Golfo de Corinto

Segunda Guerra del Peloponeso (Cuarta Parte)

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Batalla de Delio

El éxito de Esfacteria había llevado al partido belicista de Atenas, dirigido por Cleón, a un programa de acciones terrestres que distaba de la política naval de Pericles. La conquista de la isla de Citera en 424 a.C. por Nicias permitió a los atenienses apoderarse del puerto de Nisea, acarreando graves perjuicios al comercio peloponesio.

Durante el verano del 424 a.C. Demóstenes iza velas con 40 navíos hacia Naupacto, base naval ateniense que controla la entrada del Golfo de Corinto, y hacia el Golfo de Ambracia para reclutar fuerzas y hacer aliados. En invierno, el convoy pone rumbo a Sifas pero, por un error de coordinación, se presenta en Delio con antelación, no habiendo Hipócrates alcanzado aún la ciudad. El proyecto es denunciado por un focidio llamado Nicómaco, permitiendo a los beocios ocupar Sifes y Queronea antes del comienzo de las operaciones atenienses, las cuales no tienen más opción que rendirse sabiendo que Hipócrates no ha llegado aún a Beocia.

Cuando Hipocrátes alcanza Delio, las fuerzas beocias habían dejado ya Sifas y marchaban hacia él. Cinco días tardaron los atenienses en fortificar la ciudad, cavando un foso alrededor del santuario, otro alrededor del templo, y elevando una muralla. Terminadas las obras, Hipócrates envía el ejército de vuelta hacia Atenas. Los hoplitas se detienen a casi dos kilómetros para esperarlo mientras termina de organizar la guardia. Es durante estos días que las fuerzas tebanas procedentes de Sifas llegan a Tanagra, donde se reunen con todas las fuerzas venidas de Beocia. Enterado que las tropas atenienses se preparan para volver al Ática, Pagondas, comandante del ejército tebano, exhorta a cada contingente y a sus respectivos jefes a no dejar partir a los atenienses.

Habiendo convencido a los otros beotarcas, Pagondas pone en marcha al ejército hasta una posición cercana a las tropas atenienses y lo despliega en línea de combate, oculto por una colina. La falange de 7.000 hoplitas beocios estaba compuesta, en su ala derecha, por tebanos y pueblos aliados; el centro, por tropas provenientes de Haliarto, Coronea, Copas y ciudades vecinas; y en el ala izquierda combatientes de Tespias, Tanagra y Orcómeno. Los tebanos se organizaron con una profundidad de 25 filas de soldados, formación inhabitual considerando que lo normal era de 8, y que sería la marca de su ejército (conocida como falange oblicua). En las alas posicionó 1.000 caballeros, 10.000 guerreros de infantería ligera y 500 peltastas. Se cree que estos contingentes, de numero importante, representaban alrededor de dos tercios de las fuerzas totales de Beocia.

Hipócrates, estudiando la aproximación tebana, manda a sus hoplitas a tomar sus posiciones dejando en el lugar 300 jinetes para guardar el fuerte y eventualmente intervenir en el combate. Esta fuerza no podrá ser utilizada, pues los tebanos se anticipan y sitúan tropas en las proximidades del santuario para bloquearlos. Los atenienses poseían un número similar de hoplitas y jinetes, pero muchas menos tropas ligeras. Hipócrates intenta ordenar a su ejército de 7.000 hoplitas alineados en ocho filas de profundidad y cerca de 1.000 jinetes en las alas. Debido a su asimetría, el ala derecha tebana tenía la victoria asegurada, pero debido a ese despliegue, la línea de hoplitas ateniense era más larga y podía flanquear a la línea izquierda beocia.

Los beocios cargaron inesperadamente hacia su enemigo mientras Hipócrates les daba un discurso a sus tropas. Las lineas del centro tuvieron la parte más pesada de la batalla. Efectivamente, el ala izquierda tebana fue rodeada y vencida, quedando solamente de pie el contigente de Tespias. Al rodearlos, algunos de los hoplitas atenienses se mataron entre ellos al encontrarse al final del círculo, confundiendo a sus aliados por enemigos. Pagondas envió dos escuadrones de caballería al ala izquierda para frenar al enemigo. Su aparición repentina desconcertó el ala victoriosa ateniense, que creyó que otro ejército marchaba sobre ellos, por lo que retrocede y después huye, imitada por el resto del ejército. La caballería beocia, apoyada por la de Lócrida (que acababa de llegar) se lanza en persecución de los fugitivos y los masacra, pero la caída de la noche permite a la mayoría de éstos escapar. Hipócrates encuentra la muerte junto con 1.000 de sus soldados.

Sócrates combatió como hoplita ateniense en esa batalla. Platón escribió las palabras de Alcibiades, que se lo cruzó empezada la huida: «Caminaba de la misma manera que lo hacía en Atenas, acechando como un pelícano, sus ojos iban de lado a lado en silencio en busca de amigos y enemigos, dejando en claro a todo el mundo, incluso a la distancia, que si alguien se atrevía a tocarlo, él se defendería vigorosamente. En consecuencia, se fue con seguridad, porque cuando en guerra uno se comporta de esta manera, probablemente no se le acerquen; en cambio persiguen a los que huyen de forma precipitada.»

El día siguiente de la batalla, habiendo encontrado refugio las tropas atenienses en Delio u Oropos, embarcan y vuelven por mar al Ática, dejando una guardia en cada puesto. Los beocios levantan un trofeo, se llevan a sus muertos y dejan una guarnición antes de volver a Tanagra. Se envía un heraldo a Delio, alegando que los atenienses han violado el santuario, lugar sagrado, fortificándolo y utilizando para uso corriente el agua reservada para rituales, y que por lo tanto, deben abandonar el lugar.

Los atenienses reclaman sus muertos por medio de una tregua, como es costumbre en Grecia, y no bajo la condición de una retirada del santuario. La respuesta beocia está en la misma línea de juegos dialécticos y las negociaciones quedan sin resultado. Después de dos semanas sin ninguna acción, las tropas beocias, habiendo recibido refuerzos de 2.000 hoplitas corintios, arqueros, honderos venidos del Golfo Maliaco, y una guarnición peloponesia procedente de Nisea (que había sido evacuada y sometida por los megarenses), se deciden a atacar el campo ateniense del santuario. Después de varios asaltos infructuosos, los beocios construyen una máquina similar a un lanzallamas capaz de proyectar fuego y restos incandescentes hacia las murallas, que en parte estaban hechas de madera.

