contra ellos, los persas se retiraron hacia el Oeste hasta Platea. Dirigidos por Pausanias, general conocido por su sangre fría, los espartanos, junto a los atenienses y los demás aliados griegos rehusaron combatir los siguientes días en ese terreno ya que favorecía la caballería que rodeaba el campamento persa. Como además sus líneas de suministro estaban interrumpidas, el ejército griego inició una retirada parcial. Los persas interpretaron esto como una retirada total y Mardonio ordenó a sus fuerzas perseguirlos, pero los griegos se detuvieron, dieron media vuelta y plantaron batalla. El arma defensiva de los soldados persas era un gran escudo de mimbre, complementado con una lanza corta, mientras que sus contrapartes griegas, los hoplitas, portaban un escudo de bronce y una lanza mucho más larga. El combate fue feroz y duradero, ya que los griegos presionaban continuamente las líneas persas mientras éstos intentaban partirles las lanzas para obligarlos a recurrir a sus espadas cortas.

Mardonio estaba montado en su caballo blanco y rodeado por una guardia de 1000 hombres. Pero los espartanos se abrieron paso hasta el comandante persa y una piedra lanzada por uno de ellos le impactó en la cabeza y lo mató. Los persas comenzaron a huir, pero su guardia personal continuó combatiendo hasta que fue aniquilada.  Pronto la huida se hizo general y los persas comenzaron a volver en desorden a su campamento. Los aliados griegos, reforzados por los contingentes que no habían intervenido en la batalla, lograron irrumpir. La empalizada del asentamiento fue bien defendida por los persas en un principio, pero los griegos acabaron por abrirse paso y masacraron a los persas allí refugiados.

Batalla de Mícala

En el mismo momento en que Pausanias salía victorioso en Platea, una flota aliada griega navegaba hasta Samos, donde anclaba lo que quedaba de la desmoralizada flota persa. Los asiáticos trataron de evitar la confrontación y vararon sus barcos en las faldas del monte Mícala, donde se reunieron con parte del ejército y construyeron un campamento rodeado por una empalizada. El comandante de los griegos, el rey espartano Leotíquidas II, decidió atacar de todos modos con la totalidad de sus hombres, incluidos los marinos.

Aunque los persas ofrecieron una estoica resistencia, los poderosos hoplitas griegos se mostraron nuevamente superiores en combate y consiguieron derrotarlos. Los persas huyeron a su campamento, pero el contingente de griegos jónicos que luchaba para ellos decidió desertar, circunstancia que facilitó el asalto y toma de la empalizada por parte de los griegos, que masacraron en su interior a muchos persas.

Los barcos persas fueron capturados y quemados, lo que sumado a la derrota de Mardonio en Platea, puso un fin definitivo a la invasión persa de Grecia. Luego de estas dos victorias, los aliados griegos pudieron tomar la iniciativa en la guerra contra el imperio persa, marcando así una nueva fase en las guerras Médicas.