El fuerte es capturado, algunos defensores son muertos y 200 son hechos prisioneros, permitiendo al resto embarcar y escaparse. Habiendo recuperado la ciudad, los beocios devuelven sus muertos a los atenienses sin ninguna condición. En ese momento llegan Demóstenes y sus fuerzas, pero debido a la falta de comunicación que tenía con Hipócrates, y teniendo en cuenta que Delio ya había sido recuperada, su presencia era inútil. Intenta un desembarco en Sición, pero es rechazado y perseguido por mar donde sufre algunas bajas.

Además de mostrar un uso innovador de una nueva tecnología, Pagondas fue uno de los primeros generales de la historia documentada en hacer uso de tácticas planeadas de guerra. En los siglos anteriores, las batallas entre las polis griegas eran relativamente simples encuentros entre formaciones de hoplitas, donde la caballería no desempeñaba ningún papel importante y todo dependía de la unidad y la fuerza de las filas de infantería. En Delio, Pagondas hizo uso de filas más profundas, intervenciones de caballería, reservas, infantería ligera y cambios graduales en las tácticas durante la batalla. En el siglo siguiente, estas novedades serán utilizadas en las más famosas victorias tebanas de la mano de Epaminondas.

Este fracaso atenienses dejó en evidencia algunos puntos: una mala coordinación en el tiempo que arruina finalmente las posibilidades de éxito de la campaña terrestre, permitiendo a los beocios mantener el ejército en un solo grupo que se ocupa sucesivamente de Demóstenes y luego de Hipócrates. También demuestra las lagunas en el entrenamiento colectivo y la disciplina de las tropas, que se ven desconcertadas por la aparición de la caballería beocia en su retaguardia. Finalmente, la debilidad de la falange como formación de combate, incapaz de maniobrar en orden y adaptarse a las circunstancias de la batalla. Además los atenienses, por sus proyectos en Beocia, no prestaron atención a los movimientos del general espartano Brásidas y su ejército.

Batalla de Anfípolis

Mientras tanto, Brásidas atraviesa el istmo de Corinto, Beocia, Tesalia y se presenta en Calcídica donde incita a sus habitantes a la sublevación. Continúa en dirección a Tracia donde consigue la defección de algunas ciudades del norte de Grecia, como Acanto y Estagira. De este modo, Brásidas daba a los atenienses un golpe considerable en una zona en la que su imperio parecía estar muy seguro.

En el invierno de 424/3 toma Anfípolis, una colonia ateniense junto al río Estrimón. La ciudad fue defendida por el general Eucles, quien pidió ayuda a Tucídides, que estaba estacionado en Tasos con siete trirremes. Para capturar la ciudad antes de que llegaran los refuerzos, Brásidas ofreció dejar a todos los que desearan quedarse a cuidar su propiedad, y el paso franco a aquellos que quisieran partir. A pesar de las protestas de Eucles, Anfípolis se rindió. Tucídides llegó al cercano puerto de Eyón el mismo día que la ciudad se rendía, e intentó defenderla con la ayuda de aquellos que decidieron quedarse. 

Mientras tanto, Brásidas buscaba alianzas con otras ciudades tracias y con Pérdicas de Macedonia. Luego comenzó el ataque a otras ciudades de la región, como Torone. Los atenienses temían que sus otros aliados capitularan rápidamente si Brásidas les ofrecía términos de paz favorables. La situación de Atenas en Tracia se iba debilitando, lo que los obligó a subir las cuotas de los tributos, lo cual provocaría la defección de otras ciudades aliadas.

Tucídides es con frecuencia considerado parcial o enteramente responsable de la caída de Anfípolis. Algunos han visto sus acciones gravemente negligentes, aunque él afirma que fue incapaz de llegar a tiempo para salvar la ciudad. Fue luego llamado a Atenas donde fue juzgado y exiliado.

En respuesta a la caída de la ciudad, Atenas y Esparta firmaron un armisticio de un año. Atenas tenía la esperanza de poder fortificar más ciudades en preparación a futuros ataques y los espartanos de que Atenas finalmente les devolviera los prisioneros tomados en la Batalla de Esfacteria. Según los términos de la tregua, se propuso que cada bando permanecería en su propio territorio, ocupando las tierras que ahora ocupaban. Mientras las negociaciones estaban en marcha, Brásidas capturó Escione y se negó a devolverla cuando las noticias del tratado llegaron, y el líder ateniense Cleón envió una fuerza para recuperarla.

Cuando el armisticio terminó en 422 a.C., Cleón llegó a Tracia con una fuerza de 30 barcos, 1200 hoplitas, 300 jinetes y muchas otras tropas de aliados de Atenas. Volvió a capturar Torone y Escione; en esta última, el comandante espartano Pasitélidas fue muerto. Cleón ocupó su posición en Eyón, mientras Brásidas ocupaba la suya en Cerdilio. Si bien este último tenía 2000 hoplitas, 300 caballeros y algunas tropas de Anfípolis, no sentía que pudiera derrotar a Cleón en una batalla en cambo abierto, por lo que regresa a Anfípolis. Cleón se trasladó hacia la ciudad para la preparación de la batalla, pero cuando Brásidas no salió, supuso que no habría ataque, por lo que empezó a regresar con sus soldados a Eyón.

Al ver esto, Brásidas movió sus fuerzas de nuevo en Anfípolis y se preparó para atacar; cuando Cleón se dio cuenta de la ofensiva que se aproximaba, y sin intención de luchar antes de que los refuerzos llegaran, comenzó a retirarse. El retiro fue mal organizado y Brásidas atacó con valentía contra el enemigo. En la debacle que siguió, Brásidas fue herido de muerte, aunque los atenienses no se dieron cuenta de ello. Cleón murió cuando fue atacado por el comandante espartano Cleáridas. El ejército ateniense entero huyó a Eyón, aunque aproximadamente 600 de ellos fueron asesinados antes de alcanzar el puerto. Sólo siete espartanos murieron.

Brásidas vivió lo suficiente para enterarse de su victoria y fue enterrado en Anfípolis, donde sería recordado como héroe y fundador de la ciudad. Tras la batalla, ni atenienses ni espartanos quisieron continuar la guerra, y en 421 a.C. se firmó la paz.

Paz de Nicias

Las negociaciones fueron iniciadas por el rey de Esparta Plistoanacte y el general ateniense Nicias. Ambos decidieron la devolución de todo lo que habían conquistado en la guerra, excepto Nisea, que quedaría en manos atenienses, y Platea, que permanecería bajo el control de Tebas. En particular, Anfípolis sería devuelta a Atenas, y los atenienses deberían liberar a los prisioneros tomados en Esfacteria. Templos de toda Grecia serían abiertos a los fieles de todas las ciudades y el oráculo de Delfos recuperaría su autonomía. Atenas podía continuar recaudando el tributo de los estados que lo habían hecho desde la época de Arístides, pero no podía forzarlos a que se hicieran aliados. Atenas también aceptó prestar ayuda a Esparta si los hilotas se rebelaban. Todos los aliados de Esparta acordaron firmar la paz, menos los beocios, Corinto, Elis y Megara. Diecisiete representantes de cada bando juraron mantener el tratado, que se pretendía durara al menos quince años.

No obstante, esta fue una época de escaramuzas constantes en el interior e inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del Peloponeso que había permanecido independiente de Esparta. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía ciudades importantes como Mantinea y Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron y el liderazgo del rey Agis II comenzó a cuestionarse. Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar Tegea, cercana a Esparta, donde una facción estaba lista para entregar la ciudad.

Batalla de Mantinea

Tegea era muy importante por su ubicación ya que controlaba la entrada de Esparta. El control de la ciudad por parte del enemigo significaría que los espartanos no podrían salir, poniendo fin a la coalición peloponesia. Agis puso en movimiento a todo el ejército espartano, junto con los neodamodes (soldados liberados) y cualquier persona que pudiese pelear, y se dirigió a Tegea. Allí se reunió con sus aliados de Arcadia y pidió ayuda a sus aliados del norte; Corinto, Beocia, Fócida y Lócrida. No obstante, este ejército se demoró en llegar puesto que no esperaban ser convocados y debían atravesar territorio enemigo.

Entre tanto, los eleanos decidieron atacar Lepreon, una ciudad en disputa ubicada en la frontera con Esparta, para lo cual decidieron retirar su contingente de 3.000 hoplitas. Agis aprovechó la situación y envió de regreso a casa a una sexta parte de su ejército, conformada por los hoplitas más jóvenes y más viejos, para así proteger Esparta. Al poco tiempo fueron llamados de vuelta, puesto que Agis se dió cuenta que los eleanos volverían pronto al bando de los argivos, pero esta fracción de su ejército no llegaría a tiempo para la batalla.

Agis podría haber permanecido dentro de los muros de Tegea, aguardando a sus aliados del norte. Sin embargo, ya había sido desacreditado y no podía dar la más leve señal de querer evitar un enfrentamiento. En consecuencia invadió y causó estragos en el territorio que rodeaba Mantinea, unos dieciséis kilómetros al norte de Tegea y miembro de la alianza argiva, para de esta manera forzar la batalla contra el enemigo, pero el ejército argivo estaba ubicado en un terreno empinado y de difícil acceso. Sin embargo, Agis ordenó embestir contra ellos, desesperado por conseguir una victoria que lo redimiera, pero cuando los ejércitos se encontraban a una distancia equivalente a un tiro de piedra, un viejo hoplita llamado Farax le dijo que no remediara un mal con otro dirigiendo su ejército a una derrota asegurada. Los espartanos se retiraron y se dedicaron a buscar el modo de atraer a los argivos. Para eso, desviaron el río Sarandapotamos hacia la cuenca del riachuelo Zanovistas, o rellenaron los sumideros por los que corría el Zanovistas, para inundar el territorio de Mantinea.

El ejército argivo se movilizó más rápido que lo anticipado porque sus soldados estaban furiosos por el hecho que sus generales no persiguieran al enemigo cuando este se retiraba. Los espartanos fueron sorprendidos mientras salían de un bosque cercano, pero se organizaron velozmente, ya sin tiempo de esperar la llegada de sus aliados. Los veteranos del difunto Brásidas y los esquiritas  conformaron el flanco izquierdo; los espartanos, arcadios, hereos y mainalones la parte central; y los tegeos, que luchaban por su patria, ocuparon la posición de honor en el flanco derecho. Las líneas argivas estaban formados por los mantineanos a la derecha, los argivos en el centro y los atenienses a la izquierda.

Al comenzar la batalla, el ala derecha de cada lado empezó a flanquear al ala que tenía en frente, debido a los movimientos erráticos de cada hoplita que trataban de cubrirse con el escudo del hombre que tenían al lado. Agis intentó fortalecer la línea ordenando a los esquiritas y su sector izquierdo que rompiesen contacto con el resto del ejército e igualaran en longitud a la línea de frente argivo. Para cubrir el espacio que se había creado, ordenó a las compañías de Hiponoidas y Aristocles abandonar sus posiciones en el centro para cubrir la formación. Sin embargo, esto no pudo lograrse, ya que ambos capitanes no pudieron o no quisieron completar la orden con tan poco aviso previo. Este tipo de maniobra no tenía precedentes en la historia militar griega. Algunos historiadores consideran este movimiento muy desatinado y alaban a los dos capitanes por desobedecer unas órdenes que posiblemente hubieran hecho perder la batalla a los espartanos. Otros suponen que la maniobra pudo haber sido un éxito.

En cualquier caso, los mantineos y el sector derecho de los argivos entraron por el espacio vacío y derrotaron a los veteranos de Brásidas y a los esquiritas, persiguiéndolos un gran trecho. Mientras tanto, los tegeos y el ejército regular espartano vencían a los atenienses y los arcadios que formaban el flanco izquierdo del ejército enemigo. La mayoría de ellos ni siquiera se plantaron para la pelea, sino que huyeron cuando los espartanos se aproximaban; algunos incluso fueron pisoteados en la prisa por escapar antes que los alcanzaran.

Luego, los espartanos giraron hacia la izquierda y rompieron el flanco derecho argivo, que huyó en completo desorden. Los espartanos no persiguieron demasiado al enemigo: ya habían ganado la batalla.

Argos perdió aproximadamente 1.100 hombres; 700 argivos y arcadios, 200 atenienses y 200 mantineos. Los espartanos, unos 300. Esparta envió una embajada y los argivos aceptaron una tregua según la cual entregaban Orcómeno, todos sus prisioneros y se unían al bando espartano para desalojar a los atenienses de Epidauro. Además, renunciaban a su alianza con Elis y Atenas. Tras derribar al gobierno democrático de Sición, realizaron un golpe de estado contra el gobierno de Argos, donde la moral de los demócratas era baja debido al mal desempeño del ejército junto a los atenienses en la batalla. Por otro lado, la batalla aumentó en forma considerable la moral y el prestigio espartano, quienes, luego del desastre de Pilos, eran juzgados como cobardes e incompetentes en combate. Su éxito en Mantinea marcó un cambio de opinión y el reconocimiento de los griegos hacia ellos.

Batalla de Milo

Tras firmar la Paz de Nicias, los atenienses y espartanos dejaron de enfrentarse directamente, lo que fue aprovechado por los atenienses para someter a polis neutrales o miembros desleales de la Liga de Delos. Así, en 416 a.C., una flota de 20 trirremes al mando de Alcibíades fue contra Argos y apresó a todos los sospechosos de favorecer a los espartanos. Después reunió una fuerza de 30 naves atenienses, 6 de Quíos y 2 de Lesbos. En ellas se transportaban 1.200 hoplitas propios, 1.500 de sus aliados, 300 arqueros y 20 jinetes. Su objetivo era Milo, una antigua colonia espartana fundada siete siglos atrás. Según la versión tradicionalmente aceptada, la isla se había negado a continuar rindiendo tributos a los atenienses tratando de mantener una posición neutral, pero como los atenienses los amenazaban, se habían vuelto abiertamente hostiles.

La expedición iba dirigida por los generales Cleómedes y Tisias. Ambos enviaron emisarios antes de comenzar los combates, pero según Tucídides estos se negaron a hablar con la Asamblea y pidieron tratar directamente con la nobleza local, alegando que no deseaban desperdiciar su tiempo en largos discursos sino exponer sus argumentos de forma simple y frontal. Rápidamente dejaron en claro a los melios que podían pagar tributo y sobrevivir, o pelear y ser inevitablemente vencidos. Los melios respondieron argumentando que debía respetarse su neutralidad y que las leyes internacionales garantizaban el derecho a mantener dicha posición. También presentaron varios contraargumentos, específicamente, que mostrar misericordia hacia Milo haría que los atenienses ganen más amigos, que los espartanos acudirían en ayuda y, finalmente, que los dioses protegerían la isla. Sin embargo, los atenienses rechazaron discutir la justicia de sus demandas o cualquier otro argumento; en cambio, formularon una frase de realismo duro, aguda, simple y citada hoy en día con frecuencia: «El débil debe ceder cuanto le obliguen sus debilidades y el fuerte puede tomar cuanto le permita su fortaleza». Los atenienses incluso sugieren que los espartanos no desconocían tal principio y, por lo tanto, no auxiliarían a los débiles melios si hacerlo era desventajoso para Esparta. En esa reunión no se discutía sobre justicia, sino sobre la salvación o perdición de la isla.

Los atenienses reconocieron que los atacaban a ellos para no hacer la guerra directamente contra Esparta, acabando con posibles aliados de estos. Era preferible tener a los melios como aliados para fortalecer su imagen y posición, pero definitivamente los isleños no podían seguir siendo neutrales, pues sería una señal de debilidad para los vasallos de Atenas y eso no les convenía. La tercera opción, someterlos por la fuerza, sería una prueba de su poder y para ellos era aceptable. Darse una imagen de abusivos pero fuertes era mejor que pacíficos y débiles. Después de esto, los melios se reunieron a discutir entre ellos y resolvieron presentar batalla confiados de la ayuda espartana. Tras la respuesta, los embajadores atenienses volvieron a su campamento y sus comandantes decidieron construir un muro alrededor de la pequeña ciudad y así comenzar el asedio. Luego zarparon con la mayoría de sus fuerzas dejando una guarnición propia y aliada para continuar el bloqueo terrestre y naval. Poco después los melios atacaron la parte vigiliada del muro por los atenienses, tomaron víveres, armas y volvieron a su ciudad. Los atenienses respondieron mejorando la guardia.

Pasó el verano y llegó el invierno. Los melios lanzaron otra vez un ataque exitoso contra la sección del muro defendida por los atenienses. Poco después llegaron refuerzos al mando de Filócrates, hijo de Demeas. Finalmente, tras un duro asedio, la ciudad fue conquistada gracias a un traidor local. La crítica histórica considera la expedición contra Milo como una encarnación brutal de la voluntad de poder ateniense. Alcibíades fue el autor de los decretos que imponían estos bárbaros castigos a los isleños, y él mismo se compró una mujer de la isla con la que tuvo un hijo. Alcibíades, o quien quiera que aconsejara la masacre de los melios, no prestó a Atenas ningún buen servicio, sino que cubrió de vergüenza a su ciudad y a las armas que en su día forjara Pericles para su defensa.

Los atenienses asesinaron a todos los varones adultos de Milo y esclavizaron a las mujeres y los niños. Tiempo después repoblarían la isla con 500 colonos propios. Más tarde los atenienses lanzarían otra expedición expansionista, esta vez contra Sicilia, la que acabaría cambiando su historia para siempre.

Segunda Guerra del Peloponeso (Segunda Parte)

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A la primera parte de la segunda Guerra del Peloponeso se la conoce como Guerra Arquidámica, esta comprende desde su estallido en 431 a.C. hasta la Paz de Nicias en 421 a.C. Su nombre deriva del rey de Esparta, Arquídamo II, quien pese a no ser un entusiasta de la guerra, dirigió las invasiones peloponesias al Ática hasta su muerte en 427 a.C.

Esparta y sus aliados, a excepción de Corinto, eran dominios con base predominante en tierra, capaces de convocar grandes ejércitos prácticamente invencibles gracias a las legendarias fuerzas espartanas. El Imperio Ateniense, pese a tener base terrestre en la península del Ática, se extendía a través de las islas del mar Egeo y obtenía su riqueza a partir de los tributos que estas pagaban, por lo que mantenía su imperio por medio de su poderío naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar una batalla decisiva entre sí.

Comienzo de la Guerra

Las acciones bélicas empezaron con el ataque de Tebas contra la ciudad de Platea, aliada de Atenas y hostil a la supremacía tebana en la Liga Beocia. En la primavera de 431 a.C., los tebanos, ayudados desde el interior de Platea por una facción pro-tebana, intentaron apoderarse de la ciudad por sorpresa. La tentativa fracasó, pero los platenses, asustados, mataron a los 330 prisioneros tebanos que se habían infiltrado en la ciudad y despertaron la furia de los beocios. Aunque la agresión tebana a un aliado ateniense abría tácitamente las hostilidades, el inicio «oficial» de la contienda no llegó hasta mayo, con la invasión peloponésica del Ática encabezada por el rey Arquídamo II.

La estrategia espartana durante este período consistía en invadir antes de la cosecha el territorio que rodeaba a Atenas para arrasar sus tierras y obligarla a presentar batalla en campo abierto, pero como los atenienses conservaban su acceso al mar, el impacto del asedio era menor. Muchos de los pobladores abandonaron sus granjas y se trasladaron dentro de los Muros Largos que conectaban Atenas con su puerto de El Pireo. Los espartanos ocupaban el Ática durante períodos intermitentes siguiendo la tradición del sistema hoplítico condicionados por las provisiones que llevaban consigo, por lo que no permanecían el tiempo suficiente como para causar daños irreparables. Además, los espartanos necesitaban mantener el control sobre sus esclavos, quienes no podían quedar sin supervisión por períodos prolongados. La invasión espartana más extensa, en 430 a.C., duró apenas cuarenta días.

En estos primeros años Atenas desplegó una intensa actividad militar que se manifestó, entre otros hechos, en invadir la región vecina de Megáride, expulsando a los eginetas de su propia isla para establecer en ella colonos, quienes, en virtud de un pacto entre Atenas y Esparta, se establecieron en la región de Tirea. También se lanzaron al control absoluto del Golfo de Corinto y de la ruta marítima al mediterráneo occidental.  Pericles aconsejaba a los atenienses evitar la batalla en terreno abierto contra los numerosos y bien entrenados hoplitas y depender de su flota. En el año 431 a.C., conforme a sus posibilidades y planes estratégicos, Pericles envió una escuadra de cien trirremes contra las costas del Peloponeso, que si bien fracasó en Metone (en la costa occidental de Mesenia y defendida por el brillante general espartano Brásidas), tuvo éxito en Élide.

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El noroeste continental griego fue un importante teatro de operaciones, región en la que Atenas, con la ayuda de sus aliados acarnanios, intentó eliminar la influencia corintia. Ese mismo año las 100 naves que habían circunnavegado el Peloponeso se apoderaron de la colonia corintia de Solio, y ganaron por medios diplomáticos la isla de Cefalonia.

En la primavera de 430 a.C., 4000 hoplitas y 300 caballeros a bordo de 150 naves de transporte atenienes y aliadas, arrasaron la campiña de Epidauro e intentaron un asalto sobre la ciudad. Si bien este fracasó, lograron devastar los campos de Trecén, Halias y Hermíone, ciudades situadas en la península de Acté, en el noroeste de la península peloponesia. Esta expedición terminó con la conquista y saqueo de Prasias. La devastación de estas tres ciudades, además de minar la moral espartana, constituyó una llamada de atención a Argos para que abandonase su neutralidad y encabezara la oposición a Esparta en el Peloponeso. Por otra parte, Prasias, situada al sur de Cinuria, era un punto caliente del ancestral conflicto entre espartanos y argivos por la posesión de esta región fronteriza entre Laconia y la Argólida, querella que se recrudeció cuando los espartanos asentaron allí a los eginetas expulsados de su isla por los atenienses.

En el verano del mismo año se produjo un intento de acercamiento diplomático de Esparta a Persia mediante el envío de una embajada que tenía como principal misión lograr el apoyo financiero del Gran Rey a la Liga del Peloponeso. La presencia en esta delegación de al menos dos espartiatas de alto linaje como eran Aneristo y Nicolao, descendientes de Espertias y Bulis (dos nobles que habían ofrecido sus vidas a Jerjes I para expiar el crimen cometido contra los mensajeros del rey persa durante la Segunda Guerra Médica) ratificaba la disposición espartana a continuar la guerra hasta la desintegración del imperio ateniense a cualquier precio, precisamente en un momento en que Atenas buscaba una solución pacífica al conflicto. De camino a Persia, los embajadores aprovecharon para persuadir al rey odrisio Sitalces de que abandonara la alianza con Atenas pero casualmente se hallaban en la corte de Sitalces dos embajadores atenienses que convencieron a Sádoco, hijo del soberano (que además acababa de recibir la ciudadanía ateniense) que les entregara los enviados peloponesios. Los integrantes de la embajada fueron apresados, conducidos a Atenas y ejecutados sin juicio previo. El historiador Tucídides explica que la violación de la ley (que permitía a cualquier individuo defenderse públicamente) fue por el temor que despertaba el general corintio Aristeo, miembro de la embajada, quien fue acusado de todos los males sobrevenidos en Potidea y Tracia.

A finales del verano de 430 a.C., los espartanos y sus aliados enviaron una expedición de 100 naves con 1000 hoplitas a bordo contra la isla de Zacinto, situada frente a Élide y aliada de Atenas. Al mando de Cnemo, desembarcaron y devastaron la mayor parte de la isla pero al no lograr vencer a los zacintios, regresan al Peloponeso. Zacinto era de una gran importancia estratégica por su ubicación frente a las costas de Élide, no lejos de la base naval peloponesia de Cilene. Esta expedición se produjo poco después de que Atenas entablara negociaciones para terminar la guerra; conversaciones que no conocemos porque Tucídides ni siquiera las esboza, poco preocupado por los frustrados intentos de paz. No se sabe qué condiciones ponía Esparta pero no debieron ser muy diferentes a las exigidas antes del estallido del conflicto porque el silencio del historiador ateniense sugiere una intransigencia por ambos bandos y un escaso fruto de la vía diplomática.

La Plaga de Atenas

Una epidemia, originada en Etiopía, fue introducida por el puerto de El Pireo en el año 430 a.C. y rápidamente se propagó por Atenas, cuya densa población vivía amontonada dentro de las murallas debido a las invasiones peloponesas en el Ática. Pese a que Tucídides describe con precisión los síntomas, la naturaleza de la enfermedad sigue siendo objeto de debate. Atenas perdió posiblemente un tercio de la población que resguardaba tras sus muros. La visión de las piras funerarias ardiendo hizo que el ejército espartano se retirara por temor a la enfermedad. La plaga mató a gran parte de la infantería ateniense, algunos de sus marinos más expertos y a su líder, Pericles, que murió en uno de los brotes posteriores. 

El vacío de poder que dejó fue ocupado por el aristócrata Nicias y el demagogo Cleón, el primero partidario de un entendimiento con Esparta que pusiera fin al conflicto, y el segundo proclive a una guerra a ultranza y sin concesiones. Esta lucha interna afectó la política exterior ateniense, que experimentó continuos vaivenes según el pueblo se dejaba persuadir por uno u otro. La herencia política de Pericles recayó además en Éucrates y Lisicles; ninguno de estos personajes supo aprovechar las oportunidades que se presentaron a los atenienses para salir victoriosa de una guerra tan compleja.

En el verano del año 429 a.C., los espartanos pusieron en práctica un vasto y ambicioso plan en el noroeste que aspiraba a la dominación no sólo de Acarnania, sino también de las islas de Zacinto, Cefalonia e incluso de Naupacto, donde los atenienses habían situado una flota bajo el mando de Formión que acrecentaba su control del Golfo de Corinto. El plan espartano dificultaría extremadamente a los atenienses la circunnavegación del Peloponeso y el bloqueo del golfo por falta de puertos en donde estacionar sus naves. Pero la campaña acarnania acabaría en otro descalabro debido a la mala coordinación entre los intervinientes y la inconstancia en el liderazgo de los espartanos, más dispuestos a retirarse ante cualquier eventualidad o contratiempo que a empeñarse en una empresa lejana de la que no eran beneficiarios directos. Las 47 naves peloponesas que constituían la flota de apoyo se vieron obligadas a combatir en la entrada del Golfo de Corinto al no poder eludir la vigilancia de Formión, quien, a pesar de tener una desventaja numérica de naves de casi 4 a 1, consiguió encerrar en el golfo a una gran parte de la escuadra peloponesia. Esto impidió a la Liga del Peloponeso participar en la defensa de sus costas pues la consecuencia de la derrota fue desastrosa para ella.

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Ruinas Corintias

Después, Formión dio un rodeo por Acarnania y regresó a Atenas por Naupacto, logrando dificultar el suministro de trigo de la Magna Grecia al Peloponeso. A pesar de sus éxitos, se le acusó ante los tribunales y fue condenado a pagar una multa que al no poder satisfacer, significó la perdida de su ciudadanía. Debido a esto, no pudo volver a desempeñar ningún cargo público. En el plano militar, Atenas conservó Naupacto mientras que casi un cuarto de la flota peloponesia había quedado desmantelada y sus tripulaciones capturadas o muertas. Otro hecho no menos importante fue el afianzamiento naval del poder ateniense en el noroeste continental de Grecia en detrimento de los corintios, como demostrarían poco después las expediciones a Acarnania de Formión y de su hijo Asopio.

Revuelta de Mitilene

El gobierno oligárquico de Mitilene había considerado rebelarse contra Atenas desde antes del estallido de la guerra. Sin embargo, cuando se acercaron a Esparta en la década de 430 a.C., no fueron aceptados en la Liga del Peloponeso. Sin el necesario apoyo de Esparta, el plan de Mitilene quedó en la nada. No obstante, en el año 428 a.C. los líderes mitileneos juzgaron que era el momento propicio para rebelarse y tanto Esparta como Beocia participaron en los planes de la rebelión. La principal motivación para la revuelta fue que los mitileneos deseaban tomar el control de toda la isla de Lesbos; como a Atenas no le gustaba la creación de subunidades dentro de su imperio, seguramente no hubiera permitido que Lesbos se unificara. 

Además, el estatus de privilegio de Mitilene, al ser un Estado independiente dentro del Imperio Ateniense que comandaba su propia flota, aventuraba que en el futuro Atenas habría de enfrentarse a esta y someterla como un estado tributario como había hecho con la mayoría de sus aliados. Por lo tanto, los mitileneos comenzaron a reforzar sus fortificaciones y a adquirir mercenarios y suministros. Sin embargo, la noticia de los preparativos llegó a oídos de los atenienses gracias a varios de los enemigos de Mitilene en la región y a un grupo de ciudadanos mitileneos que representaban los intereses de Atenas en la ciudad.

Los atenienses, que aún sufrían de la plaga y se encontraban bajo una gran presión financiera debido a la prolongación inesperada de la guerra, intentaron negociar para así evitar verse envueltos en otra contienda militar. Sin embargo, cuando Mitilene se negó a abandonar sus planes para unificar la isla, Atenas se resignó ante la necesidad de una respuesta militar y despachó una flota rumbo a Lesbos. El plan inicial era que la escuadra llegara durante un festival religioso, por lo que todos los habitantes de Mitilene se hallarían fuera de la ciudad, facilitando la conquista de las fortificaciones por las tropas atenienses. No obstante, puesto que el plan se trazó en una asamblea abierta, resultó imposible mantenerlo en secreto, y Mitilene recibió una advertencia sobre el acercamiento de los navíos. El día del festival, la población permaneció en la ciudad y la guardia en los puntos más débiles de la muralla había sido redoblada. Los atenienses, que se encontraron con la ciudad bien defendida, ordenaron a los mitileneos que rindiesen su flota y derribaran las murallas. Mitilene rechazó estas exigencias e incluso envió a su contingente naval a combatir contra la flota ateniense en las afueras del puerto. Pero cuando la derrota era inminente y los navíos mitileneos se replegaban hacia el puerto, la ciudad aceptó velozmente negociar un armisticio y despachar representantes hacia Atenas. No obstante, la intención del gobierno de Mitilene no era llegar a un acuerdo con esta, sino más bien ganar tiempo para que sus negociaciones con Esparta y Beocia dieran sus frutos. Mientras los representantes se encaminaban hacia Atenas, se envió un segundo grupo rumbo a Esparta para obtener su apoyo en la rebelión.

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Mitilene

Las negociaciones en Atenas fueron breves e infructuosas. Los mitileneos ofrecieron mantenerse leales a cambio de que los atenienses retiraran su flota de Lesbos. Dentro de la propuesta se hallaba implícito el hecho de que Atenas abandonara la ciudad vecina de Metimna, algo que los atenienses no podían efectuar, ya que el no proteger a una ciudad sujeta a su imperio ante un ataque minaría su autoridad al frente del mismo. En consecuencia, Atenas rechazó la oferta.

Cuando los embajadores regresaron a Lesbos y dieron a conocer el resultado de las negociaciones, todas las ciudades de la isla salvo Metimna declararon abiertamente la guerra a Atenas. Mitilene reunió un ejército y avanzó hacia el campamento ateniense. Pese a que el resultado de la batalla le fue levemente favorable, los mitileneos no quisieron forzar su ventaja y se retiraron detrás de sus fortificaciones antes de que cayera la noche. Por su parte, los atenienses, animados por la falta de iniciativa de sus enemigos, convocaron a las tropas de sus aliados. Cuando estas llegaron, construyeron dos campamentos fortificados, uno a cada lado del puerto de Mitilene. Desde aquellas posiciones impusieron un bloqueo naval sobre la ciudad, mientras que Mitilene y sus aliados siguieron controlando todo el territorio situado fuera de las fortificaciones atenienses.

Inmediatamente después del ataque, un trirreme con embajadores de Esparta y Beocia logró esquivar el bloqueo y entrar en Mitilene. Una vez allí, los emisarios convencieron a los habitantes de la ciudad de que enviaran a un segundo grupo de embajadores para solicitar la intervención de Esparta (los espartanos y beocios habían partido antes de la revuelta y desde hacía tiempo se les había imposibilitado la entrada a la ciudad). Esta segunda delegación de negociadores llegó a su destino menos de una semana después que el primero, pero ninguno consiguió la ayuda inmediata por parte de Esparta. Sus ciudadanos delegaron la decisión de como proseguir a la Liga del Peloponeso, la cual se reuniría en Olimpia un tiempo más tarde ese mismo verano. Durante la reunión, los embajadores mitileneos pronunciaron un discurso justificando su revuelta, enfatizaron la debilidad de Atenas e hicieron hincapié en la importancia de atacar a los atenienses dentro de su imperio. Tras dicha exposición, los espartanos y sus aliados aceptaron mediante votación incluir a los habitantes de Lesbos dentro de su alianza y atacar a Atenas con toda urgencia.

Los planes trazados en Olimpia determinaron que todos los Estados aliados enviaran sus contingentes al istmo de Corinto para unirse y preparar el avance hacia Atenas. El contingente espartano fue el primero en llegar y se dispuso a recorrer el istmo lentamente con navíos para así poder atacar en forma simultánea por tierra y por mar. No obstante, mientras los espartanos se dedicaban con entusiasmo a dicha labor, el resto de los aliados se demoraba en enviar a sus contingentes; el período de cosecha había iniciado y los aliados estaban cansados del constante servicio militar. Entretanto, conscientes de que el alistamiento de tropas peloponesias se debía en parte a la afirmación de los mitileneos de que Atenas se hallaba sumamente debilitada, los atenienses prepararon una flota de 100 navíos para realizar ataques en las costas del Peloponeso. La preparación del contingente naval requirió la toma de medidas extremas, puesto que los recursos del Estado ya eran muy escasos. La flota ateniense efectuó incursiones a voluntad contra las costas peloponesias, y los espartanos, a quienes se les había prometido que los cuarenta navíos atenienses en Mitilene y otros cuarenta que habían circunnavegado el Peloponeso a comienzos del verano constituían la totalidad de las fuerzas navales que Atenas podía reunir, llegaron a la conclusión de que habían sido engañados y cancelaron sus planes de lanzar un ataque durante ese verano.

Mientras tanto, Mitilene y sus aliados atacaron Metimna por tierra, esperando que les fuera entregada a traición. Sin embargo, la traición prometida no ocurrió, y tras lanzar una ofensiva contra la ciudad que no tuvo el éxito esperado, se retiraron. Los mitileneos regresaron a casa, deteniéndose durante el camino para reforzar las fortificaciones de varios de sus aliados cerca de Metimna. Una vez que los mitileneos hubieron desaparecido, las tropas de Metimna avanzaron sobre la ciudad de Antisa, pero fueron derrotadas por los defensores y sus mercenarios en un combate fuera de las murallas de la ciudad. Un gran número de metimneos y sus auxiliares murieron  y los supervivientes emprendieron la retirada a su ciudad. En ese momento, los atenienses se dieron cuenta de que su ejército en Lesbos era insuficiente para lidiar con Mitilene, por lo que otros 1000 hoplitas fueron despachados a la isla, bajo el mando de Paques, hijo de Epicuro. Gracias al incremento en el número de sus tropas, los atenienses en Lesbos lograron hacerse con el control de las tierras que rodeaban Mitilene y construyeron una muralla circunvalando la ciudad por los tres lados que miraban a tierra, completando así el bloqueo contra ésta.

El asedio

A fin de pagar los gastos del asedio durante su crítica situación financiera, Atenas se vio obligada a recurrir a dos medidas extremas. En primer lugar, impuso el pago de una eisphora, o impuesto directo, a sus propios ciudadanos. Los antiguos griegos eran sumamente reacios a tomar este tipo de medidas, las cuales consideraban un abuso sobre sus libertades personales, y es posible que esta haya sido la primera ocasión en que se haya obligado el pago de este impuesto en Atenas. El segundo mandato consistió en anunciar un aumento del tributo exigible a sus Estados sujetos, enviando doce naves para cobrar el nuevo gravamen varios meses antes de la fecha habitual, lo que desató claras situaciones de descontento, y uno de los generales que comandaba uno de los trirremes fue asesinado mientras intentaba cobrar el tributo en Caria.

En el verano de 427 a.C., los espartanos y sus aliados planificaron un esfuerzo conjunto por tierra y mar para desgastar los recursos de Atenas y aliviar el asedio sobre Mitilene. La invasión anual del Ática correspondiente a ese año fue la segunda más prolongada de la guerra arquidámica. Mientras se llevaba a cabo esta invasión, se enviaron 42 barcos al mando del navarco Álcidas hacia Mitilene. El objetivo era que los atenienses estuviesen preocupados por la invasión y no pudieran dedicar toda su atención a Álcidas y su flota.

Sin embargo, en Mitilene el tiempo para un rescate se estaba agotando. Un representante espartano, Saleto, había ingresado sigilosamente en la ciudad a bordo de un trirreme a fines del invierno con noticias del plan de socorro y había tomado el mando de las defensas del lugar anticipándose a la llegada de la flota. No obstante, las provisiones de alimento de Mitilene se acabaron en algún momento de ese verano y, como el contingente naval aún debía aparecer, Saleto debió apostar por intentar romper el bloqueo. Todos los ciudadanos, de los cuales la mayoría había combatido hasta el momento en las tropas ligeras, recibieron una armadura hoplítica como parte de los preparativos. Aun así, una vez que la población estuvo armada, esta se negó a obedecer al gobierno de la ciudad y exigió que las autoridades distribuyeran el resto de las provisiones de comida, amenazando con pactar con los atenienses si esto no se cumplía. Al ver que el problema era insalvable y que cualquier acuerdo de paz en el que no estuviesen involucrados tendría seguramente consecuencias fatales para ellos, los funcionarios del gobierno se pusieron en contacto con el comandante ateniense y se rindieron con la condición de que ningún habitante de Mitilene fuera hecho prisionero, esclavizado o ejecutado hasta que los representantes de la ciudad hubiesen expuesto su caso ante Atenas.

Al mismo tiempo que sucedían estos acontecimientos, el almirante espartano Álcidas avanzaba con sus barcos lenta y cautelosamente, demorando demasiado en rodear el Peloponeso. Pese a que consiguió evitar a los atenienses y llegar a Delos sin ser descubierto, alcanzó la ciudad de Eritras, situada en la costa de Jonia, sólo para enterarse de que Mitilene ya había caído. En aquel instante, el comandante del contingente de Elis propuso lanzar un ataque contra los atenienses en Mitilene, sosteniendo que dado que la captura de la ciudad era muy reciente, los tomarían por sorpresa y vulnerables. Álcidas no deseaba efectuar un movimiento tan atrevido y rechazó la idea, al igual que otro plan para tomar una ciudad jonia como base desde la cual fomentar rebeliones dentro del imperio. De hecho, tras saber que Mitilene se había rendido, el objetivo principal de Álcidas fue regresar a casa sin tener que enfrentarse a la flota de Atenas, por lo que navegó hacia el sur siguiendo la costa de Jonia. Los trirremes atenienses pudieron verlo fuera de Claros, y la flota ateniense fue enviada desde Mitilene en su persecución. Sin embargo, Álcidas zarpó desde Éfeso a toda vela de vuelta al Peloponeso sin detenerse hasta encontrarse seguro dentro de las fronteras de su patria, logrando escapar así de sus perseguidores. Luego de esto, los atenienses regresaron a Lesbos y sometieron a las últimas ciudades rebeldes de la isla.

Debate en Atenas

Tras terminar de someter a Mitilene, el strategos ateniense Paques envió a la mayor parte del ejército de regreso a Atenas y, junto con él, a los mitileneos que habían sido identificados como culpables de la revuelta, así como al general espartano Saleto, quien fue ejecutado de inmediato a pesar de que había señalado que, a cambio de su vida, haría retirar las tropas espartanas que asediaban Platea. Luego, la asamblea centró su atención en la cuestión de qué hacer con los prisioneros en Atenas y con el resto de los mitileneos en Lesbos. A continuación se produjo uno de los debates más famosos de la historia de la democracia ateniense y una de las tan sólo dos ocasiones en que Tucídides registró el contenido del cruce de discursos que se llevó a cabo en la Asamblea. Debido a ello, el debate ha sido materia de muchos análisis en el campo académico, apuntando a dilucidar tanto las circunstancias de la revuelta como la política interna ateniense de la época. Según sus escritos, el debate se prolongó durante dos días. Durante el primero, los atenienses, furiosos, condenaron a muerte a la totalidad de la población masculina de Mitilene, y a la esclavitud a las mujeres y niños. Los ciudadanos estaban especialmente afectados por el hecho de que la revuelta hubiese traído a una flota desde Esparta a aguas jonias, algo que jamás habría ocurrido en circunstancias normales, ya que ninguna flota enemiga había surcado dichas aguas en 20 años. Tras la decisión tomada por la Asamblea, se despachó un trirreme a Mitilene con la orden de que Paques ejecutara a todos los hombres mitileneos.

No obstante, al día siguiente y después de que los atenienses ponderasen la severidad de lo que acababan de decidir, varios ciudadanos comenzaron a arrepentirse. Conscientes de tal situación, los delegados de Mitilene que habían llegado a Atenas para presentar su caso solicitaron que los pritanos reuniesen la Asamblea. En la nueva reunión se produjo un debate entre quienes sostenían el decreto del día anterior y los que abogaban por un castigo más suave. Una vez concluidos los discursos, la asamblea votó, por escaso margen, eliminar el decreto del día anterior. De inmediato se despachó un navío a Mitilene para anular la orden de ejecución del día previo. Los representantes mitileneos en Atenas ofrecieron a la tripulación de la nave una gran recompensa si llegaba a tiempo para evitar las ejecuciones. Remando día y noche, durmiendo por turnos y comiendo frente a sus remos, la tripulación del segundo trirreme consiguió recuperar la ventaja de un día del primer barco y llegar a Mitilene en el preciso momento en que Paques estaba leyendo la orden inicial, logrando impedir su aplicación.

Aunque se perdonó la vida a los ciudadanos de Mitilene, los habitantes de Lesbos recibieron un castigo severo. Todos los terrenos de labranza de la isla, salvo los pertenecientes a Metimna, fueron confiscados y divididos en 3000 lotes que fueron arrendados anualmente. De estos lotes, 300 fueron dedicados a los dioses, y los 10 talentos que se recaudaban al año por ellos pasaban a formar parte del tesoro de Atenas; el resto financiaba una guarnición de colonos atenienses. Atenas confiscó todas las posesiones mitileneas en Jonia continental, sus navíos e hizo derribar sus murallas. La guarnición regresó a casa a mediados de los años 420 a. C.,pero al parecer se habían equivocado al creer que la isla era segura: en 412 a. C., Lesbos fue una de las primeras islas que comenzaron a complotar contra la debilitada Atenas.